Mapa antiguo de la Península Ibérica (1580)

Mapa antiguo de la Península Ibérica (1580) SEBASTIÁN MÜNSTER

Ideas

La España centrífuga, la vertebrada, y todo lo contrario

Los historiadores Josep Pich Mitjana y David Martínez Fiol analizan en un ensayo las complejas relaciones entre los regionalismos españolistas, los imperialismos liberales y las cocinas ideológicas que caracterizan la vida política peninsular

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Josep Pich Mitjana y David Martínez Fiol, profesores de Historia en la Universitat Pompeu Fabra y la Autónoma de Barcelona respectivamente, cabalgan juntos de nuevo. Ya lo hicieron en 2019, cuando publicaron en Comares su excelente La revolución de 1909. Un intento fallido de regenerar España, y su propuesta recién salida del horno también tiene que ver con el regeneracionismo, aunque con un enfoque nuevo: Regionalismos y regeneracionismos enfrentados. Entre la energía unificadora y el impulso centrífugo (1875-1914), que acaba de publicar Prensas de la Universidad de Zaragoza.

Se trata, pues, de otro libro sobre la dialéctica entre Cataluña y el resto de España. Pero les voy a rogar que no empiecen a bostezar, porque la propuesta es realmente innovadora y proporciona un sinfín de informaciones útiles que aportan un gran caudal de detalles para comprender la política y las dinámicas sociales del período. La amplísima trayectoria de ambos autores, y su pericia narrativa, avala este esfuerzo de confianza.

El historiador Antonio Domínguez Ortiz

El historiador Antonio Domínguez Ortiz

Fue Antonio Domínguez Ortiz quien, en 1976, concibió el término Mosaico Español, en una gran obra inaugural con ese mismo título, para definir las distintas dinámicas particulares que no podíamos obviar en el análisis del Antiguo Régimen español, período en que se fue forjando o consolidando la nacionalidad española. Recuerdo que, en diálogo con este libro y con otro clásico del alemán Horst Hina, el historiador Ricardo García Cárcel siempre hablaba de la España vertical y la España horizontal, señalando los momentos en los que la horizontalidad diversa afloraba con fuerza como una realidad testaruda siempre que los modelos fuertes o centralizados entraban en crisis. Es lo que ocurrió en los años 1808, 1873, 1898, 1917, 1931, 1934 o 1978.

Pich Mitjana y Martínez Fiol, que se fijan fundamentalmente en las turbulencias de la década de 1890, recogen esta tradición historiográfica pero le dan un giro interesante, tratando de mostrar cuánto hay de particularismo en los regeneracionismos y cuánto de regeneracionismo en los particularismos, y de esa complejidad afloran análisis mucho más ajustados, y sobre todo mucho menos binarios, que los acostumbrados. La estructura que eligen es, como el esquema de Domínguez Ortiz, un mosaico. Tras un recorrido por la estabilidad política lograda gracias al turnismo canovista, basado en la corrupción electoral generalizada, los autores pasan a analizar la figura clave de Valentí Almirall, fundador del catalanismo político y que acertó a crear una propuesta peculiar que mezclaba elementos republicanos y recuerdos de la institucionalidad medieval. Luego la lente viaja hacia el díscolo conservadurismo catalán y sobre la denominada Guerra de Margallo o de Melilla (1893), un detonador olvidado de todas las tensiones nacional-imperialistas posteriores.

'La Revolución de Julio De 1909'

'La Revolución de Julio De 1909' COMARES

Para analizar la crisis cubana, el foco se centra en la figura singular de un gran ideólogo republicano, Francisco Pi i Margall. En la segunda mitad del libro, la atención se traslada fundamentalmente a cuatro fenómenos: la Madre de todas las Crisis, la de 1898; la rebelión antifiscal regionalista (1898-1901), el nacimiento de la Lliga Regionalista (1901) y la llamada Era Progresista en España (1903-1914), en la que jugaron un papel fundamental los capitostes liberales Canalejas y Romanones. Destaca en estas propuestas la habilidad con la que los autores saben sacar jugo de autobiografías de la época, fundamentalmente las de los diputados Joan Garriga i Massó y la del mismo Álvaro Figueroa Torres, jefe de gobierno en 1913, 1917 y 1919. 

