La escritora Almudena Grandes / FARRUQO

La escritora Almudena Grandes / FARRUQO

Letras

La España de Almudena Grandes

La escritora madrileña prolongó la tradición de la mejor novela decimonónica en español para dar forma literaria a los ángulos ciegos de nuestra historia

28 noviembre, 2021 19:30

Almudena Grandes amaba a Galdós y a Victor Hugo. De ambos amarró la idea de esos Episodios Nacionales en femenino que la han convertido, aparte del resto de su narrativa, en un autora imprescindible desde esa literatura que trasciende la ficción. Un compromiso que la hacía feliz y que hereda de una tradición que había surgido en el XIX, algo que solía recalcar, como si simplemente se hubiera limitado a coger el testigo de quienes nos han contado la Historia de otra manera. Todo empieza en 1862. Victor Hugo vuelve su mirada a treinta años atrás –los convulsos días del levantamiento republicano contra Luis Felipe I en junio de 1832– y cuenta la Historia, bajando a los sótanos y llegando hasta los arrabales de quienes la padecen.  

El autor de Los miserables, además de ajustar cuentas con su propio tiempo, marca un estilo y define un género que será referente en su siglo durante los dos venideros. Cuando diez años más tarde Benito Pérez Galdós comience a escribir los Episodios nacionales confesará la misma intención: contar las historias de la Historia, ponerles rostro y nombre a los seres anónimos a los que los grandes acontecimientos,  especialmente las gestas y las guerras, devoran con la gula de la posteridad. Es posible que la mayor parte de los ciudadanos, incluidos algunos historiadores, se hayan olvidado de quién fue Vidocq, el criminal que termina siendo un probo fundador de la policía nacional gala o el mismo Luis Felipe I –al que ni siquiera identificamos con un estilo decorativo– pero es más que probable que sí le resulten familiares algunos de los protagonistas de Los Miserables, ya sea por el libro o en su célebre reconversión en musical. 

Benito Pérez Galdos / SOROLLA

Benito Pérez Galdos / SOROLLA

De los 46 episodios galdosianos dijo Max Aub –la conciencia crítica de nuestra Historia reciente– que, en caso de perderse todos los archivos y legajos históricos del país. “salvándose la obra de Galdós, no importaría. Ahí está completa, viva, real, la vida de la nación durante los cien años que abarcó la garra del autor”. Y añade, en su Manual de Historia de la literatura española, que allí quedarán para siempre “sus centenares y centenares de personajes históricos e imaginados, tan ciertos los unos como los otros”. Tanto Galdós como Hugo bajan del pedestal el relato oficial- comúnmente escrito por los vencedores- de la Historia y buscan bajo sus faldas las vidas de quienes fueron menos afortunados, los oprimidos –en palabras del escritor francés– el pueblo, según Galdós, al que sus adversarios gustaban tildar de garbancero por su afición al retrato de aquellos cuya heráldica reside en los callos de las manos y los sabañones en los pies. 

Esa es la tradición, el tronco, al que acudía Almudena Grandes siempre cuando hablaba de sus Episodios de una guerra interminable. Nunca dejó de citar a Galdós, sin que le pareciera demérito considerarlo el padre de esas novelas que la han convertido en la voz, tan aplaudida como autorizada, de los perdedores de nuestro tiempo reciente. Ella, como Galdós o Hugo, eligió un bando para narrarlo. Ni uno solo de sus lectores pudo llevarse a engaño porque su intención siempre fue nítida. Lo que ya resulta más extraordinario es el rotundo éxito de una tarea que la escritora emprendió hace veinte años y que, desafortunadamente, queda inconclusa, con una sexta entrega solamente esbozada y no terminada. Deja una suerte de epílogo distópico –según sus editores–  que se publicará en febrero, una de sus fechas favoritas para esos bolos y presentaciones que asumía con disciplina espartana, sin dar la sensación de agotarse jamás. 

