Juan Villoro, autor de 'La figura del mundo', en la sede de Penguin en Barcelona

Juan Villoro, autor de 'La figura del mundo', en la sede de Penguin en Barcelona

Letras

Juan Villoro: "Vivimos en una época de izquierdas burocráticas, no transforman, tramitan"

El escritor mexicano analiza en 'La figura del mundo' a su padre, el pensador mexicano-catalán Luis Villoro, para reivindicar una forma de estar en el mundo y la propia evolución de México

27 mayo, 2023 19:49

Juan Villoro (Ciudad de México, 1956) encandila con su plática. Conversa con fluidez, pero administra lo que quiere comunicar, a la espera de una nueva pregunta. Escritor y periodista, ha logrado diversos premios literarios que lo elevan como uno de los grandes narradores en lengua española. Es autor de obras como Efectos personales o La utilidad del deseo. También es el responsable de Dios es redondo, con sus crónicas sobre fútbol. Y tiene en su haber novelas como El testigo (Premio Herralde) o La tierra de la gran promesa. Y ahora acaba de publicar La figura del mundo, (Random House) una obra literaria centrada en su padre Luis Villoro, nacido en Barcelona, filósofo, y que llegó a ser un gran referente intelectual en México, con un viaje final que le dio sentido, en gran parte, a su vida, como Juan Villoro explica en el libro y en esta larga entrevista con Letra Global. Y es que Luis Villoro fue uno de los asesores del movimiento zapatista, en Chiapas. Todo ello, y con un legado exuberante, lleva a Juan Villoro a formular que la izquierda debería ser "una forma de vida", como defendía su padre. Y añade: "Vivimos en una época de izquierdas burocráticas, no transforman, tramitan". El libro, eso sí, lo dedica a su madre: Estela Ruiz Milán.

La figura del mundo es literatura, pero ¿qué razón subyace para escribirlo, tanto desde el punto de vista del escritor como del hijo de Luis Villoro?  

Desde el punto de vista literario, hay que tener en cuenta que la memoria es una construcción, que pasa por la imaginación. Solemos pensar que el pasado es un mundo de datos y que es algo inamovible, un sitio al que tenemos que llegar. Y sin embargo, para lograr esto, necesitamos ponernos en situación, imaginarnos en ese sitio. Entonces, la memoria es necesariamente un ejercicio creativo. Y la memoria selecciona, decanta el pasado en historias. Y así nos explicamos a nosotros mismos. He tratado, por otra parte, de recuperar la figura del padre a partir de recuerdos propios y ajenos, construyendo un sentido. El libro tiene como título La figura del mundo y como subtítulo El orden secreto de las cosas. Porque a mi padre le gustaba pensar que había un dibujo secreto para cada época. Que, de pronto, un pensador podía atrapar la esencia de un momento, logrando una constelación de sentido, uniendo puntos dispersos que trazaban una figura. Escribió un texto al respecto sobre eso, sobre Juana Inés de la Cruz, que se llama La figura del mundo. Y me pareció que era algo que me podía guiar como lema, porque estoy tratando de construir el sentido que tuvo su vida y al hacerlo también buena parte del sentido que puede tener la mía.  

¿Pero, porque era una necesidad o porque también era un buen tema para recorrer? 

Es muy buena pregunta porque son las dos cosas. Hay una urgencia y hay una necesidad. La urgencia proviene de tener un padre refractario a las anécdotas y a las historias, evasivo, que de alguna manera era misterioso. Un poco por la época en la que él vivió, porque los padres estaban más alejados de los hijos. Eran más reservados.

Y otro porque él se crió en soledad, en Europa, en internados de jesuitas. Y al llegar a México encontró un país que se relaciona mucho a través de los afectos, muy sentimental. Pero él experimenta una especie de extranjería afectiva. Era la persona misteriosa de la casa. Luego se divorció de mi madre cuando yo tenía nueve años, y entonces se convirtió en doblemente lejano. Y había una urgencia de indagar en esa figura, sobre quién había sido más allá de sus ideas. Había publicado libros de filosofía, había participado en luchas sociales. Conocía yo la figura pública, pero me costaba trabajo, incluso como hijo, llegar a la figura próxima. Y luego está la necesidad de, al hacer esto, compartir también una época, un momento, y ciertos problemas sociales que me parecen importantes. Como por ejemplo la identidad. Él nace en Barcelona y asume una identidad mexicana. La construcción de ese país, qué le representó y qué dificultades tuvo para él. Los movimientos sociales que apoyó, la construcción de partidos políticos de izquierda, el apoyo a la Revolución Cubana, el movimiento estudiantil del 1968 y finalmente el movimiento zapatista. Es una historia muy íntima y una historia pública. Y he tratado de combinar ambas cosas. 

