
Diego Garrido
Diego Garrido: "El éxito del 'Ulises' dejó a Joyce una honda sensación de vacío"
El traductor al español de la correspondencia del autor del Retrato de un artista adolescente, recogida en dos volúmenes por el sello madrileño Páginas de Espuma, explica los cambios que la publicación de su mítica novela provocaron en la vida del escritor irlandés
Diego Garrido acaba de traducir para Páginas de Espuma el segundo volumen de la correspondencia completa de James Joyce. Encargado de la selección de estas misivas, Garrido ha conseguido confeccionar una obra indispensable para cualquier estudioso y lector apasionado del escritor irlandés. Garrido ha sido también editor de los cuentos y prosas breves del autor del Ulises publicados también por el mismo sello, así como de Stephen Hero, novela publicada por la editorial Firmamento. Es, además, autor de El libro de los días de Stanislaus Joyce, otra novela en torno a la figura del hermano de Joyce.
¿Usted ha cumplido el sueño de Richard Ellman?
En parte, quizás. En el primer volumen, que abarcaba la correspondencia desde 1900 a 1920, conseguí meter todas las cartas escritas de aquellos años que encontré en distintos sitios y que Ellman nunca llegó a conocer. Sin embargo, en este segundo volumen la cosa cambia. Abarca de 1920 a 1941. Nos encontramos a un Joyce que ya es conocido -de hecho, el primer libro se termina justo cuando está a punto de publicar el Ulises. Esta fama hace que todas las cartas que envía Joyce sean conservadas por sus receptores, así que la correspondencia es más amplia. En este segundo periodo hay más cartas y en casi todas las que escribe Joyce, en comparación a las escritas en el periodo anterior, vemos a una persona más cordial que habla también de cosas menos personales.

Diego Garrido
Joyce en este tiempo escribe y recibe muchísimas cartas. Esto me hizo tener que recurrir a más fuentes. Por suerte, hay un grupo de personas que se dedica a rastrear por todo el mundo en busca de nueva correspondencia y, de hecho, me pasaron cartas que he podido incorporar y que hasta ahora no se habían publicado. Cuando Ellman hizo su edición de las cartas no incorporó las misivas de Stuart Gilbert, que, posteriormente, publicó en un volumen aparte. Así que este libro le debe mucho a Ellman, pero he añadido cartas que él no pudo conseguir . Por tanto, me he basado mucho en el trabajo previo de Ellman, pero añadiendo nuevos materiales y reordenándolo todo.
¿Ulises transforma a su autor?
Sin duda. Gran parte de su vida previa a la publicación ha estado dedicada a su redacción. Una vez publicada el éxito que tiene no compensa el hondo vacío que le deja una obsesión que le acompañó durante el proceso de escritura. Hay algo de paradójico en que, teniendo dicha aceptación, porque era imposible entonces tener más éxito, Joyce, convertido en el escritor más conocido de su época, entrara en una fase melancólica precisamente por sentir un vacío que intenta combatir metiéndose en otra empresa todavía más difícil. A esto, además, se le suma la pérdida de visión y la esquizofrenia de su hija, que no deja de avanzar.

Ilustración de Arturo Garrido para la correspondencia de Joyce
Supongo que alude al Finnegans Wake. Usted que ha traducido varios textos de Joyce, ¿no se siente tentado de embarcarse en la traducción de este libro?
Es un libro que no me interesa. De hecho, es el texto de Joyce que menos llama mi atención. Si digo que reivindicar el Finnegans Wake tiene algo de esnobismo muchos me querrán matar, pero para mí es un libro completamente hueco y que, desde luego, tiene menos interés que miles de otros libros que requieren menos esfuerzo.
Silvio Benco, en un artículo que usted incluye al final del texto, escribe que Joyce solo fue feliz en Trieste. ¿La felicidad para él estaba asociada a la juventud? ¿Fue más feliz antes del éxito?
La felicidad plena solo existió en el recuerdo, no en la realidad. En Trieste vivió años más o menos suaves: podía vivir de dar clases y escribir. Sin embargo, estando bien en Trieste, quería marcharse. Esta fue una constante, siempre que estaba en un lugar quería irse a otro y, cuando cambiaba de lugar quería regresar a donde estaba antes. Lo que sí es cierto es que Joyce llegó echar de menos Trieste y esos años antes de la fama. En París conocía gente le adulaba, pero no tenía amigos. Echaba de menos la vida humilde. Era de esos escritores que se sentía más feliz entre gente humilde que entre intelectuales, marqueses y condesas. Evidentemente en París había muchos movimientos, pero a él no le importaban. Se llegó a decir que había creado el dadaísmo, cuando ni tan siquiera sabía qué era.

