Historia literaria del haiku
El haiku japonés, una forma poética milenaria y de naturaleza breve, ha fecundado tanto la poesía oriental como parte de las literaturas occidentales. Su larga historia e influencia será objeto de una serie de artículos del poeta y traductor Antonio Rivero Taravillo para Letra Global
No tanto un género como una forma, o no tanto una forma como un género, el haiku japonés tiene una larga historia que lo trasciende en sus orígenes y en sus ramificaciones por otras lenguas y literaturas en una fértil hibridación sin la cual ya no es concebible estudiar, no ya la literatura japonesa, sino las occidentales a partir del conocimiento de aquella. Surge de una forma escrita al alimón por dos o más poetas, la renga, que aparece ya en los veinte libros del Manyoshu (año 760 de nuestra era), cuando la capital estaba todavía en Nara, prosigue en los Cantares de Ise o Ise Monagatari (950) y en el siglo XI preludia el comienzo de su popularidad en la siguiente, impresionante centuria para la poesía lírica universal si tenemos en cuenta que es también el de la eclosión de la poesía de los trovadores en esta parte del mundo.
El Manyoshu se suele traducir como Colección del millar de hojas o Colección para las diez mil generaciones, y recoge composiciones que, en su mayoría, excepción hecha de algunas bastante anteriores, se escribieron entre los años 600 y 759. Entre ellas hay 4.207 tankas, poemas breves de 5-7-5-7-7 sílabas (también denominados waka, palabra que alude en general a la poesía japonesa que adoptando su propio camino se separa de la china, tan influyente en esta en sus orígenes). Estos poemas breves se distinguían de los largos, o choka, en su extensión, pero también los choka terminaban con la estructura 5-7-7.
Como se verá, estos pentasílabos y heptasílabos, piedra angular de la poesía nipona, serán decisivos en el haiku. Los hay compuestos por emperadores, emperatrices consortes, príncipes, princesas y cortesanos, pero también por gentes del común, seres anónimos de quienes se han salvado sus versos, no sus nombres. De otro lado, hay que destacar que la tendencia siempre fue a poner en tres líneas los versos de las tankas, fusionando versos. Esto ya denota una predisposición a la terna que cuajará en los tres versos del haiku, transcritos en tres renglones como las tankas (con líneas resultantes, claro está, de un poco más de extensión, dentro de la brevedad).
En muchos de aquellos poemas, la mayoría de ellos de amor o elegíacos, cabe ver paralelismos con la poesía popular nuestra, tanto es así que, como señala Antonio Cabezas en su traducción del Manyoshu, el orientalista Arthur Waley apuntó a “las coplas del sur de España”. A ello contribuye que a menudo estos poemas estaban destinados a ser recitados con acompañamiento de arpa o flauta japonesas. Y como en la poesía popular de otras partes del orbe, la mujer no fue extraña a la confección de versos: en el Manyoshu están representadas setenta mujeres de 671 poetas. Si no es un elevado porcentaje, tampoco es un dato anecdótico. Temprano conocedor de este mundo entre los autores hispánicos, quien fue embajador de México en Tokio, Octavio Paz, apuntó: “Los señores se enamoraban de las damas por la elegancia de su escritura tanto como por su ingenio para versificar”.
Era la renga un poema encadenado (la primera vez que aparece la palabra es en 1127), y los tres versos iniciales de ella se denominaban (5-7-5) hokku. Un primer poeta componía esos tres versos y otro hacía lo propio con los dos siguientes (7-7) a partir de ese pie forzado. Un tercero añadía un nuevo hokku y un cuarto lo remataba, y así sucesivamente (hay alguna renga que alcanza el centenar de versos). Más adelante, en el siglo XV, Sogi fue el primero en establecer la necesidad de que la renga se abriera con una alusión a la estación del año, tanto más refinada cuanto que no se limita a nombrar el verano, el otoño, la primavera o el invierno, sino elementos característicos de cada uno de ellos: un fenómeno climatológico o meteoro, un ave, una planta, un fruto… Con el tiempo, esta norma se trasladará al haiku.
Los autores de renga viajaban visitando casas de nobles, en cuyos salones componía e instruían sobre la creación de rengas. Esta itinerancia en tiempos anteriores a la imprenta fue instrumental en la difusión de esta poesía. No era insólito que los autores de renga (los coautores, siendo más precisos) llevaran memorizadas a la sesión versos que luego propondrían al colaborador o intentarían calzar al pie de los ya presentados. La forma de composición de la renga, dicho sea de paso, recuerda a elaboración la del anaglifo de Federico García Lorca, más festivo, más jocundo e inesperado dentro de la previsibilidad del artificio pirotécnico (el ejemplo canónico es “El té, / el té, / la gallina / y el Teotocópuli”. También, al cadáver exquisito de los surrealistas.
