El actor Josep Maria Pou

El actor Josep Maria Pou RTVE

Letras

El pájaro tiene que cantar: sobre Josep Maria Pou y Shakespeare

Pou acumula una gran experiencia, un gran conocimiento de la naturaleza humana, un conocimiento lúcido y desengañado pero no por ello amargado, una gran inteligencia, un estar de vuelta de muchas cosas, y con 82 años decide seguir y seguir

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Ayer fui a la Residencia de Estudiantes, a la presentación de las obras de Shakespeare traducidas por Vicente Molina Foix (Elche, 1946) que publica Anagrama. Son una edición primorosa, agrupados los libros en cajas, y en ediciones bilingües, como debe ser, sobre todo en casos como Shakespeare.

Habíamos sido convocados a un acto prometedor, y que desde luego no  defraudó. Siempre que voy a la Residencia, en el barrio de El Viso, en cuanto veo aquellos elegantes edificios de ladrillo de la Residencia, me vienen a la memoria momentos vividos y momentos leídos, y con ellos una vaga nostalgia agridulce por lo que pudo ser y no fue: tanto el espléndido proyecto civilizador de Francisco Giner de los Ríos, fulminado por la Guerra Civil y la dictadura, como mi propia andadura. Se me confunde el pasado remoto con el próximo y con el día de hoy.

Alguna vez, subiendo de Barcelona, dormí en la Residencia cuando trabajaba allí como jefe de prensa el poeta Pepe Méndez. La primera vez le pedí a Pepe que me diera la habitación de Dalí, y, si no podía ser, si estaba ya ocupada, entonces que me asignase la de Lorca, o la de Buñuel, o la de Pepín Bello. Pepe me dijo que por supuesto me daría la de Dalí. Me llevó a una celda monástica, somera, con algunos muebles de madera y unas estanterías vacías –todas son iguales--.

Le pregunté: “¿Seguro que ésta es la habitación donde dormía Dalí?” Me aseguró que sí, claro, por nada del mundo me engañaría. Pero Pepe tiene cierta retranca, y además observé en su rostro una apenas esbozada sonrisilla irónica. Aún así por la noche se me aparecieron los espectros de Dalí, Lorca y Buñuel, jóvenes estudiantes.

Salvador Dalí

Salvador Dalí EFE

Iban de una habitación a otra intercambiando información, excitados con sus ideas, entraban y salían de la mía, llevando en la mano manuscritos y objetos raros que no pude identificar. Me dieron mucha conversación. En fin, la siguiente vez que me alojé allí ya pedí una habitación cualquiera. Los espectros ya no volvieron a aparecer.

Ahora recordé que allí, en la Residencia, conocí a Chavela Vargas, a Ayala, a Pepín Bello, que era tan divertido y dio una conferencia encantadora. Y a algunas luminarias más. Ahora saludé a unos cuantos escritores madrileños y a Silvia Sesé, la directora de Anagrama. Nos sentamos en el anfiteatro. Apareció en el escenario el novelista y autor de las traducciones, Molina Foix, con el que durante muchos años compartí espacio en las páginas culturales de la revista Tiempo, ya desaparecida.

Nos alternábamos, una semana escribía él una columna sobre temas culturales, a la siguiente escribía yo. Ahora en el escenario Molina Foix estaba algo disperso y despistado, contó que aprendió inglés porque el francés que le enseñaban en el colegio le parecía muy difícil (¿?) y en cambio el inglés, fácil, así que se fue a estudiarlo en Inglaterra.

Portada de 'El Rey Lear'

Portada de 'El Rey Lear'

Cosa que no entiendo, porque para mí aprender el francés fue fácil, quizá porque mi profesor en el bachillerato, que se llamaba Valero y lucía unas camisas muy animosas y optimistas (los lunes verdes, los jueves, amarilla), era un hombre entusiasta, vitalista, un gran profesor, y me metió el idioma hasta el tuétano, mientras que el inglés lo aprendí a puñetazos en la cara, esto es, andando por el mundo, y leyendo libros que no podía encontrar en español ni en francés, no me quedó más remedio que aprenderlo un poco.

