Música e identidades líquidas
La tecnología pone en cuestión la esencia misma de las artes en una sociedad en la que la cultura se ha vuelto un concepto gaseoso. ¿A qué podemos llamar música hoy?
12 enero, 2022 00:10Despertarse, leer las noticias y seleccionar una playlist aleatoria para el trayecto al trabajo son gestos que parecen brindar al ser humano una sensación de sentido. Los hábitos y la rutina se han vuelto más importantes que nunca, con un número abrumador de artículos y libros de productividad que nos dicen qué hacer y cómo actuar para sacar nuestra mejor versión de nosotros mismos, trabajar en tiempo récord o conseguir salir de la cama a las seis de la mañana. Es obvio que tratamos de poner orden y racionalidad en nuestra vida cuando actualmente el presente gotea en nuestras manos. Es difícil no pensar en la inestabilidad cuando el individuo se refiere a la sociedad actual.
La incertidumbre económica es constante, la seguridad laboral no hace más que disminuir, el tránsito es continuo entre fronteras, las identidades desaparecen de nuestro yo y las ideas que han reinado siempre en nuestra sociedad (religión, matrimonio o Estado) se disuelven en un mar revuelto que no parece ofrecer ninguna claridad. El desmoronamiento que sufre el presente se relaciona implícitamente con el cambio constante y rápido que sucede en todos los aspectos de la realidad. Las manifestaciones culturales se suceden unas a otras sin tiempo a asimilarlas y valorarlas, las industrias tecnológicas avanzan a un ritmo vertiginoso y el ser humano trata de alcanzar y navegar a la misma vez que la sociedad. Se pierde en sí mismo, sus raíces se fragmentan, por lo que adherirse a una idea robusta es simplemente una utopía.
Estas ideas fueron formuladas por el sociólogo Zygmunt Bauman en 1999, cuando mencionó que la transición de la modernidad sólida a la líquida fue producida por cambios de diversa índole que desembocaron en una “reinvención del mundo compulsiva, obsesiva y adictiva”. Sus ideas siguen teniendo vigencia, temiendo quizás, pues la situación social no para de agravarse, que este estado líquido pueda evolucionar al gaseoso, desembocando en un extremo que parece únicamente estremecedor y demasiado cercano.
No solo la modernidad es líquida, sino que la sociedad sufre este estado de apatía y consumismo veloz que solo agrava la identidad individual o colectiva. La autoconsciencia se difumina con la consciencia autoconsumista y las relaciones de carácter histórico (matrimonio, trabajo) desaparecen en aras de una sociedad descentrada, en constante cambio y codiciosa de novedades que sacien ese vacío agotador. La sociedad solo busca discurrir al mismo tiempo que el mundo, por lo que las identidades y manifestaciones culturales sufren la incertidumbre y se llenan de valores contradictorios debido (o gracias) a la globalización, que hace cuestionar las raíces y tradiciones y produce una mezcla de culturas. En general, el concepto de cultura ha agregado una dimensión más interdisciplinar que nunca a su definición, lo cuál hace desvanecer barreras (¿qué sentido tienen en un mundo tan mudable y tornadizo?) y muros entre unas y otras.
La detonación de las bases del pensamiento del ser social ha tenido consecuencias en la música como manifestación cultura; al ser un hecho social, esta ha sufrido un cambio de paradigma radical. Según Simon Frith, la desmaterialización de su realidad ha producido cambios en la experiencia sonora, en la creación musical, en su difusión y en su concepto. La música está en todas partes, llenando vacíos silenciosos innecesariamente; convive con una industria que decide qué suena y qué no suena y que es arrolladora con lo que encuentra a su paso, ya que solo se interesa por la novedad con disponibilidad inmediata.Para Arnau Horta, el aspecto físico de la música se ha desvanecido a favor de una nueva experiencia sonora basada en el individualismo impuesto del auricular y la presencia no física de esta; y la tecnología ha cuestionado la definición de música, proponiendo que el paisaje sonoro, la computer music o el arte interdisciplinar son ya una realidad con cierto peso (se desconoce si será fugaz o no). ¿Se habla entonces de música líquida?
