'An Election Entertainment' (1755), William Hogarth

'An Election Entertainment' (1755), William Hogarth

Ideas

Manuel Arias Maldonado o los apuros de la verdad

El politólogo malagueño explora en (Pos)verdad y democracia (Página Indómita) las iras deconstructivas de las izquierdas y derechas como fenómenos que, lejos de ser nuevos, operaban antes de la intoxicación masiva a través de los canales digitales

Publicada

Desde hace un tiempo ha llegado con fuerza una nueva colección de breviarios de filosofía práctica que hace las delicias de los aficionados al pensamiento aplicado; me estoy refiriendo a los pequeños libros que va publicando Página Indómita, una curiosa editorial que va traduciendo a los grandes del pensamiento político internacional (Simone Weil, Isaiah Berlin, Judith N. Shklar, George Orwell o Hannah Arendt, entre otros), y que ahora edita un no tan breve (Pos)verdad y democracia, de Manuel Arias Maldonado (1974), Catedrático de Ciencia Política en la Universidad de Málaga. En 2016, el autor ya había publicado La democracia sentimental en la misma editorial. 

Esta nueva aportación de Arias viene a sumarse a lo que ya va siendo un género por sí mismo: el de los diagnósticos que están alertando sobre la posibilidad de que la democracia como culminación de la convivencia liberal se nos escape de las manos y con su pérdida desaparezcan también entre nosotros valores esenciales como la tolerancia, la libertad de expresión y de conciencia o la aceptación del rival político. Algunos de estos dictámenes ensayísticos son más pesimistas que otros: lo es intensamente Democracias en extinción, de Steven Forti (Akal), o El liberalismo herido (Arpa), de José María Lassalle, publicado en 2021; en 2022, Ignacio Ramonet editó La era del conspiracionismo (Siglo XXI), y ese mismo año dos historiadores, Javier Rodrigo y Maximiliano Fuentes Codera, publicaban Ellos, los fascistas (Debate), un libro en el que trataban de demostrar que la actual extrema derecha hoy triunfante en buena parte de Occidente no se parece mucho al fascismo sangriento y guerrero que asoló Europa durante los años veinte y treinta, aunque conserve relaciones con él.

Manuel Arias Maldonado

Manuel Arias Maldonado

Rodrigo y Fuentes llegaron a la conclusión de que llamar fascismo en bloque a la extrema derecha que hoy es un fenómeno ascendente era una banalización y una especie de falta de respeto hacia los cientos de miles de víctimas directas del fascismo que sufrieron torturas, deportaciones o directamente fueron asesinados por razones políticas o raciales. Europa no se ha llenado aún de millones de cadáveres, aunque parece fuera de discusión que tenemos un problema grave. A esta corriente de vacunación contra el Apocalipsis pertenece este (Pos)verdad y democracia, de Arias Maldonado, que no es que niegue que existan peligro que amenazan actualmente el futuro de nuestras democracias y el espíritu de convivencia que les son consustanciales; lo que hace más bien el autor es desmitificar el pasado y señalarnos cómo una gran parte de los problemas que la cultura digital ha hecho aflorar con más fuerza en realidad ya estaban ahí, ocultos, disimulados o directamente sofocados por las versiones oficiales, esto es banalizadas, de los problemas. 

Nos encontramos ante un libro filosóficamente pesimista, porque pone en duda que la noción de verdad sea realmente relevante a la hora de edificar y conservar una democracia, o más bien porque piensa que ninguna institución política, ni partido o bandería alguna estén realmente interesados en proporcionar verdades objetivas o consensuadas, porque nunca lo estuvieron, pero a la vez es optimista en el sentido de que confía en que, como siempre, la naturaleza elástica del liberalismo y los principios de representatividad y convivencia se acabarán imponiendo a la pandemia de desinformación e histeria que parece afectar a todos los regímenes liberales del globo. 

