Hoteles y letras / FARRUQO

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Letras

Los hoteles y las letras

Un viaje por los míticos alojamientos de Venecia, Alepo, Amalfi, Marienbad, Estambul o Singapur que acogieron instantes y personajes capitales de la literatura universal

31 agosto, 2021 00:00

Todo arranca en un hotel veneciano de viejos y abigarrados vestigios. Cuando el protagonista de Gran Hotel Europa (Acantilado), novela escrita por Ilja Leonard Pfeijffer, entra en su habitación se fija en un viejo sillón Chesterfield de cuero rojo y en un baldaquino de damasco color burdeos, que cubre su cama. En la conserjería del hotel ha visto un retrato de Paganini, obra de un pintor adocenado. Todo está ya sobreentendido. Esta sensación es lo que queda del Lido, el rastro de Thomas Mann en Venecia o la desazón en la que sumió el joven Tadzio a Gustav von Aschenbach. 

Antes de que dejara de funcionar en 2009, el Orient Express, que unía París con Estambul, tenía parada en la estación de Venecia. Más adelante, después de atravesar los Balcanes, el mítico tren se adentraba en Siria, hasta la ciudad de Alepo e instalaba a los huéspedes de su vagón de primera clase en el Hotel Baron, donde Agatha Christie pasó largas temporadas en compañía de su marido, el arqueólogo Max Mallowen. El mismo hotel de Alepo, la ciudad que no quiso ser otomana, pero que ha conservado las antiguas lenguas de Anatolia, fue refugio de Lawrence de Arabia, El-Urenzi, como le llamaban los bravos beduinos que lucharon junto a él en el desierto de Arabia. 

Baron Hotel in Aleppo c1920

El militar británico estudió árabe sobre la terraza del Baron, donde fumaba en narguile y reescribió Los siete pilares de la sabiduría (Zeta). Tras coronar su última etapa, el Orient Express llegaba a la estación término de Estambul, ciudad en la que la comitiva azul de duques y princesas se alojaba en el Pera Palas levantado frente al Bósforo por la compañía Wagons-List. El hotel permanece intacto desde que Sara Bernhart ocupó una de sus habitaciones. La dejadez calculada del edificio asombró a Marcel Proust en A la sombra de las muchachas en flor. Para muchos de nosotros, el Pera Palace es sobre todo el hotel de Manu Leguineche, maestro de la crónica periodística (Hotel Nirvana, Ediciones B) y enviado a todos los conflictos de la segunda mitad del siglo pasado.

Pfeijffer, autor y narrador en primera persona de Gran Hotel Europa, va al encuentro de Clío, su amada, una historiadora del arte, en los entrecruces imposibles de Venecia, donde el tiempo está anclado en la melancolía; del pasado glorioso de la ciudad situada sobre una laguna solo queda “la sombra de un sueño”, dice Pfeijffer. Allí empieza esta breve expedición veraniega de hoteles y letras alrededor de un mundo caído, huella de la vieja Europa. Es una guía arbitraria, que arranca en la ficción para acabar prolongándose en la realidad. Un camino recorrido a la inversa: va desde la invención al detalle, desde la metáfora a la experiencia vivida; es un geoglifo que diverge en muchas biografías. 

PERA PALACE hotel

Los protagonistas del recorrido son hombres y mujeres que se apean del mito para adentrarse en la melancolía de los hoteles, esa sensación de haber ido a parar temporalmente a una tierra de nadie. Es el sentir débil y desacomplejado del Nobel austríaco Peter Handke en su errancia por España; el escritor se detiene en el Palace de Madrid, el de la bella cúpula de cristales multicolores, de donde emerge una auténtica pléyade: Carpentier, Colette, Sinclar Lewis, Moravia, Maeterlink, Ortega y Gasset, Octavio Paz, Carlos Fuentes o el mismo Hemingway de Fiesta y Muerte al atardecer

Los apasionados de Venecia, venturosos antecedentes del turismo de masas, salían de la ciudad ducal para recorrer la costa italiana hasta el Golfo de Palermo. En la bella archidiócesis de Amalfi, en la garganta del Monte Serreto, se alojaban en el Albergo della Luna, donde Simone de Beauvoir pasó su corta desconexión de Sartre y donde el poeta surrealista Jacques Rigaut inspiró a Pierre Drieu la Rochell La maleta vacía y El fuego fatuo (Alianza); después se disparó una bala en el corazón y entró en la nómina fatídica de Leopoldo Lugones, Ernest Hemingway, Horacio Quiroga, Klaus Mann o Jacques Vaché, entre otros. Y un poco más tarde, el mismo Albert Camus, ahondando en la experiencia de Rigaut, escribió en el pórtico de su célebre ensayo, El mito de Sísifo, que sólo existe un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. 

