James Joyce

James Joyce DANIEL ROSELL

Letras

James Joyce: las infinitas cartas de una vida vulgar

Páginas de Espuma culmina la edición integral, a cargo de Diego Garrido, de la correspondencia del escritor irlandés, toda una travesía autobiográfica

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Las personas somos lo que hacemos. En el caso de los escritores, esta misma regla puede extenderse a todo aquello que escriben. Al margen de que cualquier escritura tenga un cierto de grado de autobiografía, porque hasta para describir las cosas más simples o evocar una situación cualquiera hacemos, sin darnos cuenta, una operación de selección con las palabras, la sintaxis, la dicción o la perspectiva, la escritura –que es el ejercicio intelectual más complejo que existe– difiere según el momento, el cauce (genérico) en el cual se desarrolle y la aspiración (artística) de su autor. No es lo mismo redactar una nota que componer un poema; de modo semejante, pensar un relato obliga a un proceso distinto a articular una novela. Hasta la escritura teatral, dramática y dialogada, difiere de un guión de cine, que debe utilizar las palabras para crear imágenes.

La escritura literaria, por definición, es un artificio. Su naturaleza retórica, hasta en sus registros más simples, camufla un esfuerzo escondido. Sucede lo mismo con el género epistolar: por franca que sea, la redacción de una carta es una creación verbal, aunque existan misivas maravillosas –cartas fingidas– y después estén las ordinarias. La editorial Páginas de Espuma, acaba de culminar la publicación de la correspondencia íntegra de James Joyce (1882-1941). Un proyecto, encomendado al traductor Diego Garrido, con ilustraciones de Arturo Garrido, que comenzó en 2023 y que, dos años cumplidos ya, cierra un ciclo que resume toda una vida.

Ilustración de Arturo Garrido para la correspondencia de Joyce

Ilustración de Arturo Garrido para la correspondencia de Joyce PÁGINAS DE ESPUMA

El primer volumen reúne las cartas escritas desde comienzos del pasado siglo hasta la década de los veinte. Son los años del Joyce inicial, casi se diría prematuro, un joven con anhelos artísticos, educado por los jesuitas y criado en una familia con aspiraciones sociales cuya realidad económica no se correspondía con sus deseos. De su progenitor heredó Joyce cierta facilidad para ira súbita –acaso una herencia del alcohol– y una vocación tibiamente aristocrática, aunque no una idea muy realista del porvenir.

El escritor irlandés fue toda su vida, hasta que llegó la esquizofrenia de su hija, un manirroto. Siempre tuvo clara, a diferencia de sus padres, su vocación literaria, que primero ensayaría en piezas tempranas y después intentó sostener a través de vínculos con los escritores que tenía a mano en Dublín. En esta primera entrega de sus misivas leemos correspondencia con autores como Ezra Pound, Yeats o Zweig, además de las cartas estrictamente familiares, casi siempre finalistas y utilitarias, así como las misivas eróticas con Nora –la pareja se cruzaba epístolas para facilitar la masturbación mutua– donde destaca la alta capacidad de Joyce para la sugestión pornográfica. Que sus editores llamaran a esta última serie cartas de amor se antoja, al margen del eufemismo galante, que es también irónico, exacto: el sexo, la carnalidad y las obscenidades son la literatura de la forma amor más terrestre, antítesis de las decorosas pero en general falsas idealizaciones del corazón.

'Cartas de Joyce 1900-1920'

'Cartas de Joyce 1900-1920' PÁGINAS DE ESPUMA

En este aspecto, Joyce fue bastante sincero. El material seleccionado por Diego Garrido es crudo y expresivo. Dibuja la imagen del autor que existió justo antes del Ulises. Muestra el perfil un ser que con escasos libros –los cuentos de Dublineses, su Retrato del artista adolescente, la afamadísima odisea moderna y los trabalenguas del Finnegans Wake, esa ilegible y eterna obra en marcha– cambió la literatura de su tiempo sin que nadie lo esperase. Este epistolario privado puede –y debe– leerse como una biografía paralela a la colosal Vida de Richard Ellmann, que fue uno de los dos grandes editores, junto a Stuart Gilbert, de este descomunal caudal de correspondencia redactada desde Irlanda, París, Roma, Trieste o Zúrich, donde la familia pasó la Primera Guerra Mundial.

