'Homenot' Marcos Mundstock / FARRUQO

'Homenot' Marcos Mundstock / FARRUQO

Letras

Marcos Mundstock, el humor y la palabra

La gran voz narrativa de 'Les Luthiers', cuya mordacidad fue digna de Dadá, era un destructor a golpes de risa, como enseñó Molière, señor de la parodia

28 abril, 2020 00:10

Hay acontecimientos que “borran repentinamente nuestras identidades y convicciones”, escribió el filósofo Michel Serres. Podríamos inferir que el humor inteligente juega este papel como desencadenante de un sano desapego. Este tipo de humor sobrevuela nuestras cabezas sin que sepamos en qué momento exacto se precipitará. Solo hay que estar atento: “Nadie nace riendo, porque el sentido del humor se aprende”, solía decir Marcos Mundstock, líder del grupo Les Luthiers, fallecido este abril en Buenos Aires. 

El auténtico comediante incorpora la radicalidad de la negación; es un destructor  a golpes de risa, como enseñó Molière, señor de la parodia, dueño del sarcasmo. En su despedida, el gesto evanescente de Munsdstok sobre los escenarios deja un rastro de elegancia, pero su mordacidad ha sido digna de Dadá, “aquel acontecimiento que tuvo lugar en un café de Zúrich”, como escribió Henri Lefebvre de forma indescifrable para referirse a los debates paródicos entre Hugo Ball y Tristan Tzara, en el Odeón de la ciudad suiza.

A Mundstock se le acabó el tiempo mientras disertaba sobre la edición imperfecta. Este hombre salía al encuentro de las palabras sabedor de que en ellas hay un duende que quiere ser descubierto para repartir felicidad. Se respaldó en su sentido de la desorientación gracias a instrumentos musicales inventados. Convirtió  aquello de en lo que canta un gallo en dos santiamenes y cuatro periquetes; y propuso modificar el me pareció un siglo por una unidad de cuenta matemáticamente más exacta, como la cuarta parte de una eternidad. Su reforma no se detuvo hasta llegar a preguntarse qué estará pensando el que dice me importa un comino; y concluyó “estará pensando lo mismo que el que dice me importa tres pepinos?..., ¿o en medio pimiento?”

Mundstock ha sido la voz narradora de Les Luthiers. Inventor de paradojas y golpes bajos, navegó sobre la lengua castellana hasta reconocerse por encima de la esclavitud de lo cotidiano. Su primer registro de música en vivo fue en una sinagoga, donde escuchaba a los cantantes litúrgicos, a quienes les reconoció “una voz muy operística”. Alcanzó la plenitud escénica en un dueto formado con Daniel Rabinovich (fallecido en 2015), como parte del quinteto que enmarcó los mejores tiempos del grupo cómico-musical argentino –Carlos López Puccio, Carlos Núñez Cortés, Jorge Maronna, Marcos Mundstock y Daniel Rabinovich– a lo largo de 29 años, síntesis del  medio siglo transcurrido desde la fundación de Les Luthiers

En pleno VIII Congreso de la Lengua, celebrado en 2019, Mundstock reclamó a la RAE menos solemnidad y más adaptabilidad. Allí mismo descorazonó a los talleres literarios hasta la irrisión, cuando contó que un joven escritor había acudido a uno de estos talleres en boga para que le arreglaran un cuento; y cuando le atendieron, él preguntó: “¿Podrá estar para el martes?”. Su voz radiofónica sorprendió a cientos de  auditorios al revelar que había sido el autor apócrifo de un libro en la Colección de Temas Eróticos, titulado Manuel de autoayuda o autoayuda manual.

Descendiente de inmigrantes, con un padre de origen judío asquenazí, de oficio de relojero, que llegó a la ciudad de Rosario procedente de Rava Ruska, Mundstock fue un joven tecnólogo tocado por la varita de los escenarios. Ha elaborado los  guiones de Les Luthiers desde los comienzos. Él ha sido el maestro de la compleja fusión entre el humor y las notas extraídas de instrumentos antiguos complementados con madera, fragmentos de baterías y metales pesados convertidos en alambres. El grupo cuenta con 44 instrumentos musicales descacharrantes que viajan con sus artesanos creadores. 