El papel de los oyentes parece cobrar sentido en estos nuevos comportamientos que han abierto la puerta a alterar la música, desordenar secuencias de discos, transformar el sonido o a deformarlo según los intereses propios. ¿Qué debe entonces englobar el concepto de música? ¿Debe mantenerse erigido como una columna corintia en medio de un solar con escombros? Las barreras de la música han caído de forma tan grotesca que han provocado el pánico (justificado dentro de la modernidad líquida) y han hecho que la clasificación en géneros evolucione a un rechazo radical con oraciones tan peligrosas como “esto no es música”. ¿Qué es música a día de hoy? ¿Tiene sentido seguir utilizando la voz de la RAE, con incongruencias que están fuera de nuestro tiempo?
No solo el concepto de la música se pone en duda, sino que las identidades también sufren el paso del tiempo acelerado. Estas son el conjunto de características que nos definen, que nos hacen individuales y concretos dentro del sentimiento de pertenencia a un aspecto social intersubjetivo. Las identidades no son permanentes ni estables, sino que están en continua construcción y revisión, al igual que las tradiciones y prácticas sociales de las que es partícipe el ser humano y social. Si tanto las identidades como la música se encuentran en un lugar volátil, ¿cómo se han influido mutuamente? ¿Son las identidades las que han forzado (o forjado) un nuevo significado de la música? ¿O es la música la que ha gestado y producido nuevas identidades? Es decir, ¿cómo el hecho social se hace visible en la música de nuestra sociedad actual?
La cantante Arca
Al ser dos elementos (tanto música como identidades) tan débiles, es difícil responder a esta cuestión. Sin embargo, es posible indagar en el aspecto “cuantitativo” de esta relación. Al haberse desvinculado el concepto de identidad, ¿se pueden seguir considerando como algo estructural? ¿Son un mito? ¿Han desaparecido? O, por el contrario, ¿están más vivas que nunca, con una multiplicidad sin precedentes? ¿Han quedado las bases de clase, género, sexualidad, etnicidad, raza o nacionalidad obsoletas y, por ello, han desembocado en la desaparición de las identidades? ¿O simplemente se han ramificado y han creado una pluralidad nueva?
Sin embargo, este proceso de interconexión global ha abierto el debate sobre la apropiación cultural, esto es, coger y utilizar en el beneficio propio elementos característicos de identidades normalmente subversivas y silenciadas, las cuales no han tenido oportunidad de mostrarse por su propia condición. Diversas opiniones han surgido ante este fenómeno. Por un lado, la defensa de estos grupos identitarios y sus manifestaciones culturales consideradas como bienes de incalculable valor son definitorias, por lo que su utilización es considerada casi una perversión. Aquí, las identidades (y las barreras) son valiosas para preservar lo que puede ser único e inigualable, lo puro. Pero si asumimos que las identidades han desaparecido (o están en proceso), entonces realmente no hay nada que pertenezca al otro que no pertenezca al yo. No hay límites que puedan diferenciar unas características de otras y, por tanto, la libre circulación es constante.
¿De qué modo este esencialismo cultural no desune más que une? Si consideramos que Rosalía se apropia de la cultura gitana o que mencionar la palabra nigga si no eres afroamericano es ética y moralmente erróneo,¿dónde queda ese componente globalizado que ha permitido que todas estas manifestaciones lleguen a todas partes del mundo? Parece que las identidades son una barrera que perjudica nuestra propia existencia actual y cultural, aunque ambas justificaciones son difíciles de concretar. ¿Es la globalización una excusa para permitir este tipo de intromisiones y se están enmascarando como influencias? ¿O es que las manifestaciones musicales están creando puentes entre unas y otras y, con ello, mayor riqueza cultural? Los engullimientos de las culturas superiores sobre las minorías reflejan la dificultad de la cuestión, que seguirá teniendo vigencia tanto tiempo cuanto la modernidad líquida nos siga rodeando, ya que parece ser una consecuencia (in)directa de esta.