Es un acierto editorial hacer constar, además de la autoría y los destinatarios, la edad que tenía el novelista irlandés cuando respondía o enviaba cada una estas misivas. De esta forma se resalta –a través de los textos en primera persona o referidos por un tercero– la forja psicológica del escritor, junto a sus obsesiones, contradicciones y preocupaciones, entre ellas la necesidad (crónica) de dinero. Hay cartas de juventud y madurez, noticias del autoexilio, una crónica de su odio a Irlanda y los irlandeses –especialmente a quienes fueron sus amigos, tornados después en sus adversarios y convertidos en sus personajes– y ese orgullo, impertinente, de quienes se saben distintos o, al menos, lo sospechan.

'Cartas de Joyce (1920-1941)'.

'Cartas de Joyce (1920-1941)'. PÁGINAS DE ESPUMA

El segundo volumen, al que acompaña un retrato del escritor “con los ojos de sus amigos”, junto a los originales de su correspondencia y fotos de los lugares de estancia o de residencia, acoge las misivas rubricadas entre 1920 y 1941. Más abundante en destinatarios e intereses, este corpus levanta acta de su contradictoria fase triunfal. Convertido en un escritor internacional de fama, residente entre París y Suiza, estas relaciones de hechos y personas (amigos, familiares y actores del mundo editorial o literario) nos sirven en bandeja de plata el llamativo contraste entre el rostro público del escritor y la existencia real del individuo.

Quien escribe es ahora un autor que se acerca a la cuarentena y, como escribe Garrido en el prólogo, sus interlocutores saben perfectamente que sus cartas eran más valiosas que las de un mero aspirante a literato o las del profesor (de inglés) que fuera en sus distintos destinos. Cambia pues el marco de escritura y también el contexto de recepción, por decirlo de algún modo, de esta obra epistolar. Joyce confía, como siempre, en muy poca gente, pero disfruta ya de una cofradía de devotos. Está más acompañado pero no siente alivio. Todo es vacío. Se muestra extraño, misterioso, abatido, desconcertante. Primero fue “un paria en Europa”, después regresó a Dublín “como un hombre enfadado” y al final se transforma “en el autor más famoso del mundo en París”.

Cubierta de la primera edición del 'Ulysses'(1922)

Cubierta de la primera edición del 'Ulysses'(1922)

Allí recibió la noticia (determinante) de la publicación del Ulises en el año de gracia de 1922. Allí contempló con sus propios ojos el primer ejemplar. Cubierta azulada en tono verdoso. En Francia estrenaba nuevos amigos, tendría una residencia estable (pasaría dos décadas en la capital francesa, con abundantes mudanzas de domicilio), luciría una barba extraña y avara e importaría a su forma de hablar el acento germánico. Son los años de la consagración, los trabajos y los días del Finnegans Wake, esa Babel, el tiempo del avance de la ceguera, que le dificultaba la lectura, y de la dolencia de su hija. Joyce había conquistado la gloria literaria. Casi al mismo tiempo –documenta Garrido– empezaba a perderlo todo.

La última carta, dirigida a Stanislaus, su hermano, es una tarjeta postal escrita en italiano, fechada el 4 de enero de 1941 desde la Pensión Delphin de Zúrich. En ella hace una lista de personajes que podían ayudarle (no explica en qué). Termina enviando “recuerdos a todos”. Diez días más tarde recibiría la primera dosis de morfina por los dolores criminales derivados de una perforación de estómago, consecuencia de una úlcera mal diagnosticada siete años antes. Ya no hubo más cartas. Dos horas después de su deceso sonaban en Zúrich las alarmas que advertían de un ataque aéreo. Et introibo ad altare Dei: ad Deum qui lætificat juventutem meam. (Subiré al altar de Dios. Al Dios que es la alegría de mi juventud). Telón.

Ilustración de Arturo Garrido para la correspondencia de Joyce

Ilustración de Arturo Garrido para la correspondencia de Joyce PÁGINAS DE ESPUMA