Los diarios de Max Aub

Los diarios de Max Aub DANIEL ROSELL

Letras

Max Aub y el largo exilio de los anhelos

Renacimiento publica en un espléndido volumen, al cuidado del profesor Manuel Aznar Soler, los diarios (incluyendo inéditos) del escritor republicano desde 1939 a 1972, un monumento a la memoria de la España peregrina

19 enero, 2024 13:02

Converso con el hombre que siempre va conmigo / quien habla solo espera hablar a Dios un día”. Estos dos versos del ‘Retrato’ de Antonio Machado, cargados con la sencillez (aparente) que identifica los sentimientos humanos más profundos, pueden leerse como la expresión de esa infinita soledad que, incluso dentro de una multitud, rodea siempre a los hombres. En el caso de Max Aub (1903-1972) son un resumen exacto de su destino: un escritor (excelente) sin lectores (coetáneos), expatriado tras pasar por campos de prisioneros en Francia y Argelia, huido de su país, detenido y maltratado, sacudido por los amargos estragos del exilio, olvidado durante lustros por quienes han hecho de la literatura una institución cerrada y, acaso, el memorialista más importante de esa dignísima España peregrina –bautizada así por José Bergamín– que sobrevivió a la Guerra Civil sin renunciar ni a sus convicciones ni a su patria, pagando el inmenso precio de un desengaño perpetuo. 

Aub, nacido en París de padres alemanes, judío agnóstico, criado en Valencia, se pasó la vida sobreponiéndose a una larga sucesión de calamidades y escribiendo, sin que esté todavía claro si lo primero fue la causa de lo segundo o al contrario. No importa. Lo suyo, más que vocación, fue obstinación: una forma (agónica) de redención. Nunca tuvo éxito editorial, aunque gozara de un vago prestigio cultural, sobre todo en los años crepusculares en los que formó parte de los jurados de festivales de cine internacionales.

La España de Max Aub / DANIEL ROSELL

La España de Max Aub / DANIEL ROSELL

Su vida transcurrió entre el deseo (imposible) de regresar algún día a una España libre y democrática y la certeza de que el destino estaba decidido a impedírselo a toda costa. Volver a su tierra de elección, volvió en dos ocasiones, pero como cuenta en La gallina ciega, el dietario de su visita a la España de 1969, no tardaría en darse cuenta de que nadie lo conocía en su propio país. Por supuesto, nadie lo esperaba. Y a absolutamente a nadie importaba el pasado –esfumado tras su marcha– y menos aún un presente en el que únicamente figuraba a título de inventario. 

La gran virtud moral de Max Aub fue darse cuenta –antes que nadie– de esta agria certeza. Ser víctima del tiempo de la historia, asumirlo y seguir adelante sin rendirse. Nunca se refugió en la fantasía. Siempre eligió la realidad. Su obra es un testimonio de ese dolor. Un ejemplo de cómo quien disfruta del don de la inteligencia padece mcho más en la vida –“que es un prodigio y lo único que tenemos”– que quienes carecen de ella. Donde mejor se desvela esta desnudez del alma es en sus Diarios, que la editorial Renacimiento acaba de reunir en un magno volumen –967 páginas– al cuidado de Manuel Aznar Soler, profesor de la Universidad de Barcelona. 

'Diarios 1939-1972'

'Diarios 1939-1972' RENACIMIENTO

Los cuadernos que conservamos de su puño y letra –los escritos íntimos anteriores a 1939 se han perdido– retratan las causas (pérdidas) y los azares (tormentosos) de este hombre valiente que se atrevió a caminar solo por la vida, sin darse por rendido. Pero también sin conseguir sus deseos en una existencia llena de tormentos. El sello sevillano, dirigido por el librero y editor Abelardo Linares, ya había publicado una selección de estos dietarios reunidos, que son el retrato de una clase de escritor que ha pasado a la historia. Aub es como un ser de otro tiempo: culto, grafómano, comprometido (también muchas veces equivocado) y empeñado en decir algo en literatura, en la política o dejar huella en la historia cultural de su país. Y hacerlo en un idioma que fue el suyo por libre elección (no por formación). 

