Madrid, 1945: recreo y sangre de España
Andrés Trapiello compone una obra colosal sobre los infames años de la posguerra en la que palpitan los universales históricos, la peripecia política, el retrato de la violencia y la meditación moral
23 septiembre, 2022 22:05Una de las razones de la fortaleza de la literatura española, en un país donde se lee poco y mal, es su obstinada vinculación con la realidad. Los escritores españoles, desde el anónimo autor del Poema de Mío Cid a Javier Marías, muerto hace unos días, siempre hablan de cosas terrestres. Cuentan la vida. Por supuesto, eligen formas distintas y dispares para hacerlo, pero incluso cuando fabulan –véase el caso de Cunqueiro– rara vez renuncian a esa cordada que los sujeta al suelo, como si una fuerza de la gravedad operase, según el contexto de cada época, como antídoto contra los inevitables excesos retóricos y ficcionales.
Puede decirse pues, sin temor a errar, que la constante realista ha convertido a los grandes autores hispánicos en escritores genéticamente modernos si dentro de este concepto incluimos al arte que, con independencia de su tiempo de cristalización histórica, concentra toda su atención en las dichas y las calamidades de los individuos concretos. Incluso en sus odres más venerables –los textos medievales– la mirada siempre es humana; a veces, bronca; en ocasiones, tierna, a menudo salvaje y cercana. Dentro de esta estirpe debemos situar también el último libro de Andrés Trapiello, sin duda el mejor escritor en castellano de nuestros días.
El poeta leonés, que desde hace décadas forma parte del fértil caudal de la cultura española, junto a escritores como Álvaro Pombo o el difunto Javier Marías, decididamente anglófilos, con cada obra que da a la insigne imprenta –ese animal mitológico– mantiene viva la llama incombustible de nuestra mejor tradición, renovada de acuerdo a los tiempos que corren. Su última obra, Madrid, 1945. La noche de los cuatro caminos (Destino), un relato de no ficción (como suele decir la industria editorial) dedicado a los años de la posguerra en la capital de España, aunque con abundantes ramificaciones exteriores, se levanta como un rotundo monumento en un panorama literario que, sin ser yermo, abusa del efectismo, la ausencia de trasfondo (que siempre es también falta de trabajo) y esa excesiva sensiblería (tan antagónica a la sensibilidad) que se oculta bajo tantas novelas testimoniales, donde el autor –con su nombre o a través de un farsante– enhebra los traumas de su vida en la creencia de que sus menudencias personales son también causas universales.
Trapiello aparece en cada uno de sus libros, especialmente en sus diarios, pero la enunciación sobre su figura no es más que un manera instrumental para hablar de los otros. Madrid, 1945 no es una excepción. El escritor se sitúa aquí dentro de su propia narración como relator y como guía, pero el foco de este libro colosal no es él, sino un nosotros. El autor de Quasi una fantasía ha elegido evocar una parte de la historia de España –los años inmediatos a la guerra, la década de los cuarenta, cuando seguía vigente una contienda oficialmente clausurada y ninguno de los bandos en disputa tenía total certeza sobre la duración exacta de su propia fortuna– que funciona igual que una miniatura: un trozo de realidad, microscópica y condensada, a partir del cual surgen una sucesión de lecturas complementarias, casi ninguna agradable, sobre un pretérito que, en cierta manera, aún sobrevive camuflado en el presente.
El libro, enriquecido por una documentación gráfica que facilita la inmersión sensorial en aquel país desolador, es una revisión del relato que el escritor leonés publicó hace veinte años sobre el asesinato en 1945 de dos falangistas a manos de un grupo de comunistas clandestinos en la subdelegación de Falange en Cuatro Caminos, un edificio usado primero como checa republicana y más tarde como centro de tortura franquista. Aquella obra, cuyo trabajo de campo quedó incompleto, es la bomba silenciosa y retardada cuyas esquirlas han tardado dos decenios en reunirse, después de haberse diseminado en múltiples e imposibles direcciones. Es la misma historia (de partida) de entonces, pero ahora en un libro distinto (dos tercios más extenso) que trasciende el mero avatar histórico (el asesinato que permitió al régimen franquista obtener el favor de los aliados, triunfadores de la Segunda Guerra Mundial) para convertirse en un apasionante fresco sobre las calamidades políticas.
Lo hemos escrito en alguna ocasión anterior: los libros de Trapiello se han convertido en acontecimientos (culturales) porque su literatura nace de una artesanía provocadora en un mundo donde tantísimos títulos, incluidas muchas obras biográficas e históricas, se han convertido en productos hechos en serie. Madrid, 1945 es justo lo contrario: un relato único, miniado, sobre criaturas muy concretas –nuestros fantasmas– en el que la dolorosa realidad se contempla en toda su complejidad, lejos del maniqueísmo y del revisionismo con el que la izquierda sociológica, que no es la misma que perdió la Guerra Civil, sino la que utiliza aquel drama para sostener una hegemonía en crisis, ha planteado la cuestión de la memoria histórica y democrática, que no es lo primero ni lo segundo, sino la tenebrosa pretensión de reescribir el pasado con la coartada de la dignidad de los muertos.
