A.G.Porta: "Mantenerme al margen del mundo literario hace que escriba"
El escritor, que acaba de publicar 'PatchWord', reflexiona sobre su tendencia a escribir novelas en colaboración con otros y rememora su relación con Bolaño
29 junio, 2020 00:10Tras publicar, junto a Roberto Bolaño, Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce, A. G. Porta estuvo casi una década sin escribir. En 1999 volvió a las librerías con Braudel por Braudel, ajeno al ritmo que impone el mercado de las novedades editoriales. Ahora, tras cerrar un ciclo con Hormigas salvajes y suicidas, publica PatchWord (Acantilado), una novela escrita a tres manos con Gregorio Casamayor –con él ya había escrito Otra vida en la maleta– y Francisco Imbernón, y Me llamo Vila-Matas, como todo el mundo, un inteligente y paródico diálogo en torno al autor de Bartleby y compañía.
–¿PatchWord y Me llamo Vila-Matas, como todo el mundo representan el final de una época?
–Todo terminó con Hormigas salvajes y suicidas y todo empezó cuando decidí recuperar el personaje de Ángel Ross de los Consejos de un discípulo de Morrison a un fanático de Joyce. En 1994 algunas de las novelas que publiqué años después ya estaban pensadas. El problema que tengo es que soy muy lento escribiendo, de ahí que pase tanto tiempo desde que pienso una novela hasta que se publica. La primera novela que tuve en mente fue Concierto del No Mundo que, sin embargo, tardé en escribir once años. No conseguía encontrar el tono adecuado. Mientras trabajaba en ella ya tenía en mente El peso del aire, que se publicó antes, y Hormigas salvajes y suicidas, que se publicó posteriormente.
–Mientras tanto publicó Braudel por Braudel, la primera después de los Consejos.
–Por el camino incorporé otras novelas que, paradójicamente, se publicaron antes, aunque su idea surgiera después. Este es el caso de Braudel por Braudel, que se publica en 1999 y cuya idea surge antes. Por lo que se refiere al punto de inflexión, con Hormigas salvajes y suicidas decidí que había llegado la hora de cerrar este ciclo de siete novelas –ocho si incluimos los Consejos– y dar un final a cada uno de los personajes que, de forma recurrente, habían ido apareciendo en todos esos libros.
–Una constante de su trayectoria son las obras escritas a cuatro y seis manos.
–Cada libro es una experiencia, tanto por lo que se refiere al contenido como al proceso de escritura. Puede haber paralelismo en la manera en que se distribuye por bloques la escritura, pero la experiencia es siempre única, tanto si se escribe el libro en solitario como con otra persona. Por lo que se refiere a escribir un libro a cuatro o, como es el caso de PatchWord, a seis manos, lo que te puedo decir es que me parece un ejercicio muy interesante, aunque se corren más riesgos. Con Bolaño el experimento salió muy bien, así que decidí, tiempo después, volver a intentarlo. Así nació Otra vida en la maleta, la novela que firmé junto con Gregorio Casamayor. Como quedamos contentos con el resultado, pensamos en doblar la apuesta y buscar otro escritor u escritora
–Así acabaron siendo tres.
–Francisco Imbernón es amigo de Casamayor y mío desde hace muchos años y un día, mientras comíamos en Céret, el pueblo del Sur de Francia donde veraneo, Imbernón propuso escribir una novela de un sombrero que explicaría la historia de todos sus dueños. Cuando alguien te cuenta una idea como esta levantas la mirada y exclamas ¡Mare de Deu!. Sin embargo, aceptamos el reto. Le pedimos que escribiera las primeras treinta páginas y, si nos convencía, nos apuntábamos. Imbernón no se correspondía con la clase de escritor que buscábamos, ni siquiera sabía que buscábamos a alguien más. Él ha escrito libros de pedagogía, pero nada de ficción. Cuando te metes a escribir una novela de este tipo eres muy consciente de que puede salir bien, pero también muy mal. Aunque eso no nos preocupaba: si no nos convencía el resultado, lo guardábamos en un cajón y ya está. Esta es la suerte de los escritores: podemos escribir una obra y, si no nos sale bien, la podemos tirar, guardar o quemar sin problema alguno.
–¿Guarda muchos manuscritos?
–No guardo apenas nada. Menos los Consejos, todo lo que escribí antes de 1994 lo quemé: poemas, cuentos, novelas.
–No dejará inéditos.
–Pues te diré que, últimamente, estoy escribiendo mucho, pero todo lo guardo, porque no creo que sea el momento adecuado para publicarlo. En todo caso, en su día mi hijo ya decidirá qué hacer con este material.
