Cinco razones para leer a Ruy González de Clavijo
El viaje del camarero y embajador de Enrique III a Samarcanda es uno de los grandes libros de viajes de la Edad Media
26 octubre, 2018 00:00Entre 1403 y 1406 tuvo lugar uno de los episodios más llamativos de la diplomacia española de la Edad Media. El rey del pequeño reino de Castilla, Enrique III, envió una embajada diplomática a Samarcanda, capital del gran Imperio mongol, para visitar al gran Tamorlán. Fruto del itinerario fue el libro de viaje Embajada a Tamorlán (1582) de Ruy González de Clavijo. El rey castellano, atento en extremo a la política exterior de los mares que bordeaban sus dominios, había enviado previamente a sus caballeros, Payo Gómez de Sotomayor y Hernán Sánchez de Palazuelos, a tierras orientales en 1402.
Tamorlán se comportó de manera honrosa y, de vuelta a Castilla, mandó con los caballeros a su embajador, Mohamed Alcaxi, junto con cuatro mujeres cristianas liberadas previamente por los turcos. Enrique III envió como respuesta a los embajadores: Ruy González de Clavijo, camarero del monarca, Fray Alonso Páez de Santa María, de la orden de los Predicadores y Maestro en Teología y Gómez de Salazar, guarda del rey. Los caballeros viajaron con unos presentes para Tamorlán que incluían halcones, tazas y piezas de plata labradas, telas preciosas y tapices.
El 26 de mayo de 1403, embarcaban en el Puerto de Santa María (Cádiz) en una carraca hacia Trebisonda y, el 11 de abril de 1404, a pie y a caballo, salían para atravesar Erzincan, Tabriz, Sultániyah, Teherán y Mashad y llegar a Samarcanda el 8 de septiembre, donde permanecieron hasta el 21 de noviembre. Tras la muerte de Tamorlán, que se encontraba muy enfermo a la llegada de los embajadores, volvieron a Alcalá de Henares el 24 de marzo de 1406.
Ruy González de Clavijo
La Embajada a Tamorlán de Ruy González de Clavijo es uno de los grandes libros de viajes europeos. Y hay que volver a leerlo por varias razones.
1. Porque, en la actualidad, la avenida de Samarcanda que desemboca en el mausoleo donde está enterrado el gran Tamorlán lleva el nombre del autor de la Embajada: Ruy González de Clavijo. Un reconocimiento al valor de dicha crónica pues constituye una de las fuentes principales para documentar el vasto imperio del emperador y su figura.
2. Porque narra el día a día y las costumbres de los cristianos y mongoles. La forma de viajar por los territorios del emperador. Las rebeliones de los territorios mongoles más alejados de Samarcanda, cuando este fallece. Y las comidas, bebidas, arquitectos, miniaturistas, huertas, protocolos, yurtas, mezquitas, mujeres, eunucos, caballos, etc. de las tierras mongolas.
Parte del itinerario del viaje a Samarcanda
3. Porque muestra a los mongoles como amigos y semejantes para los cristianos, en vez de enemigos. Los mongoles no representan la alteridad, y los otros son los turcos. Desde el siglo XIII Europa vuelve la mirada hacia los mongoles pues, en sus conquistas, se hacen con importantes centros islámicos, por ejemplo, Persia y Bagdad.
Por ello son considerados también enemigos del Islam. Tanto el Papado como el Rey de Francia intentan establecer una alianza político-religiosa, una vez que se comprueba la imposibilidad de que se conviertan a la fe católica: E la obra d’ellas era tan sotil e tan bien fecha [las puertas de la tienda de Tamorlán en Samarcanda], que no se podía fazer en aquella tierra, salvo en tierra de cristianos. E en la una puerta estava figurado sant Pedro, e en la otra sant Pablo, con sendos libros en las manos, de coberturas de plata.
La irresistible sugestión por la capital del Imperio mongol se muestra en las ricas y subyugantes descripciones; la ciudad y sus alrededores son un ejemplo de riqueza y hospitalidad. El destino se exagera y se relaciona con la riqueza y el paraíso perdidos, herencia también de los libros de viaje de la Antigüedad y el Medioevo.
5. Y, finalmente, porque contiene la primera descripción conocida de una jirafa. Maravilla de maravillas que muestra además hasta dónde es capaz de llegar el lenguaje para describir la novedad, y el enorme asombro y curiositas de Clavijo. “E tan alto avía el pescueço e tanto lo estendía cuanto lo quería, que encima de unas paredes que oviese cinco o seis tapias en alto, podría bien alcançar a comer: e otrosí, encima de un árbol tan alto alcançava a comer las fojas d’él, que las comía mucho. Así que omne que nunca la oviese visto, les paresçia cosa maravillosa de ver”.