La imaginación de Joaquim Ruyra
La profesora Lluïsa Julià publica Dotze relats i altres textos una antología del escritor de Blanes, un autor 'secreto', elogiado por Josep Pla y Gabriel Ferrater, que destacó por su versatilidad estilística y una prosa encantadora
14 agosto, 2023 14:48“Ruyra estigué tocat d’un realisme màgic, diví, celestial, i posà, darrera de les coses més mínimes, una resplendor espiritual”. Así describió Josep Pla, en un capítulo espléndido de Viatge a la Catalunya vella, al escritor de Blanes Joaquim Ruyra (1858-1939), que para él fue un maestro, uno de los pocos ejemplos a los que pudo remitirse para desarrollar las posibilidades de la prosa vernácula. En su Curs de literatura contemporània, Gabriel Ferrater también le dedicó a Ruyra un estudio brillante y muy lúcido en el que aprovechó para especular acerca de la inexistencia de una gran novela catalana.
Como se sabe, el catalán ha gozado sobre todo de una gran poesía, pero en cambio cuenta con pocos prosistas y aún con menos novelistas relevantes. Ferrater habló del desarrollo tardío de la prosa en las literaturas europeas y del nacimiento de la novela como un género que rivaliza con la historia a la hora de abordar los problemas intestinos de las incipientes sociedades burguesas.
Cataluña, al haber querido entender siempre sus conflictos en oposición a España, habría quedado fatídicamente limitada en su imaginación narrativa para desarrollar una novela a la altura de las restantes tradiciones. El catalanismo (“la máquina de tortura, el mal crónico”) habría actuado así como inhibidor del fértil sentido crítico que anima la obra de Balzac, Flaubert, George Eliot o Dickens.
El propio Josep Pla admitió que él mismo había fracasado en su intento de retratar a la burguesía catalana, a su juicio una de las más curiosas, con ese “miedo tremendo al encarregat”. Por eso resulta tan interesante volver a estas cuestiones y tratar de seguir el hilo que va de Ruyra a Pla, que en sí conforma la historia de la consolidación de un estilo y de la visión de un país.
La profesora Lluïsa Julià ha publicado este año una nueva antología de Ruyra titulada Dotze relats i altres textos (Edicions de la ela geminada). El libro permite hacerse una idea de las virtualidades latentes en la producción de aquel escritor que vivió toda su vida a caballo entre Blanes y Barcelona, dedicado a leer, a escribir, y al estudio de las matemáticas, una pasión que quizá determinó la configuración geométrica de sus periodos sintácticos, siempre perfectamente calculados.
Los distintos textos recopilados en este volumen dan sobre todo la impresión de una imaginación en ciernes, muy dotada para una gran variedad de géneros –desde la autobiografía al apunte naturalista, el apólogo, el relato fantástico, la viñeta humorística e incluso la ciencia ficción– sin que su autor hubiera tenido tiempo o tradición para destacar en ninguno de ellos. Como ya observó Ferrater, Ruyra fue un escritor inteligente que oscilaba entre la simplicidad más embarazosa y la complejidad más sofisticada de su catolicismo rural.
El catolicismo, entendido como fuente imaginativa, ha dado cosas tan dispares y tan extraordinarias, sin movernos del siglo XX, como Buñuel o Flannery O’Connor. Ya sea a partir de la herejía y la blasfemia, caso del aragonés, o de la extrema devoción dogmática en la escritora, el imaginario católico funciona como una mitología común a partir de la que se pueden derivar experiencias y problemas humanos de muy diversa índole, pero siempre traspasados de elevación e intensidad. (Esa es la gran diferencia, dicho sea de paso, con respecto a la imaginación secular, cada vez más empobrecida y ancilar de los dogmas democráticos, que si bien, por una parte, han servido indudablemente para liberar a la ciudadanía, por otra, nos han encadenado a una rutina de opinión y de representación algo empobrecedora con respecto a la verdad de la condición humana).
