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Para conocer a fondo las cosas, e incluso a las personas, conviene mirarlas de cerca y, en ocasiones, solicitando antes el debido permiso, tocarlas. Ninguna filosofía, pensamiento, teoría o abstracción pueden sustituir al infalible conocimiento empírico que, aunque no sea capaz de desvelar todos los misterios del universo, los delimita y permite un primer abordaje de urgencia. Nadie conoce la política cultural española del último medio siglo como Sergio Vila-Sanjuán, periodista y escritor, hombre elegante y generoso, que dirige el suplemento cultural del diario La Vanguardia. 

Vila-Sanjuán lleva ejerciendo el periodismo, oficio que no pasa por sus mejores momentos, desde la Transición, cuando comenzó a publicar crónicas culturales en El Correo Catalán y en El Noticiero Universal, antes de trasladarse a las páginas del periódico de la familia Godó. Desde 1977 conoce a todo el mundo y todo el mundo, a su vez, lo conoce a él. En Barcelona y en Madrid, donde se asientan las dos orillas –una de ellas de secano– de la cultura oficial, que en España funciona a partir de una dialéctica que es institucional (y por tanto política) y también un hecho de mercado: la capital de España y Cataluña son los dos territorios del país con mayor índice de lectura, librerías, instituciones culturales con más proyección y el hogar (permanente o de paso) de personajes que, por su trabajo o sus obras, son parte de la galaxia de la España cultural. Las razones de esta dualidad, que antecede a las autonomías, y que no ha desaparecido con ellas, aunque las cosas sean diferentes, son múltiples. 

El periodista y escritor Sergio Vila-Sanjuán

Influye la inercia histórica, la concentración editorial –notable, en el caso de la Ciudad Condal– y la institucionalización del poder cultural, que es otra forma de construir una hegemonía económica y política. Todos estos factores han ido moldeando a la cultura española durante las últimas cinco décadas, que coinciden con la restauración (pactada) de la monarquía y el despliegue (imperfecto) de la democracia. Al contrario que en el orden puramente político y económico, donde las revisiones de este periodo cronológico han sido muchas y controvertidas –la cultura es tanto discusión apasionada como disidencia civilizada–, el ámbito cultural no ha sido objeto de excesivas recapitulaciones. 

Existen aproximaciones académicas –útiles pero incapaces de trascender su propia placenta– y algunos ensayos, como el atronador El cura y los mandarines. Historia no oficial del Bosque de los Letrados (Akal), que el periodista Gregorio Morán escribió sobre la época que va desde el primer tardofranquismo (1962) hasta finales del pasado siglo (1996), donde se salta desde lo cultural a lo político, dando por hecho que se trata de vasos comunicantes. Esta analogía, que no es nueva, porque no existe un discurso cultural que no tenga como correlato una determinada ideología, ya señala una característica de la cultura oficial: sus estrechas relaciones con el poder político, que acostumbra a concebir –sucedía antes y sucede ahora– la tarea creativa como una manifestación lateral, pero con indudable capacidad simbólica, de su grado de penetración e influencia social. 

'Cultura española en democracia' DESTINO

La verdadera cultura, por supuesto, es otra cosa, pero perderíamos perspectiva si dejásemos fuera de foco su componente teatral, del mismo modo que el ser humano se ve a sí mismo reflejado en las tragedias de Shakespeare o en las comedias (satíricas) de Moliere. Vila-Sanjuán se dio cuenta de la ausencia de una historia cultural de la democracia a finales de 2018, cuando indagaba –para escribir un artículo en el Cultura/s– en la bibliografía existente y se topó, si no con un vacío, con una cierta carencia editorial: al margen de los periódicos, que van registrando por capítulos la actualidad antes de que ésta adquiera su condición histórica, existían monografías, pero no una visión, aunque fuera breve, de conjunto. 

Éste es el origen de Cultura española en democracia (1975-2024), un breviario editado por Destino en el que el periodista barcelonés, autor de obras como Otra Cataluña, Código ‘best-seller’, Barcelona, la ciudad de los libros o Pasando Página, traza una panorámica de este largo tiempo dividida por décadas –cada una de ellas merece un capítulo propio– y hace un abordaje pormenorizado de lo que llevamos de siglo XXI, cuando se produce –según su análisis– un viraje en las tendencias dominantes hasta ese momento. Vila-Sanjuán no busca ser exhaustivo –se trata de un ensayo breve, no de un estudio que agote la cuestión– ni tampoco pretende concluir con un análisis categórico. Desde la introducción deja claro que la intención del libro es descriptiva –hechos, personajes, hitos– y la óptica, barcelonesa; cosa por la que el autor se disculpa por anticipado y equilibra con algunas incursiones periféricas (hechas gracias a colegas de profesión, a los que cita por sus nombres en los agradecimientos).