–¿Cada libro tiene su tiempo para ser publicado?
–Más allá de que creo que cada cosa debe ver la luz cuando le corresponde, muchas veces lo que me pasa es que escribo dos o tres obras a la vez. De ahí que, tras Geografía del tiempo, durante siete años, no publicara nada. Eso sí, un día me presenté en la editorial con tres libros, que, obviamente, no se podían publicar a la vez, sino que había que sacarlos paulatinamente. Al final parece que cada libro busca su momento.
–¿También lee varias cosas a la vez?
–Sí, puedo estar leyendo libros para documentarme y a la vez alguna novedad. Ahora mismo estoy con Cartarescu, los poemas de David Castillo y me estoy documentando para una novela en torno a la Navidad que parte del Cuento de Navidad de Dickens y que definiría como un pastiche entre Míster Scrooge, El Cascanueces y El apartamento de Billy Wilder. Me lo estoy pasando bomba, pero me obliga a releer textos y a ver series de dibujos animados que son relecturas del Cascanueces, de Andersen y del Cuento de Dickens, que tiene muchísimas adaptaciones. Si te fijas bien, toda serie de televisión que se precie tiene su capítulo dedicado a la Navidad. No acabaríamos nunca.
–Usted tiene una concepción lúdica de la literatura.
–Para ganarse la vida uno realiza un trabajo que puede gustarte más o menos. Tú a lo mejor trabajas en lo que te gusta, pero otros nos hemos dedicado a algo que no era exactamente lo que queríamos. Sin embargo, gracias precisamente a tener otro trabajo he podido mantenerme al margen de modas y tendencias. Yo he escrito siempre lo que me ha dado la gana. Yo he ido siempre a la mía. Mi obra podrá ser mejor o peor, pero de lo que no hay duda es que responde exclusivamente a lo que yo he querido hacer. En ese sentido, podríamos incluso llamarle hobby, en el buen entendido de que hago un trabajo profesional del que no espero un rendimiento económico o, al menos, el rendimiento económico no prevalece sobre de la obra.
Por lo que se refiere al carácter lúdico de mi escritura, es algo que puede definir algunas de mis obras, si bien es cierto que no son lo mismo PatchWord y Me llamo Vila-Matas, como todo el mundo que Hormigas salvajes y suicidas –nada lúdica, diría yo–, una novela emparentada con Las dimensiones finitas, texto que sí tiene algo de lúdico. Basta pensar en su protagonista: un joven consultor de empresas que no sabe nada de literatura y se enamora de una fanática de Salinger; para conquistarla, trata de aprenderlo todo sobre el escritor norteamericano, pero cada vez que se encuentra con ella descubre que hay algo que todavía desconoce.
–Dice que es un escritor lento. ¿Se pelea con los textos?
–Sin duda. A parte de corregir y corregir, hay veces en las que me desespero. En ocasiones, cuando no consigo escribir lo que quiero, cuando no encuentro ni el tono ni la manera de narrar algo, me entran ganas de abandonar la escritura, romper el carné de escritor y dedicarme a vivir sin más. Pero uno siempre acaba volviendo a la escritura. No sabes por qué, pero vuelves a esas páginas escritas que tanta desafección te han provocado, las corriges y sigues adelante. Esto me pasó con Concierto del No Mundo: escribía una versión, la guardaba porque no me gustaba, volvía a empezar, pero tampoco me convencía y así repetidamente. Bolaño me decía que cuando un texto no funciona hay que dejarlo,. Trataba de convencerme para que quemara todo lo escrito hasta entonces y empezar de nuevo. Yo no le hacía caso, para mí Concierto del No Mundo era como un banco de pruebas. Mi taller de aprendizaje.
–¿Bolaño nunca quiso romper el carné de escritor?
–Él siempre lo tuvo clarísimo: quería ser escritor, quería escribir. No era un hombre que dudara. La única ocasión en que creí que estaba al borde del colapso fue una tarde en que me llamó diciéndome que estaba desesperado con Los detectives salvajes y que iba a quemar el manuscrito. Lo escucho y le pido, por favor, que no haga nada. Cojo el coche y me voy a Blanes. Cuando llego, me encuentro a Roberto y a Carolina esperándome para cenar riéndose de mí. Era una broma. En esa época decía también que si se le ocurría volver a escribir otra novela de 500 páginas le recordara que no debía hacerlo. Menos mal que no se lo recordé cuando se puso con 2666. Por el contrario, yo nunca me he sentido escritor del modo en que él vivía la profesión. Yo todavía me estoy planteando qué quiero ser de mayor. Mientras tanto, escribo. Él a los trece o catorce años, ya sabía que lo suyo era escribir.