Hotel Nirvana

Venecia se ha convertido en un museo al aire libre. Pero a los clientes del Gran Hotel lo que les llama la atención es la actividad en el interior del establecimiento en el que se practica el goúter de la mi-matinée. Después del último té, mantienen conversaciones seminales, marcadas por el egoísmo como virtud y el altruismo como debilidad. El verdadero viaje no se vive frente a las ruinas del pasado ni ante bellos paisajes, sino de noche, en el interior de una habitación de hotel, en la que el viajero no piensa en lo que ha visitado durante el día. Piensa en lo que ha imaginado: la lanza de un antiguo guerrero, el corpiño de una dama, Dafne, la ninfa deseada por Apolo, o Diana sorprendida en el baño. 

Así lo certifican los ilustres huéspedes de Marienbad, el balneario más bello de Bohemia, dotado de 140 fuentes de aguas hidrocarbonadas y sulfatosódicas, que tomaron Gógol, Dostoievsky, Kipling o Gorki y Mahler, Straus o Wagner. La letra es el recuerdo de lo bello grabado en el inconsciente y la música es la expresión sublime de lo mismo. En Marienbad se dice que el agua brota y brotará sin interrupción, a condición de que adoremos sus jardines, descubiertos por Goethe, como anota Nathalie de Saint Phalle en Hoteles literarios; viaje alrededor de la Tierra, (Alfaguara).

En sus crónicas, el cineasta Alain Resnais convirtió a la película El año pasado en Marienbad, de Marianské Lazné, en una cinta de culto envuelta en la niebla misteriosa sobre un valle realmente soleado. Muy cerca de allí, Kafka y Felice dieron rienda suelta a su amor en el extinguido Balmoral & Osborne, durante el verano de 1916. Algo de aquel episodio se desbroza en Cartas a Felice, (Alianza), un libro que sin embargo no desvela los tormentos del escritor checo, como novio de Felice y amante de Milena. 

La realidad es fugaz, especialmente para los sedentarios que nacieron demasiado pronto,  dispuestos a poner a prueba sus sueños de explorador.  Así le ocurrió a Goethe, como recoge su poema Elegía en Marienbad, inspirado por su último amor, Ulrika von Levertzow, una muchacha de 16 años que huye del sabio y se refugia en el castillo de Loket, antigua residencia de los reyes de Bohemia. Instalado en la Posada del Caballo Blanco, frente al castillo, el padre del romanticismo alemán aguarda y aguarda, hasta que se desespera y renuncia; se reconoce, al fin, un anciano. Son los últimos escarceos del maestro, resumidos por su secretario y discípulo Johann Peter Eckerman (Conversaciones con Goethe, Acantilado). 

Orient Express, Mauricio Wiesenthal : ACANTILADO

De regreso al Sur, Europa se encrespa en los Alpes suizos. Llegamos a Soglio, donde Rainer María Rilke se emboscó --en el Hotel Palacio de Salis, un edificio recuperado y premiado en 2009-- para terminar sus Elegías; allí encontró el poeta una felicidad efímera y escribió sobre las mujeres que habían sido importantes en su vida: Nanny Wunderly, Yvone de Wattenwyl, Claire Goll, Mary von Thurn und Taxis y especialmente Lou Andreas-Salomé. Lo recoge con maestría Mauricio Wiesenthal en el El vidente y lo oculto (Acantilado), una biografía singular del gran poeta; una búsqueda insondable de lo hermético instalado en el mundo de ayer, antes de que Europa fuese sepultada por dos guerras mundiales. 

No tan lejos de Soglio, en la Alta Engandina suiza, en el cantón de los Grisones, Nietzsche descubrió la aldea de Sils-María, donde pasaría diez largos veranos y daría los últimos retoques a muchas de sus obras. Iniciaba una etapa de madurez y decidió incluir en su libro La ciencia jovial, el aforismo 371, en el que esboza el paisaje del eterno retorno. El sentimiento cósmico ya no le abandonará; el filósofo se convierte en un argonauta del espíritu. Se hospeda en el Hotel Alpenrose, al pie de los castillos reales de Baviera. Se libra de la cárcel que le supone su carácter, combate su estado de ánimo y proclama que quiere vivir peligrosamente, “fundar ciudades sobre volcanes”. En realidad quiere librarse de la tartufería mental que ya entonces formaba parte de nuestros genes. Desesperado, recurre finalmente al Maestro Eckhart: ¡Oh Dios, líbrame de Dios! En Sils-María, detrás de los enormes picos alpinos, aparece Zaratustra.

