
El escritor Jules Renard
Jules Renard vuelve y vuelve
Se reeditan continuamente dos obras maestras del autor francés: sus 'Historias naturales' y el 'Diario'
Me acaban de llegar unos flamantes ejemplares de la nueva edición de las Historias naturales de Jules Renard (1864-1910). Como soy el autor del prólogo, cada dos años la editorial (De Bolsillo) me envía copias de la nueva reimpresión a mi casa. Y alternativamente, también cada año o cada dos años, la misma editorial me envía unos ejemplares de la reedición del Diario de Renard, que yo traduje.
En fin, que a Renard no lo puedo olvidar porque se ha convertido en una rutina anual muy grata, rutina de sorpresa cuando abro el paquete y veo esos bonitos libros. Los voy regalando –pues no es plan meter en mi biblioteca veinte copias del mismo libro, por más que me guste—, los voy regalando, según me llegan, a amigos y conocidos, con la agradable convicción, con la seguridad de hacer un regalo valioso.
Hay tantas obras maestras descatalogadas… Pero las de Renard no se dejan arrumbar, vuelven y vuelven y vuelven.
El excelente traductor Antonio Rivero Taravillo, que aquí mismo, en Letra Global, ha hablado muchas veces sobre la traducción, sabrá que esa labor es sacrificada, a veces mecánica, servil y decepcionante, no ya por los emolumentos que de ella se saque, y que siempre parecen pocos –hagas lo que hagas, te considerarás mal pagado-- sino porque uno pone su talento y su tiempo al servicio de una obra ajena, y no de la propia.
La complicidad con el autor
Nabokov alguna vez se refirió con desdén a ese oficio, considerándolo patético; pero bien que él se pasó años y años traduciendo Eugene Oneguin al inglés, sólo para que su (hasta entonces) gran amigo y cómplice Edmund Wilson le hiciera una crítica demoledora, que al legítimamente vanidoso Nabokov le sentó como alevosa traición.
Sobre todo cuando uno tiene que poner todo su talento lingüístico, poco o mucho, al servicio de un autor que no le gusta, o que incluso le parece un imbécil –me ha pasado--, la profesión de traductor, sí, es verdaderamente lamentable. Pero otras veces, cuando uno respeta y admira al autor, traducirle se convierte en un ejercicio de complicidad incomparable.
Acabas sintiendo que estás “en” su cerebro, en su corazón; a veces, mientras traduces una frase, incluso te parece que adivinas qué va a decir la siguiente. Vas de frase en frase, paladeándolas, celebrándolas, buscando las palabras y los giros más exactos para no traicionarlas, o traicionarlas lo mínimo.

Portada de 'Diario', de Jules Renard
Recibir las Historias naturales me gusta mucho porque en la portada, junto a mi nombre como prologuista, figura el de Joan Riambau como traductor. Que en un mismo recuadro de la portada figuren los nombres de Jules Renard en letras mayúsculas, y a renglón seguido, en minúsculas, el de Riambau y el mío, es cosa que valoro como un blasón.
Pienso en Riambau y me sonrío, imaginando lo que debió penar para traducir ese ingenioso bestiario compuesto de textos mínimos, lírico, de pequeñas gemas estilísticas, en que el juicio irónico, su gracia, se sustenta sólo en un estilismo musical afinadísimo. Todo son matices del sentido, pura lengua francesa. No lo debió de pasar muy bien.
El ritmo de cada frase
Con el Diario, que, como he dicho, también se reedita periódicamente --¡cualquiera de estos días llamarán a la puerta y será un simpático mensajero de De Bolsillo, con un paquete de ejemplares calentitos!-- no me encontré con tantas dificultades, aunque también ahí, en el relato de su vida cotidiana, de la vida rural, de la vida literaria parisiense de la Belle Époque, Renard pulía las frases como si fueran diamantes.
También ahí había una página endemoniada sobre las nubes, o una angustia en la descripción de una encuentro con Banville o con Verlaine, cuya exacta calidad dependía del ritmo en la caída de una frase lapidaria; sí, pero la suerte de una entrada del diario no dependía, como en las Historias naturales, de la longitud de una palabra, de una coma, de un acento…

Portada del libro 'Historias naturales', de Jules Renard
La edición española del Diario es una antología, apenas recoge una quinta o sexta parte del texto original. Pero esa selección está muy pensada, porque la hice con Josep Massot (excelente periodista cultural y luego autor de la biografía canónica del pintor Joan Miró) discutiendo cada entrada, cuál debía salvarse, cuál debía suprimirse. Creo que la suma de dos sensibilidades diferentes contribuye a que la selección esté bien equilibrada, evita una decantación personalista. Él aportó además un prólogo que sintetiza la estética, los tiempos, la obra y la vida de Renard de forma magistral, inmejorable.
La vida y el arte, y algo más
Ese Diario es uno de los mejores de la historia y el primer, e insuperable, autorretrato sin complacencia del intelectual burgués. Jules Renard triunfó en la literatura, relativamente, y vivió de forma acomodada gracias a un matrimonio de conveniencia que rápidamente se transformó en amor verdadero. Tenía hijos, amigos valiosos, obtuvo distinciones, reconocimiento. No podía quejarse de casi nada pero era un hombre desdichado, quizá porque llevaba la herida incurable de una infancia con unos padres desafectos y glaciales, que cuenta, apenas velada, en su otra de sus obras más celebradas, Pelo de zanahoria.
Dicen que el arte está para aquellos a los que la vida no les parece suficiente. A Renard, aunque sabía ser sociable y sonreír continuamente, no le bastaba la vida ni el arte.
Es el único escritor, que yo conozca, que reconoce que envidia a algunos de sus amigos –especialmente a Edmond Rostand, el autor de Cyrano de Bergerac, que tenía más éxito y en su opinión escribía mejor— y que desprecia íntimamente a otros.
Que se reconoce orgulloso de una condecoración que en el fondo sabe que no vale nada. Y que siente alivio cuando se queda calvo: su cabello, explica, llevaba años raleando fastidiosamente y ya no era, como cuando joven, un atributo sano, decorativo, emblema de energía y romanticismo, ya había pasado a ser sólo un incordio. Poder olvidarse del peinado y el barbero, ¡qué liberación!
Valga como muestra de sus observaciones este botón: “El paraíso no está en la tierra. Pero hay fragmentos. En la tierra hay un paraíso roto”.