Fernando Fernán Gómez visto por Daniel Rosell

Fernando Fernán Gómez visto por Daniel Rosell

Cine & Teatro

Fernán Gómez, centenario e integral

La Filmoteca Española dedica una retrospectiva a la obra del actor, dramaturgo, guionista y director de cine con motivo de los cien años de su nacimiento

27 febrero, 2021 00:10

Fernando Fernán Gómez cumple 100 años. El actor, escritor, guionista y director de cine, teatro y televisión, nacido en Lima (Perú) el 28 de agosto de 1921, falleció en realidad en 2007 con 86 años de edad, pero, como sucede con las leyendas del cine, su rostro y su presencia son eternas. Poco podía imaginar el chico que cobró 4.500 pesetas, un abrigo, un esmoquin y un traje gris a rayas por su primer papel en el cine, en la película Cristina Guzmán (1943), de Gonzalo Delgrás, que hoy nos referiríamos a él en estos términos tan grandilocuentes. “¿Alguna vez conseguiré ser actor profesional?”, llegó a preguntarse tras un desastroso debut teatral como primera línea del reparto. Era junio de 1938, Madrid estaba cercado por las tropas franquistas y Fernán Gómez, entonces un cándido adolescente larguirucho y pelirrojo, no había conseguido decir aquella noche sobre las tablas ni una de las tres frases de su papel.  

Revisar su vida y legado es volver la vista a los avatares de la España de entonces. “Nadie como él reflejaba un cierto siglo XX español”, afirma Luis Alegre en el prólogo de El tiempo amarillo, las formidables memorias que el actor publicó en 1995, revisadas y ampliadas tres años más tarde y reeditadas por Capitán Swing en 2015. Dice Alegre que el actor “pertenecía a esa generación de españoles cuyas vidas recorrieron el final de la Restauración, la Monarquía de Alfonso XIII, la dictadura de Primo de Rivera, la Segunda República, la Guerra Civil, la posguerra y el franquismo, la Transición, la democracia y la España de los primeros años del siglo XXI”. Más que una vida –trasladada al papel–, Fernán Gómez podría haber presumido de ser un libro de Historia.

Vida en sombras (1)

Fotograma de Vida en sombras

Conversación, como aseguran sus allegados y conocidos, no le faltaba. Su sensibilidad por estos momentos de su vida queda patente en las primeras páginas de sus memorias. El primer recuerdo que le asalta es el 14 de abril de 1931, día de la proclamación de la Segunda República. Ese día su abuela Carolina Gómez López le llevó a la Puerta del Sol para ser testigo de la fiesta de “aquella jubilosa mañana”. La abuela Carolina lo tenía claro: “Así tendrás cosas que contar a tus hijos a tus nietos”. Su nieta, Helena de Llanos, es una de las asesoras del ciclo retrospectivo Los cien de Fernando Fernán Gómez, que está ocupando –y va a ocupar– parte de la programación de Filmoteca Española a lo largo de todo este año. De Llanos se ha convertido en albacea de su legado y del de Emma Cohen, tras la muerte de la actriz en 2016. Su labor como custodia y administradora de su patrimonio, una casa con jardín en Algete repleta de material y recuerdos, está comenzando a dar sus frutos. 

En otoño de 2019 presentaba el compendio Teatro, coeditado junto a Manuel Barrera, que incluía piezas inéditas y curiosas como la primeriza El guiñol de Papá Dick o El secreto de la poesía, escrita con apenas 17 años. Este enero un pequeño ciclo en Filmoteca de Cataluña y Filmoteca Española reivindicaba a la Emma Cohen cineasta. Entre los filmes, los cortometrajes La primera historia de Bartio, La plaza, o La Chari se casa, todos ellos restaurados entre las dos cinetecas gracias a la ayuda de la propia De Llanos y los productores Pere Portabella, Andrés Vicente Gómez y Núria Espert.

El esfuerzo de De Llanos por seguir dándole forma al legado de Fernán Gómez y Emma Cohen también va a materializarse en un documental que, bajo el título Viaje a alguna parte, ha reunido a amigos y colaboradores de la pareja –desde Tristán Ulloa a José Sacristán, Juan Diego o Gabino Diego– para celebrar su memoria en el escenario donde vivieron. La pieza documental enriquecerá la mirada de La silla de Fernando (2006), la conversación rodada por Luis Alegre y David Trueba.