Porque una cuestión importante en el libro guarda relación, precisamente, con la identidad. ¿La identitdad se acaba construyendo? 

Totalmente. Las identidades no son esencias, ni son inmanentes. Son artificios temporalmente compartidos y colectivamente compartidos. Construimos una vocación identitaria. Decidimos ser de un lugar y nos asociamos con él a través de la cultura, la comida, los lazos familiares. Pero son cosas que vamos construyendo. Y entonces a mí me sorprendió mucho cuando le pregunté a mi padre cómo había sido su infancia en el internado de jesuitas. Que me dijera que los maestros dividían la clase en romanos y cartagineses para estimular una competitividad académica. Y le pregunté a qué bando había pertenecido él y me contestó, ‘por supuesto’ a los cartagineses. Me sorprendió ese ‘por supuesto’, pero no le di mucha importancia. Con los años entendí que él se asociaba con los vencidos de la historia, con los débiles, con la gente que reclamaba una justicia. Y me pregunté dónde encontró mi padre su Cartago. Y fue al final de su vida. Lo encontró en Chiapas, entre los pueblos originarios y con el movimiento zapatista. Incluso su pasión por el fútbol se puede analizar en esos términos. Porque, en realidad, no era una pasión futbolística, sino que era primero identitaria. Porque el primer regalo que me dio a mí fue un llavero del F.C. Barcelona. Y esto le parecía muy importante, porque tenía que ver con el país perdido, Catalunya, y con la infancia que ya no podía recuperar. Si el F.C Barcelona es más que un club, lo del llavero lo demuestra. Porque él se asociaba con un recuerdo que no podíamos verificar, porque no había televisión por satélite en aquella época. Era un equipo de fantasmas para nosotros, porque no veíamos a los jugadores. Y luego cuando me llevó a los estadios esto estaba en juego entre nosotros, ese sentido de la identidad. Ahí también vemos nosotros que ciertas razones personales llevan a decisiones que transforman la vida de una familia y en ocasiones de todo un pueblo. 

Portada del libro de Juan Villoro

Portada del libro de Juan Villoro

¿Ha intentado también ‘atrapar’ al intelectual, en el sentido de que el intelectual necesita una acción que lo pueda justificar? Él se identifica con el movimiento zapatista, en Chiapas, al final de su vida. ¿Le dio sentido a su vida? 

Es una pregunta decisiva porque mi padre fue discípulo de un filósofo español que se exilió en México, José Gaos, que a su vez había sido alumno de Ortega y Gasset. Y Gaos le preguntó a sus mejores alumnos en un seminario si pensaban que debían filosofar como se vive, o vivir al margen de su quehacer filosófico. Y todos los alumnos dijeron en ese momento, en los años 50, que la filosofía es una técnica, es un oficio, una profesión, y no tenemos nosotros por qué tener una conducta que se corresponda con ello. Podemos vivir de muchos modos y ejercer dignamente la filosofía. Mi padre también asumió esa postura y pasó el resto de su vida tratando de contradecirla, es decir, de entender que la rectitud filosófica implica vivir de otra manera. Y para ello fue muy importante el contacto con los pueblos originarios y el movimiento zapatista. Fue importante para él el sentido de comunidad que ellos tienen, las autonomías por las que han luchado, la democracia directa, el concepto de ciudadanía de la política, o la perspectiva de género, que era algo muy novedoso para la generación de mi padre, que fue muy misógina. Todas estas cosas cristalizaron al final de su vida. Pero esa es una manera de entender la filosofía. Quien lea este libro podrá decir que mi padre se equivocó, porque ese es el camino que él eligió. Fue muy criticado y fue visto como una persona romántica o ingenua.  