La interpretación

Después recitaron fragmentos de las obras de Shakespeare Roberto Enríquez (Hamlet), Ana Belén con Olga Rodríguez (El mercader de Venecia y Antonio y Cleopatra) y José María (o Josep Maria) Pou (El rey Lear).

No voy nunca al teatro, los actores suelen gritar y me siento incómodo, pero ahora, a capella, me pareció asombroso cómo los personajes se encarnan” en ellos, y ellos cambian durante la interpretación. Un momento antes están hablando contigo de cosas corrientes y en cuanto empiezan a recitar se transforman. Es prácticamente magia, me causan una tremenda impresión.

Me acordé de la primera vez que escuché fados en una casa de chorar lisboeta. Como se sabe, en esos locales, al mismo tiempo que escuchas cantar te sirven la cena. En aquella ocasión el fadista, vestido de negro de los pies a la cabeza, cantaba canciones desesperadas, que terminaban en el verso nunca, nunca, nunca mais –por cierto, como el never, never, never, never, never del rey Lear, sobre el que ha escrito con tanta penetración Andreu Jaume, también traductor de Shakespeare.

El actor Josep Maria Pou posa durante la presentación de la temporada 2023/2024 de Pentación Teatros, en el Teatro La Latina, a 5 de septiembre de 2023, en Madrid

El actor Josep Maria Pou posa durante la presentación de la temporada 2023/2024 de Pentación Teatros, en el Teatro La Latina, a 5 de septiembre de 2023, en Madrid MARTA FERNÁNDEZ EUROPA PRESS

El fadista, digo, estaba al borde de las lágrimas. Al final del recital yo estaba acongojado. No pude tocar el plato. Se me había metido en el alma toda la saudade portuguesa. Hasta que alcé la vista y vi en otra mesa al fadista de negro, degustando con muy buen apetito un plato de bacalao a bras y paladeando una copa de vino verde.    

Después de escuchar a Enríquez, a Pou y a Ana Belén y a Olga Rodríguez, subimos a una terraza donde nos daban unas copas y unos bocaditos y Pou y yo nos sentamos y charlamos un rato. Pou me dijo que me lee “casi cada día” en El País: me confundía con mi hermano Xavier, como suele pasar, y, como suele pasar, no le desengañé. Me felicitan por alguno de sus artículos, y yo digo que me costó mucho documentarme, que me lo trabajé mucho.

Como Bob Dylan

La conversación con Pou fue muy interesante. Tiene 82 años y la cabeza perfecta. Venía directo de Strattford upon Avon, de algún cónclave shakesperiano, y estaba cansado, y además le pesaban las piernas o tiene alguna dolencia motora, pero no quería perderse el acto en la Residencia, o quizá sentía la obligación de participar en él. Me contó que podría retirarse, jubilarse, ha trabajado muchos años, tiene algún ahorro y podría perfectamente quedarse en casa, a leer y descansar, pero no lo hace, sigue llevando esa vida de saltimbanqui que llevan los actores, y a menudo se pregunta “¿pero quién te lo hace hacer? ¿Por qué sigues y sigues?”.

Le dije que también Bob Dylan tiene 82 y la espalda destrozada, pero sigue dando conciertos sin parar. Hay ahí algo ignoto, algo relativo a la voluntad, que aunque el cuerpo se fatigue ella no se cansa… pero también algo que se podría llamar codicia de la oportunidad que pasa o bien ganas de más ser: Pou me contó que todos los actores, o muchos actores, en los segundos antes de entrar en el escenario, entre bambalinas, pasan verdadero miedo. Pero en cuanto pisan la escena ese miedo ya está olvidado. Yo le conté que Jacques Brel, antes de cada concierto, vomitaba. Antes de cada concierto. No le extrañó nada.

Él podría ahorrarse ya esos segundos del pánico. Pero le proponen algo que sabe que podría hacer bien, está tentado de rechazarlo, pero se dice: “Esto yo lo podría hacer muy bien” y lo acepta. Me encantó Pou. Se le nota en su conversación una gran experiencia, un gran conocimiento de la naturaleza humana, un conocimiento lúcido y desengañado pero no por ello amargado, una gran inteligencia, un estar de vuelta de muchas cosas, al que sólo se accede con los años. Decidí ir a verle la próxima vez que actúe. Es la viva confirmación de que el pájaro tiene que cantar.