
Theodor Kallifatides y Monika Zgustova en el CCCB
Theodor Kallifatides en Barcelona: "No es el país lo que amas, sino su gente"
El escritor sueco, de origen griego, da una lección en el CCCB sobre cómo analizar la identidad, con una aproximación particular sobre el exiliado contemporáneo
Kallifatides: "Europa es una piedra muy bella, pero si la levantas lo que hay es una gusanera"
Theodor Kallifatides visita Barcelona. El escritor sueco de origen griego, en el marco de la publicación de una trilogía de novelas en nuestro idioma (Campesinos y señores, El arado y la espada y Una paz cruel) estuvo por primera vez en el CCCB para conversar con la escritora y traductora checa Monika Zgustova acerca del tema que ha definido su escritura: la experiencia del exilio y el arraigo.
Ante un auditorio lleno a pesar de la lluvia –que se sabe que en Barcelona siempre complica las cosas– Kallifatides puso el corazón respondiendo a las cuestiones planteadas por Zgustova, amiga suya y admiradora de su obra.

Barcelona
Y tuvo un detalle con sus lectores españoles para quiénes preparó, fuera de programa, una pequeña lectura anecdótica, sencilla y solemne como su pluma. Habló en un perfecto castellano, que para un oído no entrenado suena similar al griego, sobre el sentimiento de comunidad que para él “no es solo un imperativo intelectual; la necesidad de formar parte de algo más grande que nosotros la tenemos en nuestros genes”.

El escritor Theodor Kallifatides
El relato tenía como protagonista a su nieta y demostró si cabe aún más la capacidad del octogenario para transformar la realidad en algo bello sin muchos adornos. Mientras repiqueteaba la lluvia en el techo del Hall del CCCB, Kallifatides arrancó su narración hablando de una película que destila nostalgia –palabra, por cierto, de origen griego–: Cinema Paradiso.
“Me conmovió profundamente, aunque era la tercera vez que la veía”. Al autor le sobrecogió esta vez una escena en particular, en la que experimentó una catarsis que solo el exiliado contemporáneo podría comprender: “el protagonista vuelve a la plaza del pueblo, antaño tan llena de gente, que después de treinta años se ha convertido en un aparcamiento; la vida ha huido y los coches han ocupado su lugar”.
Un viaje de retorno imposible
La pérdida del sentimiento de comunidad, de pertenencia a un lugar, de conexión con la gente con la que se comparte una cultura y una lengua, es lo que más preocupa al Kallifatides ya anciano. Hacia estos dilemas se encaminó la conversación que mantuvo con Zgustova, en la que ambos se mostraron sin tapujos nostálgicos del pasado. Zgustova de una Chequia que ya no es la misma –tampoco París, ahora sin Kundera– y el escritor sueco-griego de la Grecia en la que vivían, sin él, sus padres y sus amigos.
“El problema me viene ahora que todos han muerto. No tiene sentido para mí volver a Grecia. Es un sentimiento cruel: pierdes a la gente, pierdes el país”.
El significado de ser nómada no le afectó tanto en su momento como ahora, cuando emigró en el año 1964 de Atenas a Estocolmo. “No es el país lo que amas, sino su gente. Puedo vivir sin mi país porque soy capaz de vivir sin mi familia o amigos”.

Theodor Kallifatides y Monika Zgustova, "Arraigo y exilio"
La palabra “extranjero” no tiene lugar en su vocabulario, porque nunca ha querido definirse como tal. Su actitud tiene que ver con su concepción del término, construida a partir de la vivencia en propia piel, y es que nadie puede ser un apátrida si considera que su patria no está en la tierra: “La manera en que yo entiendo mi vida es a través de las relaciones que tengo con las personas que amo. Uno se convierte en extranjero cuando se empeña en no amar a nadie en el país al que llega”.
Zgustova asintió ante esta definición poco común, propia de una época a la que ya muy pocos pertenecen, aquella basada en las alianzas del Viejo Continente, una que prefiere la concordia, la asimilación y la integración. “Trump ve la inmigración como un problema, y yo no puedo aceptar que se le imponga a nadie la categoría de extranjero. No puedo aceptar eso. Me da igual si hubiera vivido aquí o en Sudáfrica, habría procurado ser un miembro útil de la sociedad”.
“No debemos vivir en este mundo como extranjeros, y nadie nos puede imponer ese título”.
Vivir en griego, vivir en sueco
'Theo', como lo llamó cariñosamente Zgustova, tan solo ha publicado un libro en griego, el ensayo autobiográfico Otra vida por vivir. La práctica totalidad de su obra la escribió en una lengua que para algunos nunca será la suya. Durante la charla, como Albert Camus, declaró que antes que a las ideas, escogería siempre a su madre; sin embargo, no ha sido así en cuanto a la elección del idioma: para escribir prefirió el sueco antes que el griego. Para excusarse de ello fue tajante: "¿De qué iba a servir escribir en una lengua en la que ya no vivía?”.
No le fue difícil, explicó, conseguir expresarse idioma para escribir su primer libro. “El lenguaje es algo que necesitamos para manifestar nuestras ideas. El problema no es cómo expresarlas, sino tenerlas en primer lugar”. Además, la experiencia de aprender una lengua fue para él como adoptar una nueva visión del mundo. Una noción tan simple como el sol para los griegos era un suplicio y para los suecos “el mejor de los amigos”.
Por eso, no quiso confundir a sus lectores griegos con una traducción de su obra hecha a la medida sueca. El humor es un ejemplo –“Un chiste en sueco no haría reír a un griego, no lo entendería”, dijo–. El público de su país natal tendrá que darse por convencido, porque ninguno de sus libros en griego es idéntico a los originales. “Los reescribí todos en griego, no quise traducirlos. No son exactamente los mismos libros, pero creo que de todas maneras sería imposible que lo fueran”.

Theodor Kallifatides
Escuchar a los niños
Sin embargo, Grecia y Suecia se encuentran a partes iguales en su obra, admitió. Porque es complicado librarte de una patria que es el germen de la civilización occidental, y cuna de un saber al que has decidido dedicarte: la Filosofía nace en Grecia, la mitología, la etimología de algunas palabras en sueco provienen del griego y en última instancia, la literatura tiene en Homero y su tradición la fuente primaria. Así pues, sentenció: “No puedo olvidar Grecia, aunque puedo vivir sin ella. Está bien, siempre tendré un país que es mucho más grande que yo”.
Un país al que ya no le interesa retornar, porque ya no hay retorno posible. La forma de comunidad que él recordaba se ha desdibujado en otra cosa, al menos en el mundo de los adultos. En el de los niños aún queda sabiduría. Su nieta, el origen del relato que introdujo esta charla, acudió a él una vez con una petición sencilla: sus amigas y ella querían saber si podían arreglar el trastero que antes era un gallinero.
Para ellas no había obstáculos, pero yo sí los veía, de tipo práctico. ‘¿Pero qué vais a hacer allí arriba?’, le pregunté yo a mi nieta. ‘Solamente estaremos allí’, respondió, y me clavó una de esas miradas insondables tan propias de esa edad.
Ese espacio se convirtió en su templo. “El desván de la risa", así lo llamaron. ‘Vamos a sentarnos aquí, solo a reír’. ‘¿Eso es todo?’, le pregunté yo, y ella me respondió ‘¿Te parece poco?’"
Y antes de concluir el relato; apuntó: "Tal vez podríamos aprender algo de nuestros nietos”.