Galicia en el país de las maravillas
Los vínculos culturales entre las dos lenguas (gallega y castellana) que se hablan en el noroeste de España han facilitado el cultivo de una literatura abundante en imaginación, autores y creatividad
8 abril, 2022 22:15Vaya por delante el reconocimiento explícito al disco del grupo Milladoiro, gran revitalizador de la música gallega, con el que el título de este dossier está en deuda, así como el de aquel álbum lo estaba –de manera magistral– con el del libro del genial Lewis Carroll. Ciertamente, el país gallego tiene una larga trayectoria de relación con lo maravilloso, siendo esta uno de los ejes más obstinadamente fijos en su literatura. Desde Pondal y Vicente Risco, más el refuerzo impagable de Cunqueiro, lo artúrico, lo legendario, lo mítico han tenido un arraigo cultivo en esa tierra en la que las hadas se hallan tan presentes como los enanos de los tesoros y los sucesos que se remontan al indeterminado y ahistórico tiempo dos mouros, que no son los de la ocupación musulmana, sino, en general, todo lo antiguo, lo remoto todo.
Cumple también señalar, desde un principio, que la literatura gallega contemporánea se desarrolla en el marco del bilingüismo, y que es cultivada tanto en gallego como en castellano, a menudo en ambas lenguas por ciertos autores, aunque también otros hayan optado por un idioma determinado (generalmente debido a la fatalidad del entorno, a la familia, al desenvolvimiento personal). Con todo, no se puede omitir que la literatura en gallego tiene un peso específico de especial importancia, con una tradición que se remonta a la literatura galaico-portuguesa de la Edad Media. Nada más lejos de la verdad que considerarla una lengua de aldeanos semianalfabetos, como en peores tiempos se la tuvo.
Ciertamente, la poesía moderna comienza con el fenómeno que fue Rosalía de Castro (1837-1885), que ejerce una sombra tutelar sobre todos los versificadores gallegos posteriores a ella, pero sobreponiéndose a la suya y yendo mucho más atrás está las de los cancioneros, con las canciones de amigo y de maldecir, con el asombroso vigor de Martín Códax y otros como él (aunque no hayan dado su nombre a un vino blanco especialmente reputado). Es esta la poesía que rompe, como olas del mar de Vigo, en un libro que mira hacia esas cantigas que fueron difundidas a finales de la década de los años veinte y principios de la de los treinta del siglo pasado: Nao senlleira (1933) de Fermín Bouza Brey.
De inmediato siguió Cantiga nova que se chama Riveira, de Álvaro Cunqueiro, libro que ganó el Premio Gil Vicente. Abundó el segundo en esta tendencia en Dona do corpo delgado, ya bajo el franquismo pero con algunas composiciones previas a julio de 1936. A ambos poetas les salieron muchos imitadores, como a García Lorca (autor de ‘Seis poemas galegos’ con los que reconocía implícitamente la belleza de esta lírica) remedaron en su poesía en castellano muchos hacedores de romances que se quedaron en lo superficial. El colofón del neotrovadorismo lo puso Xosé María Álvarez Blázquez en 1953 al publicar Cancioneiro de Monfeiro, una superchería, pues quiso hacer pasar por descubrimiento de un cancionero del siglo XIII lo que era fruto de su magín (en esto, salvando las distancias, hizo algo parecido a lo que James Macpherson había perpetrado en la Escocia del XVIII con la literatura feniana irlandesa).
Lo bueno de Cunqueiro fue que no se quedó en el ingrato papel de epígono y renovó el género, haciendo al mismo tiempo una poesía de vanguardia y dilatando el latido de la versificación vernácula, abriéndola a muchas influencias y ensanchándola con una obra que se intensificó en sus últimos años de vida, entre obra propia, apócrifa adjudicada a poetas que no existieron y traduciendo a incontables poetas de la literatura universal, que una lengua (y él quiso que la suya, por él, durara mil primaveras más) también vive y pervive mediante el anosamento, la apropiación de lo mejor dicho en otros idiomas.
La poesía gallega de las últimas décadas tiene en su haber las obras de Celso Emilio Ferreiro, que con O soño sulagado (1955), Longa note de pedra (1962) y Viaxe ao país dos ananos (1968) marcó el rumbo socialrealista de la poesía de los años setenta; Manuel María (monolingüe en gallego y de marcado compromiso político); Xosé Luis Méndez Ferrín que, autor de muy amplia trayectoria, es también poeta ganador gracias al libro Con pólvora e magnolias (1976) del Premio de la Crítica española; Luz Pozo Garza (poeta también en castellano); Arcadio López-Casanova (en ambas lenguas, lo que le permitió ganar el Premio Adonáis en 1978); el prematuramente fallecido Ramiro Fonte (pero también notable narrador); o Lois Pereiro, de obra y vida breve, que pululó por el Madrid de la movida y a quien se dedicó el Día das Letras Galegas de 2011.