La escritora Almudena Grandes, una de las grandes referencias de la literatura contemporánea / EP

La escritora Almudena Grandes, una de las grandes referencias de la literatura contemporánea / EP

Grandes fue una novelista de éxito temprano, con una obra oportuna en el momento oportuno, una juvenil Las edades de Lulú, que le valió el premio La Sonrisa Vertical y la convirtió en uno de los iconos de los ambientes culturales de la llamada Movida, aunque ya en los años noventa. Pudo ser autora de un solo libro –porque la novela se vendió mucho y aún más al ser llevada al cine por Bigas Luna, el no va más de la modernidad–. Tras ese bombazo vinieron otras dos novelas, si no tan epatantes –al fin y al cabo se había destapado con una ficción erótica siendo mujer y muy joven– sí de razonable acogida: Te llamaré Viernes y Malena es nombre de tango. Esta última, llevada al cine por otro conocido director, Gerardo Herrero. Grandes, ya con un nombre propio como autora, colaboraba en radios y revistas, se relacionaba con cineastas y músicos y había olvidado casi por completo los estudios de Historia que la habían convertido en la primera universitaria de los Grandes de España de Chamberí, como solía decir con tanta guasa como orgullo.  

Hasta que, tras otros títulos –algunos con un obvio cambio de registro narrativo y vital como es el caso de Los aires difíciles llegó Corazón Helado y el descubrimiento, por parte de la autora, de que, además de narrar una historia, era feliz investigándola y documentándola. Aquella primera vocación de historiadora, que había dejado el sitio a su impulso narrador –dedicaba ocho horas diarias a escribir, como si tuviera que cumplir un invisible convenio colectivo– encontró el acomodo en una voz narrativa. Y el interés, incluso la pasión, por una época concreta del pasado, aquel que siendo niña nadie le había contado, la derrota de la República y la dictadura.

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Si Hugo y Galdós eligieron, preferentemente, y sin omitir los nombres propios de personajes reales, a hombres y mujeres concretos como sostén de su mirada, Almudena Grandes, de manera consciente, da un paso más y, de entre los olvidados, elige a las doblemente olvidadas, aquellas en cuyo nombre nunca se ha contado una gesta, una hazaña, una derrota o una victoria. Siempre desde el tiempo que arranca con la Segunda República y acaba en los largos años del régimen franquista, Grandes elige voces de mujeres que, además de emerger de la zona de sombra de la Historia, aportan experiencias y actitudes que pocas veces se habían contado y aún menos llevando la voz cantante, el peso de la narración. 

El corazón Helado tuvo un rotundo éxito tanto de los lectores –nunca le han faltado a la autora, y aún menos las lectoras–  como de la crítica y del mundo editorial, que la eligió la mejor novela publicada en 2008. Así fue la inmersión de la escritora en ese mundo que tanto habría de fascinarle y al que ha dedicado los últimos veinte años. Usa el encuentro de dos hijos de bandos opuestos para levantar los silencios de una historia familiar tantas veces silenciada. A partir de esta novela, Grandes se convertirá en una rastreadora incansable de archivos, de libros epistolares, de memorias publicadas en el exilio o perdidas, de testimonios orales.  Aunque algunas ideas le venían rondando en la cabeza desde hacía años, es la documentación exhaustiva y la selección de aquellos hechos o personajes que le atrajeran más, lo que se convierte en su método de trabajo. Y en su pasión. 

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A partir de ese momento amigos y conocidos sabrán que un manuscrito de un superviviente de Cuelgamuros, la  carta de un testigo de la terrible huida del campo de Albatera, los papeles guardados de la hija de una presa en La Modelo, todo ello será un tesoro para Grandes, que buscará vidas para darles otra vida, que comprobará datos y fechas y será escrupulosa con el rigor de biografías y datos, pero que moldeará, como un alfarero, seres de ficción que servirán de hilatura a la gran trama de la Historia vivida. En 2010 dibuja, con la precisión de un cartógrafo, el mapa de sus episodios que tendrían seis entregas, seis novelas que irá trabajando, aunque no necesariamente respondan cronológicamente al tiempo en que las pensó.  

