
El conservadurismo en el Reino Unido, por Farruqo
El desafío conservador: La Gran Bretaña de Berlin, Burke, Thatcher, Johnson y Evelyn Waugh
El conservadurismo sabio es hegemónico a pesar de que, en julio de 2024, el Reino Unido cerrara con un sonoro portazo la era de 14 años de gobiernos conservadores
El desafío conservador ante el vacío político de la UE (1)
La elegante narrativa de Evelyn Vaugh carece de épica y, sin embargo, expresa la modernidad como fragmentación de la experiencia. Sus novelas remiten a un revulsivo de las vanguardias. En Soldado de honor, su trilogía militar, Vaugh apunta contra la espada de la Iglesia romana por su falsa piedad (siendo él un católico converso) y contra la espada de Stalingrado, la imagen irreal de un estalinismo salvador, que derrota a los nazis.
En una entrevista de The Paris Review, Vaugh afirma que el artista debe ser reaccionario: “hay que alzarse contra el tenor de los tiempos”. Mientras Vaugh narra la crisis de identidad de los felices veinte, como lo hicieron Christofer Isherwood, Graham Greene o el eduardiano de Bloomsbury E.M. Foster, el mundo se envuelve lentamente en la nube conservadora, que ha acabado estallando un siglo más tarde.
Casi nadie descarta ya el temor fundado de acabar perteneciendo a una sociedad hobbesiana, determinada por la exhibición de la fuerza, lo contrario de lo que querían los pensadores liberales, pero su exacto corolario.
El Reino Unido ya no es la sociedad de los padres del liberalismo conservador, Edmund Burke o Isaiah Berlin; por supuesto que no.
Ahora vive en una hipóstasis de la realidad a la que llegó Boris Johnson, el penúltimo primer ministro tory. Ocho años después de la victoria del Brexit, su principal artífice, el exeurodiputado de ultraderecha Nigel Farage está inmerso en conseguir un escaño en la Cámara de los Comunes. La iniquidad regresa y trata de situarse a la cabeza de la revolución conservadora que puede salvar a Occidente del populismo
Johnson y los padres del Brexit explotaron la vulnerabilidad humana, “con pequeños chutes de dopamina”, como dijo Sean Parker, el primer presidente de Facebook.

El escritor Evelyn Waugh
El neuro científico Ramsay Brown anuncia: “nuestra tecnología predice y troquela la conducta humana”. La ducha tecno-mental de nuestro tiempo quiere apoderarse de la herencia del fin del setecientos, cuando el irlandés Edmund Burke descubrió en la sangre derramada por las guillotinas el brillo de la espada de Napoleón.
España entró de lleno en el mismo argumento, cuando Jovellanos vio en la Revolución Francesa el freno de los proyectos reformistas, expone el filósofo Gregorio Luri en La imaginación conservadora (Ariel). Burke cimentó sus tesis sobre un hecho incontestable: la sociedad es la continuidad de los muertos, los vivos y los que están por llegar.
Y por su parte Juan Varela, citado por Eugeni d’ Ors, le escribe a Menéndez y Pelayo: “créame, los bárbaros no vienen del Septentrión; están en casa”.
Queda por ver si la Ilustración, la época de la razón inmediatamente anterior a la Noche de la Bastilla, fue una doctrina armada. El mismo Voltaire deja escrita una reflexión favorable a Burke sobre las raíces filosóficas de la Revolución.
Corrección política
En momentos históricos distintos, ambos llegan a la misma conclusión: las sociedades democráticas no quieren ser heterónomas porque no aceptan ninguna ley que no se hayan otorgado a sí mismas.
El deseo de libertad se acerca a la democracia practicable gracias a la confianza intergeneracional, que ha sabido mantener incólume el conservadurismo tory a pesar de sus vacíos ideológicos.
Lo que ya se hizo y fue revocado puede volver a ser gracias a esta confianza que destierra el empoderamiento de una idea, aunque se considere primordial. La categoría de lo irrenunciable es el sueño que destruye la razón.
La corrección política de hoy es el estandarte de quienes intentan arruinar a sus competidores, como si su paso por el poder hubiese dejado la tierra calcinada.

