
El filósofo y ensayista Rafael Argullol, durante la entrevista con 'Letra Global' Barcelona
Argullol: “Hay miedo porque a pesar del fetichismo por la tecnología la gente sabe que no solucionará su desamparo”
El filósofo, homenajeado en la obra 'Rafael Argullol: caminar, pensar, escribir', señala que las democracias "deben aprender a mantener la pasión" para subsistir y pide que el sistema educativo "cultive y forme" y deje de lado el entretenimiento
'Letra Global' celebra en el Liceu su apuesta por 'Las edades de la música', el séptimo número de la revista en papel
Rafael Argullol (Barcelona, 1949) tiene un sueño. Dice que le gustaría escribir caminando. Eso lo define. La transversalidad a partir del viaje, ejercitar una filosofía ‘nómada’. Maestro de maestros, Argullol atesora una larga obra literaria y ensayística, con libros como Visión desde el fondo del mar, o Danza Humana.
Sus amigos y conocedores en profundidad de su obra han colaborado en un libro coral: Rafael Argullol: Caminar, pensar, escribir, en Acantilado. Intervienen Laura Cornejo, Lluís Boada, Frederic Amat, García Gual, Casablancas, Hoyos Gómez, Mateo, Artur Ramon, Lluís Basset, Félix Riera, Juan Malpartida o Pepe Ribas, entre otros nombres no menos ilustres.
Autor junto al músico Benet Casablancas de la ópera L'enigma de Lea, Argullol habla con sosiego. Y no se deja nada en el tintero. Se queja de que no se enseña a las nuevas generaciones a relacionar. Se pueden buscar datos, sí, pero, ¿cómo se interpretan si no se sabe relacionarlos?
Argullol, en esa larga conversación con Letra Global, habla del miedo, intenso en las sociedades contemporáneas. ¿A qué se debe? “Hay miedo, porque a pesar del fetichismo por la tecnología, la gente sabe que no va a solucionar su desamparo”, señala. Y constata su falta de optimismo, pero anuncia que surgirá la “rebeldía”.
Argullol participará este jueves en el Liceu en un coloquio sobre Por qué necesitamos la música, organizado por Letra Global para presentar su séptimo vólumen de la revista en papel, centrado, precisamente, en la música.
En el libro 'Rafael Argullol: Caminar, pensar, escribir', con aportaciones de amigos y conocedores de su obra, se le describe como un nómada de una gran travesía oceánica. ¿Esa ha sido su gran característica, la de bucear en una gran aventura intelectual desde la transversalidad?
Eso proviene de mi pasión por viajar, la vinculación de la literatura con el viaje, y se refiere al libro Aventura: una filosofía nómada. Es el pensamiento vinculado al carácter nómada del ser humano, de la misma forma que digo que me gustaría escribir caminando. Lo que defiendo es que la fugacidad misma es muy buena para la literatura y el pensamiento.
Conocimiento, por tanto, a partir de diferentes ámbitos, también desde la Literatura.
Sobre la Literatura he insistido mucho. Reivindico una escritura transversal, y lo he hecho cuando no estaba de moda. Por ello me refería a una escritura más allá de los géneros habituales, donde hubiera una convergencia entre imágenes y conceptos, entre literatura y filosofía. Mi obra es producto de esa escritura transversal. El intento de unidad entre esos dos aspectos, desde la premisa de que nuestro cerebro funciona de forma transversal, no a partir de compartimentos estancos.

Entrevista a Rafael Argullol Barcelona
¿Ese ha sido un error del sistema educativo, el de compartimentar conocimientos?
Es un error, sí, pero es explicable por otro error interno de la historia de la filosofía, desde finales del siglo XVIII y principios del XIX. Se pusieron en marcha sistemas cerrados, ya fuera el kantiano, el hegeliano o el marxista. Se trataba de forzar artificialmente el pensamiento, porque no hay un sistema cerrado en nuestra cabeza. En la historia de la filosofía no había esos sistemas cerrados. Platón es un gran escritor literario y quiso ser poeta de tragedias. Lo que se consiguió con esos sistemas fue expulsar las sensaciones y hacer que el mundo de lo literario quedara demasiado identificado con la novela.
Se ha querido separar lo que se ha entendido como racionalidad del sentimiento, entonces. Ello ha llevado a separar la música, por sensorial, de la reacionalidad, en ocasiones. Pero usted ha querido, precisamente, unirlos, fusionar esos dos mundos.
