
Xi Jinping y Schumpeter, by Farruqo
China cabalga la ‘destrucción creativa’ de Schumpeter
El actual salto tecnológico chino, que hoy aplaudiría el economista vienés, es fruto de la imaginería, como lo fue la invención de los automóviles que sustituyeron a los coches de caballos
El lunes negro del Nasdaq confirma que China es más barata y eficiente. El software de empresas como DeepSeek o el nuevo modelo lanzado por Alibaba superan a los gigantes del Silicon Valley en lo que los expertos conocen como la “cadena de pensamiento” de la IA. La iniciativa empresarial del gigante asiático confirma que los avances tecnológicos han perdido la referencia única de la inversión multimillonaria. El proyecto Stargate, presentado por Donald Trump junto a SoftBank, OpenAI, y Oracle, con una inversión de medio billón de dólares, ha dejado de ser la panacea.
El enorme abaratamiento de los costes que llega de Oriente desploma los desembolsos mil millonarios de Bezos o Elon Musk. El salto cualitativo de China, que cuenta con un centenar de firmas compitiendo en la frontera del conocimiento, lidera la nueva IA, como en su momento lo hicieron la fotografía digital en el cine o el comercio electrónico.
La inteligencia aplicada es más veloz que el dinero. El hot money, la masa monetaria que circunvala el planeta en busca de rentabilidad se ha detenido en Pekín. Además, las big tech norteamericanas no son las únicas víctimas del terremoto asiático; Washington tiene que afrontar ahora un escenario que acabará influyendo en el panorama de la seguridad internacional. El último grito de la competencia china es una muestra del declive del actual orden mundial.
Exactitud y belleza
La destreza del capital humano es un vector determinante de la acumulación bruta de capital, como lo expuso, en el lejano 1942, el economista austríaco Joseph Alois Schumpeter en Capitalismo, socialismo y democracia. Para Schumpeter, “los ciclos económicos son la esencia del capitalismo, el fruto de la innovación y la destrucción creativa que reemplaza lo viejo y obsoleto por lo nuevo y eficiente, un proceso que, a largo plazo, beneficia al conjunto de la sociedad”.

Portada del libro de Schumpeter
Nacido y formado en Viena, en el seno de una familia acomodada, Schumpeter está marcado por la identidad huidiza de los epígonos danubianos. Esta sensación persigue de por vida al mejor economista del último siglo, el enfant terrible de la escuela austríaca, administrador de una princesa egipcia y propietario de un establo de caballos; el Maestro se considera a sí mismo “el mejor jinete de Viena, el mejor amante de Europa y el mejor economista del mundo”, escribe su alumno y Premio Nobel, Paul Samuelson (La economía europea a finales del siglo XX).
Samuelson presenta a Schumpeter, como un explorador de la burguesía miteleuropea en un mundo feudal, tras el estallido final del Imperio Austrohúngaro, en 1914. Partiendo de la distancia expresada por Joseph Roth, el gran economista se siente hipnotizado por la macrocefalia de Viena, la “cárcel de las naciones”.
Contemporáneo de Hofmannsthal y de Wittgenstein, Schumpeter aplica el álgebra sobre la ciencia económica, dispuesto a demostrar que la exactitud es la mejor expresión de la belleza. Fusiona corazón y deseo; fidelidad y forma. Antes de su muerte, en 1950, ha luchado en aulas y cátedras hasta convertir su vocación en una ciencia positiva, hasta entonces inaprehensible.
La ciencia lúgubre
Confiesa haber dejado medio escrita una novela nunca publicada, titulada Naves en la niebla, cuyo protagonista autobiográfico, Henry, viaja a Norteamérica atraído, no por los negocios, sino por las matemáticas y la pasión, dos leyes generales del conocimiento. Este destino cumplido por Schumpeter, como profesor en Harvard y Yale, se le escapa de las manos por la puerta de la nostalgia, como le ocurre a El hombre sin atributos de Robert Musil. Se considera el eterno adolescente de Ernst Bloch, el filósofo alemán que, en el exilio dorado de Nueva York, funda la Editorial Aurora, junto a Bertold Brech y Thomas Man.
