Sami Naïr destripa la Unión Europea "encadenada" al capital internacional
El politólogo publica 'Europa Encadenada, el neoliberalismo contra la Unión', una obra en la que critica que la Comisión Europea y el Banco Central Europeo lleven las riendas de la UE en perjuicio de una Europa social y democrática
La Europa de la democracia, de la sociedad del bienestar, de la ciudadanía; la Europa que alumbra el mundo como faro de los Derechos Humanos y justicia universal, todo aquello que un día nos hizo sentir a los españoles que entrábamos en un lugar seguro, frontón de todas las dictaduras, bajo el paraguas protector del imperio de la ley -una ley que es igual para todos y que emana de la voluntad popular-, resulta que no existe tal como la imaginamos ni con las aspiraciones con las que un día nació.
En su último libro, Europa Encadenada, el neoliberalismo contra la Unión, Sami Naïr desmenuza uno a uno los mitos sobre los que, a base de retórica política, se sustenta la Unión Europea, y por lo mismo llamado a tener el mayor impacto en nuestro país.
Para los que nacimos en una España moral y económicamente empobrecida por los 40 años de franquismo, nuestra incorporación a Europa parecía la culminación natural de la transición. Dejar de sentirnos los parientes pobres del sur, separados del resto, como si más que parte de Europa lo fuéramos de África, fue literalmente como derribar la cordillera de los Pirineos.
La nueva y flamante condición de ciudadano europeo nos hizo sentir que entrábamos en un estadio superior de desarrollo humano en todos los sentidos. Y, sobre todo, aquel en el que íbamos a encontrar refugio de cualquier desviación democrática o regresión autoritaria. Lo que hizo que el mito europeo calara más profundamente en España que en los socios ya asentados. Convirtiendo así a Europa en el comodín al que se recurre aquí como en ninguna otra parte para legitimar cualquier desmán político o dirimir diferencias partidistas que terminan con Europa lavándose las manos; exponiendo así su indiferencia o impotencia para tomar decisiones que se salgan del látigo económico. La última entrega de Sami Naïr, que llega a las librerías españolas de la mano de Galaxia Gutemberg a finales de enero, nos ayuda a entender por qué.
Es un libro evelador y sorprendente. Sorprende en primer lugar porque nos habla de cosas que aun teniéndolas a la vista hemos cerrado obedientemente los ojos para no verlas, entre ellas ser la única democracia en el mundo gobernada por instituciones no elegidas democráticamente, como la Comisión Europea y el Banco Central Europeo.
Sorprende porque es de la mano de la socialdemocracia alemana y del socialismo francés, con François Mitterrand y el muy entronizado padre del Acta Única y Acuerdo de Schengen, Jacques Delors, que se construye a sabiendas una Europa entregada al gran capital internacional dejando el ideal socialista en el olvido y, con él, el proyecto de la sociedad del Bienestar.
Y sorprende, sobre todo, porque la crítica viene de un convencido europeísta; de alguien que conoce bien la tarea pública y las instituciones europeas como asesor del gobierno socialista de Lionel Jospin entre 1997 y 1999 y Europarlamentario entre 2000 y 2004 que fue; amén de ser un reconocido autor con decenas de libros y artículos en los principales periódicos alrededor casi siempre de la integración europea desde múltiples perspectivas: identidad, inmigración, cultura, economía, posición en el mapa, relación con el Mediterráneo o el resto del mundo.
Este libro viene a ser pues la culminación o una síntesis perfecta de aquello a lo que Sami Naïr ha dedicado toda su vida. Un libro lúcido, que va a la raíz, donde la información y el trabajo de investigación hablan por sí mismos, dejando para el lector el trabajo de opinar sobre todo aquello que se le pone delante. De esta forma, Sami Naïr deja caer los decorados con los que se presenta Europa ante el público -de los que el Parlamento Europeo formaría parte- para mostrarnos las entretelas y los camerinos del teatro, llevándonos hasta las entrañas mismas donde se gesta y administra la Unión.
El libro parte del concepto mismo de Europa, esa figura mítica sepultada en un lejano pasado que, de alguna manera, llevamos alojada en el corazón cada uno de sus miembros en forma de una identidad sagrada. Expone como surge la voluntad de una Europa unida tras 1945 a la vez como forma de superar las diferencias que llevaron a contiendas tan sangrientas como la de la II GM, y cómo nace en asociación con Estados Unidos como parte de un bloque económico capitalista y liberal frente a la URSS. “Europa se construye al margen de los europeos”, se nos dice.