Cuando presentó la Madre de Frankenstein, la última novela publicada poco antes de la pandemia, contó que la historia de Aurora Rodríguez Carballeira (madre y asesina de la famosa escritora y activista Hildegart ) y su internamiento en el manicomio de Ciempozuelos le había llegado hacía muchos años, con un libro hallado en una librería de viejo, las memoria del doctor Guillermo Rendueles. Sin embargo, el encuentro entre este psiquiatra hijo de exiliados y la misteriosa interna y su choque con la España de Vallejo Nájera y López Ibor y el mundo de los enfermos mentales habría de esperar a la quinta entrega, porque Grandes quiso respetar la cronología de los hechos a la manera de Galdós.  Siempre entre la libertad creativa y la lealtad a la historia.

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Cinco son los episodios que actúan de manera independiente, aunque lógicamente tengan puntos en común y, a veces, personajes reales que aparecen de fondo. Inés y la alegría (2010) escoge a una joven desafecta a la causa vencedora, recluida en casa de su hermano falangista en Lleida, que oyendo una emisión de la clandestina Radio Pirenaica –que emitía desde Francia– recupera la esperanza de una libertad que creía ya perdida para siempre. Al otro lado de la frontera, los comunistas Carmen de Pedro y su pareja, Jesús Monzón, supervivientes y resistentes a la ocupación alemana en Francia, confían en la caída de Franco tras la victoria aliada contra nazis y fascistas. Grandes lleva al lector al mundo de los exiliados republicanos, a sus padecimientos en campos de concentración antes de la Segunda Guerra Mundial y a su resistencia y lucha contra la invasión alemana. Aparecerán personajes históricos, exiliados y combatientes republicanos, pero la médula espinal de la historia –que el lector sabe que no acaba como sueñan sus protagonistas– es Inés y su voluntad de recuperar una alegría que le importa tanto como la misma vida.

Desde la Francia de los exiliados y combatientes republicanos, Grandes vuelve a España y concretamente a la sierra de Jaén, para contar la casi legendaria historia del maquis (la guerrilla antifranquista escondida en los bosques a la espera de una ayuda internacional que nunca llegó). El lector de Julio Verne, publicada en 2012, relata desde los ojos de un niño de nueve años, Nino, la vida en la sierra, en este caso Sierra Morena, donde tantas veces vivían, escondidos, los guerrilleros del maquis. El protagonista, que quiere ser de mayor guardia civil, como su padre, conoce a un forastero, Pepe el portugués, que se convertirá de alguna manera en su héroe y modelo. Alumno de mecanografía, empieza a leer a Julio Verne y a través de sus fantasiosas historias irá descubriendo una realidad en la que los malos y los buenos no son quienes parecen. La mirada del niño le sirve al lector para conocer la dureza de la guerrilla de los años cuarenta, su perseverante y suicida lucha, y a algunos de sus cabecillas, como el famoso Cencerro.

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La tercera entrega es, posiblemente, una de las novelas de mayor éxito de Grandes. Su lectura llevó a miles de personas a interesarse por un pasado que incluso en sus propias familias había sido objeto de silencio o medias verdades.  Las tres bodas de Manolita (2014) es una historia de amor e intrigas, de presos y prófugos.  Manolita es hija de un fusilado, hermanastra de tres niños a su cargo, con la madre encarcelada y hermana de un comunista que vive escondido en los sótanos de un tablao flamenco. Siendo la única con capacidad de movimientos, recibirá de su hermano la misión de encontrase con un recluso –en los vis a vis que la obligarán a ejercer de casada– y ejercer como correa de transmisión de mensajes para los grupos clandestinos.  De ahí esas tres bodas –ella que soñaba con encontrar al fin al hombre de su vida– que la llevarán a conocer a personajes como el siniestro traidor, Roberto el Orejas –en la realidad Roberto Conesa– o La Palmera, un homosexual que paga cara su condición. 

