El actor y director teatral Lluis Homar / EFE

El actor y director teatral Lluis Homar / EFE

Letras

Lluís Homar: "El Siglo de Oro, en España, debería ser una cuestión de Estado"

El director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico critica el escaso valor que la política otorga a la cultura y reivindica el papel social de los actores y los dramaturgos

7 diciembre, 2020 00:10

En marzo de 2019, el actor y director teatral Lluís Homar se convertía en el nuevo director de la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Tan solo un año después, Homar vio como se suspendían tres de los espectáculos programados a causa del cierre de los teatros por culpa de la pandemia, que golpeaba y golpea con especial dureza el mundo de la cultura. A pesar de este contexto, no se detuvieron, conscientes de la importancia del teatro en estos tiempos de incertidumbre. Hace un mes el dramaturgo catalán llevaba a escena, junto a Ariadna Ozores, los versos de San Juan de la Cruz y unas semanas después estrenaba en Madrid, en la sala Tirso de Molina del Teatro Clásico, La comedia maravillas –texto de Ramón de la Cruz y Lluïsa Cunillé–, de la que Homar es director. 

–Han decidido representar a Ramón de la Cruz, un dramaturgo que, a través de sus sainetes, reflexionó sobre la función del teatro y su influencia en la sociedad. ¿Hasta qué punto es necesario hacerse estas preguntas hoy?

–La pregunta sobre la influencia social del teatro y el intento de ponerlo al servicio de la sociedad explica mi trayectoria. Tuve la inmensa suerte de empezar muy joven, con solo diecinueve años. Era 1976, veníamos de una dictadura de más de cuarenta años y estaba todo por hacer en muchísimos ámbitos. Fue entonces cuando, junto con Fabià Puigserver, Carlota Soldevila, Lluís Pasqual y Pere Planella creamos el Teatre Lliure desde la convicción de que el teatro y el arte son bienes de primerísima necesidad, más aún en una sociedad como la de entonces, que, como decía, venía de cuatro décadas en las que la cultura había sido completamente denostada. Y, en parte, todavía hoy sigue estándolo, si bien, como dijo Bertolt Brecht, el teatro es una herramienta de transformación de la sociedad. 

–¿Su convicción sobre la influencia social del teatro tiene su origen en su experiencia en el Lliure?

Efectivamente. Nacimos como una iniciativa teatral de servicio público y es en esta concepción del teatro en la que me he formado. En el Lliure queríamos ser útiles y ofrecer un espacio de encuentro y reflexión, algo tan necesario en estos tiempos que estamos viviendo, en los que nos sentimos perdidos ante la incertidumbre. Creo que en momentos como los actuales el teatro puede servir para tomar conciencia de lo que es verdaderamente importante y, por tanto, dejar de lado ese mundo material basado en la lógica del quítate tú que me pongo yo, sustentado en valores meramente economicistas, en el tanto tienes, tanto eres. Hemos llevado al extremo estas lógicas y diría que, en cierta manera, esta pandemia es el reflejo de este sinsentido en el que estamos sumergidos. En esta situación es muy importante que nos replanteemos para qué sirve el teatro en este mundo tan desalmado y hasta qué punto nos puede mostrar otra manera de ser, otra manera de concebir el ser humano. 

Lluis Homar, durante los ensayos de 'La comedia de maravillas'  / SERGIO PARRA

Lluís Homar, durante los ensayos de La comedia de maravillas / SERGIO PARRA

–¿Por eso hay recuperar a Ramón de la Cruz?

Me gusta mucho lo que hace cuando se pregunta cuál es el lugar del teatro, desde dónde puede ser útil. Estoy cada vez más convencido de que lo más importante son las personas: quiero que las actrices y los actores seamos seres humanos sobre el escenario. No quiero que nos escondamos en nuestro saber hacer, sino que actuemos como un ejercicio social y seamos reflejo de ese compromiso con el que subimos al escenario. Por eso tenemos que ser humildes, generosos y no dejarnos llevar por los egos. Esta actitud en los ensayos y en escena se traslada, luego, fuera del teatro, haciendo que éste sea algo más que una representación, convirtiéndolo en un alimento para el alma. 