Claudio Magris, en un capítulo de El Danubio, apunta con elegancia la contribución novelada del Maestro de las Doctrinas Económicas. La trayectoria non nata de Harry, el alter ego de Schumpeter, descubre su propio extrañamiento de cualquier patria y de cualquier comunidad humana; es un intelectual poseído por su ciencia, que, pese a su enorme elocuencia, él considera el resto de un naufragio.

El escritor Claudio Magris
Harry describe el alma de Schumpeter, el profesor que fracasa como ministro de Hacienda en Austria y como presidente de un banco; el que se convierte en un docente impulsivo y brillante capaz de prohibirse a sí mismo el camino del resentimiento. Al fin y al cabo, la ruta de la ciencia lúgubre es incapaz de despejar la incertidumbre del futuro.
Su mejor contribución, Historia del análisis económico es el fruto de una autoexigencia convertida en fuente por sus coetáneos, Stolper, Jacob MarsChak Hans Neisser, Kurt Mannheim o Carl Menger; una doctrina de la que tantas veces han bebido economistas cercanos, como la inolvidable Majorie Grice-Hutchison y el catedrático Fabián Estapé, introductor en España de la obra de Schumpeter.
Este último desvela en sus escritos algunos de los aforismos de Schumpeter que revelan el pesimismo que, poco a poco, va dominando al genio en el periodo entre guerras del siglo XX. El Maestro vive con inquietud las dos décadas que anteceden a Hitler enfrentándose a la verdad del fracaso, “el Gran rifiutto”, en palabras rotuladas por Schumpeter.
La lección de las ostras enfermas
La asignación de recursos en los mercados no depende solo del empuje financiero. El actual salto tecnológico chino, que hoy aplaudiría el economista vienés, es fruto de la imaginería, como lo fue la invención de los automóviles que sustituyeron a los coches de caballos. Schumpeter vivió con interés la ruptura asiática a partir de Japón. Conoció los anales del Kairetzu, la integración entre las cadenas de montaje y la industria auxiliar, que acabaría desbordando al modelo del mismísimo Henry Ford y coronando la frente de Akio Morita, pionero de Sony. Schumpeter intuyó la potencia futura del mundo digital y acertó a ciegas.
Ahora, cuando China encabeza el relevo, el impulso de DeepSeek y de otros competidores asiáticos permite optimizar los recursos computacionales, al fragmentar el procesamiento del lenguaje entre diversos módulos especializados; la simple automatización ya es el pasado. Dentro de las empresas de la nueva ola china, los expertos en gramática, semántica o análisis contextual trabajan de forma coordinada para procesar la información de manera más eficiente. El sistema permite almacenar menos datos - inspirándose en los procesos cognitivos humanos.
La pregunta es ¿Crecer en lo nuevo o conservar? Y la respuesta puede llegar del pasado innovador del poeta simbolista, Charles Baudelaire: “¡Oh, mis botas! Entrad dentro de un armario/ que va a serviros de ataúd”, la conocida letra de la canción interpretada por Marc Perrot.
Los resultados saltan a la vista y disminuyen el tiempo del trabajo. Desde los tiempos de la Revolución Industrial, sabemos que lo perdido por la irrupción de lo nuevo se recupera a gran velocidad gracias a la competencia. La innovación rompe moldes y, a corto plazo, produce desempleo, pero allana el camino del crecimiento.
La parodia de Charles Chapling ante la máquina, en la película Tiempos modernos, es una lección metafórica del siglo pasado. Charlot parece inspirado en la pantalla por la permanente ironía de Schumpeter, el sabio castigado por la incertidumbre ante el éxito de la riqueza, cuando esta es fruto de la innovación. Sus propias palabras son un contrapunto estoico del pregonado culto a la destrucción creativa: “tengan en cuenta que solo las ostras enfermas engendran perlas”.