'Cartas de Joyce 1900-1920'
Una de las constantes en sus cartas es su queja por la falta de dinero. Su hermano dijo de él que era un despilfarrador. De lo que no hay duda es que siempre se lamenta y pide dinero.
Joyce llega a ser el escritor más famoso del mundo, pero nunca hizo una fortuna. Cuando llegó a ganar algo más de dinero estaba lejos de ser rico. Su carrera la hizo en gran medida gracias a que tenía una mecenas que le daba el dinero que necesitaba. Es cierto que tenía una herencia familiar, pero no tardó en fundírsela. Tenía razón su hermano: gastaba mucho dinero, lo despilfarraba saliendo a comer, bebiendo, dando propinas elevadas…Era una persona que no podía tener demasiado dinero, porque se lo gastaba. Su mecenas llegó a racionárselo.
Hay una carta en la que Joyce se queja a su protector de que Sylvia Beach no trabaja lo suficiente para él y no le proporciona el dinero necesario.
Sylvia Beach fue, como otras mujeres que lo rodeaban, una especie de ángel de la guarda para Joyce, que era puro egoísmo.Daba por sentado que era un genio a ojos de todos y, por tanto, se le tenían que consentir todo. Las mujeres que lo rodeaban efectivamente que era un genio. Sylvia Beach apenas se quejó de nada. Se convirtió en una especie de sirvienta: le hacía de todo, sin que el se preocupase por las necesidades que ella pudiera tener. Tardó dieciséis años en escribir el Ulises y durante ese tiempo apenas trabajó y luego y se negó también a dar conferencias oyentrevistas. Es decir, él tampoco lo ponía fácil a la hora de facturar.

Ilustración de Arturo Garrido para la correspondencia de Joyce
Esta actitud se percibe en las cartas que le escribe a su mujer, Nora. Más allá del contenido erótico, le dice que quiere que ella estudie cómo complacerle, cómo despertar su deseo y cómo satisfacerle. Él está en el centro y todo debe girar a su alrededor.
Efectivamente. Joyce busca en cada persona aquello que lo puede satisfacer. A su hermano de joven le pedía que le escuchara. Lo utilizaba para contarle todas sus ideas, pensamientos y teorías… Su mujer, en cambio, tenía que ser la encarnación de su deseo. En su mecenas veía a la mujer que lo complacía económicamente. Es verdad que llegó a tener algún amigo más o menos sincero, pero fueron pocos. Joyce era una persona bastante centrada en sí misma.
Esto se percibe incluso en su relación con Ezra Pound.
Es una relación es muy interesante. A Pound le interesa el Ulises hasta el punto de que sostiene que con su publicación se puede hablar de un tiempo antes de Joyce y de un tiempo después de Joyce. Sin embargo, el Finnegans Wake no le interesa y así se lo dice a Joyce que rompe toda relación con él. A Joyce, además, tampoco le interesa especialmente de Pound, como no le interesaba la obra de muchos otros de sus contemporáneos. Lo contradictorio es que, una vez rompen su relación, Joyce se dedica a ridiculizar a Pound, a hacer chistes con su nombre, pero en realidad su opinión sigue importándole. La de Pound era una de las opiniones que más le importaban a Joyce.
Diego Garrido
¿No tenía particular aprecio por sus contemporáneos?
De algunos sí que tenía aprecio. Leía a sus contemporáneos, aunque no hablara de ellos en exceso. Le gustaba mucho André Gide. No prestó demasiada atención a Proust, quizás porque era un autor demasiado grande, imponente. Puede que hubiera algo de envidia en Joyce, como también la había en Virginia Woolf: ella habló mal de Joyce, pero lo hizo motivada por la envidia que sentía hacia él por haber escrito el Ulises.
Usted escribió una novela sobre Stanislaus, el hermano de Joyce, partiendo del diario que este escribió. ¿El hermano también se dedicó a la literatura?
No exactamente. En un primer momento no era uno más de la familia, sino que uno de los más inteligentes. La familia Joyce se conformaba de borrachos y hombres desgraciados. Stanislaus, por el contrario, era alguien al que le interesaba la literatura y quería escribir. Lo que sucede es que tiene al lado a James, una persona muy segura de sí misma desde que era joven, y que se termina afirmando como uno de los más grandes escritores de su época. Stanislaus se siente aplastado por su hermano y es incapaz de desarrollar una obra propia. Hay en él una frustración de la que intenta liberarse alejándose y desprendiéndose de su hermano.