Pero, ¿es el movimiento zapatista el que le da sentido a su vida? Es importante, porque esa cuestión fue muy debatida también en España, con la identificación de intelectuales como Manuel Vázquez Montalbán. 

Sí, claro, Vázquez Montalbán escribió sobre ello, en El Señor de los Espejos, y fue muy importante su participación en Chiapas inmediatamente después de la rebelión. El movimiento zapatista hizo presente algo que mi padre consideraba intangible y parte del pasado. Él llegó a México en la primera juventud, después de haber pasado su primera infancia en Barcelona y luego la adolescencia y otros años también de la adolescencia en internados de jesuitas en Bélgica. Pero su madre era mexicana y por eso con la Segunda Guerra Mundial no puede seguir estudiando en Bélgica. Va a México y encuentra un país que lo desconcierta, un país violento, un país corrupto, un país muy injusto. Y busca afanosamente algo que lo reconcilie con su nación de acogida. Está tratando de construir una nueva identidad, de afirmar que quiere ser de ese país. Pero, ¿qué le gusta? Y encuentra en el México profundo una razón. Fue de los pioneros en estudiar las sociedades de los pueblos originarios, que eran sociedades que existían, pero de una manera latente, larvaria, soterrada, sin tener un protagonismo en la vida pública. Y no solo le interesaron los pueblos prehispánicos del pasado, sino los que aún existían, pero como si aún estuvieran en el pasado.

Entonces su primer libro se llama Los grandes momentos del indigenismo en México. No son los grandes momentos de los indígenas, sino de los indigenistas que son los intermediarios. Los primeros frailes ilustrados, Fray Bartolomé de las Casas, o Fray Bernardino de Sahagún, que escriben de los indios y los antropólogos que también los estudian. Mi padre estudia a esos intermediarios. Pero la vida le da la oportunidad de convertir esto en acción, en presente y de ser también un intérprete directo. Entonces se convierte a sus setenta y tantos, casi ochenta años, en un nuevo Fray Bartolomé de las Casas y empieza a viajar con los zapatistas, a trabajar con ellos, a acompañarlos, a aprender de sus comunidades y a ser miembro de este movimiento. Entonces ahí se da un cierre que me parece muy virtuoso, un arco de vida. Ahora bien, las cosas que yo interpreto en el libro, con los mismos datos que yo narro, otra persona puede interpretarlo de otra manera y decir, bueno, Luis Villoro se fue de manera ingenua a la selva chapaneca y buscó una utopía, una Arcadia que no puede suceder. Eso piensan algunas personas y yo doy datos para apoyar las dos versiones. Está la interpretación que yo hago, pero también otra gente puede ver eso de manera distinta.

¿Lo que reivindica a través de su padre es un México que intenta fusionar todas sus partes? Lo digo teniendo en cuenta las críticas periódicas que ha formulado López Obrador contra España, cuando ha reclamado que pida perdón por la ‘conquista’. 

Hay que entender la historia de México de una nueva manera. Hablábamos de la construcción de las identidades y también la historia oficial es una construcción en muchos casos. Los españoles tenían un ejército pequeño. Unos 200 españoles conquistaron un país con miles de guerreros. ¿Cómo fue posible? Porque se aliaron con los pueblos indígenas. Solo el 1% de las tropas que tomaron Tenochtitlán eran españoles. El 99% eran indígenas. Y la conquista de México se hizo como lengua vehicular en Nahuatl. Los españoles utilizaron el Nahuatl como la lengua dominante entre los pueblos indígenas. Y así se rebautizaron distintas culturas con nombres en Nahuatl. Esto es muy importante entenderlo porque la colonia no necesariamente preservó las distintas culturas. Fue por supuesto una empresa del despojo, de sangre, de sujeción, pero al mismo tiempo supo conservar culturas propias. Cuando México se independiza, el 75% de los mexicanos hablaban, al menos, una lengua indígena. Era un país totalmente multilingüe. Hoy en día sólo el 6,6% habla una lengua indígena. La destrucción de las comunidades indígenas es obra del México independiente. Eso es lo que no ha entendido el presidente López Obrador. Somos nosotros los responsables de esto. Y mi padre lo señalaba en su libro. Y efectivamente, como usted dice, él propugnaba un México multicultural que recuperara sus esencias y que tuviera autonomías culturales muy significativas. Él fue asesor de los Acuerdos de San Andrés que se firmaron en 1996, que garantizan las autonomías indígenas. El gran problema es que el gobierno nunca convirtió estos acuerdos en ley. El Congreso no quiso hacerlo y entonces quedó como una buena intención. No se legisló, lo cual es muy triste.

