¿Exiliados? ¿Ahora? Los hubo. Junto con muchos otros compatriotas de lo que hoy es España. Eran austracistas. Perdieron la guerra y muchos viajaron hasta Viena. ¿Catalanes? Sí, algunos lo eran. Fundaron la ciudad Nueva Barcelona, como otros proyectos de nuevas Barcelonas que no prosperaron, como explica el historiador Manuel Peña en el libro Una historia no oficial de Cataluña (CG). Fue una historia lejana y confusa, que nos lleva a 1735. ¿Queda algo de todo aquello en Zrenjanin, en la Vojvodina serbia, donde se instalaron? Queda una posible mirada: la que realiza la periodista y escritora Andrea Rodés, en Cuando se vaya la niebla (Huso), que ironiza sobre el procés soberanista, pero también disecciona la vida de una joven catalana, con sus temores y sus dudas en la Cataluña de hoy.
De aquellos catalanes no quedan huellas. Muchos de los españoles en Viena en aquel momento eran aristócratas apátridas y se mantenían gracias a las ayudas del llamado Consejo de España, con recursos que procedían de los reinos italianos. Aquello se acabó, con la caída de Sicilia y Nápoles a manos borbónicas, y las autoridades del Imperio de los Hasburgo decidieron trasladar a todos aquellos exiliados al Banato de Temesvar, un territorio que acababan de ganar a los otomanos. Se trataba de repoblarlo con aquella gente, a pesar de las malas condiciones económicas y climáticas.
Las cartas ‘serbias’ y la Guerra Civil
Eso era la actual Vojvodina serbia, que se conoció como la Nueva Barcelona pero que fue, principalmente, un territorio en el que se sintieron más cómodos los suabos alemanes, que recalaron junto a otros pueblos, como los austracistas españoles. Los alemanes eran más jóvenes y se adaptaron mejor, mientras que los españoles –entre ellos catalanes– llegaron con más de 50 años, con pocos recursos y sin ganas para luchar en un nuevo lugar que dicen que estaba infectado de mosquitos.
Rodés recrea la historia a través de un profesor de lenguas eslavas, que traduce las cartas que encuentra olvidadas Naiara --la protagonista de la novela-- de su abuelo. Unas cartas que este recibe por parte de su tío, en una historia mucho más actual y que enlaza con la Guerra Civil. Un tío que se escapa hacia Serbia, con una mujer que conoce en Calella para no luchar en la guerra española. Aquellas misivas que envía desde Zrenjanin nunca fueron contestadas. En ellas se habla de la nostalgia de Calella, del mar y de la Cataluña de la época, pero también de la Yugoslavia de Tito, que pudo haber estado en el municipio catalán, al lado de los brigadistas internacionales.
Una conmemoración inútil, pero ¿posible?
La periodista y escritora Andrea Rodés es una mujer inquieta. Ha viajado y ha trabajado desde China, como corresponsal en el diario Público. Y su experiencia en diversos viajes la muestra en la novela. Ella misma recorrió esos lugares en el verano de 2014. Descubrió Novi Sad, la capital de la Vojvodina, y la tierra natal de la tenista Monica Seles, que Rodés, como buena jugadora de tenis, admira. Con el uso de reflexiones reales y comentarios vitales de la población local --más esa historia real que existió hace siglos--, Rodés expone un fresco que persigue un claro objetivo: tomar distancia del proceso soberanista para aplaudir la mezcla, las distintas lenguas que siempre se han hablado en esa parte de Europa, la del Imperio Austrohúngaro, que lleva a los expertos de la zona a señalar que la Vojvodina fue la Unión Europea antes de la Unión Europea.
Esa riqueza cultural, no exenta de conflictos –los serbios siguen siendo los que han recibido la etiqueta de culpables en las guerras que provocaron la ruptura de Yugoslavia– le sirve a Rodés para explicar algo que podría ser una crónica de un hecho perfectamente posible. Y esa es la grandeza de la novela: presentar de forma cruda algo que para el independentismo ha sido lógico y natural y que, visto con cierta distancia, aparece como un despropósito. Y es que la Generalitat, en esos años cruciales, en 2014, para conmemorar el tricentenario de 1714 es capaz de invertir 30 millones de euros en una gran exposición en recuerdo de los catalanes del exilio en la Vojvodina, compartiendo con las autoridades locales serbias toda la parafernalia. ¿Ocurrió? ¿Se llegó a poner en marcha? El lector puede dudar. ¿Imposible?
Rodés fija su mirada en Naiara, en sus dudas vitales, en la posibilidad de seguir viviendo sin apenas sueños u horizontes a medio plazo, en los deseos de una generación joven que en la Cataluña actual le parece todo bastante absurdo, y que se siente interpelada cuando comprueba cómo el gran problema europeo vendrá –y ya ha llegado– con las inmigraciones de los países del sur, y de los que huyen de las guerras, como ha ocurrido con Siria.
Y ahí la autora pone de su parte, de su propia experiencia. En esos años, Rodés, en la Vojvodina, comprobó cómo pasaban los refugiados sirios de un país a otro, como entre Serbia y Croacia se llegaba a acuerdos para el transporte ferroviario, y cómo en la mayoría de países europeos eso no ocupaba la atención principal.
La Europa de la mezcla
En eso también incide la novela, al explicar cómo en esos países del Este se siente una cierta decepción con los países centrales de Europa, que les han dejado como la puerta de contención de los refugiados sin apenas ayudas. Pero la traca final, y ligada a una reacción a favor de esos refugiados, llega con la propuesta de la escritora de organizar grandes manifestaciones en “pijama” para reorientar las aspiraciones de los catalanes.
¿Proceso soberanista en la actual Europa? Mejor una revolución de pijamas para pedir la Europa de la mezcla, de las distintas lenguas y religiones, la Europa austrohúngara, la de la Vojvodina, la de Nenad, el amigo serbio de Naiara, la Europa de Joseph Roth y de Canetti, de Ivo Andric o de Gregor Von Rezzori. Es lo que pide a gritos Andrea Rodés, a través de esta bella historia con un final emotivo que los lectores deberán descubrir.