Imagen sobre la cohesión social en la Unión Europa

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Cohesión social: el antídoto para impedir el final de la democracia y "de la misma Europa"

Esteban Hernández desgrana en 'El nuevo espíritu del mundo' los desafíos que plantea la nueva geopolítica, con Estados Unidos dispuesto a sacrificar a Europa para lograr que Rusia no dependa tanto de China

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Todo ha cambiado en pocos meses, aunque se pudiera intuir que el equilibrio de poderes iba a ser otro. Europa intenta recolocarse después de comprobar que Donald Trump iba en serio y que la baza más importante en la nueva coyuntura para por “la fuerza y la demografía”.

Poderes duros frente al poder blando de la democracia europea. Lo analiza con agudeza el periodista Esteban Hernández en su nuevo trabajo: El nuevo espíritu del mundo, política y geopolítica en la era de Trump (Deusto).

La crudeza es ya la norma. El cómo se ha llegado a esa situación se debe explicar a partir de varios factores. Pero lo relevante, la puerta que abre Hernández, es que todo dependerá de la “cohesión social” que se pueda mantener.

Europa quiere agarrarse a un mundo que arrancó con el final de la Segunda Guerra Mundial, pero que ha finiquitado. Ni la primera potencia hasta ahora, Estados Unidos, que se benefició de forma desmesurada a partir de aquel instante gracias a la preponderancia del dólar, ni las nuevas potencias como China –la gran amenaza para los norteamericanos—ni el llamado sur global, desean seguir anclados en ‘aquel’ mundo.

Portada del libro de Esteban Hernández

Portada del libro de Esteban Hernández

¿Y qué espera a cada parte de ese entramado geopolítico? Estebán Hernández, periodista que publica sus piezas en El Confidencial, tiene el propósito de hilar la coyuntura con los movimientos tectónicos, con los cambios en el mundo global. Y lo hace siempre con el ojo puesto en las decisiones de las élites, que, durante muchos años, han querido permanecer ajenas a las insatisfacciones de las sociedades.

La clave, lo que marca el nuevo tiempo, a juicio de Hernández, es que los estados que marcan el nuevo presente están obsesionados en no tener fisuras internas, en lograr una gran cohesión social, que Europa, debido a su pluralidad, no puede alcanzar todavía.

Esa cohesión social, sin embargo, tiene una doble vertiente. En el caso de Europa podríamos pensar en una unión basada en valores democráticos, en la defensa de un modelo que ha ‘cuidado’ a sus ciudadanos, a través de un estado de bienestar generoso. Pero esa cohesión social llega hoy desde los regímenes autoritarios.

“En el nuevo contexto, la cohesión social redobla su importancia, ya que los Estados en los que existe un alineamiento, entre el poder político, las élites y las poblaciones adquieren una ventaja significativa. China comprendió esto desde el inicio. Rusia ha dado pasos contundentes para que esa unidad se produzca, y los israelís, los turcos o los indios, entre otros, están asentando un propósito común para sus países”, señala el autor de El nuevo espíritu del mundo.

Donald Trump, presidente de los Estados Unidos

Donald Trump, presidente de los Estados Unidos Europa Press

En ese contexto, sin embargo, no está Estados Unidos, y eso abre una puerta a la esperanza. “Estados Unidos está lejos de lograr esa cohesión y las brechas de Europa se hacen más grandes”, añade.

¿Cómo se debe entender? Si hay grietas en China, por ejemplo, son difíciles de comprobar. En la Rusia de Putin sucede lo mismo. ¿Ha podido Putin mantener la guerra con Ucrania sin discusiones internas? ¿Todo el pueblo ruso sigue en la misma posición con Putin?

Lo que destaca Esteban Hernández es que la geopolítica marca el terreno, y que los países con demografía y capaces de utilizar la fuerza –porque la tienen, y el ejemplo es Rusia que produce armamento y productos necesarios en el mundo, como la energía—son los que decidirán en el futuro inmediato.

¿Y los resultados?

En el caso de Estados Unidos esa es la intención de Trump. Jugar en el mismo tablero y luchar por la hegemonía frente a China. Pero, ¿puede arrastrar a todo el pueblo norteamericano?

