Ibargüengoitia, eterno retorno / DANIEL ROSELL

Ibargüengoitia, eterno retorno / DANIEL ROSELL

Letras

Ibargüengoitia, eterno retorno

Todos los rescates literarios tienen algo de empresa vana, sospechosa e inútil. En el caso del escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia se añade un agravante: nunca se fue del todo

22 marzo, 2019 00:00

Pasa el tiempo, todo fluye y en la vida del narrador --de la novela Dos crímenes-- concurren una serie de circunstancias que se pueden resumir en una sola: la policía lo anda buscando. Para ponerse a salvo, el narrador traza --es una especie de delineante-- las líneas de una huida existencial que lo saca literalmente de este mundo --de lo que todavía entonces se llama el D.F.-- y altera sus relaciones con el tiempo: vuelve al pueblo grande-ciudad pequeña que lo vio nacer, Muérdago, un lugar más imaginario que imaginado, hundido en las entrañas mismas de la tierra o, lo que viene a ser lo mismo, en algún extremo del centro de México.

El narrador de Estas ruinas que ves también huye, pero de sí mismo y no de la policía, lo cual es más predecible y mucho menos excitante, tan poco excitante como pueda ser cualquier cosa que afecte a un profesor de literatura si no anda por medio la mano de Jorge Ibargüengoitia. En caso de duda, regresar. El profesor acaba arrinconado en un lugarón que viene a ser Muérdago con el nombre de Cuévano, o al revés, Guanajuato sin el nombre de Guanajuato: el aire quieto de la provincia, la gran modorra académica, el erotismo triangular como paso previo a la gran depresión. Muchos personajes de Jorge Ibargüengoitia tienen la ocupación principal de regresar, y casi siempre regresan a un lugar que ya no es lo que era. Al fin y al cabo, ¿dónde mejor que en un lugar que ya no existe?

Por supuesto, la persecución policial o la salida laboral de un profesor en horas bajas no son más que instrumentos de los que se vale el destino para que los personajes se enfrenten a sí mismos, a sus propios fracasos y al paso del tiempo. ¿Y qué es el tiempo? Mejor dicho: ¿Qué es el tiempo para un novelista? Todos los 22 de enero se cumple un nuevo aniversario del nacimiento del escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia --y de mucha otra gente que ahora no viene al caso-- y todos los años hay una mayor o menor celebración del asunto: mayor si el número es redondo, y mucho menor si no lo es.

Ibargüengoitia

Ibargüengoitia

El escritor mexicano Jorge Ibargüengoitia.

Ibargüengoitia murió en 1983 y a los 55 años, en un accidente de avión en las inmediaciones del aeropuerto de Barajas. A lo largo de casi todo el 2018 y parte del 2019, la gente de cualquier rincón del mundo podía pararse en medio de la calle y decirle al de al lado: “¿Sabes que Ibargüengoitia tendría ahora 90 años?” Dentro de unos cuantos años esto ya no será posible. Nadie parará a nadie por la calle para decirle “¿Sabes que Ibargüengoitia tendría ahora 120 años, o 234 años?”, porque casi nadie vive 120 o 234 años.

De hecho, nadie para a nadie por la calle para decirle: “¿Sabes que Cervantes tendría ahora 471 años?”, porque la gente ha perdido ya toda esperanza. Como suele decirse: nadie lo espera. Entonces: ¿qué es el tiempo?, ¿qué es el tiempo para un novelista? A los novelistas se les supone una relación privilegiada con el tiempo. Son capaces de sacar tiempo de la nada, o de la casi nada: reúnen una serie de palabras en la cabeza, las despliegan sobre una hoja en blanco con arreglo a cierto criterio y… voilà!, de repente han creado un mundo, una combinación concreta de espacio y de tiempo que se materializa en la mente del lector.

Los relámpagos de agosto,Jorge IbargüengoitiaEl lector, cada vez que vuelve una página, abre un pliegue espacio-temporal en la novela. Bueno. Mejor dicho: bueno, bueno, bueno. Esta relación tan especial que a los novelistas se les supone con el tiempo tiene, en cualquier caso, sus límites. Los novelistas se mueren, y en ese momento esa supuesta relación especial con el tiempo se iguala con la que mantienen los ministros de fomento, los empleados públicos o los actuarios de seguros, y pasa a ser inexistente y perfecta. Durante un tiempo --según cómo fuera de joven el finado-- la gente se para por la calle y se dice “¿Sabes que este tipo tendría ahora estos años, o estos otros?”, hasta que llega un día en que dicen aquello otro, más administrativo, más neutro, más ajustado a los hechos, de “Se cumplen tantos años del nacimiento de Tal”.  

Los novelistas no son inmortales, por mucho que insistamos: es solo una manera de hablar. Pero las obras. ¡Ah, la obra! La obra permanece, etcétera. Pues bien: cuando el novelista muere, se confirma que esa supuesta relación tan especial que mantenía con el tiempo no era más que una perezosa suposición, una ilusión de oficio o el palabreo de un solapista. ¡Pero la obra! Cuando el novelista muere, qué demonios, se supone que esa relación tan especial se transfiere al lector.

Los pasos de lópez, Jorge IbargüengoitiaEl novelista ya no puede sacar tiempo de la nada, pero el lector sí: abre una novela buena y se abisma entre sus páginas --si el lector se abisma entre las páginas de una novela es precisamente porque es una novela buena, aunque sea una mala novela-- y abre una sima en el tiempo y lo estira con la mente: el tiempo de la novela se confunde con el tiempo de la vida del lector, que tiene la impresión de haber pasado, al menos en el caso que nos ocupa, una buena temporada entre revoluciones cochambrosas, conspiraciones ridículas y provincianismo crónico. 

