El húngaro Lászlo Krasznahorkai, premio Nobel de Literatura

El húngaro Lászlo Krasznahorkai, premio Nobel de Literatura RTVE

Letras

Tres tremendos debates literarios

Ha levantado general aceptación el premio Nobel de este año, concedido a un escritor húngaro de lectura ardua, y general repulsa el premio Planeta, concedido a un locutor de televisión banal

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Semana muy agitada en el mundo de la cultura. Tres grandes debates, tres. En primer lugar, ha levantado general aceptación el premio Nobel de este año, concedido a un escritor húngaro de lectura ardua, y general repulsa el premio Planeta, concedido a un locutor de televisión banal.

En segundo lugar, ha levantado gran polvareda el ataque del director del Instituto Cervantes contra la Real Academia durante un congreso de la lengua en Arequipa, Perú. Y en tercer lugar, también ha excitado los ánimos la queja de Ildefonso Falcones, el autor de La Catedral del mar  por no haber sido invitado a la feria del libro de Guadalajara (FIL) y por ser sistemáticamente ninguneado por las autoridades y estamentos públicos culturales catalanes y barceloneses pese a los muchos lectores que han tenido sus cinco novelas, otros tantos best sellers, en los que precisamente Barcelona es protagonista.

Son terrenos pantanosos de los que uno suele salir trasquilado, terrenos cenagosos en los que no me apetece nada meterme, en los que nada me va ni me viene, entre otros motivos porque ya no escribo libros, me dedico exclusivamente a la traducción y al periodismo, y en los raros momentos en que siento el anhelo de “expresarme” –como si tuviera un “yo” oculto que anhela manifestarse, cosa ridícula—, pues escribo unos versos, y al cabo de unos días, tras constatar que no se acercan ni de lejos a digamos Garcilaso de la Vega, los tiro a la papelera.

Juan del Val, ganador del Premio Planeta 2025, y la finalista, la escritora gallega Ángela Banzas

Juan del Val, ganador del Premio Planeta 2025, y la finalista, la escritora gallega Ángela Banzas ALBERTO PAREDES - EUROPA PRESS

Así que estos debates a mí ni me van ni me vienen. Pero como tengo aquí firma, supongo que es hasta cierto punto mi deber echar mi cuarto a espadas, signifique eso lo que signifique. (Creo que en el origen significaba pagar una moneda, o sea “un cuarto”, a cambio de una lección de esgrima que daban en el siglo XVII algunos espadachines y maestros que viajaban por los pueblos polvorientos y las ciudades españolas. Pero ahora se entiende “echar un cuarto a espadas” como participar en una discusión).

Respecto a esto de echar un cuarto a espadas, mi anécdota predilecta es la que cuenta el poeta polaco Alexander Wat (1900-1967) en Mi siglo. Cuenta Wat que una tarde pasaban Unamuno y Baroja delante del Ateneo de Madrid, que tenía abiertas las ventanas a la calle, por las que desde la calle se oía que allí dentro había una fuerte discusión, un encendido debate. Unamuno en ese momento se despide de Baroja diciéndole: “Adiós, voy a entrar ahí, a participar en el debate”. Baroja se asombró: “Pero si no sabe usted de qué discuten”. Y Unamuno le explica: “Da igual. Pienso ponerme en contra”.

Cumplir objetivos

Por cierto que a propósito del Ateneo de Madrid, cuenta en sus memorias Mi medio siglo se confiesa a medias el denostado y desigual pero a menudo interesante Ruano que siendo joven y habiendo publicado un primer y delgadísimo libro, y habiendo sido invitado a pronunciar una conferencia allí, en el Ateneo, que era para un autor tan primerizo una ocasión ideal para darse publicidad, y queriendo ganarse una rápida reputación de autor controvertido y escandaloso, soltó un tremendo discurso cargándose el Quijote, insultando a Cervantes, poniéndole “como chupa de dómine”, o sea que lo puso “como un trapo”, o “a parir”.

Así quedó Ruano como un zoquete, un ignorante y un provocador, pero al día siguiente todo Madrid hablaba de él. Objetivo conseguido.

Creo que hizo bien Ruano cargándose a Cervantes. Entendía lo que es darse publicidad. No suele haber cosa más decepcionante que asistir a una conferencia convencional y sensata. Dalí, que de publicidad sabía aún más que Ruano, cuenta en Mi vida secreta o quizá en Confesiones inconfesables que le invitaron –también de joven, cuando era muy tímido y algo histérico— a pronunciar una conferencia en el Ateneo de Barcelona.

El director de la RAE, Santiago Muñoz Machado

El director de la RAE, Santiago Muñoz Machado GALA ESPÍN

Se presentó en el estrado llevando un pan de un metro de largo atado a la cabeza, en precario equilibrio. Y empezó diciendo algo así como: “Sólo hay una cosa más degradante que pronunciar una conferencia, y es asistir a una conferencia”. Luego se puso a insultar como un orate a las figuras más consagradas del momento.

Grandes protestas y tremendo alboroto. La prensa al día siguiente recogía el escándalo. Objetivo conseguido.

Recuerdo que Bioy Casares se negaba sistemáticamente a dar charlas ni conferencias y a participar en debates, con el pretexto de que él era “un escritor por escrito”. Lo cual es de mucho sentido común. Un argumento imbatible, como la ley de la gravitación universal.

Perorar en público

En cambio su gran amigo Borges daba conferencias continuamente, pero es que el peronismo le había expulsado de su empleo en la Biblioteca Nacional y, aunque vivía con su madre, algo tenía que aportar a la economía familiar, tenía que ganarse la vida como fuera.

Al principio le asustaba tanto la idea de salir a perorar ante el público que, aún siendo abstemio, se daba coraje bebiendo previamente una copa de coñac: como los soldados en la guerra, cuando tienen que salir de la trinchera a asaltar la trinchera del enemigo. Luego le cogió el tranquillo al asunto y dio cientos, quizá miles de conferencias –hablaba lento, dubitativo, como buscando todo el rato la siguiente palabra, procurando que fuera precisa--, siempre apasionantes. Algunas de ellas luego reunidas en libros como Nueve ensayos dantescos.

Me doy cuenta de que con todas estas derivaciones y excursos me he olvidado de comentar los temas que han inquietado el escenario cultural de hoy en España –el ataque del director del Cervantes al de la RAE; el malestar de Falcones con las autoridades culturales catalanas; y los premios Nobel y Planeta--. Y veo que se me acaba el espacio, y quizá la paciencia del lector. Le pido a éste disculpas, pero creo que lo más sensato será dejar estos temas tan excitantes y polémicos, sobre los que en realidad tengo mucho que decir, mucho que aportar, para comentarlos la semana próxima con la calma y pormenor que se merecen.

 Si es que para entonces alguien se acuerda de ellos, claro.