'Otra Cataluña' DESTINO

El eje dominante, por tanto, es el binomio Madrid-Cataluña. El libro propone una revisión de los episodios más notables de la cultura española, seguida de una reflexión personal que abre un debate muy necesario: ¿En qué medida España ha sido en estos años capaz de acercarse a otros países europeos considerados potencias culturales? La conclusión de Vila-Sanjuán, en líneas generales, es positiva –“pas mal”– pero no mayestática, dado que sobre esta cuestión –acerca de la cual este breviario abre una pertinente discusión que debería tener continuación– se ciernen nuevas circunstancias y un nuevo paradigma –el presente digital– que nos obligan a hacer una evaluación a fondo no sólo desde los ámbitos estrictamente institucionales, profesionales y políticos, sino sociales. 

Es un hecho indiscutible, al menos desde el punto de vista estadístico, que la democracia ha hecho avanzar a la cultura española. En 1974, por dar un dato, la tasa de lectura de libros no superaba el 25% de la población; en 2009 superaba de largo el 55%, diez puntos menos que en la actualidad. La universalización de la educación básica, los estudios superiores y la reducción del analfabetismo, que en 1931 afectaba a cuatro de cada diez españoles, ha eliminado esta lacra social, del mismo modo que hemos pasado de ser un país de emigrantes a un destino para la inmigración.

'Una crónica del periodismo cultural'

Todo ha cambiado mucho en estos años: el tejido editorial, las industrias culturales (que antes no existían ni se llamaban así), el consumo de libros, cine y espectáculos, y los organismos y las instituciones culturales, multiplicadas –en ocasiones de forma faraónica– con el Estado (cultural) de nueva planta de las autonomías. También lo ha hecho, no siempre de forma pareja, la creación artística. Como explica Vila-Sanjuán, el grado de internacionalización de la cultura española, que al morir Franco era anecdótico o puntual, se ha convertido ya en un hecho natural, aunque haya descendido en relación al momento dulce de los noventa. 

El periodista barcelonés, testigo en primera línea y en primera persona de todo este devenir, enjuicia aquellos primeros años de libertad cultural como la expresión de la voluntad de “modernización y afianzamiento de la democracia”. “Todo” –escribe en este libro– “transmitía una refrescante sensación de novedad (…) Hubo ambición y grandeza de miras”. 

'Pasando página' DESTINO

También se produjo –a nuestro juicio– una gran paradoja. A falta de una auténtica ruptura política con el pasado, que fue el anhelo imposible de la izquierda española, que no tuvo más remedio que acordar la Transición con una parte de los legatarios del franquismo (reconvertidos en liberales tardíos) por falta de suficiente fuerza social, igual que los procuradores en Cortes avalaron el desmontaje del régimen al que pertenecían porque sabían que la dictadura se había extinguido con el dictador, en el ámbito cultural, tras un periodo breve –que Vila-Sanjuán documenta–, se ensayó una ruptura cultural que, aunque no pueda denominarse modernidad (la Movida sólo fue una pálida copia castiza, con dos décadas de retraso, del underground de la década de los años sesenta), sí contribuiría, durante un tiempo, a traer una libertad que, en estos tiempos de corrección política y atomización identitaria, se evoca con indudable nostalgia. 

En el contexto español mucho de lo que se tenía por moderno no lo era tanto. Y una parte nada despreciable de lo que, únicamente por suceder dentro de una España sin libertades, se condenó injustamente a la hoguera ideológica, que desde entonces no ha dejado de arder, sí atesora la verdadera semilla de esa modernidad duradera que, como explica Octavio Paz en su ensayo Los hijos del limo, es capaz de crear su propia tradición. 

'Barcelona, ciudad de los libros' LIBROS DE VANGUARDIA

Para Vila-Sanjuán el punto de inflexión es 2007, cuando empieza la crisis y comienza el cuestionamiento del marco cultural institucional. De la efervescencia y la autoestima se transitó hacia el desencanto (Anagrama dejó de vender libros marxistas porque ya no los compraba nadie). Desde el amateurismo (cuyas edades de oro fueron el underground barcelonés y la escuela de los pioneros sevillanos, mucho menos recordados y a cuya recuperación han contribuido las aportaciones del crítico cultural Fran G. Matute, experto en la galaxia de disidencias meridionales) se caminó en dirección a una profesionalización industrial que, en algunos casos, llegó a convertirse en una burbuja gracias a la decisión del PSOE de alimentar (con medallas pensionadas) todo lo que se fingiese cultural, lo fuera o no. 

Sobre este periodo Rafael Sánchez Ferlosio escribió en 1984 un artículo memorable y antológico –La cultura, ese invento del gobierno– donde lanza una gloriosa invectiva (exposición de abanicos mediante, a “10.000 duros por barba”) contra la “monumental parida de la monada cultural”. España, como sostiene Vila-Sanjuán, es un país culturalmente más rico que hace medio siglo. Nadie lo discute. Pero va siendo hora de preguntarse si la institucionalización y la obsesión por el escaparatismo cultural no habrá convertido a España, donde la alta y la baja cultura han convivido casi siempre sin mucho esfuerzo, en un país más previsible, en cierto sentido más conservador e impostado y, quizás, bastante menos libre.

'La cultura y la vida' LIBROS DE VANGUARDIA