Eckermann Goethe

El aventurero es un personaje del siglo XIX, que se desborda en el XX y se precipita al vacío en el XXI. Adivinando el magro futuro que tenía por delante, Joseph Conrad decidió saltar de continente en continente. Fue el primero en pisar el Hotel Raffles de Singapur en 1897; allí escribió Tifón (Biblioteca Nueva) y empezó Lord Jim, héroe impávido, obsesionado con el deber, cumbre moral de los capitanes de Conrad. Herman Hesse estuvo en el hotel en 1910; ya había escrito su Viaje a Oriente y llevaba un ejemplar en la maleta como muestra de que el escritor no agota experiencias, solo las escribe con argumentos que no son suyos

En todo caso, no hay duda de que el puente entre Occidente y Oriente pasó por el Raffles: debajo de las aspas de sus míticos ventiladores, Somerset Maugham y Kipling descubrieron fábulas exóticas en un tiempo en el que la colonización le servía de pretexto a la literatura. Allí dejó un mal recuerdo el simbolista francés Rimbaud, que viajaba con cuarenta mil francos de oro pegados en el cinturón, por si acaso, un pequeño tesoro de la memoria hallado por Saint Phalle, autora del citado compendio. 

Años de hotel, Joseph Roth / ACANTILADO

Mientras Pfeijffer y Clío viven su amor veneciano, el autor-protagonista de Gran Hotel Europa no se salta ninguna de las conversaciones de salón de té que mantiene con los clientes del lujoso establecimiento. Resuenan los pasos de Joseph Roth, pero también los hexámetros de Virgilio y sorprendentemente la paz interior de Marco Anneo Séneca, el filósofo nacido en Hispania (Córdoba), heredero de Séneca el Viejo, llamado el Retórico y autor de la famosa réplica que dice así: “Yo poseo riquezas, pero ellas no me poseen a mí”. Nuestro Séneca fue abogado, cuestor, senador y enemigo de Nerón después de haber sido preceptor del joven emperador. Fue acusado de participar en la conjura de Pisón y obligado a suicidarse. Pero antes de su honesta y valerosa despedida, legó obras valiosísimas, como los Diálogos o las Epístolas morales dedicadas a Lucilo y consideradas un ejemplo de templanza

Séneca entendió la cultura como un ocio fértil, lo que lo aproxima a los monólogos de Clío sobre el arte y su proyección sentimental, en la novela de Pfeijffer. En la arquitectura narrativa de Gran Hotel Europa aparece el misterio del último cuadro de Caravaggio que se encontró en su día en las tres últimas entregas desaparecidas del pintor fallecido en 1601. Las pistas señalan al cardenal Borghese que sería nombrado papa Pablo V y a su nuncio, Deodato Gentile. El último lienzo del maestro del claro-oscuro, un autorretrato en la figura de María Magdalena, quedó escondido durante siglos en el Castillo Doria de Portovenere. Aunque los cuadros perdidos por el mundo del gran exponente del barroco suenan a historia mil veces socorrida, Pfeijffer mete con calzador en su ficción el enigma del Caravaggio perdido sobre el que versa la última conversación entre el protagonista y Clío, en el momento de su ruptura.

Grand Hotel Europa

Uno no consigue entender por qué la memoria de Virgilio permanece entres los huéspedes del Gran Hotel Europa. Será un producto de las llamadas Suertes virgilianas, practicadas en toda la antigüedad y recuperadas en el Renacimiento. En La Comedia, Dante convirtió al poeta latino en su guía por el Infierno y el Purgatorio y le llamó Tu duca, tu signore y tu maestro. En su herencia más reconocida, Eneida, Virgilio asombró al porvenir con el hexámetro dactílico ejemplo de onomatopeya: Quadrupedante putrem sonitu ungula campum --el casco bate con sonar galopante la húmeda tierra--, siguiendo la guía de Luis Antonio de Villena en Biblioteca de clásicos para uso de modernos (Gredos).

Más cerca de nosotros en el tiempo, el espíritu de Joseph Roth se pasea sin ser visto por los pasadizos del Europa veneciano. Algunos de los clientes alicaídos hablan con admiración del escritor vienés, nacido en la Galizia polaca; los muy puestos saben sin soltar prenda que el autor de La marcha Radetzky se refirió jocosamente al protagonista de su novela en estos términos: “Der Leutnant Trotta der bin ich (el teniente Trotta soy yo)”, parafraseando el “Madame Bovary, c’est moi, de Flaubert. Su último viaje de ida a París reflejó un deseo terminal: Roth dejó escapar una ocasión para huir a EEUU antes de la llegada de los nazis. ¿Por qué bebes tanto? Le pregunto un amigo preocupado. Y el santo bebedor respondió: “a ti también te van a cazar”. Murió en un hospital, en 1939, al tercer día de un delirium tremens, como recuerda el Premio Nobel, Coetzee, en su portentoso ensayo Mecanismos internos (Mondadori).