El libro es casi un fresco de todas aquellas situaciones que hubieron de padecer quienes, por origen o condición, estaban fuera de la norma del nacionalcatolicismo. Las madres solteras y los hijos de rojos, los homosexuales y las cabareteras, los manchados por cualquier tipo de estigma. Los correccionales, las instituciones religiosas para mujeres y niños, los abusos, la humillación como única forma de supervivencia, el precio de seguir con vida y en silencio, todo ello conforma un cuadro, descrito casi a brochazos, sobre el que se mueve la joven con más voluntad que inocencia, y con más determinación que esperanza. Las penalidades de Manolita le sirven a la escritora para construir un retrato hiperrealista, de un país donde sobrevivir era callar y era sufrir, pero en el que, a veces, la vida se escapaba por las rendijas de los muros y las morales   más impenetrables.

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De la misma manera que Grandes se sirvió de ensayos históricos muy documentados (como la trilogía la guerra de Martínez Reverte o los trabajos de Moradiellos, Viñas o Casanova) para apuntalar el contexto histórico de sus Episodios, en alguna ocasión fue una peripecia singular la que le llevó a investigar una trama y urdir una historia. Sucedió con el origen de Los Pacientes del Doctor García (2017), la novela más internacional de la saga, en la que Grandes cuenta cómo una organización alemana montó en España una red para ayudar a nazis y colaboradores del tercer Reich a huir de los aliados, bien para quedarse aquí, bien para establecerse en Argentina.  

La autora lee unas extrañas memorias que hablan de un piso de la madrileña calle Galileo, donde una ciudadana alemana, Clara Stauffer, servía de enlace a los huidos gracias a su doble nacionalidad y a su adscripción a la Falange. Las buenas relaciones con el régimen le sirven para camuflar las evasiones –ante posibles delaciones de espías británicos o franceses y algún grupo sionista–y montar una red que los protagonistas de Grandes, el doctor García y su amigo Manuel Arroyo, recién vuelto del exilio, pretenden desenmascarar. Aparecen también–por los rocambolescos planes de los fugitivos– personajes de la División Azul que Franco envió a combatir contra Stalin y a favor de Hitler, y en la que muchos se enrolaron para lavar un pasado republicano y otros por ardor guerrero, como Adrián Gallardo, un ex boxeador, al que quieren suplantar la identidad. 

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La trama hace viajar al lector por diferentes países. En ella sobresale un personaje real que deslumbró a Grandes. Es Norman Bethune, el medico canadiense –el único occidental que tiene una estatua en Pekín– que fue pionero de las transfusiones de sangre en el mismo campo de batalla. Bethune fue miembro de las Brigadas Internacionales como sanitario y testigo de la Desbandá –la masacre más sangrienta por mar y aire que, contra los civiles que huían de Málaga, hicieron aviones y buques alemanes e italianos. El médico hizo unas fotografías que son la única prueba documental disponible de un hecho que anticiparía los ataques contra la población civil, habituales en la Segunda Guerra Mundial y en el resto de Europa. 

Bethune aparece en la novela de Grandes como cooperante en la retaguardia, poco antes de que decidiera marcharse a China y se convirtiera allí en un referente con sus investigaciones médicas. El personaje de Stauffer le sirve a la escritora para retratar la parte civil del régimen, Falange y su réplica para mujeres, la Sección Femenina, con una dirigente tan poderosa como Pilar Primo de Rivera, hermana del fusilado José Antonio, ideólogo del movimiento y considerado un mártir. Aunque de refilón, en esta cuarta entrega, Grandes se refiere a dos personajes claramente antipáticos para la autora: son los psiquiatras Vallejo Nájera y López Ibor, estrellas del franquismo y mimados por el régimen, que los trataba como eminencias. 