Pero los lectores también se mueren --¿por qué no iban a hacerlo?-- y entonces la relación tan especial que se les suponía con el tiempo se extingue. Aleluya, resulta que esa relación se transfiere a otro lector, y se supone que el libro cobra una nueva vida, y de hecho se supone que el libro va cobrando nuevas vidas cada vez que alguien lo lee. Eterno retorno a la una, eterno retorno a la(s) dos, eterno retorno a la(s) tres. Todo es empezar, todo es volver a empezar.

Si decimos que Ibargüengoitia tendría ahora 90 años, o 91, o 92, si decimos que mañana cumpliría 93, o 94, estamos invocando un viejito inexistente y que no pudo ser, estamos machihembrando la historia y de una manera más o menos velada estamos regresando a lo que los teóricos del duelo llaman la etapa de la negación: todavía no se ha muerto del todo. A lo mejor vuelve. No parece tan remota la posibilidad de que de pronto el finado --Ibargüengoitia o quien sea-- se plante entre nosotros y, envuelto en achaques y con las sienes todavía más plateadas, se consagre a la escritura final de todo aquello que se quedó a medias. Nota de alto contenido simbólico: uno de los proyectos en los que trabajaba Ibargüengoitia antes de morir llevaba el título de Los adioses.

Pero ya basta: las posibilidades de que el hombre Ibargüengoitia regrese son pocas --cada vez menos-- y se extinguirán totalmente el día en dejemos de decir, y de pensar, que hoy tendría estos o aquellos años, y, en su lugar, nos limitemos a consignar que hoy se cumplen tantos años de su nacimiento. ¡Pero el autor! ¡Pero la obra! Los autores y las obras vuelven a menudo, y pueden hacerlo por dos caminos principalmente, el del reconocimiento crítico o académico, y el de las ventas en lo que atañe a la industria editorial.

Las muertasTécnicamente, biológicamente, Ibargüengoitia se fue hace ya más de 35 años y, por tanto, sería un buen momento para que regresase. Cada cierto tiempo lo intenta. En realidad, no lo intenta él, que no intenta nada, sino que lo intentan la industria, la academia, la crítica, y el resultado nunca parece ser el apetecido, Ibargüengoitia nunca acaba de regresar porque nunca terminó de irse de ciertos lugares y hubo muchos otros en los que nunca estuvo, y uno nunca regresa a un sitio donde no ha estado antes, aunque regrese a lugares que ya no existan.

En el caso de México, ha pasado el tiempo e Ibargüengoitia y México siguen ahí, ¿adónde y de dónde van a regresar? Ibargüengoitianamente hablando, México es lo contrario de España. Ibargüengoitia siempre está volviendo, acá en España, en términos editoriales: lo agarra una editorial, especula con su prestigio, aventura unas portadas nuevas, aprieta unas cuantas ideas exageradas y optimistas en la contraportada y, voici!: aquí tiene usted su rescate literario del mes.

ruinas,Jorge IbargüengoitiaY luego, nada, la sensación decosa inacabada, no solo por apresurada y abandonada a la carrera sino también por infinita. De todos modos, la línea que separa lo infinito de lo inacabado, o lo inacabado de lo inacabable, es muy fina, casi inalámbrica. Ciertamente: la obra de Ibargüengoitia, en su ibargüengoitiana brevedad, también es infinita. De un tiempo a esta parte --¿qué quieren? ¡Es el fin del mundo!-- muchas cosas son infinitas. Lo que nos traemos entre manos --la opera omnia del autor-- son seis novelas, un libro de cuentos que bordean lo que luego se daría llamar en autoficción, un manojo de obras de teatro y cientos de artículos que cada cierto tiempo se reordenan y aliñan de forma nueva para que parezcan otros. Para que un corpus tan pequeño contenga dentro el infinito sólo cabe una explicación, que tiene que ver con el eterno retorno. ¡Adjudicado!

Regresar, se ha dicho arriba: ¿de dónde y adónde?, ¿para qué?, ¿para quién? Regresar de oficio, porque resulta que el propio Ibargüengoitia se pasó la vida regresando, mucho antes de marcharse definitivamente. El delineante que huye de la policía en Dos crímenes no se mete en cualquier parte, sino que se cuelga de las ramas de un árbol familiar que se parece mucho --mantengamos la calma, no nos precipitemos, no digamos ninguna estupidez acerca de familias que se parecen o que no se parecen-- a la familia que protagoniza la obra de teatro Pájaro en mano, escrita por el propio autor 20 años antes.

Los regresos literarios de Ibargüengoitia tienden a infinito y lo ponen en contacto con el más allá y con el menos acá. Los pasos de López, la novela en la que el guanajuatense despliega la precaria intriga que da paso a la independencia de México, debe tanto a la obra La conspiración vendida como Maten al león, novela de 1969, a la pieza teatral El atentado, que a su vez tiene vínculos evidentes --¡Obregón, Obregón!-- con Los relámpagos de agosto.

Cuando Ibargüengoitia vuelve sobre sus pasos literarios --vuelve sobre la Historia y vuelve sobre sus propias historias-- no se autoplagia, entre otras cosas porque no se molesta en disimular y, sobre todo, porque no está intentando repetir ningún éxito sino más bien trascender su propio fracaso (la historia de su teatro es la historia de un fiasco dilatado a lo largo de diez años).

Ibargüengoitia, cada vez que se revisita a sí mismo, se repliega sobre su propia obra, se proyecta sobre el tiempo y vuelve sin irse del todo, regresa una y otra vez. Lo cual acaba de una vez por todas con el problema del eterno retorno de Ibargüengoitia. Ibargüengoitia ya volvía cuando todavía no se había ido. Ibargüengoitia siempre vuelve, Ibargüengoitia nunca volverá. E la nave va.