El filósofo Karl Popper
Este canto a la disidencia encendió al “pluralismo ético” contenido en los textos de Isaiah Berlin. El pensador judío-británico, nacido en Letonia y nacionalizado inglés, encuadra su mensaje entre la frontera laborista y el espacio de los whigs que dominaron la política inglesa a lo largo de prácticamente todo el siglo XVIII, con figuras como Robert Walpole o William Pitt.
El conservadurismo sabio es hegemónico a pesar de que, en julio de 2024, el Reino Unido cerrara con un sonoro portazo la era de 14 años de gobiernos conservadores y sumiera al partido tory en una crisis sin precedentes tras haber sufrido la peor derrota electoral de su historia.
La caída de los conservadores puso el colofón a unos últimos tiempos de convulsión permanente, que comenzaron con el paso de Boris Johnson por Downing Street y siguieron con la nefasta gestión económica de Liz Truss y la incapacidad de Rishi Sunak para enderezar la nave.
El hartazgo de los ciudadanos fue tal que concedieron a los laboristas de Keir Starmer una mayoría absoluta, no tanto por adhesión a sus propuestas como por el rechazo frontal a mal ejemplo de los últimos tories. Hoy, el país atraviesa una encrucijada peculiar: la sociedad oscila sobre una corriente de fondo liberal, pero bajo el paraguas de una estructura institucional socialdemócrata nacida de la desconfianza del electorado respecto a la derecha.
Libertad, por delante de la riqueza
En la primera mitad del siglo pasado, Berlin y Karl Popper -profesor de la London, austríaco de nacimiento y miembro del Círculo de Viena- contribuyeron a un verdadero renacimiento del interés por la teoría política, y aún hoy continúan siendo influyentes y ampliamente discutidos, en los temas que despliegan el concepto de libertad.
Ambos sostienen que las ideas opuestas marcan los límites que pueden permitirse a la coacción, pensando en que, cada una de las ideas cuenta con la lealtad de gran número de ciudadanos. Popper es contundente: “Para una nación, la libertad es más importante que la riqueza y, en la vida política, esta es una condición indispensable para vivir al menos humanamente” escribe en La sociedad abierta y sus enemigos, un libro escrito al comienzo de la Segunda Guerra, muy crítico frente a las corrientes colectivistas e historicistas.
Hoy, en la Europa continental, gana terreno el pensamiento conservador, basculando sobre los extremistas emergentes, convencidos de que la fuerza del derecho debe ser desplazada por el derecho de la fuerza. Es una herencia casi reciente. “La historia de los últimos cien años parece como una preparación sistemática para la inminente colisión entre democracia empírica y liberal por una parte, y democracia totalitaria mesiánica por la otra. Este es el marco de la actual crisis del mundo”, escribe J.L. Talmon en Los orígenes de la democracia totalitaria.
Sin embargo, nuestro tiempo no es el de la hybris del poder (fascismo y nazismo), sino el de la vulnerabilidad de la sociedad, anunciado con mucha antelación: “la gente es incapaz de distinguir entre verdadero y falso, entre hechos y ficción”, escribió premonitoriamente Hannah Arendt, en La condición humana, hace más de setenta años.
Sin objetivos
Para Berlin, la búsqueda de una sociedad perfecta racionalmente concebida es lo que está detrás de las grandes ideologías que llevaron a las utopías totalitarias de la primera mitad del siglo XX. En aquella encrucijada de modelos fatales intervino la moral. Y fue ya en la posguerra, cuando los economistas de origen austríaco, con plaza en las universidades británicas, con Hayek a la cabeza, despejaron la primera incertidumbre: “si en los mercados abiertos, desaparece la sabiduría clásica, la ley no puede reemplazarla.
Ninguna ley puede ocupar el camino de la moral”. Para el gran economista y Premio Nobel, “el conservador carece de objetivos”. Esta es su mayor virtud y de ahí proviene la influencia del empirismo de las islas (Lord Acton o el mismo Locke) sobre los países del continente.
Hayek toma prestado de John Stuart Mill el utilitarismo, la teoría ética tomada de Jeremy Bentham, en la que se buscan soluciones para dar mayor felicidad al mayor número de ciudadanos.

Muñecos de plástico de Reagan, Thatcher y Gorbachov de la serie de televisión cómica 'Spitting Image' (1988)
Las instituciones inglesas son el fruto de la costumbre y de los usos y la ley es una consecuencia; actúa como una tradición. Asume la responsabilidad de los que defienden a la sociedad sin necesidad de perfeccionarla.
El conservadurismo “no es historicista, pero ama la historia” (Luri). Es una doctrina que se sabe inconclusa, pero que contiene experiencias sobresalientes como la de Benjamin Disraeli, el ex primer ministro de la reina Victoria que impulsó la reforma parlamentaria, legalizó la huelga, en 1875, y pregonó el conservadurismo popular.
Obsesión por uno mismo
De su arraigo depende ahora el futuro de Europa en un momento de crecida de las ideologías ultras con un impacto enorme sobre la población joven. Las experiencias anteriores se desdibujan; la llegada de Margaret Thatcher, en 1979, bajo el lema “la sociedad no existe” y el efecto privatizador de los ferrocarriles o la minería, no deja huellas doctrinales.
Ahora es distinto. Sin un gobierno conservador, los nuevos entornos urbanos, el excesivo consumo de alcohol y los alrededores de los campos de futbol de la Premier pertenecen a la turba. Después de la Guerra Fría y en pleno nuevo orden mundial bajo a hegemonía tecnológica, todo apunta a la obsesión por uno mismo, como señala el citado Ramsay Brown.
La decadencia aristocrática del periodo entre guerras se concentra hoy en la deriva de las adicciones de los poseedores de rentas altas, fruto de la especulación. La sátira descarnada de Evelyn Waugh en uno de sus mejores libros, Un puñado de polvo, nos devuelve al Londres del Empire: “tu sombra matutina siguiéndote a zancadas/ o tu sombra vespertina alzándose a tu encuentro/ te mostraré el miedo de un puñado de polvo”, escribe T.S. Eliot en La tierra baldía.