La era de la inconsistencia
El ensayista italiano Roberto Calasso reflexiona en 'La actualidad innombrable' sobre las consecuencias de la desaparición de lo divino en las sociedades contemporáneas
9 agosto, 2018 00:00“Como toda práctica sacrificial, el terrorismo islámico se funda en el significado. Ese significado se enlaza con otros significados, todos convergentes hacia el mismo motivo: el odio a la sociedad secular”. Sólo alguien como Roberto Calasso, que lleva años estudiando los orígenes del sacrificio, las relaciones entre el rito y el mito y, en general, el alumbramiento de la sociedad moderna, podía resumir con tanta lucidez y osadía los rasgos menos visibles pero más determinantes de nuestro tiempo, eso que él llama la era de la inconsistencia en su nuevo libro, La actualidad innombrable (Anagrama, 2018), traducido por Edgardo Dobry con la precisión y la excelencia a las que ya nos tiene acostumbrados en sus versiones del escritor y editor italiano.
Calasso ha tenido acceso a nuestro presente gracias a lo que antes había desvelado de nuestro pasado en libros como La ruina de Kasch (1983), Las bodas de Cadmo y Harmonía (1988), Ka (1996), La Folie Baudelaire (2008), El ardor (2010) o Il Cacciatore Celeste (2016), pendiente aún de publicación en castellano. Concentrándose primero en el giro que dio Occidente a finales del siglo XVIII, cuando se empezó a formar el mundo que todavía es el nuestro –el mismo en el que se instaló Hölderlin para cantar una Grecia perdida, trasunto del hundimiento del suyo propio–, poco a poco Calasso se ha ido adentrando en el estudio de la desaparición de la relación con lo divino, saltando desde Europa a la mitología hindú, con una obsesión creciente por los mecanismos y el sentido del sacrificio. Como dice en un momento de La actualidad innombrable: “Es vano pensar, si no se intenta pensar qué es el sacrificio”. Sus libros son siempre un híbrido de ensayo y narración, un taraceado de citas, anécdotas y reflexiones que crean capas de interrogación y búsqueda, haciendo estallar su intimidante y a veces incluso inverosímil erudición.
Roberto Calasso en su estudio
Según Calasso, nuestra sociedad secular, olvidándose del trato con lo invisible y por tanto de la trascendencia, ha terminado por sacralizarse a sí misma e instalarse en una inanidad tediosa. Es lo mismo que definió, hace ya muchos años, Emanuele Severino –un filósofo imprescindible, cada vez más imprescindible, que el propio Calasso ha publicado en Adelphi– en Il parricidio mancato (1985): “Lo que, con nuestro actuar, creemos haber conseguido –la felicidad, el poder, la salvación, la solución de los problemas de la vida y de nuestra época– es en realidad nada. No hemos alcanzado nada, porque nos hemos olvidado de ser Todo”.
El Homo secularis, como lo llama Calasso, no le debe nada a nadie y existe sólo para sí mismo. Su identidad pública es la del turista, sumergido en esa masa que pasea por las avenidas comerciales de las grandes ciudades, colapsa las playas y navega por internet, consumiendo, entre otras muchas cosas, pornografía, una de las razones –la del sexo permanentemente visible– por las que el terrorista islámico lo ataca, inmolándose a sí mismo. Calasso identifica ingeniosamente como los antepasados de ese turista a Bouvard y Pécuchet, los dos enternecedores burgueses protagonistas de la última e inconclusa novela de Flaubert (de la que, por cierto, Jordi Llovet hizo en la colección Grandes Clásicos de Mondadori una edición ejemplar y definitiva que no tiene parangón ni siquiera en Francia) y en cuyo afán ridículo por experimentar todas las ramas del saber humano ve Calasso un precedente del usuario de Google.
Siendo como es un lector tan inteligente de Baudelaire, también podría haber visto en el actual internauta la encarnación de lo que Benjamin dijo que acabaría siendo el flâneur de Las flores del mal, un hombre anuncio, sobre todo si tenemos en cuenta que para Calasso la publicidad es lo que ha sustituido en nuestra sociedad al rito, esa repetición que garantiza la invariabilidad de los significados y cuyo objetivo último, además del económico, es la distracción, como demuestran los anuncios que atormentan ahora mismo al lector de este artículo.
Otro de los problemas que Calasso detecta es la amenaza a la que está sometida actualmente la democracia parlamentaria y la idea de mediación y pensamiento que ese sistema conlleva. “Lo asombroso de la democracia consiste en su carácter vacío, carente de contenido”. Y es precisamente el odio a ese vacío de contenidos naturales lo que ha llevado a los nacionalismos y los populismos –y ahora también a una hipertrofia denigrante del feminismo– a tratar de invalidar la democracia formal, tratando de sustituir la regla y la mediación –cuyo origen es el lógos griego– por el imperativo de la etnia, el sexo o incluso la bondad, como hemos visto hacer a Pablo Iglesias, que se ha erigido a veces en el representante de la gente buena y sencilla, como si eso pudiera ser una categoría política. De ese odio al pensamiento surge también la quimera de la democracia directa, que no aspira a otra cosa que a la destrucción de la propia democracia y al ensayo de nuevas formas de totalitarismo.
Louis Ferdinand Céline / Lipnitzki Viollet
El problema de la moral es también una cuestión cada vez más problemática en las sociedad del siglo XXI. Si la explicación sobre el origen del mal era la principal preocupación de los teólogos cristianos, la naturaleza indefinible del bien, una vez que Dios ha dejado de ser su garante y la ciencia es ya el único ámbito seguro, sigue siendo una pregunta pertinente, como lo fue para la filosofía moral –la inglesa, sobre todo– de la segunda mitad del siglo XX, a pesar de Nietzsche y de Wittgenstein.
La abstracción de la humanidad es todavía el sustituto de lo trascendente, arropado por restos de vocabulario cristiano y por los mitos de la prosperidad y el progreso. Muy pertinentemente, Calasso trae a colación la voz de un escritor maldito donde los haya y al que cada vez habrá que prestar más atención, Louis-Ferdinand Céline: “Proclamo alto y claro, emotivamente, toda nuestra podredumbre común de Hombre, de derecha o de izquierda. Sé que esto no me lo van a perdonar nunca. Todo está permitido excepto dudar del Hombre. Con esto no se puede bromear”. Curiosamente ahí Céline coincide con algunos de los interrogantes planteados en nuestros días por un escritor muy distinto y casi franciscano como es J. M. Coetzee.
“¿Dónde se alojará eso que no renuncia a pensar?”, se pregunta en un momento Calasso, para contestar enseguida: “Ya no en la universidad. Al pensamiento le sería como mínimo útil un periodo de ocultamiento, de vida clandestina y camuflada, del que volver a emerger en una situación que en ciertos aspectos podría acercarse a la de los presocráticos”. Seguramente, el verdadero pensamiento está ya confinado a esa vida furtiva, pero debe prestar una atención máxima a todo lo que ocurre afuera.
Uno de los grandes retos que tiene Europa en este siglo, frente a otros modelos de capitalismo sin libertades ni pensamiento, estriba en mantener ese vacío de la democracia formal sin olvidar el deber de examinar, con humildad y desesperación, los vínculos del hombre. Calasso lo está haciendo en este work in progress que son todos sus libros, situándose en un extremo y saliendo de la convención que nos rodea. Sus preguntas parecen girar en torno a la afirmación que hizo Heidegger en aquella entrevista póstuma: “Sólo un dios puede salvarnos”.