Juan Villoro, durante la entrevista con 'Letra Global'

Juan Villoro, durante la entrevista con 'Letra Global'

Otra de las cuestiones centrales en el libro es que México estuvo en el mundo, es decir, que la revolución estudiantil de 1968, con tantos efectos en los años posteriores y todavía ahora, fue muy relevante para los mexicanos. Su padre tuvo un papel primordial. 

El  movimiento estudiantil del 68 coincidió con los movimientos en Berlín, en Berkeley, en París, pero el de México fue el más salvajemente reprimido. La matanza de Tlatelolco, a la que Elena Poniatowska dedicó un libro memorable, fue el fin de ese movimiento. Mi padre participó muy activamente, sus amigos más cercanos fueron a la cárcel. En cierta forma él se sintió culpable de no haber sido detenido y se expuso después, casi buscando que lo detuvieran porque se sentía en falso por haber escapado a ese castigo que sufrían sus compañeros. Y fue un momento en que mi familia conoció el miedo y en que yo llegué a desconfiar de mi padre. Porque todos los periódicos hacían causa común contra el movimiento, estaban controlados por el gobierno y decían que los comunistas se habían infiltrado en México para impedir los Juegos Olímpicos que iban a celebrarse dos semanas después de la matanza de Tlatelolco. Entonces, esos Juegos, cuyo lema era que todo es posible en la paz, se celebraron sobre la sangre de los estudiantes y maestros sacrificados. Fue un momento muy difícil que yo no entendí cabalmente porque tenía 12 años y lo único que me interesaba era ir a las competiciones deportivas. Pero con los años fui comprendiendo lo que había significado, no solamente para el país, sino para mi padre, para mi familia y para mí mismo. 

Es cuando un hijo llega a creer que su padre es sospechoso, de que los medios igual tienen razón. ¿Cómo se produce esa sensación? 

Uno de los efectos más perniciosos de los gobiernos autoritarios es que hacen que la gente desconfíe de sus seres próximos. Y está visto que los grandes delatores suelen ser personas muy cercanas. Ocurrió durante el franquismo en España, que, en muchas ocasiones, quien denunciaba a una figura era alguien de la familia, era alguien que lo conocía y lo traicionaba. Y yo entendí esos mecanismos porque empecé a desconfiar de mi padre. Todos mis compañeros del colegio decían que los comunistas querían sabotear los Juegos. Los periódicos decían lo mismo. Y mi padre, para protegerme, guardaba silencio. No hacía proselitismo para otra causa, sino que dejaba que yo tomara alguna decisión. Y entonces yo llegué a pensar que él era un agente comunista. Porque, además, él tenía prohibida la entrada en Estados Unidos, porque había participado en actividades de apoyo a la Revolución Cubana y estaba en el famoso libro negro que antes de los ordenadores estaba en todas las aduanas. Yo llegué a verlo, era un tomo gigantesco con los presuntos enemigos del Imperio. Y mi padre lo comentaba como su mayor timbre de honor. Le encantaba que Estados Unidos lo considerara su enemigo. Esto quizá es difícil de ser entendido desde España, a la que la veo bastante entusiasta con Estados Unidos, pero quienes vivimos al borde del Imperio pensamos diferente.

Hombre, entusiasmo no tanto. Hay un poso histórico de crítica por el apoyo al franquismo.

Sí, lo que pasa es que en tiempos recientes yo salgo a la calle en cualquier ciudad española y encuentro letreros en inglés, que son todos ellos publicitarios. Lo positivo en España se dice en inglés.

Aparece en el libro una frase de su padre que puede recoger el espíritu de lo que desea defender usted: “La izquierda es una forma de vida”. ¿La comparte?