Sus golpes de genialidad en el juego de palabras consagraron a Marcos a este lado del Atlántico. Hoy ocupa un puesto en el altar del gato del “apólogo esdrújulo-enigmático” de Tomás de Iriarte, junto a las greguerías de Gómez de la Serna (“el vinagre es el mal humor del vino” o “la pistola es el grifo de la muerte”). Comparte además un promontorio humorístico que va desde las sátiras de Quevedo (“érase un hombre a una nariz pegado”) hasta las soberbias ocurrencias de José Luis Coll (“la verborrea es la enfermedad venérea de la elocuencia”). La mescolanza ibérica se lleva bien con el humor rioplatense de los dioses del lunfa; ellos universalizaron el slang bonaerense en escenarios de medio mundo, aunque el público desconociera los pasos del tango y los Aguafuertes de Roberto Arlt

En 2012, Les Luthiers recibieron la ciudadanía española por carta de naturaleza y en 2017 ganaron el Príncipe de Asturias, coincidiendo con sus 50 años de carrera. Pocos años antes, en 2011, se habían hecho merecedores del Grammy Latino a la Excelencia Musical (Estados Unidos). El grupo ha sufrido cambios y bajas irreparables, pero sigue vivo como el primer día. El último luthier en incorporarse al equipo fue el actor de teatro y televisión Roberto Antier, quien ingresó en 2015 como suplente y supo esperar hasta su exitoso debut en 2019 en la obra Gran Reserva, donde reemplazó a Mundstock, postrado ya por la grave enfermedad que le ha costado la vida. 

A Marcos le dio tiempo a reparar sus juegos de lenguaje basados en dualidades, como el que dice que “el monólogo se produce cuando habla uno solo; pero si se trata de dos, en vez de monólogo deberíamos llamarlo biólogo". O su conocida versión del diptongo que se activa al juntar dos vocales; pero ¿qué pasa si se juntan dos consonantes? Sin duda, habría de llamarse un “consonantongo”. A él le cupo el honor matemático de haber sido el ser humano que ha visto reír a más gente. Así echó las cuentas: Les Luthiers han ofrecido más de 7.600 representaciones y las risas promedio en cada uno de esos espectáculos rondan las 444 por función.  A estas funciones han asistido unos 10 millones de espectadores; conclusión, multiplicamos las dos últimas cifras y nos da  4.400 millones de risas. 

La exactitud tiene que ver con la revisión del léxico y con la pragmática, una rama de la lingüística que practican Les Luthiers. Ellos viven en un medio líquido; estudian el sentido de lo que queremos decir, más allá del significado exacto de las palabras que utilizamos. No se trata de componendas polisémicas sino de vaciar las intenciones que habitan en las palabras, ponerlas ante el espejo y devolverlas después a su contexto. Podría decirse que el grupo del sabio Marcos Mundstock  ha dedicado su vida a poner de acuerdo las formas de entender la misma textualidad.

Corrían los años sesenta cuando un grupo de amigos creadores de la banda I Musiciti, antecedente del grupo, alumbraron a Johann Sebastian Mastropiero, la criatura mezcla del compositor Johann Sebastian Bach con un personaje inventado, llamado Freddy Mastropiero. En un momento de su larga trayectoria, presentaron su Lutherterapia y confesaron el esfuerzo psicoanalítico que ellos mismos habían realizado como familia. Se sintieron concernidos por los avances de Óscar Masotta (fallecido en Barcelona en 1979), el hombre que trasladó el psicoanálisis de Jacques Lacan al idioma castellano.

Visto su largo recorrido, cabe pensar que la irrupción de Les Luthiers precipitó un extraño sortilegio: el campo, culturalmente sembrado, de la clase media argentina y su reverso, el peronismo, esperaban juntarse de algún modo a través del humor, aunque parezca mentira. El justicialismo, semilla de la corrupción y el populismo más chabacano, ha sido despedazado en muchos escenarios por el discurso dramático-corrosivo de Les Luthiers (recordemos su pieza La comisión). Sin embargo, es justo reconocer que las voces y las sombras de dirigentes peronistas, los Lasteri, Isabelita, Menem, Kirchner, Cristina o Alberto Fernández, se han dejado sentir en el patio de butacas, riéndose a pierna suelta. Esta enorme contradicción es el sello del humor argentino, como lo fueron la insumisión de la Comedie en la Francia de Versalles o el descaro del barroco español ente sus soberanos. Es la ventolera de Buenos Aires; la maldad buenísima que recorre sus arterias.