Trapiello salda por fin las cuentas de estas dos décadas de investigación en archivos, entrevistando a los legatarios de sus personajes o entre el polvo húmedo de los rastros, contando una verdad (factual) que no casa con la oficial, demostrando así –con hechos– que no basta repetir aquello que el poder necesita oír, sino que hay que compendiar lo que auténticamente ocurrió y estar abierto a que la realidad disloque los dogmas. Es asombroso que esta historia, que es como una muñeca rusa –dentro de una se cobija otra, y a su vez una tercera, y una cuarta, y una quinta–, haya tenido que armarla en la más absoluta soledad un escritor particular, certificando las miserias de la academia y el infinito valor de la paciencia.
Madrid, 1925 funciona como un fractal. Va desde la miniatura –el atentado– a la atmósfera de una época en la que los soldados comunistas predicaban “la reconquista de España” –repárese en el término, ahora con reminiscencias voxianas– mediante una guerrilla clandestina mientras los golpistas patrióticos, entre burdeles, verbenas y copazos de coñac, tampoco tenían plena seguridad de que su victoria militar fuera a ser duradera. Son los años en los que se decidía el curso de la guerra mundial y comenzaba la contienda fría. Los fusilamientos aún resonaban en las paredes de los cementerios y en las cunetas. En las comisarías se torturaba contratando boxeadores profesionales y unos y otros, falsos ángeles e inciertos demonios, no diferían a la hora de recurrir a cualquier método necesario para sobrevivir o consolidar su dominio. No sólo ante los adversarios externos, sino frente a los enemigos internos.
Todo en Madrid, 1945 es fascinante: la intrahistoria de sus criaturas, el trazo vital de víctimas y victimarios, las conspiraciones entre camaradas, la ingenuidad de los marxistas, la clandestinidad amarga de hunos y hotros. Un cuadro agitado por la potencia infalible de los detalles y atravesado por todos los géneros. Lo que acerca a este libro a la condición de obra maestra –equiparable a Las armas y las letras, la opera omnia de Trapiello– no es sólo la perspicacia del escritor, que muestra sus fuentes para que el lector coteje su versión con los restos documentales, o los hallazgos del bestiario de aquella España –historias como la del comunista Jesús Monzón, purgado por la jerarquía de un PCE miserable– sino la capacidad del escritor leonés de combinar múltiples registros a la hora de contar, que aquí se torna milagrosa.
Madrid, 1945 es una crónica-río al estilo de las del Manuel Chaves Nogales sobre una época amarilla. Una pieza inequívocamente cervantina –por el recurso de contar la historia a partir del descubrimiento de un expediente contra la seguridad del Estado en una librería de lance de la Cuesta de Moyano y la mirada compasiva del autor– y un retrato de Madrid en un instante concreto del tiempo (Galdós). Un libro sobre conspiraciones y espías políticos –véase la salida de la cárcel y el viaje a México de dos de los guerrilleros–.
También puede verse como el retrato de la vida cotidiana en los tiempos del racionamiento, un documental sobre los intereses que manejaban, cual marionetas, a las criaturas del drama. Una historia sobre la eterna raíz de Caín –España como telúrico hogar de conflictos nunca apaciguados– y un tratado sobre el poder, aplicable a los dos bandos, que usaban la violencia, la tortura y el asesinato para perdurar frente a sus enemigos y camaradas –las traiciones en el PCE son parejas a las disensiones entre los vencedores–.
Trapiello hace una inteligente dosificación del viento trágico que mueve su relato, eludiendo con disciplina de eremita la comodidad de la epopeya y proyectando una mirada honesta, la suya, sobre el pretérito. Habrá a quienes les rompa el corazón: no es nada fácil ver cómo alguien alumbra las zonas oscuras de los viejos cuentos sobre valerosos luchadores (comunistas) por la libertad que un día lejano oyeron en sus propias casas. Sin duda muchos de ellos fueron valientes, pero es discutible que todos pelearan por lo segundo.
El desencanto es un fruto tardío de la verdad, pero eso hace a este libro aún más valioso. Los tiempos de la épica, que es el registro con el que los políticos intentan seguir construyendo su relato de autoafirmación, cada vez nos queda demasiado lejos. Trapiello ha querido volver a contar esta vieja historia sobre los fantasmas de la memoria, empeñados en desmentir con sus actos los recuerdos de sus propias sagas, con un tono que oscila entre el ensayo moral y el fragmento poético, resumido en la poderosa imagen neorrealista de esas barcazas volantes de los parques sin vegetación de Cuatro Caminos, tablones movidos por la fuerza de la angustia sobre un cielo color tinto que servían como diversión y recreo para la miseria y la sangre de España.