La izquierda debería ser una forma de vida, sí. Lo que él trataba de asociar era la política con la ética. La política entendida como la conquista y la preservación del poder destruye a las personas y evidentemente no ayuda a la comunidad. Por eso le parecía tan interesante la democracia directa de las comunidades indígenas en donde la política no es un beneficio, sino un castigo disfrazado. O sea, el representante de la comunidad no puede hacer campaña porque sería considerado como un demente si tuviera visiones de acceder al poder. Es decir, la comunidad le pide que sea el representante y él puede disculparse. No puede promocionarse, es todo lo contrario, es un ejercicio distinto al que tenemos. ¿Por qué? Porque ejercer el poder es una obligación y el lema de los zapatistas es mandar obedeciendo. A mi padre le interesaba mucho ese tipo de participación y pensaba en una izquierda que asociara la lucha con la ética. Y lo que pasa es que las democracias representativas que tenemos hacen que nuestro voto valga el domingo de elección y caduque el lunes y los políticos hagan un poco lo que quieran y manejen presupuestos de forma discrecional. Sobre todo en países como México o en el conjunto de América Latina, que son proclives a los caudillos y a los personalismos de mando. A él le interesaba eso y nuevamente ahí fue criticado, al ser considerado como una persona demasiado romántica, porque para muchos la política es un ejercicio pragmático, la famosa Realpolitik, como diría Max Weber.

Juan Villoro, autor de 'La figura del mundo', en la sede de Penguin en Barcelona

Juan Villoro, autor de 'La figura del mundo', en la sede de Penguin en Barcelona

Cuando la izquierda no sabe o no puede competir en el campo socio-económico, ¿debería aferrarse a ese requisito ético, ese ‘ser una forma de vida’?

Si, hay muchas cosas que pueden transformarse, pero que damos por sentado que ya no podrán cambiar. Creo que es mucho más fácil hablar con cualquier persona en un bar sobre el fin del mundo que sobre el fin del capitalismo. Podemos pensar que la especie se va a extinguir, pero difícilmente que va a haber otro tipo de sociedades y que van a acabar los créditos, el dinero, o las grandes empresas. Son cosas que no podemos concebir hoy en día. Y, sin embargo, la tarea del pensamiento ha sido siempre una labor de plantear mundos que todavía no son posibles, pero que eventualmente podrían serlo. En los debates políticos recientes, y vale la pena decirlo en tiempos electorales, es muy difícil saber a qué causa política pertenecen los candidatos. Lo digo como extranjero, después de ver un debate en Madrid. No hay mucha relación entre lo que se le atribuye como convicción política a los candidatos y lo que dicen en el debate. Si no sabes cuál es la ideología presunta de los partidos, lo que están discutiendo no te lo revela. Lo que están haciendo es tratar de ganar votos, es una técnica proselitista, a veces más eficaz, a veces menos, pero que mueve empatías y no mueve ideas, no mueve convicciones.  

Y entonces, en ese mundo, una izquierda real tendría que replantearse muchas cosas. ¿Lo hace a través del libro, a través de su padre? 

Yo espero que sí, vivimos en una época de izquierdas burocráticas, no transforman, tramitan. Y en los trámites, sabemos que el secreto es posponer las cosas. 

Usted ha reivindicado siempre el fútbol, como deporte, en el que se explican también muchos conceptos e historias. ¿Es parte del legado de su padre, el fútbol como algo compatible con la labor intelectual?  