'La democracia sentimental'

'La democracia sentimental' PÁGINA INDÓMITA

No es la primera vez que circulan entre nosotros propuestas que tienden a diseñar versiones débiles de la ética y la política en un intento de explicar que en una democracia no podemos ni deberíamos añorar las verdades universales por la sencilla razón de que las verdades universales sólo las mantienen e imponen las dictaduras. En 2021, el filósofo británico John Gray, traducido por Roberto Ramos, sostenía en Las dos caras del liberalismo (también en Página Indómita) que la versión imperialista e invasiva de la razón liberal debía dejar paso a una nueva concepción (en realidad una viejísima concepción, puesto que procedía de Hobbes) del liberalismo entendido más bien como una convivencia de tendencias y cosmovisiones distintas e incluso opuestas que ni querían rozarse ni deseaban tener más en común entre ellas que el hecho de ser vecinas y habitar en un mismo suelo, conviviendo y tolerándose.

Parece que esta concepción más postmoderna y líquida de la democracia es la que tiene las simpatías de Arias Maldonado. Y por su parte, Adela Cortina, en 1986, en su inaugural Ética mínima, ya nos había advertido de que una actuación política “de máximos”, es decir, no formal y no kantiana, nos podía conducir a conflictos fuertes o discusiones demasiado acaloradas e impropias de un espacio dialógico democrático. 

'Posverdad y democracia'

'Posverdad y democracia' PÁGINA INDÓMITA

Lo que hace más bien Arias Maldonado es desidealizar muchísimos conceptos que nos parecían básicos pero que no eran más que nostalgia de un pasado que nunca existió. Es decir, utopías: desinformación, o política del deseo. La angustia cruza las ágoras aceleradas de nuestras ciberdemocracias porque no logramos imponer ninguna de las utopías que han ido conformando tribus cerradas en el seno de nuestras sociedades, lo cual tampoco significa que antes dispusiéramos de una era de paz y colaboración plena entre los distintos partidismos. Más bien parece que las democracias son colectivos disfuncionales viables, con herramientas para garantizar buenas decisiones de vez en cuando, y aunque parece comprobado que ciertos estándares de claridad mental y búsqueda de la verdad resultan imprescindibles para que un régimen democrático se autoconserve y supere tentaciones autoritarias, lo cierto es que las contrapropagandas y los bulos insolentes han sido, en general, mucho más habituales que la honradez y los argumentos de calidad.  

Malas noticias para los que nos sentimos habermasianos: se pregunta Arias cuándo ha existido la república ilustrada de los ciudadanos cultos y dialogantes que se reúnen para deliberar con calma sobre los más diversos temas. Más bien lo que parece es que la democracia occidental ha ido avanzando a trompicones a base de trucos, componendas, ruido y mucho fuego cruzado de palabrotas e incendios, y que la posverdad no sería más que una exageración preocupante de las manipulaciones partidistas habituales en los sistemas parlamentarios. Parece demostrado (Arias lo demuestra) que los votantes nunca han sido especialmente maduros, sabios, comprensivos ni cultos: más bien se ha votado por lealtad a una determinada cultura política, o por interés inmediato, pero nunca desde un estado de gracia cultural habermasiano que, escribe Arias, “no es de este mundo”.

Por eso decimos que se trata de un libro en cierto modo pesimista pero escrito con un tono animoso que contrasta con estas conclusiones pragmáticas y nos invita a digerir qué está pasando en realidad entre nosotros y quién alimenta realmente esta sensación de ahogo y paranoia pública que parece haber caído sobre nosotros desde, aproximadamente, 2015. En otras palabras, quienes creemos en la razón dialogística y la democracia deliberativa, quienes nos sentimos llamados a apoyar la construcción de espacios ilustrados y pausados, no somos más que otra tribu luchando por imponer nuestras especulaciones irrealizables (nuestros bulos bienintencionados) en un mundo que parece que no sabe dejar atrás el hooliganismo electoral y la manipulación de masas.

'Nostalgia del soberano'

'Nostalgia del soberano' CATARATA

Las minorías ilustradas practicarían tanto el populismo como las demás opciones políticas menos sofisticadas, y parece que no haya alternativa para ello. Lo cual no significa que no haya que luchar intensamente por una discusión política más pausada, realista y constructiva, sin la cual el pluralismo directamente se esfuma entre nosotros sustituido por la ley del más fuerte. Lo que sí significa es que vivir fuera de la realidad sólo intensificará nuestra frustración. 