Carlos Castilla del Pino / EFE

Carlos Castilla del Pino / EFE

Grandes, sobre todo, se basa para contar su historia en las memorias de otro psiquiatra, conocido antifranquista y amigo suyo, Carlos Castilla del Pino, que hace un relato exhaustivo del poder de ambos y de cómo lo ejercían siempre en su beneficio, a menudo en detrimento de la salud de sus pacientes. Esa es la subtrama, digamos, de la última entrega, La madre de Frankenstein, aunque, efectivamente, una de sus protagonistas reales sea Aurora Rodríguez, la madre y asesina de la feminista republicana Hildegart.  Grandes reconoció que si en las primeras novelas sus personajes mantenían aún viva la llama de cierta esperanza en ver caer a Franco, tras la derrota del fascismo en Europa, a partir de los años cincuenta ya se aferran a la supervivencia como única obsesión. 

Muchos se han ido, otros vuelven y se arrepentirán muchas veces de haberlo hecho. Esa tensión y esa tristeza aparecen en el último de los Episodios, uno de los más largos y más complejos de la serie por la singularidad de los personajes y la dureza del asunto –la locura– y el escenario elegido: el siniestro manicomio de Ciempozuelos, en Madrid. 

Max Aub en París, años 60. Fundación Max Aub.

Max Aub en París, años 60. Fundación Max Aub.

Como sucede en Los pacientes del doctor García, el protagonista es un médico, hijo de exiliados, que regresa a España. En aquella década habían vuelto muchos que creyeron intuir síntomas de cambio tras los acuerdos de Franco con EEUU y la cada vez más débil oposición de la República en el exilio. Algunos se quedaron para siempre; otros regresaron, como dijo Max Aub, a su condición de apátridas. Germán Velázquez, afamado siquiatra en Suiza e hijo de exiliado, es reclamado por un amigo, al que conoce de la infancia y al que se encuentra en citas profesionales para poner en práctica tratamientos pioneros con enfermos de esquizofrenia.   

En Ciempozuelos Velázquez reconoce en una paciente especialmente difícil a la asesina de Hildegart, en cuyo juicio había intervenido su padre como forense. La poderosa personalidad de Rodríguez, su defensa de la eugenesia –aplicada por los nazis contra los seres “imperfectos o inferiores” y el intento del psiquiatra de, si no curarla, sí aliviarle su dolor, es una parte esencial del argumento, que a la vez se bifurca en otras historias, sin que falte el amor y la relación de Velázquez con una enfermera que es la única que puede y sabe tratar a Aurora. 

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Grandes no escatima detalles en la descripción exhaustiva de los métodos de los afamados Vallejo y López Ibor, especialmente el uso de la lobotomía contra la homosexualidad o para acallar a las víctimas de abusos sexuales. Aparecen en esos resignados años las violencias invisibles, las que aparentemente no dejan huella física, las que consuman la derrota. Con esta novela su autora se adentra en la década de los años sesenta, para terminar los Episodios, tal como era su intención, ya desde el antifranquismo, y las primeras resistencias a una dictadura que tardó tanto en agonizar.  

Almudena Grandes ha cerrado su ambiciosa saga con un epílogo que, sin ser lo que pretendía, servirá de cierre de una obra que, lejos de reducirla o restarle lectores, la ha convertido en referente en España y en Latinoamérica, donde es tan leída como querida.  En la columna en la que anuncio su enfermedad habló directamente a sus lectores, sobre todo lectoras, que la habían estado esperando en vano en la Feria del libro de Madrid. Los lectores, y no solamente los hijos o descendientes de los perdedores, le respondieron siempre, coincidieran o no con sus ideas políticas. Tal vez porque, además de pasión y rigor, Grandes rezumara –como Galdós– el aroma de la honestidad.