–A diferencia de Francia, aquí no se consideran ni al teatro ni a las librerías como bienes esenciales.

Sin duda. Francia es un ejemplo importantísimo que deberíamos tener presente. También Alemania, donde en casi cualquier ciudad mediana o pequeña encontramos un teatro, una compañía de danza, una orquesta. Nadie discute que la educación y la sanidad son bienes de primera necesidad, pero en nuestro país todavía no está arraigada la creencia de que la cultura también lo es, algo que no sucede en Alemania o en Francia. Sin embargo, aunque, a diferencia de esos dos países, aquí no se ha hecho nada desde la política para defender la cultura, esta se revela como algo importante por las ganas con la que la gente reclama que teatros, cines y librerías estén abiertos y el entusiasmo con el que acude a estos espacios.

Y es que, en momentos así, la cultura nos alimenta, nos da certezas. Sin ella, ¿a qué nos agarraríamos en tiempos como los que vivimos? Por eso es importante que los que trabajamos en la cultura seamos conscientes de la relevancia y de la responsabilidad que tenemos. Ramón de la Cruz se preguntaba qué podemos hacer desde el teatro, independientemente de todos los condicionantes sociales y personales que tenemos. Sus sainetes son una sacudida para los que nos dedicamos al arte dramático y para los espectadores, a los que se les invita a reflexionar sobre qué esperan y qué exigen del arte, de la cultura y del teatro.  

–La recuperación de Ramón de la Cruz es la reivindicación de todo un siglo, el XVIII.

Ramón de la Cruz es un autor que ha sido reivindicado más de una vez. Hace unos catorce años, si no recuerdo mal, Ernesto Caballero hizo un espectáculo basado en cuatro sainetes suyos. Ahora, con este espectáculo, nos sumamos a la reivindicación de este autor fundamental del XVIII, un siglo que ha quedado algo ensombrecido por el llamado Siglo de Oro, donde encontramos autores de la talla de Calderón de la Barca, Tirso de Molina o Lope de Vega. Sin embargo, el XVIII fue también un gran siglo que, como decía Galdós, se resume con dos nombres: en pintura, Goya, y en teatro, Ramón de la Cruz.

Sus obras reflejan un siglo convulso e involucionista, resultado de un gran Imperio que se venía abajo. Con su teatro popular, es el primero que consigue reflejar ese tiempo y hacer que las personas se sientan identificadas con personajes que producen risas y que nacen del respeto que el dramaturgo sentía por el ser humano. Nos propone un teatro entonces nunca visto. Sin él sería imposible entender a los que vinieron después, empezando por Valle-Inclán y siguiendo por Arniches. Todos ellos marcan un antes y un después en la concepción de los personajes y ayudan a construir la figura de los actores populares, intérpretes capaces de hacernos reír reflejando lo que somos. El nuestro no es un país de galanes como Estados Unidos; el nuestro es el país de López Vázquez, Paco Martínez Soria o Lina Morgan. Ellos son nuestros iconos, pues a través de ellos y de sus personajes nos vemos a nosotros mismos. 

–Lo que comenta me hace pensar en la figura del comediante, tan desprestigiada.

Hablamos de la figura del cómico, efectivamente. La defensa de esta figura clave en nuestra cultura la encontramos no solo en el teatro, sino también en el cine. Pienso ahora en una película como El viaje a ninguna parte de Fernando Fernán Gómez o en Pájaros de papel, donde participé. Vengo de trabajar con Ariadna Ozores, que es la séptima generación de una familia de cómicos. Los sainetes de Ramón de la Cruz suponen la dignificación de esta figura, la del cómico de la lengua, que se decía antes, y que durante mucho tiempo ha sido considerada de segunda o tercera categoría. Y no es así, al contrario. Los cómicos reflejan nuestras raíces y los sainetes, que es un género breve, pero no menor, tienen mucha enjundia. Nos cuentan de dónde venimos. En este sentido, Ramón de la Cruz es comparable a Goldoni: los argumentos pueden parecer sencillos, pero son muy profundos en su indagación del alma humana. Los sainetes, de hecho, mantienen ese difícil equilibrio entre ligereza y profundidad.