A lo largo de 262 páginas vemos los estadios y los mecanismos por los que la idea de una Europa europea, valga la redundancia, una Europa de Estados-nación, libre de la relación de vasallaje con los Estados Unidos y sobre la base del modelo de Estado de bienestar, que tuvo a De Gaulle por adalid, ha terminado en un constructo parecido al de Frankenstein, en el que el alma y la identidad de los pueblos, amén de sus derechos, han quedado devoradas por directivas dedicadas a mantener en pie una estructura meramente funcionarial e instrumental.
Tapadera de la voluntad popular
Llevando a la imposición o “naturalización” de una cultura general de restricciones sociales en nombre del éxito económico europeo. Convirtiendo a Europa en caballo de Troya de las multinacionales norteamericanas, y el mayor vector y tierra allanada por un capitalismo globalizador.
Políticas como la de déficit cero y otros mecanismos impuestos por la Comisión Europea y su brazo armado el Banco Central, se han encargado de ello, haciendo del neoliberalismo su bandera. Una política económica que, a la caída de la Unión Soviética, precisamente cuando se hace innecesario mantener ese bloque de oposición al comunismo, lleva el capitalismo clásico anterior a sus últimas consecuencias.
Un neoliberalismo que, aquí como en el resto del mundo, no necesita de la democracia para propagarse. Más bien al contrario. Y la que, para imponerse y crecer, no sólo necesita reducir el papel del Estado en todos los sectores de la actividad económica y social, si no transferir poderes esenciales (presupuesto, moneda, déficit público, etc.) del Estado-nación a la instancia supranacional que los pone al servicio del mercado neoliberal.
Grupos de presión
Esta instancia supranacional, que nos gobierna y que ha absorbido muchos de los poderes que antes estaban en manos de los estados, no es otra que el tándem formado por la Comisión Europea y el Banco Central, dos instituciones nacidas y que operan al margen de la voluntad popular o de las elecciones al Parlamento.
El Parlamento europeo que, éste sí, procede de la soberanía directa o de unos comicios en los que los votantes no aciertan a saber qué hay detrás, no dispone del poder legislativo, ni puede encarnar una suerte de contrafuerza efectiva para decidir las políticas europeas, se nos dice. El Parlamento opera así como tapadera o legitimación de la voluntad popular. Un papel parecido al de ONG que compite por fondos y supuestamente opera como voz de la llamada “sociedad civil”, contribuyendo a hacer de Bruselas “la segunda ciudad del mundo, después de Washington, en número de grupos de presión, lo que favorece el auge paralelo de corrupción organizada”.
El hecho mismo de que tanto el Banco Central como la Comisión Europea sean los que dicten sus normas y políticas al Parlamento y no al revés, invirtiendo los roles habituales en todo Derecho Constitucional, habla ya del déficit democrático, por no hablar de aberración institucional, sobre la que se construye la que consideramos faro y modelo de democracia planetaria. Su dictadura se haría sentir sobre las políticas salariales o la falta de una política común de inmigración, entre muchas otras. Dejada ésta al albur de las necesidades de las grandes corporaciones, en función de las cuales se abriría más o menos la mano a los ilegales.
Una ambigüedad y ambivalencia compartida por derecha e izquierda que respondería más a los grandes intereses económicos que a la muy cacareada conciencia de los derechos humanos.
¿Una Europa de los ciudadanos?
El análisis o disección que hace Sami Naïr de Europa no se queda sólo en lo económico o su aparataje institucional, si no que trata especialmente de cómo recuperar el alma perdida por el camino. Qué nos une y qué nos separa a las naciones que un día decidimos unirnos, cultura, historia, valores comunes, con qué mimbres contamos para construir eso que se llama la identidad europea. Trata del lugar que ocupamos en un mundo de economía globalizada y de cómo sobrevivir en él.
¿Existe Europa más allá de su funcionariado, lobbies de presión e instituciones? ¿Podemos todavía construir una Europa de los ciudadanos, esa en la que con tanto orgullo un día creímos entrar los españoles? ¿En qué consiste ser europeo? ¿Cómo se frena ese trasvase constante de la riqueza de la mayoría a los intereses particulares de las transnacionales al que nos abocan las directivas europeas?
¿Es posible devolver el gobierno que ejerce el Banco Central Europeo a los ciudadanos y sus representantes elegidos en comicios? ¿Hacer de la Unión una isla verdaderamente democrática y del bienestar social en un mundo regido por un neoliberalismo cada vez más feroz y excluyente? ¿Cómo refundarnos con la idea de pertenencia a la humanidad desde nuestra identidad?
De eso va el libro. El título lo dice todo: Europa encadenada. Encadenada por el gran capital transnacional. Se trata de desencadenarla. Tal vez no hay presente, no el que quisimos o imaginamos construir, pero hay futuro, viene a decirnos Sami Naïr.