Queridos amigos de felpa y nostalgia
'Barrio Sésamo', el histórico programa televisivo infantil que revolucionó la televisión educativa y marcó a varias generaciones, cumple medio siglo en antena, ahora en HBO
6 diciembre, 2019 00:00Barrio Sésamo era, en realidad, una calle de cartón piedra situada los estudios Kaufman Astoria, en las afueras de Queens. Aunque bien podría haber sido una calle de Harlem, del Bronx o de nuestro propio barrio suburbial de los años ochenta. La cuestión es que a las cinco y media de la tarde acudíamos felices a esa actividad extraescolar gozosa y pedagógica con los bigotes de leche todavía pintados de la merienda. En un pasado no tan lejano, nuestros progenitores habían jugado en el bosque, en la era o en las plazas, ajenos todavía a la sobreprotección paternal, a la paranoia de la seguridad infantil a toda costa, ignorantes de que la proliferación de vehículos motorizados y la lacra de la heroína convertirán las plazas en lugares peligrosos, en malas calles.
La tele brillaba entonces en el salón con su poder concéntrico y nuevo. Y a su órbita acudíamos. Encerrados alrededor de un único juguete, cambiábamos a los esforzados profesores de la escuela –con sus tristes ternos grises y sus ventanas machadianas– por un Conde Transilvano de color lila que estaba locos por los números, por el peluche azul de un monstruo con severo transtorno alimentario y por un batracio verde que trabajaba como periodista.
Barrio Sésamo le dio una excusa a nuestros esforzados padres para abandonarnos a sus catódicos cuidados. El programa nos acariciaba la nuca con sus manitas de felpa y música molona. Resulta que la televisión podía ser educativa. ¡Albricias! Y no solo en un sentido estrictamente académico, además de enseñar números y letras, los programas se esforzaban en transmitir un curriculum oculto y necesario. Una escuela de la diversidad y el disfrute. Cada episodio era diseñado por un equipo multidisciplinar de pedagogos, guionistas, titiriteros y animadores. La mezcla –sabrosa, especiada– era un mejunje sabroso de alimento para el intelecto y la sensibilidad. Aut delectare, aut prodesse est, disfrutar aprendiendo, que diría el viejo Horacio.
Fue el primer programa infantil que representaba en pantalla un barrio popular, con habitantes adultos y niños y viejos de diversas razas y roles. “Si nos miran de cerca, todos somos raros”, dice Caetano Veloso. Y Barrio Sésamo lo demostraba a diario mostrando una multiculturalidad real y sin complejos, con todo tipo de roles y condiciones. No había segregación entre razas, especies o monstruos y humanos. Había peluches que parecían humanos, otros eran animales, otros monstruos sin especificar, sus colores también cubrían todos los rangos de un pantone alegre y desprejuiciado. El subtexto quedaba claro y meridiano: nunca es mejor un físico que otro. Ni una condición social que otra.
“Más listos, más sanos, más majos”, podría ser el lema del programa, su particular altius, citius, fortius. Barrio Sésamo fue una sensación internacional desde el primer momento, el primer programa decididamente infantil –estaba dedicado a una franja de edad entre los tres y los cinco años, pero lo veíamos todos– y pionero en utilizar los recursos de la televisión de calidad. Ritmo vertiginoso, inventiva máxima, secciones propias y recursivas con guiños de humor a los mayores.El programa fue tan exitoso –y lo sigue siendo porque todavía se puede ver en la plataforma de pago HBO una versión dedicada a los más pequeños– que aparecieron adaptaciones y franquicias por doquier.
La que vimos en España, producida por RTVE, combinaba algunos fragmentos originales con otros personajes con denominación de origen ibérica. Fueron popularísimas las interpretaciones de la Gallina Caponata, realizada por la musa de la transición –y de Fernando Fernán Gómez– Emma Cohen y el erizo rosa interpretado por Chelo Vivares, que atendía al nombre de Espinete. Pese a las diferencias con el original –aquí la verdad, no invitaban a Winston Marsalis ni a Whoppie Goldberg al programa–, la sintonía del inicio era la misma. Ese tema Sunny Days, traducido aquí con el dadaísta, Nananá, era la primera joya de una banda sonora que no hace más que crecer con los años. La versión española es de Agustín Canovas, la original de Joseph Raposo.
Escribía Francisco Umbral en el maravilloso y terrorífico Mortal y rosa que "La primera niñez, la época que perdemos de nuestra vida, de la que nunca sabemos nada, sólo se recupera con el hijo, con él vuelve a vivirse. Gracias al hijo podemos asistir a nuestra propia infancia, a nuestro propio nacimiento, y yo me veía a mí mismo, por fin, en el revés del tiempo". Así que cuando somos padres acudimos a revisitar los episodios de nuestro barrio favorito con miedo a que aquellos queridos vecinos se hayan vuelto cascarrabias o demodé.
Y descubrimos todo lo contrario: su absoluta modernidad clásica, su condición inmarcesible. Pocas cosas hay más emocionantes que acudir con nuestra familia a la exposición que en el Museum of the Moving Image de Nueva York dedica a la obra de Jim Henson –padre de las criaturas–, justo al lado de los estudios donde se graba la serie. Allí se pueden admirar en directo las marionetas que tantas veces hemos visto en pantalla: Epi y Blas y su maravillosa sublimación de Platón y Aristóteles, del Ying y el Yang, la suave locura de Coco, las dudas hamletianas de Gustavo o el continuo trajinar de Triqui con su impulsividad galletil. La emoción que nos embargó a todos al contemplarlas no fue menor –dicho esto sin el menor atisbo de ironía– que cuando vimos por primera vez el escriba sentado o el perro semihundido de Goya.
Cada uno de los espectadores tenemos nuestra propia antología de momentos favoritos del programa. Para ir finalizando, les dejo aquí con dos de los nuestros, que tienen que ver con lo musical. La interpretación de la cantautora canadiense Feist de 1,2,3 y la versión de Paul Simon de su clásico Me and Julio down by the schoolyard. Disfrútenlos.