Es probable que el ciclo de Filmoteca venga acompañado de alguna sorpresa o una presentación especial, aunque la institución no quiere adelantar más de lo que hasta ahora se ha anunciado. Por ahora solo sabemos que Los cien de Fernando Fernán Gómez viajará mes a mes –de manera cronológica– por la obra del actor y director, comprimida en la cifra simbólica de cien películas seleccionadas de los más de doscientos títulos que forman su trayectoria. El objetivo es que el periplo por 2021 sea también “un viaje a través de su vida y la evolución de su obra y su mirada”. 

El ciclo comenzó en enero con El destino se disculpa (1945), de José Luis Sáenz de Heredia, una comedia de corte fantástico sobre un curioso pacto de caballeros basada en un texto del coruñés Wenceslao Fernández Flórez. Tal vez la memoria le jugó una mala pasada, pero Fernán Gómez no recordaba que este filme tuviera una recepción esplendorosa: “La proyección fue acogida con gran indiferencia, con una frialdad de hielo”, narra en El tiempo amarillo

También se han programado otros títulos de la trayectoria más temprana del actor: Domingo de carnaval (Edgar Neville, 1945), Botón de ancla (Ramón Torrado, 1947), uno de sus filmes más populares, Embrujo (Carlos Serrano de Osma, 1947) y la genial cinta maldita Vida en sombras (Llorenç Llobet Gràcia, 1949), en la restauración que realizó Filmoteca de Cataluña. Un concienzudo trabajo que ha recuperado la versión íntegra de esta película tal y como la concibió su director.   

Este febrero han empezado a proyectarse sus interpretaciones en películas de los años 50. Desde Balarrasa (José Antonio Nieves Conde, 1950) a Los ángeles del volante (Iquino, 1957), además de sus primeros títulos como director, como El malvado Carabel (1956). Aunque su trayectoria como intérprete le convirtió en un rostro esencial del cine español, el ciclo de Filmoteca redescubre también su faceta como realizador, una de las más iconoclastas y también más minusvaloradas  de nuestro cine.

Ya en Manicomio (1954), su debut como director, realizada mano a mano junto a Luis María Delgado, encontramos trazas de ese espíritu inquieto y nada acomodaticio del Fernán Gómez cineasta. Manicomio es, sin duda, una de esas hermosas anomalías de nuestro cine, una película extraña habida cuenta el entorno de producción del cine español de principios de los años 50, pero también una rara avis vista más de 65 años después de su estreno. Está inspirada en relatos de Edgar Allan Poe, Aleksandr Ivanovich Kupri, Leónidas Andreiev y Ramón Gómez de la Serna. La película muestra el espíritu burlón de Fernán Gómez, que le causó más de un problema. 

Como Bienvenido Mr. Marshall (1952) o Novio a la vista (1954), de Berlanga, y Muerte de un ciclista (1955), de Juan Antonio Bardem, que fue premiada en Cannes, Manicomio sufrió la censura del gabinete de Arias Salgado y el guión pasó hasta por tres versiones distinas. A las autoridades franquistas no les parecía bien que se hiciera broma del tema de la locura. “Esto, en el país de Don Quijote, me parecía absurdo”, comentaría años más tarde Fernán Gómez. La película sigue a un joven que visita a su novia en el asilo mental donde trabaja, en las afueras de Madrid, y cuenta en varias historias segmentadas el disparatado recorrido del protagonista por el manicomio, donde los límites entre la cordura y la locura se confunden. Fernán Gómez interpreta una parodia del galán torpón, el arquetipo por el que entonces era más conocido. Entre los secundarios figuran muchos amigos de su tertulia en el Café Gijón, como el crítico de teatro Alfredo Marqueríe o el escritor Camilo José Cela.

Al actor y cineasta no le gustó ni el resultado ni la mala fortuna que vivió aquel filme: “Quizás lo único de algún valor que tiene Manicomio sea no ser original, sino una adaptación de obras ajenas”, sentencia en sus memorias. “La película no interesó ni al público ni a la crítica”. Con los años se ha ganado la estima de los estudiosos del séptimo arte. Para Felipe Cabrerizo, Manicomio no solo es “el único momento en el que el cine español se ha acercado al espíritu de la obra de Ramón Gómez de la Serna”, también es “una de las grandes películas del cine español del franquismo”. 