De todos estos temas diversos, los autores saben detectar tópicos incrustados para proponer acercamientos alternativos más certeros, más apegados a las fuentes primarias. Por ejemplo, cuando escriben: “Tradicionalmente se ha identificado el catalanismo regionalista conservador previo al siglo XX como antiindustrialista, en una falsa asociación de ideas por la cual se intentaba identificar el catalanismo con el carlismo, la reacción antiliberal y el campo como sinónimo de la antimodernidad. Esta es una asociación de ideas falsa, puesto que, a pesar de su cultura corporativa, el catalanismo conservador no era nada refractario a la modernización industrial”.

De esto ya avisaba Josep Pla cuando escribía sobre el ministro Duran i Bas y sobre el periodista Joan Mañé i Flaquer, maestro y mentor de Joan Maragall: la burguesía y la gente de orden barcelonesa y catalana tenían muy claro lo que tenían que votar y a quiénes debían apoyar para desarrollar una política de derecha industrialista alejada del incómodo (y a menudo catastrófico) insurreccionalismo carlista. Ese regionalismo conservador no nació del carlismo, sino en oposición a su indisciplina bullanguera. 

Las preguntas que se nos van planteando abren líneas de debate que distan mucho de estar cerradas: “Ahí estaba el nudo de la cuestión: en la redefinición del qué era España, territorial y espiritualmente. La España que sufría del fracaso político y militar ultramarino ya no era la misma que ya había sido redefinida en 1824 con la primera gran pérdida territorial americana. Era España, a partir de 1898, ¿un país netamente peninsular?, ¿un Estado centralista que miraba a Madrid exclusivamente? O podría ser¿una posible y futurible mancomunidad de regiones?”. Por suerte para nosotros ya no goza de mucho prestigio la cadavérica literatura sobre el problema de España. Hacia los años cincuenta, y tras las conclusiones y aportaciones de Julián Marías, afortunadamente el género perdió gas e interés, sin llegar a desaparecer nunca. Las genialidades de Mallada, Picavea, Morote, Unamuno, Ganivet, Ortega, Zambrano, Ferrater Mora y Eduard Nicol no han vuelto, pero sí los acercamientos matizados como los que propone este libro desde una perspectiva amena y académica a la vez.

'Regionalismos y regeneracionismos enfrentados'

'Regionalismos y regeneracionismos enfrentados' UNIVERSIDAD DE ZARAGOZA

Y en estas cavilaciones seguimos, entre la ensoñación y el pragmatismo. Como no todo ha de ser jabón, y para ser justos, haré una observación, una objeción que consiste en señalar dos limitaciones: a mi modo de ver, el libro tendría que haberse fijado más en el caso vasco y en la teoría de Joaquín Costa, alfa y omega de la teoría regeneracionista española y aragonesa. Es cierto, no puede ser de otro modo, que sí aparecen Costa y Sabino Arana o Ramón de la Sota, pero de un modo demasiado fugaz o tangencial, sin la presencialidad que hubieran merecido teniendo en cuenta el asunto del libro. Lo mejor, por lo tanto, el enfoque caleidoscópico; la única apostilla: más teselas en el conjunto no estrictamente madrileñas o catalanas. 

Finalmente, el balance final podría resumirse de la siguiente forma: en 1898 cayeron tantos mitos y ficciones que la situación resultante empezó a ser a la vez caótica y monolingüe. “Una de las consecuencias, por tanto, de la crisis de 1898 fue la aparición y consolidación en España de un mapa político sumamente complejo y plural en el que todo el mundo se definía como regeneracionista”, escriben Pich y Martínez Fiol.

Fue, efectivamente, así: los republicanos federales imitaron las jeremíadas costistas, sabemos que oradores anarquistas alzaban libros de Costa en sus mítines, también lo hacía Lluís Companys en los auditorios y teatros de Barcelona; el gabinete conservador de Silvela enarboló los ideales del regeneracionismo; hubo también tradicionalismo regeneracionista, regeneracionismos militares y regionales y marxistas, centralistas, neoforales y para todos los gustos. No sabemos hasta qué punto esa fraseología se convirtió en un idiolecto vacío, en el que cabía todo. Lo que sí han iluminado con mano maestra los autores es la relación compleja que existió entre los regionalismos españolistas, los imperialismos liberales y las distintas cocinas ideológicas de la compleja vida política peninsular.