'Cartas de Joyce (1920-1941)'.
Llega a decir que el Ulises no le interesa, aunque con el tiempo cambiará de opinión. Terminó ejerciendo la docencia, pero nunca colmó su vocación. Fue un infeliz. Hay una carta muy significativa es la que le escribe a su hermano cuando recibe el Ulises. Le dice, tras haber leído la novela, que conoce todas las situaciones horrendas que describe, los lugares que menciona y esas gentes que llenan sus páginas. Le dice también que en algunos de los momentos que describe él quizás ha sido feliz, pero que, al ser incapaz de ponerlos por escrito, esos momentos ya no existen.
¿La obra de Joyce es más autobiográfica de lo que parece?
Tenía una necesidad casi patológica de que todo lo que narraba existiera realmente. Ahí están las cartas a su tía casi analfabeta, en las que le pide que vaya a un determinado convento en Dublín para que le diga qué flores crecen allí porque no puede seguir escribiendo si no conoce los detalles precisos. Luego introduce, aunque a veces cambiándoles de nombre, personajes que conoce. Por ejemplo, se venga de su amigo Gogarty a través del Ulises. Gogarty se esconde tras el personaje de Dante. Joyce era una persona a la que era mejor no molestar. Se podía vengara través de su literatura. Lo hizo con muchas personas. Por ejemplo, el nombre de un señor con el que se tuvo que enfrentar en los juzgados por unas tonterías burocráticas se lo puso al soldado borracho que le da un puñetazo a Stephen Dedalus.

Ilustración de Arturo Garrido para la correspondencia de Joyce
Quizás una de las partes más conocidas del Ulises es el famoso monólogo de Molly Bloom, que hoy, además, es leído en clave feminista.
No me resulta particularmente interesante como personaje una mujer que solo piensa en términos casi animales de sí misma, que solo piensa en sus olores, en sus fluidos, en las conquistas amorosas que pueda hacer y para la que todos sus pensamientos están dedicados a repasar uno a uno sus amantes desde joven. Y ese yes del final es fruto de una simple anécdota: estaba cenando con unos amigos y había una mujer que a cualquier cosa contestaba con entusiasmo yes. Por lo que se refiere a la falta de puntuación estoy convencido de que lo sacó de las cartas de Nora, una mujer alejada del mundo de la cultura y que le escribía cartas en las que no había puntuación alguna.
¿No era Nora una mujer interesada en la cultura?
No. Ella misma comentó que apenas había leído las primeras quince páginas del Ulises. Y se cuenta que cuando Joyce estaba a punto de terminar la novela, a la pregunta de qué estaba haciendo él, ella contestó: “Jim debe estar escribiendo alguna guarrada”.

Diego Garrido
Joyce siempre tuvo una particular debilidad por la escatología.
Sí, yo creo que era una reacción a su educación jesuita. No terminaba de excitarse si no se introducía algún elemento escatológico. Por ejemplo, en el Ulises y otros de sus textos habla mucho de pedos. Luego están las cartas que le enviaba a Nora. No sabemos qué contestaba ella, porque quemó todas las cartas que le había escrito. Solo conservamos las que él redactó. Yo diría que utilizaban las cartas para masturbarse. Si las lees te das cuenta de que Joyce escribe guarradas, pero llega un momento, en que corta diciendo que ya es suficiente y empieza a hablar de negocios, de la familia… Como si ya hubiera cumplido su objetivo. Al otro lado, está Nora, a la que, en cierta manera, quiere convertir en Molly Bloom. En una carta llega a pedirle que coma mucho chocolate para engordar. Su modelo eran las mujeres de los cuadros renacentistas, fellinianas.
Leyendo las cartas da la impresión de que los últimos años de vida, en parte por su exilio a causa de la Segunda Guerra Mundial, estuvieron marcados por la soledad.
Sí, padeció la soledad de quien no tiene a nadie que te diga las verdades. A su alrededor todos eran unos aduladores, no lo trataban como un amigo, sino como un genio. Pasa el tiempo y él se va sintiendo cada vez más solo y viejo. Vive obsesionado con la locura de su hija y lo único que de verdad le ilusiona en esos años es convertirse en abuelo. Stanislau decía que había sido un hijo terrible, un marido terrible y un padre terrible. Sin embargo, todo cambia cuando se convierte en abuelo: da sentido a todo lo que no había sido antes y hace lo que no había hecho como padre, obsesionado por su obra. Al nacer su nieto le sale natural dedicarse a él y dedicarle tiempo.

Ilustración de Arturo Garrido para la correspondencia de Joyce
Un tiempo limitado.
Sin duda, porque, viendo sus últimas fotos, podemos creer que murió siendo mayor, pero no es así. Tenía 59 años. Joyce fue un hombre que envejeció prematuramente. Tengo curiosidad por saber qué hubiera hecho de haber vivido más, qué hubiera hecho después de haber escrito Finnegans Wake, un libro tan completamente infernal.