La mala acogida de sus tres primeros filmes no le hicieron desistir. “La intención con la que hacía estas películas e invertía mis ahorros en ellas era la de aprender el oficio”, confiesa el actor. En esos años, Fernán Gómez estaba “hastiado de la insulsez de muchas de las películas en las que intervenía”, aunque apenas estuvo sin trabajar, a excepción de un breve lapso en paro en 1964. Incluso a los 85 años admitía que continuaba trabajando porque no creía que su futuro estuviera asegurado. 

En el cine, como intérprete, hizo absolutamente de todo. Historiadores como Román Gubern y Domènec Font le atribuyen protagonizar junto a Analía Gadé la primera comedia picante del cine español, Viaje de novios (1956), de León Klimowsky, que “marcó la nueva frontera permisiva y aperturista del frente frívolo-picante y obtuvo por ello un inmenso éxito popular”; mientras que con Faustina (1956), de nuevo a las órdenes de José Luis Sáenz de Heredia,  junto a Maria Félix y Fernando Rey, pisó un Festival de Cannes no tan extravagante como había imaginado: “Si había frivolidad y desenfreno no se advertía. La nota más destacada la daban los comerciantes del cine que tramaban en los vestíbulos, en los bares o en la playa coproducciones”.  

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Fotograma de La vida sigue

Tras muchas comedias de enredo alimenticias, que combinaba con el trabajo en teatro y en televisión, llegarían Ana y los lobos (1973), de Carlos SauraEl espíritu de la colmena (1973), de Víctor EriceEl amor del capitán Brando (1974), de Jaime de Armiñán, o El anacoreta (1976), de Juan Estelrich, por el que fue premiado en Berlín. “Son películas que en la intención y en el logro”, subraya Fernán Gómez en su autobiografía, “nada tenían que ver con las que me habían ofrecido, y había aceptado, en la etapa anterior”.

Esas dos décadas en las que el cine español pasó del rigor de la censura a un cierto aperturismo tras las Conversaciones de Salamanca (1955) y de ahí a la legitimidad artística que vino junto al denominado Nuevo Cine Español, Fernán Gómez continuó insistiendo en su perfil de director, con estupendos resultados fílmicos pero irregulares en taquilla. A pesar de la buena acogida de La vida por delante (1958) y La vida alrededor (1959), la suerte era esquiva. Gregorio Belinchón ha escrito que hasta 2015, casi nadie había visto El mundo sigue (1963), “que había desaparecido por las alcantarillas de la historia del cine” a causa de los problemas con la censura franquista y los vaivenes entre distribuidoras con la copia original y los derechos de propiedad intelectual. 

Fernán Gómez cuenta en sus memorias que Estela Films le encargó dirigir Los palomos […], y otra productora de reciente creación, Impala, un guión de Pedro Beltrán que se titulaba provisionalmente El extraño viaje”. Proyectada en un cine de barrio seis años después de su finalización, resultó ser un inesperado éxito tardío; como también sucedió con Yo la vi primero (1974), que se estrenó en el Festival de Nueva Delhi. “Habíamos hecho una película que hacía reír hasta en la India. Pero la verdad fue que aquí, en España, la película no pareció importarle a nadie”. 

Hasta que a alguien le importó. A lo largo de sus casi setenta años de carrera, el actor fue homenajeado con el Premio Príncipe de Asturias de las Artes, el Premio Nacional de Cinematografía y el Premio Nacional de Teatro, además de múltiples Goya y otros galardones del Festival de San Sebastián. La distribuidora A Contracorriente ha adquirido en los últimos años para su catálogo El mundo sigue o ¡Bruja, más que bruja! (1977), ambas con guión de  Pedro Beltrán, el último bohemio del cine español. Ambas películas, reestrenadas en salas de cine, están disponibles en plataformas como Amazon Prime Video. 

Fernán Gómez jamás tuvo la casa con columnas que aspiraba a conseguir si triunfaba. “Siempre he tenido tendencia al lujo y no conozco a nadie más que la tenga porque a quienes pregunto me dicen que eso no les importa”, le confesaba a Eduardo Haro Tecglen en ese careo recogido por Diego Galán que se llama La buena memoria. Tuvo que conformarse con una casa con jardín en la periferia de Madrid y el cariño de mucha gente. En La buena memoria el actor y cineasta relata que escribía por un motivo muy concreto y enternecedor. “Se escribe para que te quieran más, pero no sé si se consigue”. Volver a sus películas, a sus libros, pasear por sus logros y sus fracasos, recordar su famoso mal genio y volver a lo que sus amigos escribieron sobre él cuando murió invita a pensar que es difícil, complicadísimo, quererle más.