La democracia vendría a ser el tipo de gobierno que menos violencia proporciona, y si en lugar de urnas ya sólo nos quedan los palos y las pistolas, es que la democracia ya ha fracasado o directamente ha dado paso a otra cosa sin duda peor. Lo que ha ocurrido más bien es que el postmodernismo se ha democratizado, convirtiéndose en la gramática hegemónica y tiñendo de ofendidismo a cada vez más capas de población, y que la derecha ha aprendido a luchar con las mismas armas deconstructivas con que combatía la izquierda liquidadora posterior a Mayo del 68.

En otras palabras, cierta parte de la derecha ha asumido la crítica a la Ilustración que iban defendiendo las modas foucaultianas y ese aprendizaje le ha ido de rechupete para quitarse de encima no pocas convenciones conservadoras y respetos morales para ganar insolencia, capacidad de seducción y dinamismo irracionalista. En otras palabras: estamos sufriendo la deconstrucción innovadora de la civilización imaginada por Thatcher y Reagan. Con la izquierda clásica deconstruida, y el conservadurismo reducido a comparsa, lo que obtenemos es Trump. Advirtiéndonos contra un vicio generalizado: de nada sirve cargar contra los líderes autoritarios cuando renunciamos a analizar por qué han sido votados, y por qué las mayorías eligen opciones antiliberales: “No puede minusvalorarse el riesgo de que tras un electorado iliberal (que apoya a líderes autoritarios) se esconda también una ciudadanía iliberal (que pone el mantenimiento de su partido en el poder por encima del respeto a las reglas democráticas)”. Con casi todo el mundo instalado en la venganza postilustrada, parece complicado mantener una dirección técnica administrativa que no caiga en el peligro de los abusos tecnocráticos.

Por descontado, el autor no duda en ningún momento de que el compromiso democrático sea la mejor vía hacia el progreso social y la convivencia; lo que señala es que ese compromiso está mal formulado, confundiendo las causas con los síntomas, puesto que las iras deconstructivas a izquierda y derecha eran fenómenos previos a la irrupción de la intoxicación digital: “Las apariencias engañan: el pluralismo social puede parecernos una trampa paralizante que dificulta el acuerdo político, pero la diversidad de las democracias conduce a mejores decisiones en términos comparados”. En otras palabras, en democracia quizás sea preferible no meter la pata en lugar alguno que meter la pata sin pensárnoslo dos veces, ahí donde el autoritarismo falla con mucha más frecuencia.

Por no hablar del problema de los partidos que fingen una confrontación cainita pero que defienden políticas idénticas. La sensación generalizada de fraude puede crear auténticos monstruos. El elector ideal sería un ciudadano desleal, diferenciado claramente del fanático, capaz de cambiar de opciones desde una posición de cierto escepticismo. Es decir, el apátrida de ideología. Pero de estos especímenes reflexivos hay tan pocos…

'Antropoceno'

'Antropoceno' TAURUS

Concluyendo, que avanzamos por una selva complicada y peligrosa, y el camino no ha sido nunca fácil, y si ahora es especialmente difícil es porque se han encadenado demasiadas deserciones, demasiadas negligencias e ingenuidades. Las democracias habitualmente han conseguido ir abriéndose paso entre obstáculos encolerizados, pero parece que en esta ocasión está costando algo más de la cuenta que funcionen las instituciones sin un nivel peligroso de amenaza y excepcionalidad. Encontrar un equilibrio que desactive el populismo primitivo no es una tarea fácil cuando casi nadie colabora en la tarea de amar y defender el pluralismo.

La vieja antorcha de la tolerancia vuelve a vivir momentos bajos. Si de algo sirve la prosa clara y desenfadada de Arias Maldonado es para entender cómo funcionan, o medio funcionan, las democracias modernas: “Para quienes sean partidarios de versiones fuertes de la verdad y quisieran además verlas asumidas por el poder público, resultará inaceptable la autolimitación de la democracia”. Sería preferible una diversidad disfuncional que una fuente de verdades fuertes con mecanismos para imponerlas. Abundan en este libro frases y fragmentos que se subrayan y se paladean como se merecen las palabras exactas, en un contexto lúcido, a través de hipótesis interesantes: “La crítica posmoderna de los fundamentos de la sociedad liberal puede haber creado un descreimiento incompatible con el mantenimiento de la sociedad liberal. Y está por ver si ese genio puede todavía regresar a la botella”.

¿Qué esperábamos exactamente mientras deconstruíamos imprudentemente nuestras democracias? Identificar este problema no es un logro menor de Arias Maldonado.