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El actor y director catalán, durante un acto público / SERGIO PARRA

Mantener ese equilibro tuvo que ser complicado a la hora de llevar a escena a San Juan de la Cruz, quizás uno de los poetas más complejos de nuestras letras.

Fiel a la vocación de servicio público, y asumiendo que cada autor tiene su cometido, para mí lo esencial con San Juan de la Cruz era decirles a los espectadores: “Cuidado, no tengamos en un pedestal a este señor considerándolo como un poeta inaccesible”. Lo primordial era divulgarlo y transmitir la idea de que escribió poemas para ser leídos por todos, porque el alma humana, la de todos, es capaz de trascender. No es un privilegio de unos pocos, si bien es cierto que no es fácil. Es un camino difícil, de renuncia y de abandono del mundo material. Sinceramente, creo que hoy en día es muy útil conocer una figura como la de San Juan de la Cruz, que apela al ser humano para ofrecerle una vida de plenitud más allá de lo material. Este papel de divulgación que quisimos hacer con el poeta místico es similar al que ahora llevamos a cabo con Ramón de la Cruz. Ya sé que no es ni Lope ni Calderón, pero, como decía antes, es parte esencial de nuestra historia y, aunque sea de otra manera, también nos apela como seres humanos. 

–En sus memorias, cita una frase de Santiago Rusiñol sacada de La casa del arte: “Yo seré un Beethoven, mamá, pero un Beethoven modernizado”. Esta frase me lleva a preguntarle sobre la modernización de los clásicos.

La representación de clásicos y su actualización forma parte de mi ADN. Recuerdo que durante los primeros años en el Lliure nos machacaron porque no representábamos a contemporáneos. Yo siempre he tenido un vínculo muy estrecho con lo clásico, siento que, en cierta medida, me elevan, me acercan a un sentido de lo poético muy concreto. Más que el concepto moderno y más que la idea de modernizar, me quedo con el término contemporáneo. En los clásicos, como, por ejemplo, en Terra Baixa, obra que ha marcado mi carrera, hay una poesía y un saber que nos alimenta ahora, a pesar del tiempo transcurrido. Y es que, como decía Adolfo Marsillach, es necesario romper con la idea museística de los clásicos, puesto que el teatro solo puede ser contemporáneo. ¿Esto qué quiere decir? Pues que lo que me gusta hacer es teatro contemporáneo con textos clásicos, y es lo que he hecho a lo largo de mi carrera, desde el convencimiento de que, junto con un equipo, puedo hacer algo para la divulgación de estas obras. Ya quisieran tantas culturas tener lo que tenemos, el problema es que no somos conscientes de ello. 

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Homar, en el escenario / SERGIO PARRA

–¿Nos falta educación clásica?

Absolutamente. La educación clásica es fundamental y aquí falla. Cuando estudiaba, estaba convencido de que El Quijote era un coñazo. Cuando lo leí no me podía creer lo maravilloso, divertido y rico que es. Yo me eduqué en el sistema franquista, eran otros tiempos, pero todavía seguimos sin ser conscientes de la relevancia de los clásicos y, en concreto, del teatro, que muchas veces se considera una actividad extraescolar, cosa que está muy bien, pero es necesario hacer más. Es importante darlo a conocer y fomentar la idea de que los clásicos teatrales nos hablan y nos apelan. El problema de fondo es que, por lo general, no otorgamos valor a este patrimonio nuestro que, por el contrario, de pertenecer a Francia, Alemania o Inglaterra no solo sería muy valorado, sino que se le sacaría un partido mayor del que le sacamos nosotros, creando una cultura y una sabiduría colectiva. 

–En este sentido, ¿hay un gesto o un compromiso político en esta recuperación y divulgación que realizan desde la Compañía Nacional de Teatro Clásico?