Durante mucho tiempo se convirtió en una parte del opio de los pueblos y la izquierda condenaba el fútbol. Fue muy importante el libro de Eduardo Galeano, Fútbol, A sol y Sombra, en el que se decía que la izquierda no puede condenar una forma del juego. Todas las formas del juego son liberadoras y esto lo podemos plasmar cuando un equipo débil le gana a uno fuerte. Y mucho antes de este libro, en 1974, mi padre escribió un artículo que se llamaba El fútbol y la utopía. Sin ser un hincha tan fanático como yo, él reflexionaba sobre el fútbol y ahí analizó el partido entre Haití e Italia en el Mundial del 74. Y le pareció maravilloso cómo un delantero haitiano podía acabar con el récord del arquero de la selección italiana, Dino Zoff, que había mantenido inviolada su portería. Es decir, cómo de pronto alguien representante de una pequeña isla en el Caribe, pobre, una de las naciones más menesterosas de la tierra, podía reivindicar un triunfo ante una gran potencia europea con jerarquía futbolística. Y entonces él ahí dijo, el fútbol distrae, pero también tiene este componente liberador. Y posteriormente Eduardo Galeano y Manuel Vázquez Montalbán hicieron lo mismo. Vázquez Montalbán decía que el Barça es el ejército desarmado de Catalunya y en fin, una cantidad de cosas muy reivindicativas de una identidad. Yo creo que esta manera de pensar el juego es importante. Lo hemos visto con las luces y sombras del último Mundial en Catar, que es un estado totalmente reprobable, que viola los derechos humanos. Vimos la danza de los millones de dólares y toda la comercialización del fútbol. Y al mismo tiempo vimos una selección de Marruecos extraordinaria que reivindicaba la belleza del juego en un equipo de emigrados que habían tenido que viajar a muchos países. O la dignidad de la selección de Irán que se jugaba la vida protestando contra su gobierno. Entonces vemos estas caras. El fútbol es simple y sencillamente un espejo acrecentado de nuestra sociedad y eso me parece importante. ¿Cómo podemos comprender una época si no sabemos cómo se divierte la gente en una época? Y el fútbol nos da una clave al respecto, para bien y para mal. 

Juan Villoro, autor de 'La figura del mundo', con 'Letra Global'

Juan Villoro, autor de 'La figura del mundo', con 'Letra Global'

Su padre, en todo caso, era frío al ver un partido 

Sí, no se deprimía como lo hacía yo. Si perdía mi equipo yo estaba triste toda la semana y lloraba por los descalabros de la selección nacional. Lo cual me convirtió en un mártir crónico, porque la selección nacional generalmente pierde. Él no se volcaba emocionalmente así, pero analizaba el juego. Le gustaba esta posibilidad de que el equipo débil, el David, podía apedrear al goleador. Y siempre lo celebró. Cuando Camerún le ganó a Argentina, que era campeona vigente en el Mundial de 1990 o cuando Senegal le ganó a Francia en el Mundial de 2002. Esas cosas le fascinaban. 

¿Es racista un país cuando se dicen cosas racistas en un estadio de fútbol, como ha pasado ahora en España? 

Ortega y Gasset escribió un ensayo extraordinario sobre la pasión que cristaliza en los deportes. Y decía que en el deporte el ser humano se da unas vacaciones de civilización. Volvemos a estar en contacto con pulsiones tribales. Y esto, decía Ortega, es muy sano. Es muy sano liberarse de pronto de la coacción, de la carga, de ser un ciudadano común que de lunes a viernes trabaja en una oficina y tiene que cumplir con ciertas cosas. Entonces el domingo te pintas la cara, profieres gritos extraños, insultas un poco a lo loco. Y hay, digamos, una dosis sana de liberación. Los italianos utilizan la palabra tifoso para referirse a un fanático. Es gente enferma de pasión. Y no está mal contagiarte de pasión durante 90 minutos. El problema es que la pasión se desborde. Yo creo que el fútbol también debe ser una escuela de estoicismo. Debes aprender a controlar tus reacciones y saber que el contrario puede ganar merecidamente. Y aceptar la derrota. Aceptar la derrota es muy importante. Y eso, los mexicanos podríamos dar clases al respecto. Porque nos hemos doctorado en tragedias y fracasos futbolísticos. Cuando alguien profiere un grito destemplado, yo creo que ahí no necesariamente puede haber un racista de forma permanente.

Pero es algo totalmente inaceptable. Porque ya se cruzó una línea. Y, desgraciadamente, en el fútbol se cruzan estos límites. Pero la culpa no es del fútbol. No es el fútbol el que provoca los problemas sociales. Ahí se condensa. Cuando se produjo la guerra entre Honduras y El Salvador, esa guerra no provino de las acciones en la cancha, sino de la crispación entre dos países. Aunque el pretexto fue un partido de fútbol. Y se le llamó la guerra del fútbol. Ahora, los brotes de racismo hablan de una sociedad que tiene fisuras. No de que el juego los provoque. Simplemente el campo de fútbol es el lugar donde se concentra. Las pasiones en los estadios son como el Callejón del Gato que tanto le gustaba a Valle Inclán, donde había espejos cóncavos y convexos. En el Callejón del Gato de Madrid la gente se reflejaba de manera extraña. Unos se veían más gordos, otros se veían más flacos. Y ahí surgió su idea del esperpento. Entonces, los estadios son eso. Un espejo esperpéntico que distorsiona la realidad.