Durante décadas, no encontró mucha gente que quisiese escucharlo. No le importó. Siguió escribiendo pese al grave silencio que oía tras sus pasos. De ahí que estas anotaciones personales, redactadas por un hombre que ya sabe por anticipado que no cuenta con lectores, muestren una infinita libertad y describan con sumo detalle todas las estaciones del desengaño al que tuvieron que enfrentarse quienes dejaron España –él cruzó la frontera junto a su amigo André Malraux–, se mudaron a un país ajeno –en su caso, México– y vieron cómo se alargaba en el tiempo la dictadura que había deshecho sus planes vitales, sustituyéndolos por la flor negra del desarraigo. En estas libretas está el Max Aub más auténtico. Mucho más vivo y entero que en sus obras de teatro –que rara vez pudo estrenar, pero que jamás dejó de escribir–, en sus novelas o en sus ensayos literarios. 

'Nuevos diarios inéditos'

'Nuevos diarios inéditos' RENACIMIENTO

Los registros sobre su vida recogidos en estas anotaciones abarcan desde 1939, el año (definitivo) del fin de la Guerra Civil, hasta su muerte –en Distrito Federal– en 1972. En su mayoría ven la luz de forma integral, ya que el escritor valenciano únicamente publicó, antes de fallecer, sus confesiones correspondientes a su primer periplo español, las anotaciones de un viaje a La Habana en los años del primer castrismo –Enero en Cuba– y una crónica de su reclusión en Argelia (Diario de Djelfa). Tres estaciones de un itinerario lleno de anhelos no correspondidos. Max Aub, al que siempre acusaron de comunista, y que fue en todo caso un socialista de su tiempo, tan diferente al nuestro, de clara raíz humanista, vivió en la capital azteca los pavores de la precariedad del exiliado, un perfume que ya nunca lo abandonaría. 

Sus registros nos hablan de su vida cotidiana, de sus ideas acerca de la literatura, de sus convicciones ideológicas, de su perspectiva sobre la historia. Otros documentan hechos, encuentros, personajes (célebres y humildes), impresiones y un recurrente malestar crónico. Siempre le atormento el escaso eco de sus libros, su molesta condición periférica. Estos desarreglos, paradójicamente, son (junto a su estilo suicida) los elementos que han hecho de estos cuadernos unas memorias literarias de una época sin asiento, hecha como en el aire, con un inmenso océano de por medio. Aub decide militar en un bando –la izquierda ilustrada– pero no renuncia a su libertad crítica. Defiende los logros de la revolución cubana pero se escandaliza ante el caso Padilla. Critica por igual el imperialismo de Estados Unidos y el de la Unión Soviética. Queda seducido por la figura del Che Guevara y se cartea con Dionisio Ridruejo. Viaja a Israel y descubre que el espíritu laico del sionismo, esa forma de socialismo utópico, ha ido diluyéndose en el nacionalismo religioso. 

'La gallina ciega'

'La gallina ciega' RENACIMIENTO

No son estos dietarios una colección partidaria, aunque su autor tome partido sin cesar: “Escribo lo que me da la gana y como me pasa por los cojones. Punto y basta”. No es lo que haría –ni entonces ni ahora– un comunista escolástico. En cambio, sí es lo que hizo su escritor favorito: Baroja. Pero, al contrario que en el caso del novelista vasco, Aub no se instala intelectualmente en el escepticismo. Lo suyo es el desengaño. Antes de éste acontezca, lo que parece moverlo siempre a seguir adelante es una creencia íntima, una esperanza que se va haciendo más difusa a medida que los años pasan y descubre que es imposible alterar la rueda de su destino. Resulta prodigioso que en ningún momento dejara de escribir. O que no le venciera la decepción (cotidiana) de ver a muchos hombres rendirse ante la asombrosa duración del franquismo y los quebrantos del exilio. 

Tampoco le detuvieron las dudas: pensaba que entre los escritores de su generación y la gente del 98, su mayores, existía un inmenso hiato. Buñuel, cuya biografía fue la coartada de su primera visita a España, fue sin duda el personaje de la generación del 27, junto a Cernuda, que más le interesó. Siempre creyó que el éxito literario, el único umbral que garantiza atravesar la puerta de la inmortalidad, justificaría su perpetua lucha por la vida. Se sabía mortal, y precisamente por eso no dejó de escribir, aunque fuera su único lector. Su laberinto mágico tenía salida. Este magnífico libro de memorias lo demuestra.