–Alguien le definió como un escritor secreto.
–No sé quién lo dijo, me suena muy vilamatiano, pero nada más. Yo voy a la mía y no estoy muy pendiente de lo que se dice en el mundo literario ni de lo que se escribe, ni siquiera acerca de mí. No quiero que una crítica, sea buena o mala, me influencie y modifique mi camino. Tengo las ideas claras sobre lo que quiero hacer. No me meto con nadie: quien quiera escribir best-sellers, que lo haga. A mí no me gusta leerlos ni es una literatura que me interese mucho, aunque reconozco que en el pasado he disfrutado con algunos. Cuando joven leí Chacal y lo encontré muy bueno. También ocurre que han cambiado las cosas. En la época de mis padres, Kaputt, de Curzio Malaparte era un best-seller. Hoy sería, más bien, un libro de culto para cuatro iniciados.
–En el prólogo a la reedición de Consejos cuenta cómo Bolaño se inventaba cómo escribieron ustedes dos esta novela breve.
–Este chiste nace de una entrevista que nos hicieron en una ocasión en la que Roberto dijo que los capítulos habían sido escritos por mí y por él de forma alterna. Yo, sabiendo perfectamente que no era cierto, le seguí la corriente y lo seguí haciendo tiempo después, incluso cuando Roberto había fallecido.
–¿Cómo fue en realidad el proceso de escritura?
–Estando enfermo, con fiebre alta, se me ocurrió la idea de escribir una novela muy loca en torno a dos atracadores. A pesar de los casi 40 grados de fiebre que tenía, escribí unas 60 páginas, que corregí y guardé en un cajón. Bolaño no solo conocía la existencia de esta historia, sino que la había leído. Como no iba a hacer nada con ella, me propuso retomar el manuscrito y reescribirlo entre los dos. En Rosas, la madre de Bolaño tenía una tienda de bisutería, donde él trabajaba y dormía. Cuando terminaba la jornada, se ponía con los Consejos: primero la escribió en un cuaderno; luego, mecanografió el resultado. En sus cartas me iba contando lo que estaba escribiendo y, de vez en cuando, nos veíamos para comentar cosas relacionadas con el texto o lo resolvíamos por carta. En aquella época ni tenía teléfono ni existía Internet. Todo era por correo. Por eso conservo cincuentena cartas y postales suyas. Me hace pensar qué ocurrirá con los correos electrónicos de los escritores: ¿quedará algo para que lo leamos en el futuro?
–¿Fue diferente la experiencia de escribir con Bolaño a hacerlo con Casamayor?
–Mucho. Cada novela es una experiencia única. En el caso de Otra vida en la maleta, Casamayor tenía un borrador de una novela juvenil con elementos para convertirla en otra cosa. Le pregunté y accedió. Hice algunos cambios, y él hizo otros. Empezamos a pasarnos el manuscrito hasta que consideramos que estaba terminada. Estábamos contentos de cómo había quedado. Por lo que se refiere a PatchWord, Imbernón escribió el primer borrador, me lo pasó para que lo modificara con total libertad, añadiendo y quitando frases y personajes, y yo se lo pasé a Casamayor con esa misma condición. Así fue rodando entre los tres. El título hace referencia a esta escritura a seis manos y a las historias que se narran, que están unidas por los comentarios del sombrero sobre los seres humanos.
–En la novela aparece el nombre de Von Jodowski.
–Yo sabía quién era Jodorowski a través de Bolaño, que le tenía una manía brutal. Preferimos cambiarle de nombre en el libro para evitar problemas, si bien quien lo lea entenderá a quién nos referimos con ese Von Jodowski. Como nosotros no le tenemos manía, todo se reduce a una broma que nos ayuda a cuadrar el final del libro.
–¿Cómo nace la idea de Me llamo Vila-Matas?
–Todo empezó el 16 de enero de 2014 cuando, durante una comida, Enrique Vila Matas me cuenta que una tal Allison le había ofrecido ir a Nueva York a participar en una obra de teatro. El problema era que, tras el ofrecimiento, la tal Allison había desaparecido, Eduardo Lago no tenía ningún dato sobre ella y Enrique no tenía ni idea de qué iba a pasar con ese proyecto. Al final de la comida, riéndonos, nos dijimos que, si el proyecto quedaba en nada y Allison no reaparecía, siempre podríamos escribir una obra titulada En busca de Allison. Regresando a casa en el metro, comencé a escribir un diálogo parecido al que acababa de tener con Enrique, pero no le di importancia. Aquella misma noche se me ocurrieron añadidos al diálogo y, durante meses, fui agregando partes. Tiempo más tarde pasé al ordenador los añadidos y me di cuenta de que allí había algo.