Por tanto, hay que preocuparse cuando ocurre

Hay que preocuparse porque lo que la gente lleva al estadio es lo que pasa fuera del estadio. En México hubo recientemente un linchamiento terrible de una hinchada en el estadio Corregidora de Querétaro porque las aficiones están infiltradas por el crimen organizado. Entonces, lo que debe preocuparnos no es el fútbol, es el crimen organizado que lleva criminales a los estadios. 

¿México y España deberían mejorar la relación, teniendo en cuenta lo que supuso México para la España republicana tras la Guerra Civil? 

Hace poco tuve oportunidad de hablar con el embajador de España en México, Juan Duarte, que es una magnífica persona y que tiene una legítima preocupación por esta pregunta. Y un poco lo que le comentábamos un grupo de amigos es que las relaciones prosiguen de manera muy exitosa. En Madrid, el barrio de Salamanca es ya casi un barrio de ricos mexicanos. Hay tres ex presidentes viviendo en España, lo cual no sé si es muy recomendable para España, pero muestra que hay relaciones bastante fluidas. Y ahora el Athletic de Bilbao va a celebrar sus 125 años jugando en México, recordando a la selección vasca que se exilió en México. Hay fluidez en los intercambios en ámbitos como la literatura, el periodismo o la economía. Hay muchas cosas que nos vinculan, que nos unen. No solo con España, como un concepto genérico, sino con las muchas regiones de España. El Orfeo Catalán es muy importante en México, lo mismo que la comunidad asturiana o la comunidad gallega. Yo creo que la gente es más sabia que los gobiernos y que los exabruptos que ha habido por parte de nuestro presidente son absurdos. Fue muy importante la reacción de los zapatistas. Ellos son indígenas, podrían quejarse por la conquista, y vinieron a España, siete de ellos en un velero, los demás en un avión. Yo fui del colectivo que consiguió los 150 pasaportes para personas que no tenían documentos. Fue una labor activista que hicimos un grupo de personas. Bueno, vinieron a España con el siguiente mensaje. ¿A quién le vamos a pedir perdón? ¿A Cervantes por haber escrito El Quijote? ¿A Almudena Grandes por haber escrito novelas sobre la historia de España? Por supuesto que no. España nos enriquece. Venimos a dialogar y alimentarnos de España. Quienes podrían, en todo caso, reclamar agravios son quienes quieren ver a la Nueva España, que además no podemos pasarle la factura de lo que ocurrió hace 500 años a los españoles del presente. Porque siempre hay un antecedente. Siempre, decía Walter Benjamin, todo documento de civilización es simultáneamente un documento de barbarie. Solo se erige algo sobre las ruinas de otra cosa. Si nos vamos más atrás, los aztecas le tendrían que pedir perdón a los tlaxcaltecas y los tlaxcaltecas a los tepanecas y así sucesivamente hasta llegar al origen de la humanidad. 

Pero, ¿puede España liderar una mejor conexión con América Latina, como país importante de la Unión Europea, teniendo en cuenta la cada vez mayor influencia de China en el continente americano? 

La influencia de China es básicamente económica, no es una influencia cultural o política. Es una influencia económica muy potente. Pero no estoy seguro de que España haya abdicado de esta política. En general yo veo que hay lazos bastante fuertes. En todo caso, creo que es responsabilidad de América Latina construir sus propias relaciones con la comunidad europea. Me parecería que sería exigirle a España una postura paternalista al convertirse en el hermano mayor o el pariente fuerte que nos lleva a Europa. Creo que es una responsabilidad también de la política exterior de América Latina establecer lazos con otros países, que son lazos directos porque también hay cosas que nos unen más allá de España con distintos países de Europa o del mundo. A nosotros también se nos podría decir que México debería ser la puerta de toda América Latina para relacionarse con Estados Unidos, ya que compartimos la frontera más cruzada del mundo y que tenemos una relación con ellos tensa, pero muy importante. Creo que no nos corresponde a nosotros ser los garantes de toda América Latina ni le corresponde a España ser la garante en Europa de América Latina. Hay que buscar lazos múltiples. 