Si el longevo monje budista y calígrafo Yamazaki Sokan (1465-1553) fue el creador del haikai como “forma grácil, ingeniosa y humorístico del hokku” según el estudioso y traductor Antonio Cabezas, Masaoka Shiki (1867-1902) fue el introductor del neologismo haiku, ya independiente de la renga. Entre uno y otro se produjo la edad de oro del haiku, no importa el nombre por el que lo llamemos: esa composición de diecisiete sílabas o moras (segmentos de articulación, cantidad equivalente a una sílaba breve).
Matsue Shigeyori (1602-1680) y Nonoguchi Ryuho (1595-1669) unieron sus esfuerzos para compilar una antología de hokku o haikai: la llamada Enoku Shu. La recogida de poemas tuvo lugar entre los años 1631-1633, pero ambos hombres discutieron, y finalmente el primero fue el que corrió con la publicación. Incluía más de quince mil hokku y mil tsukeku (los tres versos iniciales de la renga). Fue muy leída y se convirtió en un repertorio de modelos para los poetas que vinieron después. Abundaban los dobles sentidos y las ambigüedades, los juegos de palabras, las alusiones.
Ante tal éxito el maestro Teitoku, que se había mostrado reacio a publicar sus haikai y sus ideas sobre esta forma poética, cedió y reunió sus opiniones, juicios o reglas sobre la misma. Teitoku y Yamamoto Saimu compilaron entonces unos apuntes titulados Kururu, que circularon ampliamente entre sus discípulos y fueron publicados en 1651. Era una detallada preceptiva repleta, más que de consejos para componer, de cosas a evitar tenidas por defectuosas. Esta codificación permitió dar respetabilidad al haikai, sentando las bases para la obra de Basho.
Hubo un eslabón en medio: Nishiyama Soin (1605-1682), cabeza de la escuela Danrin. Como señala el estudioso Jean Giroux, “Basho, que había estudiado los haikai de ambas escuelas, aprendió de las dos. De Teitoku aprendió la importancia de la técnica y el oficio, de Soin la importancia de la espontaneidad y de la descripción del instante”.
Matsuo Basho (1644-1694) fue el gran creador de haikai de su época. Tras esta, aunque tuvo discípulos, el género entró en cierto declive. Sin perjuicio de que más adelante examinemos con detenimiento la vida y la obra de Basho, podemos afirmar que con él, valga la reiteración, adquiere carta de naturaleza la naturaleza en el haiku, y este acontecer de la vida en el marco delimitado por escenarios físicos y delimitaciones temporales será decisivo en la evolución de esta forma poética. Sus cuadernos de viaje, prosas que intercalaban haikai sobre las experiencias de su peregrinar de monje, constituyen una colección vertida a muchas lenguas y de la que en español hay un puñado de traducciones, la más conocida de las cuales es Sendas de Oku, de la mano de Octavio Paz, que no llegó a dominar la lengua japonesa, en colaboración con un experto de aquel país.
Vinieron más tarde dos de los mayores Taniguchi (o Yosa) Buson (1715-1783) Kobayashi Issa (1763-1827). El primero viajó como Basho, y fue pintor. El segundo, tuvo ojos sobre todo para lo minúsculo, incluidos los súbditos más humildes del reino animal, lo que ha hecho que se le compare con san Francisco de Asís. Pobre y con una vida asendereada, es capaz de escribir pequeñas joyas como esta: “Viento de otoño. / Un mendigo me mira, / comparativo”. Otro poeta importante del siglo XVIII fue Karai Senryu (1718-1790), quien introdujo una nueva modalidad que ha recibido su nombre, senryu, caracterizada por la sátira y el humor, lo que la acerca al epigrama grecolatino, también porque se abre el espectro del vocabulario, entrando en este el lenguaje corriente para criticar mordazmente personas, comportamientos, costumbres.
Como es natural, la experimentación y el cambio también han sucedido en el haiku, y en el siglo XX se han compuesto de solo dos versos u otros que no se atienen a la distribución métrica establecida y hasta entonces aceptada, incluso defendiendo el verso libre. Un ejemplo de esto es Ogiwara Seisensui (1884-1976). Pero el gran fenómeno que conoce el haiku el siglo pasado es el de su internacionalización, y ya no cabe hablar del haiku como de una forma estrictamente nipona, como el soneto dejó de ser toscano para hacerse universal quinientos años antes. En próximas entregas veremos la filosofía que late en el haiku, más en detalle sus figuras prominentes y cómo tuvo lugar este desarrollo en diferentes literaturas y en la nuestra hispánica.