“Los programas culturales pueden ayudar a ganar el poder, pero no a mantenerlo. Trump salió después de su primera legislatura, y los conservadores británicos fueron aplastados después de su gobierno pos-Brexit. Biden canalizó el descontento de Trump, pero no lo asentó. El triunfo republicano, que parece hoy contundente, no asegura una época de dominio a lo Reagan, ya que la inestabilidad vital continúa siendo elevada. La política contemporánea se rige por el descontento respecto de quienes gobiernan, por lo que las elecciones suelen traer cambios en el poder ejecutivo, y así será mientras el problema social no se solvente”, indica Hernández.

Se trata de que lleguen los resultados. Lo que está en juego, y se ha establecido cierto consenso en que la geopolítica está ahora en primer término, es la eficacia de unos estados que han decidido jugar duro, dejando los valores que encarna Europa en un segundo plano.

En Estados Unidos, con los libertarios presionando de forma directa y clara, con hombres del mundo de la tecnología como Peter Thiel, --tal vez el que más ha teorizado y el más agresivo de ese grupo, en el que figura Ellon Musk—dejando claro que la democracia no es compatible con la innovación empresarial, todo dependerá de los resultados. Es lo que quiere reflejar Hernández:

“Un programa libertario en el interior y proteccionista en el exterior requiere de un éxito externo muy elevado que proporcione algún beneficio palpable a sus poblaciones, por ejemplo, en forma de generación masiva de empleos bien retribuidos”.

El empresario Peter Thiel

El empresario Peter Thiel WIKIPEDIA

Es decir, ¿podrán los republicanos de Trump satisfacer realmente las exigencias de sus votantes, y de la mayoría de la población norteamericana? La reflexión de Esteban Hernández es pertinente justo ahora cuando se percibe a Trump como un ganador: “La administración Trump ha arrancado de manera arrolladora, pero a los estadounidenses siempre se les ha dado bien conquistar; estabilizar lo conquistado les ha resultado mucho más difícil”.

Satisfacer, logros que sean tangibles, cohesionar una sociedad. Todo eso es lo que se dirime. O lo que se debería tener en cuenta. Si los cambios en la manera de entender el poder han llegado por la insatisfacción social –el proteccionismo frente a la globalización, que ha castigado a determinadas capas sociales en Estados Unidos y en el conjunto del mundo occidental-- ¿por qué no intentar algo más ambicioso para mejorar la cohesión social?

Una de las cuestiones importantes que figuran en el fondo del debate guarda relación con las oportunidades perdidas. Tras años de revolución conservadora, con Thatcher y Reagan, en el Reino Unido y en Estados Unidos, llegó a la Casa Blanca el demócrata Bill Clinton.

¿Pudo haber intentado algo en favor de esas capas sociales que ya mostraban insatisfacción? No frenó la ola neoliberal. Al revés. Se subió a ella. “El presidente demócrata no hizo nada de eso, por el contrario, profundizó en los mecanismos de integración internacional de la economía, promocionó la financiarización y asentó firmemente la globalización. Clinton fue el Eisenhower demócrata quizá porque accedió al poder entendiendo que sólo podría gobernar si asumía los intereses de Wall Street”, escribe Esteban Hernández.

Cambio de mentalidad

¿Habría llegado la hora para una reacción muy distinta? Con la percepción de que vuelve una época de guerra, en la que prevalece la ley del más fuerte, donde las instituciones multilatelares ya no cuentan, caminar hacia una mayor cohesión social se antoja una broma.

Sin embargo, se debería intentar algo diferente. “Ambos lados del espectro político, ya sean las derechas conservadoras del bien común o las izquierdas materiales, que son ahora minoría, tendrán que estar preparadas para encontrar un camino en los tiempos que vienen. Occidente sufrirá significativas perturbaciones internas con este giro aceleracionista, que sólo podrán encontrar solución cuando se deje atrás un modo de gestión de la sociedad y de la economía que tiende a separarnos en lugar de acercarnos. Será muy complicado cambiar el paso y exigirá grandes esfuerzos, así como una transformación significativa en la mentalidad y en los programas políticos, pero será la única manera de que perduren la democracia, el Estado y la misma Europa”.

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