¿Es la desigualdad el gran problema que sigue sin resolverse en América Latina, con unas elites que no desean cambios, pensando en experiencias como Chile? 

En Chile hay una privatización terrible de servicios públicos como el agua potable, por ejemplo. El año pasado estuve en una mesa redonda que coordinaba un periodista catalán, Pere Ortín, sobre las élites latinoamericanas. Y era muy interesante porque él invitó en la mesa a personas de países supuestamente gobernados por la izquierda. Había un periodista de Colombia, uno de Chile, otro de Argentina y de México. Eran cuatro perspectivas desde la izquierda y los cuatro coincidían en que ninguno de los gobiernos presuntamente de izquierda ha podido acabar con el enorme poder de las élites. Hemos llegado a un momento en que el CEO de una gran empresa es mucho más fuerte que el presidente de un país. Y esto es también propio de Estados Unidos. Elon Musk tiene más poder que Joe Biden, es un hecho. Bill Gates también tiene más poder que Joe Biden. Entonces somos cautivos de las empresas y nosotros nos hemos convertido en mercancías, porque la principal mercancía del mundo son los datos personales. En este contexto el combate frente a la desigualdad pasa por controlar a las empresas, pero que son totalmente incontrolables. Es decir, no se han podido establecer candados para ellas y es un problema multinacional terrible. El problema no es la pobreza, sino la desigualdad. Lo que indigna es que el 10% de la población tenga el 80% de la riqueza. Y ahí también debo decir que esta brecha es particularmente grave en México. 

Usted señala que su padre dilapidó de forma “irresponsable” el patrimonio que heredó. ¿Los patrimonios hay que saber gestionarlos? 

Hay distintas interpretaciones. Cuando presenté La figura del mundo en Madrid, el filósofo Javier Gomá decía que es un libro sin heridas. Es un libro blanco en donde me acerco a mi padre de forma cordial, dijo. Pero las huellas de las heridas están ahí. Quien lea el libro podrá interpretar la conducta de mi padre de otro modo. Si yo hubiera escrito este libro hace 30 años, cuando tenía problemas económicos para salir adelante como periodista, probablemente hubiera sido muy reivindicativo y me hubiera opuesto a ciertas decisiones que él tomó. Una de las más polémicas, sin duda alguna, fue haber regalado la herencia que él recibió de su madre. Ella tenía propiedades porque venía de una familia que había producido mezcal, una familia de latifundistas, y él heredó una cantidad considerable. Nos reunió a mi hermana Carmen y a mí, que entonces éramos sus únicos hijos. Luego con otro matrimonio tendría dos hijos más, y nos dijo: ‘Hemos heredado un dinero que no hemos hecho nada para merecer, vamos a regalarlo a causas nobles’. A nosotros nos pareció fabuloso y estuvimos dispuestos a salir a la calle a ofrecer billetes al primero que pasara, y nos encantó esta idea altruista.

Mi padre, en efecto, apoyó causas populares, becó a muchas personas, apoyó cooperativas, pero lo que hizo fue deshacerse del dinero, que le quemaba en las manos. Probablemente hubiera sido mucho más responsable conservar las propiedades y dedicar lo que se pudiera gestionar a causas nobles. En ese caso no hubiera dilapidado esos recursos y hubiera conservado un patrimonio que no venía de una persona, no sólo de su madre, sino que era el legado de muchas generaciones, de personas que habían logrado hacer eso de manera justa, o de manera injusta, no lo sabemos, pero que habían logrado amasar una fortuna. Hubiera sido mucho mejor que esa filantropía fuera productiva, porque la filantropía debe ser una técnica, no debe ser una buena intención que se evapora, sino una técnica que permite que sea sostenible y que se siga produciendo. Con la distancia yo creo que él desde luego no actuó bien. Pero este libro tiene muchas condiciones de enmienda, de entender al otro. Desde un punto de vista franciscano su conducta fue irreprochable, renunció a todos los bienes para no ser contaminado con ellos pensando que el dinero envenena. Y bueno, a mí me gustaría que Cristiano Ronaldo hiciera lo mismo, entonces no puedo criticar demasiado a mi padre.