En mi caso, el objetivo central ha sido esa convergencia entre lo sensorial y el pensamiento. Yo a veces digo que mi ‘método’, si se puede decir así, es mirar a través de un microscopio y también a través de un telescopio. Con el primero, miro el interior de uno mismo, pero cuando llego a algo demasiado obsceno, que es algo muy contemporáneo, entonces giro la lente y miro con un telescopio. Pero si lo que veo me resulta demasiado abstracto, giro de nuevo la lente para ver lo individual.
¿Detecta, con lo que dice, que hay un exceso de ombliguismo, en la literatura, por ejemplo, eso que se ha denominado como la literatura del yo?
No lo soporto demasiado. Yo mismo he hablado de mi biografía, pero siempre intentando buscar un punto de vista universal y partiendo de la idea de que al lector no le interesa para nada lo que yo haga durante el desayuno, o la historia del amigo de la cuñada de la portera, de si ha cometido o no incesto. Eso no le interesa nada.
Usted ha señalado que es el momento de volver a las catacumbas, de disparar como un francotirador. ¿Nadie asume la profundidad, señalar aquello que no vemos?
El mundo de la cultura ha sido siempre un poco de catacumba, minoritario. Si las ideas podían crear raíces, estas podían ser amplias, pero han sido casi siempre minoritarias. El tópico de que la calidad tiene que estar muy por encima de la calidad es evidente. Pero el verdadero escritor o artista debe avanzar en la construcción de su libertad, más allá de la cantidad. Entiendo el entretenimiento, el pan y circo, porque, además, siempre ha existido. Pero lo cuestionable es confundir una cosa con la otra, y eso ha pasado en el sistema educativo. Educar se ha confundido con entretener, cuando debe ser informar y formar sobre los avances del ser humano. Ya se buscará cada uno su entretenimiento.
Si se consigue educar, formar y entretener, mejor, ¿no?
Sí, claro, pero el verdadero amante de la lectura no es el que se entretiene, es aquel que se apasiona y no puede dejar el libro.
Con su experiencia como creador, también como profesor, ¿no se pecó de optimista al pensar que la educación seguiría un proceso hacia una mayor formación, hacia generaciones más completas, en referencia, por ejemplo, a España?
Hace años que no soy optimista. En el país de hace quince o veinte años, en la educación preuniversitaria se cayó en ese error brutal, según el cual los chicos y chicas deben estar entretenidos. Ellos ya se buscarán el entretenimiento por ellos mismos. Lo que hace falta es culturalizarlos, cultivarlos. Y en la educación universitaria entran mal preparados.
Los cálculos optimistas se basaban en la cantidad de universitarios. Pero no se pensaba en la calidad. Y el poder de la tecnología, utilizada de forma unilateral, ha sido muy negativo. Todo lo que la nueva tecnología destroza, como la memoria o la concentración, ha sido enorme. Hay una fecha, incluso, en la que se comprueba el cambio. En 2004-2005, Internet era una buena herramienta. Y teníamos el móvil, también muy útil. Pero la fusión de esos dos elementos, el teléfono inteligente, justo en aquellos años, provocó una situación mefistofélica. Se fue otorgando al instrumento lo que antes era un aprendizaje humano. A la gente se le vació la memoria, el cálculo matemático, con resultados desastrosos.

Portada del libro sobre Rafael Argullol
Con algunos pedagogos se ha debatido la idea sobre si se puede o no pasar de la lectura de 'Harry Potter' a Tolstói. ¿Lo ve posible?
Harry Potter es una buena lectura juvenil. El caso es que se leen otras muchas cosas que no son esas. Tanto chicos como adultos leen otro tipo de lecturas, que vemos en las librerías, con estanterías repletas de bestsellers, que son como los folletines de antes, que tienen poco que ver con la literatura. Se lee poco la gran literatura, que, en realidad, es la Literatura. Se lee poco a los clásicos, y me refiero a muchos escritores que apenas se leen. Se lee un poco a Tolstói, precisamente, a Dostoievski, a Conrad o Stevenson. Pero muy poco a Proust, a Thomas Mann o a Robert Musil. Se lee poco a los grandes que consiguen algo importante. Porque la Cultura es transformar en expresable la complejidad de la condición humana. Esos autores logran hacerlo nítido a los ojos de la gente. Y yo estoy a favor de que se muestre esa complejidad, no lo unidimensional o lo unilateral. El gran peligro, ahora, con la Inteligencia Artificial, que, como todos los avances de la Humanidad, es imparable, es que no esté al servicio de la comprensión del ser humano.
En todo caso, y como también ha expresado y escrito, Séneca o Cicerón, también protagonizaban arengas a los jóvenes, al entender que habían perdido el oremus. Lo señalo para no dramatizar.