Pero la lista puede ser, y lo es, mucho más extensa, con la inclusión, además, de numerosas poetas en las últimas décadas: Xesús Alonso Montero, pero con una importante bibliografía como ensayista; Miguel Anxo Fernán-Vello, poeta dramaturgo y editor; Xohana Torres, fallecida en 2017 y autora en casi todos los géneros, Premio de la Crítica por Estación ao mar (1980); Claudio Rodríguez Fer, también ensayista y narrador; la feminista y nacionalista Xela Arias, a quien se dedicó el Día das Letras Galegas 2021, “singular, transgresora y comprometida”, según la Real Academia Gallega; la innovadora Chus Pato, ya con sillón de académica; Yolanda Castaño (Premio de la Crítica 1999); Olga Novo, que se dio a conocer con A teta sobre o sol (1996); María do Cebreiro, Premio da Crítica de poesía gallega y una de las más influyentes en la actualidad... No se puede dejar de lado la irrupción de Luisa Castro, ganadora del Premio Hiperión con Los versos del eunuco en 1986, en castellano. Esta es artífice de una interesante obra bilingüe y doble (poesía y novela), refrendada por premios como el Biblioteca Breve de 2006: La segunda mujer.
Son varios los poetas gallegos que se han alzado con el Premio Nacional de Poesía (que se otorga para el conjunto de España): Os ángulos da brasa de Manuel Álvarez Torneiro lo obtuvo en 2013; y más reciente, Pilar Pallarés en 2019 con Tempo fósil y Olga Novo en 2020 por Feliz idade. Alba Cid es Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández 2020 por Atlas. La senda de los reconocimientos oficiales lleva unos años recorriendo las literaturas periféricas, y la gallega atraviesa por un excelente momento creativo aun con las dificultades de siempre para su difusión.Cunqueiro fue, además de poeta, uno de los primeros autores teatrales en gallego, con su O incerto señor don Hamlet estrenado con numerosas dificultades en 1959, pero también un narrador tan delicioso como insoslayable. Su gusto por la literatura artúrica y el mundo de las caballerías de la Materia de Bretaña, ya muy presente en Ramón Cabanillas, que parecía albergar en el interior de su testa toda la Tabla Redonda, florece en numerosos artículos suyos y, sobre todo, en esa joya de 1955: Merlín e familia e outras historias (traducido al poco por él mismo al castellano).
Se convertirá en tendencia usar como referencia ese mundo atlántico de héroes que ya cautivaron al patriarca Pondal. El recientemente desaparecido Darío Xohán Cabana fue autor de Galván en Saor (1989, Premio Xerais). Méndez Ferrín, de Percival e outras historias (1958), Amor de Artur (1982) y Bretaña esmeraldina (1987). Por su parte, Begoña Caamaño publicó Morgana en Esmelle en 2012, que dialoga con la herencia cunqueiriana y aporta la perspectiva femenina como en las letras inglesas hiciera Marion Bradley en The Mists of Avalon.
Méndez Ferrín tiene una obra muy amplia. Su novela Arraianos (1991) le valió el Premio de la Crítica, y la Asociación de Escritores en Lingua Galega lo propuso para el Premio Nobel de Literatura en 1999. En cuanto a Cabana, fue también notable poeta y traductor. Sobre esos ambientes de una mitología atlántica ha bordado también sus novelas Ramón Loureiro, que se maneja en las dos lenguas: en gallego, As galeras de Normandía (2005), Principes de Bretaña, estrelas de Compostela (2009); en castellano, León de Bretaña (2009). Naturalmente, la temática céltica, artúrica, de un pasado brumoso y legendario, aunque sirva para otras preocupaciones, solo es una de las cultivadas por los narradores gallegos, que se abren a todo lo que un escritor puede abordar y cuya ficción, moderna, homolagable a cualquier otra de las europeas, dista mucho de ser un mero testimonio antropológico.
Una literatura más asentada en la realidad, con fuertes implicaciones sociales e históricas es la de Manuel Rivas, fundamentalmente escrita en gallego pero traducida por él mismo en casi todos los casos. Hoy, y desde hace ya algunos lustros, es el escritor de Galicia con más proyección en el resto de España y fuera de ella. Periodista, ha publicado reportajes y crónicas, poesía, cuentos (muy destacable el volumen Qué me queres, amor?, de 1996) y novelas, como Un millón de vacas (1990) y O lapis do carpinteiro (1998), Premio de la Crítica. ¿Quién no recuerda El lenguaje de las mariposas, la adaptación cinematográfica de José Luis Cuerda de tres cuentos suyos?