–¿Se lo envió a Vila-Matas para que lo leyera?
–Sí, tras trabajarlo un poco más. El verano siguiente envié el texto a Enrique, esperando que le gustara, pues de lo contrario lo hubiera abandonado. A Enrique lo considero mi amigo: no iba a escribir algo que le pudiera incomodar. Afortunadamente, le gustó. En su mail de respuesta me decía lo que está escrito en la faja del libro: “Mejor que cien ensayos que trataran de explicar lo que escribo”.
–Estuvo escribiendo este diálogo cinco años.
–Sí, porque es un diálogo sobre el absurdo, pero donde se le da vueltas y más vueltas a la obra de Vila-Matas. Intenté ser lo más exhaustivo posible. Seguí trabajando en él y a medida que Enrique publicaba un nuevo libro, si lo creía necesario, lo incorporaba a mi texto. Hasta el mes antes de ir a imprenta estuve añadiendo material y, justo antes de enviarlo a la editorial, se lo pasé a Enrique, quien me dio un par de instrucciones, y lo di por concluido.
–Vila-Matas y usted comparten un mismo universo literario.
–Podría decir que sí, pero también diría que yo soy, principalmente, un admirador de su obra. Él tiene una cultura literaria más extensa, inmensa, que la mía. Es un enfermo de literatura –en el buen sentido de la palabra–, como lo era Bolaño. Son dos personas que viven y sueñan con y por la literatura. Mi caso es distinto: no solo no vivo inmerso en la literatura, sino que no tengo ni la cultura ni las lecturas que ellos tienen. Desde pequeño que tengo un problema con la memoria; ellos suelen tener mucha. Recuerdo una cena con Roberto y Jaume Vallcorba en la que se pusieron a discutir sobre si las charreteras del uniforme de los húsares del imperio austrohúngaro eran doradas. La conversación había ido por ahí, pero no era un tema sobre el que hubiesen estudiado o se hubiesen documentado. Simplemente lo recordaban. Eran gente con una memoria prodigiosa.
–¿El ser un outsider le ha dado más libertad a la hora de escribir?
–Outsider o francotirador, creo que lo que más me conviene es mantenerme al margen. Es lo que hace que siga escribiendo. Si no me mantuviera apartado del mundo literario me pasaría lo mismo que me pasó después de publicar los Consejos, que estuve doce años sin escribir, a pesar de que Roberto me repitiera: “Escribe, Tonet, escribe”.
–¿No le interesa la escena literaria para observarla desde fuera?
–En absoluto. Nunca participé de ella. He tenido amigos que han sido grandes escritores. De joven conocí a Quim Monzó. Luego, de regreso de París, donde viví seis meses, conocí a Xavier Sabater y él me presentó a Roberto, a Jaume Benavente, a Bruno Montané y a Jordi Royo. Solíamos reunirnos en una bodega de la calle Pintor Fortuny. Años más tarde, Bolaño me presentó a Fresán, Villoro, Cercas y a Vila-Matas. Yo, entonces, solo había publicado los Consejos. No me consideraba escritor. A casi todos les conocí cuando no habían escrito sus grandes obras.
–¿En algún momento llegó a pensar que Bolaño se convertiría en el escritor en el que finalmente se convirtió?
–Nunca. Siempre supe que era bueno, pero también es cierto que La literatura nazi supuso un punto de inflexión; lo que escribió antes no tenía nada que ver con lo que haría después. Con La literatura nazi da un paso hacia adelante, con Estrella distante da otro más y se consagra con Los detectives salvajes. Nada de lo que había escrito antes es comparable a Los Detectives. Te lo dice alguien que le leyó siempre y al que le gustaba lo que escribía. Me envió un borrador de Monsieur Pain para que lo leyera. Me pareció extraordinario, como también me lo pareció Amberes, que es una transgresión total. Estas dos obras responden al espíritu de una época en que se transgredía mediante la escritura. Todos éramos hijos de Peter Handke y de Enzensberger.
De Bolaño hay una anécdota que hace que me ría de mí mismo. Sería hacia 1994 o así. Me dice que ha comenzado a escribir La literatura nazi. Necesita dinero y espera ganar algo con el libro. Yo le desanimo, diciéndole que lleva muchos años escribiendo y la literatura nunca le ha dado dinero. ¿Por qué va a ser ahora distinto? Le recomiendo que se busque un trabajo, que puede seguir escribiendo, pero que necesita ganar dinero. ¿Cómo iba a pensar yo que La literatura nazi sería la novela que le abriría las puertas? Ahora, tiempo después, me siento aliviado de que no me hiciera caso. ¡Menos mal!