Sí, hay algo de político en todo esto. Como leí en algún titular hace tiempo, el Siglo de Oro, en España, debería ser una cuestión de Estado. Y es así. Estamos hablando de obras escritas en castellano, que es una de las lenguas más habladas en todo el mundo y de obras que podrían tener una difusión mayor, pero parece que esto no interesa. Por el contrario, mira qué enorme labor ha hecho Inglaterra para dar a conocer a Shakespeare o qué sentimiento de orgullo y de protección hacia su cultura, empezando por el cine, tienen los franceses. Es cierto que hay algo de chovinista en el carácter francés, pero gracias a este orgullo consiguen que su cultura llegue a todo el mundo. Y para que ocurra todo este tiene que existir voluntad política. 

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–Usted ha hecho cine y televisión, pero, en estos tiempos ¿el tú a tú del teatro es lo que más necesitamos? 

Sin duda. Hacer buen cine es dificilísimo. Todos recordamos películas icónicas que nos han marcado. El cine es maravilloso, pero es cierto que el teatro, y más todavía ahora que vivimos rodeados de pantallas, tiene una cercanía incomparable por el hecho de ser un arte en directo. Es un ritual en el que nos encontramos todos, actores y espectadores. Y, precisamente por esto, los que nos dedicamos a él tenemos que mimar ese momento en que, ya subidos en el escenario, nos encontramos con el público. Habiendo trabajado en televisión y cine te puedo decir que me siento afortunado al poder trabajar en este momento para cultivar esa esencia y esa singularidad que solamente tiene el teatro.

–¿Transmitirlo en televisión, como se hizo en décadas anteriores, no acercaría el teatro a mucha gente que no suele ir a verlo en las salas? 

Yo crecí y me formé viendo Estudio 1, al que le debo mucho. Con la pandemia hemos descubierto nuevas formas de hacer llegar el teatro a los espectadores. En estos meses  se han representado obras por streaming, algo que era impensable, sobre todo para los que nos dedicamos a la escena, que solemos ser reacios a la posibilidad de grabar las obras, puesto que entendemos que, como te decía, el teatro es siempre arte en directo. De ahí que el hecho de que se pueda ver a través de la televisión siempre suscite debate. Sin embargo, este tiempo de pandemia nos ha obliga a valorar nuevas opciones y plantear las representaciones de maneras hasta ahora inusitadas. 

La comedia de maravillas  Homar(ensayo)  fotoSergioParra 05Homar, ensayando con los actores de la Compañía Nacional de Teatro Clásico / SERGIO PARRA

Homar, ensayando con los actores de la Compañía Nacional de Teatro Clásico / SERGIO PARRA

–Supongo que el recelo ante las cámaras es mayor para los que, como usted, siguieron los pasos de Strelher en su Piccolo Teatro de Milán.

Giorgio Strelher es el maestro. No solo tuvo influencia en nosotros cuando fundamos el Lliure, sino que su figura fue clave en la redefinición del teatro en la segunda mitad del siglo XX. Cuando era director del Lliure, éste formaba parte de la Unión de Teatros de Europa, creada precisamente por Strelher, donde estaban los representantes de los principales teatros de Europa. Lo importante es no cerrar puertas al campo y mantenernos con la mente abierta puesto que, en esta época en la que tantos teatros han cerrado, cualquier idea puede ser una buena alternativa. 

–En estas circunstancias, ¿cómo están trabajando ahora en la Compañía? 

Son momentos complejos precisamente porque, como dices, no sabemos qué va a pasar. Vivimos el día a día y siempre con un cierto sobresalto. Lo que tenemos claro es que pase lo que pase vamos a seguir adelante y a adaptarnos a las circunstancias. Tenemos una programación hecha que, de momento, estamos manteniendo. Ahora estrenamos La comedia de maravillas; a continuación, tendremos en la Sala Principal Fandangos y maravillas y, en enero estrenaremos El príncipe constante, de Calderón de la Barca. Somos conscientes de que todo puede pasar y estamos preparados. Con el inicio de la pandemia tuvimos que cancelar tres espectáculos y modificar muchas cosas. Durante el confinamiento, con la Joven Compañía, hicimos En otro reino extraño, una obra basada en la poesía de Lope de Vega, como pieza grabada, aunque luego se convirtió en un espectáculo para el Festival de Almagro. Esto nos enseñó a estar abiertos a cualquier opción. Haremos todo lo posible para que la cultura y el teatro no paren.