Claro, sí. He dicho y escrito que estamos siempre ante la balanza de Osiris. Si pesamos la inteligencia y la sensibilidad de cada generación, siempre pesará igual. Me parece estúpido pensar que hay una generación mejor que otra. Las proporciones son siempre las mismas. La juventud no es más idiota ahora que antes. El problema es que se expresa de distintas maneras. Lo importante en la Cultura es relacionar, saber relacionar. Si ponemos en Internet la palabra Voltaire, o Ilustración o Revolución francesa, nos dará unos resultados. Lo importante, sin embargo, es saber relacionar esas tres cosas. Y la conexión permite la interpretación.
¿El cambio, sin embargo, no es la actual arrogancia por el no saber, la falta de coraje por aprender, el orgullo por no leer?
¡Sólo debemos mirar a los actuales estadistas mundiales! Pero, lamentablemente, es un fenómeno muy español. Porque en Latinoamérica, por ejemplo, la aspiración a la Cultura se ve como algo admirado y admirable. Esa especie de ignorancia autosatisfecha es lo peor. En España el progreso material ha sido extraordinario, pero no ha tenido una correspondencia con el progreso en las bibliotecas familiares. Cuando se acusa a los maestros, cuando se les ha llevado a divertir y entretener, no se señala el verdadero problema. Si escuchamos en los restaurantes, por ejemplos, las conversaciones de los padres con los hijos, vemos que son de una pobreza abismal. ¿Qué queremos, entonces, cuando eso es lo que les llega a los hijos por parte de sus progenitores y demás familiares?

Entrevista a Rafael Argullol Barcelona
¿Es un problema muy español?
Bueno, no conozco muchos países que griten 'Muera la Inteligencia'. Y aquí se gritó.
En muchas partes del mundo se siente miedo. En Estados Unidos, en Francia, en los países nórdicos de Europa. ¿Miedo a qué?
El miedo ha existido siempre. Me parece que si elaboráramos una fórmula matemática, deberíamos decir que el hombre es miedo más esperanza. El miedo se manifiesta hoy, además, con desamparo. El miedo con creencias religiosas o ideológicas tenía un paraguas, un amparo importante. Pero lo sustancialmente nuevo es que a pesar del fetichismo de la tecnología la gente sabe que no va a solucionar su desamparo. Aunque el móvil se haya convertido en una especie de talismán, y nunca la humanidad ha tenido una relación tan obsesiva con algo, la gente sabe que todo eso no la va salvar.
Dejar la religión ha provocado muchos vacíos.
Es evidente. El ser humano es aquel animal que tiene conciencia de la muerte y tiene una conciencia sobre la inmortalidad. Por ello surgen los mitos y las religiones. No digo que sean verdaderas, pero han tenido mucha importancia. Por eso desde el Renacimiento han tenido influencia las ideologías, el humanismo, las utopías, las de la Ilustración, las del siglo XIX, y se ha convertido en religiones. Si uno se pregunta por qué murieron millones de personas sacrificadas por el comunismo, no puede obviar una especie de componente religioso, el paraíso en la tierra. Ahora estos elementos no existen y esto se vio bien con la pandemia. Las religiones no jugaban el papel de antes y nadie se refugió en las iglesias. Nos vimos desconcertados por el único campo que teníamos: la ciencia. La no respuesta nos dejó perplejos, desprotegidos con un fetichismo por la posesión inmediata de las cosas, a través de la tecnología.
Comprar cosas, ver películas.
Sí, hay que tener en cuenta el fenómeno. Así como un viaje solitario es difícil –es más factible uno organizado— o el erotismo es lento, complicado, la pornografía es inmediata. La vida se ha convertido en algo organizado, pero cuando nos paramos, estamos desamparados. Por eso digo que estamos ante el miedo más el desamparo.
¿Tenemos delante a un hombre nihilista?
Hay una tendencia al nihilismo, pero estamos ante un ser desamparado. Lo que es una fábrica inmensa de nihilismo es el Capitalismo. Lo vemos en la patria del capitalismo, que es Estados Unidos. Musk tiene una crisis con Tesla, y Trump le prepara una exposición de Tesla en la Casa Blanca. Tenemos las pretensiones de Trump con Groenlandia, que pide un precio para comprarla. Todo eso crea una sensación de nihilismo.

Rafael Argullol, con 'Letra Global' Barcelona
Hay autores que piden separar la moral de la política. ¿Es posible, debemos hacerlo?