'Les coses benignes', uno de sus cuentos más populares, recogido en esta antología, ilustra esa vertiente más devocional e ingenua de su credo. Se trata de una historia de inspiración franciscana sobre un frailecillo, el padre Sadurní, que vive en el viejo convento de Blanes y que tiene una relación mágica con los pájaros y en general con la naturaleza.
El relato no es más que una hagiografía, pero destaca sobre todo por el vigor de la prosa, las descripciones del paisaje, el léxico riquísimo y la capacidad para describir el mar y la costa, algo que fascinó particularmente a Pla. Hay otra nouvelle suya, muy admirada también por el ampurdanés, titulada 'El rem de trenta-quatre', que es la mejor historia de mar escrita en catalán.
La frase de Ruyra tiene ahí un aliento y una complexión insólitas en una lengua con pocos modelos al respecto. El viaje del Santa Rita por la costa brava, en medio de una espectacular tormenta, adquiere tintes bíblicos. Pero es que además, en esa pieza, Ruyra se demuestra un maestro de las voces, ya que la dramatización del habla de Blanes –curiosamente muy cercana al catalán de Mallorca– resulta fascinante, con diálogos muy bien trabados y personajes magníficamente perfilados, como l’avi Mauva, el viejo pescador que tras enviudar todo lo vendió para no volver más a tierra.
'Les coses benignes', que tiene esa particular llum d’ermita de la que habló Pla para referirse a la espiritualidad de Ruyra, contrasta con otro de los mejores cuentos del autor, La parada, justamente el que abordó Ferrater en su lección. Aquí el catolicismo de Ruyra cobra una tensión superior al exponer diversos planos de sensibilidad dentro de una misma cultura rural y católica.
El relato, que también puede considerarse una nouvelle, cuenta la historia de tres niños que deciden escaparse una noche al monte para cazar pájaros al alba. Uno de los chicos, el narrador, tiene una visión romántica y sagrada de la naturaleza, mientras que otro, Xaneta, está inmerso en las leyes de la necesidad. Ruyra acierta plenamente al mostrar crudamente la brutalidad con que las sociedades rurales conviven con el medio natural.
Toda la narración parece preparada para una revelación pueril con respecto a los misterios de la naturaleza, como ocurría en 'Les coses benignes'. Sin embargo, el cuento acaba con Xanega matando a las hembras de los pájaros cazados para echarlos a la cazuela del arroz, un trabajo que el chaval realiza con total frialdad e indiferencia, ante el espanto del narrador, cuya concepción franciscana de la creación se vuelve de pronto siniestra.
En la antología hay también un texto estupendo, Els temps difícils del doctor Turró, los primeros capítulos de una biografía inacabada que la Generalitat encargó al viejo Ruyra en sus últimos años, cuando, en plena guerra civil, malvivía en Barcelona, desposeído de sus tierras. El biólogo Ramón Turró fue amigo de juventud de Ruyra, que en estas páginas –también muy elogiadas por Pla, que no descansó hasta verlas publicadas– hace una evocación espléndida, modulada con un ritmo Anciene Régime, de la llegada de su familia a la casa de los Turró en Malgrat, en plena tercera guerra carlista.
El fragmento nos invita a soñar con lo que pudiera haber sido una autobiografía del escritor, ya que su capacidad para dar vida a un mundo desaparecido es muy notable. Los restantes textos recogidos en el libro dan una idea más acabada de lo que podría haber sido y no fue. La imaginación de Ruyra se nutre sobre todo del romanticismo, aunque quizá la influencia más visible sea la de Edgar Allan Poe, en la traducción de Baudelaire, que fue quien naturalizó al americano en Europa.
En las piezas satíricas, su sentido del humor, tan afín al de Josep Carner, evidencia aquello que decía el propio Pla sobre la fractura en la concordia que supuso la guerra civil. Pla se lamentaba de que en Cataluña, antes de la guerra, la gente había gozado de un sentido del humor que luego quedó destruido para siempre. Y esa es una de las tantas cosas que podemos echar de menos en la literatura encantadora, abortada pero también fundacional, de Joaquim Ruyra.