El escritor Enrique Jardiel Poncela

El escritor Enrique Jardiel Poncela

Letras

Holmes & Jardiel, detectives delirantes

El mayor error que cometió Jardiel fue optar por el humor para fabricar su obra. No hay peor elección para un escritor español, como he podido comprobar en carne propia

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Cuando yo era pequeño, corría por casa un librito que cabía en un bolsillo (tapa dura, papel biblia) titulado Para leer mientras sube el ascensor que se perdió misteriosamente tras la muerte de mis padres y que echo de menos desde entonces. El librito contenía material breve de Enrique Jardiel Poncela (Madrid, 1901 – 1952), entre el que destacaban unos cuentos delirantes en los que el autor sustituía al doctor Watson como ayudante del gran Sherlock Holmes.

Esos cuentos fueron mi primer contacto con el universo holmesiano y los leí varias veces en mi infancia, volviendo a ellos cada vez que necesitaba un poco de prosa confortable y hospitalaria. Para leer mientras sube el ascensor se publicó por primera vez en 1948 y se reeditó no hace mucho, en 2023, entre el general desinterés por la obra de Jardiel, un hombre que murió de cáncer y en la ruina (o sea, de asco) tras haber vivido años de esplendor literario antes y después de la guerra civil española.

Aunque Para leer mientras sube el ascensor contenía muchos relatos breves y piezas periodísticas y autobiográficas (las de su paso por Hollywood son especialmente reveladoras), yo siempre volvía a las historias chifladas de Holmes y Jardiel, que, si no me equivoco, deben figurar entre los primeros pastiches holmesianos, algo que se ha convertido en un subgénero cultivado, principalmente, por autores anglosajones que echan tanto de menos al detective creado por Arthur Conan Doyle como sus lectores internacionales.

Portada del libro de Jardiel Poncela

Portada del libro de Jardiel Poncela

Acabo de volver a ellos con el libro de Reino de Cordelia Los 38 asesinatos y medio del castillo de Hull, que recoge todos los cuentos que Jardiel publicó sobre su Holmes en los años 20 y 30. Y me he vuelto a reír como lo hice de niño. Un libro que empieza con la frase Me fui a Londres a planchar un sombrero es un libro que te avisa desde el principio del despiporre en el que te estás metiendo. Para empezar, ¿para qué quieres planchar un sombrero? Y, además: puestos a hacerlo, ¿es necesario irse a Londres para conseguirlo?

Con ese comienzo, ya sabes que todo lo que vendrá a continuación será de traca, dominado por ese territorio del humor absurdo en el que Jardiel se movió toda su vida, tanto en sus cuentos y novelas como en sus obras de teatro, que tuvieron éxito durante años hasta que dejaron de tenerlo.

Fiel a su espíritu

A Jardiel le iban muy bien las cosas cuando lo invitaron a pasar una temporada en Hollywood, trabajando para las versiones en español que la industria había puesto en marcha tras el advenimiento del sonoro (puede que la de Drácula sea la más recordada y meritoria, aunque nuestro hombre no participara en ella). Llegó en 1932 y se volvió a Madrid en 1933, harto, según él, de no encontrar ni un bar en el que se le sirviera un modesto bocadillo de calamares.

Portada del libro de Jardiel Poncela

Portada del libro de Jardiel Poncela

Da la impresión de que Jardiel ejerció el proverbial papel del pulpo en el garaje durante su breve etapa en Hollywood, pero, por lo menos, volvió con folios de hilarantes recuerdos que acabaron encontrando su sitio en Para leer mientras sube el ascensor.

Probablemente, el mayor error que cometió Jardiel fue optar por el humor para fabricar su obra. No hay peor elección para un escritor español, como he podido comprobar en carne propia. Solo Eduardo Mendoza ha sorteado la maldición del humorista nacional, lo cual me lo hace aún más digno de admiración. En España, consagrarse al humor equivale a que los críticos cejijuntos te consideren un majadero carente de ambición literaria.

Que es lo que acabó siendo considerado Jardiel en sus últimos años. Tarde o temprano, la maldición te alcanza. Para no caer en la melancolía, mejor volver a los cuentos de Los 38 asesinatos y medio del castillo de Hull y disfrutar de la versión absurda y descacharrante del mundo de Sherlock Holmes que nos ofrece su autor, tronchante, desquiciada y, curiosamente, extrañamente fiel a su espíritu.