La modernidad líquida ha dado lugar a que el cambio permanente se establezca indefinidamente en el presente. Este cambio ha provocado la proliferación inaudita de identidades, tan particulares como concretas, sin que la generalización sea posible. Estas han abandonados las ramificaciones de las que provenían y se han individualizado y creado conexiones horizontales entre unas otras. Puede que entre una y otra compartan alguna característica sexual, pero sean contradictorias en la etnicidad. Este panorama ha dado lugar a una innumerable producción musical, la cual hasta el día de hoy está siendo difícil de clasificar y definir, aunque quizás este no deba ser el objetivo principal. Las barreras no desaparecen, sino que se redistribuyen de diferente forma estructural, como si de cajones únicos y diversos se tratase. Al haber crecido el número de identidades, más individuos podrán identificarse con muchísima concreción: el sentido de pertenencia es aún mayor, con diversidad de opciones entre las que poder escoger.
Un ejemplo de esta indefinida multiplicidad de identidades en la música es SOPHIE, cantante, compositora, productora de computer music y de música que se acerca a la artificiosidad de la música electrónica casi plástica. Abiertamente autodefinida como mujer transgénero que usa pronombres no binarios, su legado e influencia en las músicas populares urbanas como productora de Madonna o Charli XCX es inimaginable. Sus letras agarran la incertidumbre y la moldean para que parezca un lugar agradable en donde permanecer. Su canción Immaterial (¿contra-referencia a Material Girl de Madonna?) ha sido considerada todo un himno para estas identidades múltiples y autodefinibles: “any form / any shape / anyway / anything / anything I want”, “always the same and never the same”, “I could be anything I want”, “with no name and with no type of story / where do I live? / tell me, where do I exist?”. La identidad es inmaterial, moldeable, indefinida y en constante crecimiento, al igual que su música.
Algo parecido ocurre con Arca, la compositora y productora venezolana que aparece representada como una Venus mutante en Nonbinary. Su proceso de cambio es representado tanto visual como auditivamente (“I do what I wanna do when I wanna do it”, “It´s not who do you think you´re dealing with, no”, “speak for your selfstates”) con una abstracción de la electrónica casi explosiva (literalmente, con los casquillos de una pistola utilizados como objeto sonoro), acercándose a lo caótico y múltiple porque así considera su identidad, difícilmente clasificable y que quizás no necesite de esta estructura para simplemente ser.
Propuestas como estás nos hacen amar el cambio, agarrarse a esa vorágine social y cultural y aceptar nuestra condición cambiante. Sin embargo, ¿ha sido capaz la disciplina musicológica de absorber todas estas propuestas? ¿Cuál es la labor como musicólogas en esta cuestión? ¿Debemos abrir el cajón de las clasificaciones y comenzar este trabajo en contraposición con estas nuevas creaciones? ¿O simplemente debemos observarlas, sin tratar de objetivarlas, defenderlas e incluirlas como una continuación actual de la historia de la música?
Las dos ideas anteriores ejemplifican la situación actual cultural en ambos extremos, sin una respuesta que pueda solucionar y equilibrar el paradigma que nos rodea. ¿Hacia dónde se dirige la relación entre identidades y música? Es imposible poder descifrar la evolución de un hecho tan social . Aunque las tendencias no paran de aflorar, su condición que la ata a la sociedad es motivo suficiente para considerarla como líquida, sin saber cuándo se producirá el cambio de estado o si este siquiera posible. Mientras tanto, disfrutemos de todas aquellas músicas que surgen y que no son solo un reflejo actual de la sociedad, sino que se convertirán en testimonio en el futuro de aquello que fuimos.