Otros narradores de relevancia son, o han sido, Xosé Neira Vilas, autor del muy vendido y traducido Memorias dun neno labrego, de (1961); Suso de Toro, ganador del Premio Blanco Amor con Calzados Lola (1997) y del Premio Nacional de Narrativa por Trece badaladas (2002), firmó una novela inclasificable, Polaroid (1986); Alfredo Conde, con una extensa obra y premiado en ambas lenguas; Marina Mayoral, con casi parejo número de novelas en gallego que en castellano, la más reeditada de las cuales es Tristes armas (2001) y quizá la más alabada Recóndita armonía (1994); Xavier Alcalá, autor de A nosa cinza (1980) y ganador con Fábula (1984) del Premio de la Crítica. Carlos Casares dejó una obra amplia y dirigió la editorial Galaxia y la revista Grial. La novela Deus sentado nun sillón azul (1996) está entre lo más granado suyo. Él mismo la tradujo al castellano el año siguiente, tendencia habitual entre sus colegas.
Con la llegada del gallego a las aulas y la concienciación sobre el uso de la lengua, la literatura infantil ha tenido un importante crecimiento a partir de la Transición, y ha sido para los autores que la han cultivado con éxito una de las más notables fuentes de ingresos (cartos, como diría un gallego), dentro de lo relativamente exiguo del mercado. Ledicia Costas ha sido muy exitosa en la literatura infantil y luego ha pasado además a la literatura para adultos. Casares también se prodigó en el género.
Víctor V. Freixanes, director general de Xerais y luego director de Galaxia, las dos grandes editoriales gallegas, escribió una novela muy valorada, O triángulo inscrito na circunferencia, Premio Blanco Amor en 1981 y Premio de la Crítica gallega en la modalidad de narrativa. Es el actual presidente de la Real Academia Galega, entidad que desde 1906 vela por el idioma y ha instituido los homenajes del Día das Letras Galegas, alguna vez recibidos con polémica como cuando recordó al polígrafo Filgueira Valverde, alcalde y procurador en Cortes durante la dictadura. Contribuyen también a estimular el panorama literario varios premios, como el Esquío en poesía o en narrativa el Xerais o el Blanco Amor (que recuerda a Eduardo Blanco Amor, el autor exiliado que en 1959 publicó en Buenos Aires la novela A esmorga).
Igualmente las revistas desarrollan una muy importante labor, desde la no limitada a la literatura y ya muy veterana Grial o Luzes, que ha alcanzado ya su número 101 y donde colaboran Antón Reixa o Manuel Bragado (ex director de Xerais), codirigida por Manuel Rivas y Xosé Manuel Pereiro. Otras revistas importantes han sido A Nosa Terra y A Trabe de Ouro. Edicións Espiral Maior surge en 1992, primero dedicada a la poesía y luego abierta a otros géneros. Y existe un puñado de buenas editoriales recientes. Sin embargo, un hecho decisivo fue el surgimiento en 1950 de la ya mencionada editorial Galaxia, en Vigo, la más poblada de las ciudades gallegas.
Con ella entró Galicia en la modernidad editorial y halló el vehículo que necesitaba para la difusión de los autores en lengua gallega en tiempos en que tantos escribían en castellano. Uno que desarrolló su obra en esta lengua fue José Ángel Valente, en poesía. En narrativa, el ferrolano Gonzalo Torrente Ballester, fallecido en 1999, Premio Cervantes, autor de dos hitos: Los gozos y las sombras y La saga/fuga de J.B. Pero también Camilo José Cela, que fue el Nobel que más seguramente debería haber sido Cunqueiro, propuesto semanas antes de su fallecimiento en 1981.Decía el autor de As crónicas do sochantre que perdía dinero escribiendo y publicando en gallego, por las limitaciones que esto imponía, por eso en los años sesenta empezó a escribir novelas directamente en castellano, aunque nunca dejó la lengua materna. Hoy es más fácil abrirse camino y desarrollar una carrera literaria exclusivamente en gallego, aunque casi todos los escritores cuadran las cuentas o directamente las salvan con sus empleos como profesores o funcionarios.
En los tiempos del llamado Resurximento se dio, junto a otro de mayor carga política, un galleguismo cultural que trató de salvar la lengua desde posturas ajenas a la beligerancia partidista. En su Historia da literatura galega, Francisco Fernández del Riego, uno de aquellos prohombres, declaraba en 1971 que ya entonces la lengua había adquirido un prestigio que quizá no tenía desde su época áurea. Hoy ese prestigio es un tesoro para todos, cada vez más traducido (no cuesta tanto leerlo en el original) y afortunadamente apoyado fuera de nuestras fronteras, además de por la Xunta de Galicia, también desde el Instituto Cervantes.