Topkapi, el jardín otomano

Topkapi, el jardín otomano FARRUQO

Ideas

Jardines de estío (VII): Topkapi, el jardín otomano

Desde las claraboyas de Topkapi se ven todavía las ruinas de construcciones levantadas en el ochocientos por el Bajá 'el tunecino' durante la guerra Rusia-Turquía

Jardines de estío (II): Bath y el 'circus' georgiano de John Wood, El Viejo

Publicada

Cuando los últimos visires abandonaron el Palacio de Topkapi se instaron en casas de madera en el elegante Dolmabahçe y en las colinas incendiadas de Nisantasi. La carcoma del tiempo pudo con todo y, poco después, con el imperio hundido, la capital se trasladó a Ankara. Hoy, la belleza del abandono domina Estambul.

Debajo de los actuales bloques de pisos, quedan la espesura del helecho y de tierra seca a orillas del Mar de Mármara. Desde las claraboyas de Topkapi se ven todavía las ruinas de construcciones levantadas en el ochocientos por el Bajá el Tunecino durante la guerra ruso-otomana, la más violenta que alcanza la frágil memoria inscrita en balcones, recordada por generaciones posteriores en conversaciones de café y Narguile (la maravillosa cachimba de agua).

El mundo otomano dejó de ver el Bósforo como una línea de pueblos de pescadores para centrar su mirada en la atracción que sentía por Occidente. Entre las terrazas y ventanas del palacio imperial se ven los cipreses que cubren los vergeles interiores, marcados por la simetría y el equilibrio. Alrededor de un eje central, la conjunción de estos espacios verdes está presidida por manantiales.

Cuando uno mira de frente a esas fuentes de origen persa, la belleza se desplaza hacia la otra orilla del brazo de mar, donde sobreviven las causas de la extinción de la ciudad, la antigua Constantinopla, “cuya belleza radica en su amargura” (Ahmed Rasim).

El Palacio de Topkapi, en Estambul

El Palacio de Topkapi, en Estambul WIKIPEDIA

De hecho, los jardines otomanos son alejandrinos (Estambul cayó en manos de Alejandro 300 años a. C.). En su circuito interior los emparrados se apoyan en columnas por su parte interior. En el centro de espacios de cuatro costados, el agua nace de un estanque y todo tiene un rigor sereno, hoy claramente visible.

En casi todos los jardines, una senda recorre la longitud y otra, la más corta, cae verticalmente sobre la primera; en el cruce aparecen, talladas en mármol, divinidades menores. Esta tipología vegetal se supone sobrevolada de pájaros en libertad, como en el Jardín de Tacio,

Virginia Woolf, que en 1906 viajó a Estambul (Diario de viajes; Ed Letraherido), se entregó a los azulejos otomanos que más adelante adornaron la escenografía de Knole la ciudad imaginada en su novela Orlando -traducida por Borges en Buenos Aires- y a su personaje central, el primer transexual de la historia de la literatura.

El reino exento de cinismo

Las flores juegan un papel aparentemente menor pero son elencos altamente espirituales. Su conservación depende del clásico letrero turco de “no tocar las flores”, que lo dice todo.

Los jardines ajados de Estambul herborizan la vida de sus moradores, en el sentido en que lo entendió el enciclopedista Jean-Jacques Rousseau en lo que él llamó “la sociedad de las plantas”, un reino exento de cinismo, que le permitió suplantar la vida literaria por el bosque, durante su idilio con Madame Warens.

Rousseau amó la flor sin calificar su origen, como puede leerse en Jean-Jacques Rousseau. La transparencia y el obstáculo (Taurus) de Jean Starobinski.

El Palacio de Topkapi

El Palacio de Topkapi DESCUBRIR ESTAMBUL

La botánica es la puerta de acceso a la infancia, escribió el Premio Nobel turco Orhan Pamuk (Estambul, ciudad y recuerdos; Ed. Debolsillo), rememorando su etapa adolescente, el tiempo en el que fue lector de Ludwig Wittgenstein y captó la desesperación del filósofo vienés por recuperar el paréntesis más feliz de su vida, como jardinero de la abadía de Hütteldorf.

La memoria de Pamuk se identifica con la caída del exotismo de la capital turca debida a la República de Kemal Atatürk, el militar afrancesado que hizo desaparecer los arenes, los sultanes o los monasterios de derviches.

Primeros impresionistas

Fue una etapa de sorpresa ante el curioso, reflejada después en un célebre artículo de Joseph Brodsky, publicado hace años en el New Yorker, bajo el título Huida de Bizancio. La vida de Pamuk, el gran relator de la ciudad turca, tiene una trayectoria similar a la de autores como Conrad, Nabokov o Naipul que escribieron con éxito, cambiando de lengua, de nacionalidad y hasta de civilización.

Pamuk ha escrito en francés y en inglés; es amado en su país por novelas como Me llamo Rojo o Niebla, juegos miniaturescos de raíz estambulí, entre la religión, la política y la intriga.

La versión dual Estambul, frontera Oriente-Occidente, encarece una nostalgia parecida a la que tuvieron en París los primeros impresionistas -antes de la explosión de las vanguardias-, cuando Camille Pissarro pintó la tristeza invernal de los jardines de las Tullerías, de la capital francesa. A lo largo de su historia, Estambul comparte con París esta paradoja: el olvido y su retorno apasionado.

El escritor turco Orhan Pamuk

El escritor turco Orhan Pamuk CCCB

Mantener la sensibilidad del origen, en el momento de desentrañar mensajes, es algo que hicieron maravillosamente Paul Valéry y Théophile Gautier frente a las mezquitas turcas, especialmente en Santa Sofía, cruce de las tres religiones semíticas.

Cofre de gusanos

El gremio de poetas y descubridores siempre le ha sacado punta a las sedas finísimas que envuelven algunas plantas de los jardines otomanos y sus antecedentes asirios.

La obsesión por los gusanos de seda se consolidó entre los primeros grandes jardineros, que apreciaban la milenaria tradición. El narrador austríaco W. G. Sebald en Los anillos de Saturno sitúa la primera casa de seda occidental en el Buckingham Palace de Jacobo I. En sus largos viajes, el rey británico llevaba siempre un gran cofre repleto de gusanos y, de vuelta a casa, ordenaba plantar moreras en los condados de Inglaterra.

Cuando Persépolis fue la capital del gran imperio, sus reyes, como Ciro o Darío, conquistaron Asia Central y entraron en Europa; levantaron jardines maravillosos a partir de la experiencia de Mesopotamia; fundaron una escuela de botánica, cuya tradición se instaló en El-Andalus.