No es posible. Hay toda una corriente neo-derechista que aboga por separar la libertad de la democracia. Son los partidarios de Trump, de Milei, de Ayuso. Piden libertad sin democracia. Pero la democracia, como señalaba Esquilo, poeta trágico, es un sistema de mediación: entre ricos y pobres, entre jóvenes y ricos. Eso es la democracia. Y si separas moral y política, la moral caminará hacia un puritanismo hipócrita y la política hacia una tiranía. Es una relación delicada que se debe cuidar. Debemos aspirar a la mayor libertad posible, pero uno de los aspectos de la libertad es compartir la libertad con los otros, no destruirla.
Entendiendo la democracia como sistema de mediación, ¿lo que tenemos es una democracia que provoca cansancio?
Es como el amor loco y el matrimonio. Si dejamos el amor apasionado en manos de la institución, dejará de serlo. Los países que han tenido democracia y estado de bienestar han ido perdiendo la pasión. Por eso hay esa sensación de alarma. De hecho, la democracia ha sido un sistema muy minoritario a lo largo de la Historia. La tenemos en unas pocas ciudades griegas y en la República de Roma. Y en las ciudades renacentistas. Y en países como España o Alemania la tradición es muy pobre. Quizá la democracia debe aprender a mantener la pasión.
¿Estamos ante sociedades cansadas, vitalmente?
Es que las democracias han estado acostumbradas a luchar con las no democracias. Atenas contra Esparta, la Primera y la Segunda Guerra Mundial. El reto, para mí, en un mundo relativamente en paz, es que el desarrollo de la democracia, como mediación, tiene campo por recorrer. Cuando me muera, mi fracaso será que la desigualdad es igual o mayor a cuando nací. A la democracia, por tanto, le falta mucho por hacer.
Ya no buscamos la trascendencia. ¿Es un error?
El nihilista que se vea a sí mismo como una máquina empírica tiene muchas posibilidades de acabar sin ilusión por la vida. Porque para vivir necesitamos el mundo del espíritu. Tenemos que considerarnos trascendentes, sin una respuesta, quizá, pero trascendentes.
¿Debemos dejar a un lado el sueño del universalismo, esos valores neutros siguiendo la estela de John Rawls?
Ya hay algo neutro y universal que llamamos vida. Es la única patria que tenemos y los seres humanos lo saben al morir y lo intuyen al nacer. Lo único que tenemos es la vida, que es una obra maestra del azar.
Pero no tenemos reglas universales que aplicar, cuando eso había sido el sueño de la Ilustración.
Era un sueño ilustrado, sí, que ahora con el nihilismo inherente al capitalismo no sólo se desvanece, sino que se quiere aniquilar en la práctica, como vemos con el desprecio por la Unesco, la ONU, y otras instituciones universales.

Rafael Argullol posa durante la entrevista con 'Letra Global Barcelona
¿Habrá actos de rebeldía frente a esa nueva situación?
Los habrá, porque el ser humano es como el Guadiana. Hay una aparente satisfacción en la superficie, pero insatisfacción en la profundidad, que, a la fuerza, estallará en revueltas. No habrá referencias a revueltas del siglo XVIII o XIX, pero estallarán, porque hay mucha gente que no se conforma. Es difícil cohesionarse, cuando estamos en un momento de desconexión, pero habrá revueltas.
Usted también ha abordado la cuestión del turismo. ¿Ya no vemos al otro, por mucho que podamos viajar?
Hay una doble faceta del ser humano, conocer al extranjero que viene y ver el mundo de fuera. Es la riqueza del viaje, el verte a ti mismo a través de miradores distintos. Para eso no hace falta ir a la Patagonia o a Australia. El turismo viene de Tour, del Grand Tour por Europa. Creo que debemos utilizar el símil de antes sobre el erotismo y la pornografía. Ahora prima la pornografía, que es la posesión inmediata. El turismo de masas va a ciudades en las que se encuentra lo mismo que en las ciudades de origen. En Florencia hace unos años se podía descubrir tiendas de artesanía en el centro. Ahora te encuentras las mismas tiendas que en Barcelona o en Madrid.
¿Y Barcelona?
En la pandemia, después de viajar por muchas ciudades, tenía nostalgia de cuatro: París, Roma, Venecia y Barcelona, donde vivo. Desde casi todos los puntos de vista, Barcelona es una ciudad óptima para vivir. Lo tiene todo. Pero la barbarie del turismo de masas deteriora de forma seria ese ‘tenerlo todo’. Expulsa a los propios barceloneses y me cuesta encontrar –vivo en el centro—una tienda o restaurantes confiables. El turismo de masas es un gran depredador. No digamos lo que sucede también respecto a la carestía de vivienda. El turismo lo deberíamos ver como una auténtica plaga de proporciones bíblicas.