El cine intimista de Mia Hansen-Løve
Discípula de Rohmer, la directora francesa ha explorado con brillantez el territorio de la intimidad en películas modestas, centradas en los conflictos emocionales y que evitan caer en el melodrama
9 mayo, 2023 19:00Mia Hansen-Løve (París, 1981) tenía solo dieciocho años y todavía era alumna de instituto cuando Olivier Assayas le propuso participar como actriz en Finales de agosto, principios de septiembre (1998). Repitió con él en su siguiente película, Los destinos sentimentales (2000), formaron una pareja y ella se puso a estudiar arte dramático, aunque no tardó en reorientar su carrera. Estuvo durante un par de años haciendo crítica en los Cahiers du Cinema, ya lejos de sus años míticos, y de ahí saltó a la dirección. El apellido, como es obvio, no es francés, sino danés y viene del abuelo materno, que era de esta nacionalidad.
Hansen-Løve debutó en el largometraje en 2007 con Todo está perdonado, cuyo protagonista, un hombre caótico que camina hacia la autodestrucción, está libremente inspirado en un tío de la directora que, como el personaje, perdió todo contacto con su hija y no lo recuperó hasta que ella era una adolescente. Esta es la primera característica del cine de esta directora: en mayor o menor medida, sus propuestas parten de materiales íntimos.
No son exactamente autobiográficas, pero sí se construyen a partir de vivencias propias o de personas cercanas. Segunda característica: son películas modestas, sin grandes presupuestos, con pocos actores y rodajes rápidos. Tercera característica: su cine es intimista, centrado en conflictos emocionales, momentos de crisis y tránsito, relaciones afectivas. Y cuarta, que ha ido cincelando proyecto tras proyecto y que en esta primera obra todavía no está del todo graduada: trata estos temas con sordina, sin poner el altavoz del melodrama, sin cargar las tintas ni recurrir a la grandilocuencia.
¿Recuerdan el comentario del detective interpretado por Gene Hackman en La noche se mueve de Arthur Penn sobre Eric Rohmer? Cuando le proponen ir a ver una película del cineasta francés, dice que ni hablar, porque una vez vio una y aquello era “como ver crecer la hierba”. El comentario, exagerado, tiene algo de verdad, en cuanto en Rohmer lo cotidiano fluye con tal ligereza que parece que apenas suceda nada. Sin embargo, las tensiones, las pasiones, las dudas y las perplejidades de los personajes están ahí, solo que no de un modo explícito, sino soterrado y acaban emergiendo como epifanías. Bien, pues podríamos decir que Mia Hansen-Løve es una discípula aventajada de Rohmer. Su apuesta es un camino de progresiva depuración, que lleva desde la primeriza Todo está perdonado, en la que las tensiones todavía son viscerales y explosivas, hasta su cinta más reciente, Una bonita mañana (2022), que aborda temas dolorosos sin perder nunca la apariencia de liviandad.
Su producción puede dividirse en dos grandes bloques: las películas con protagonistas masculinos y las que se centran en las experiencias de las diferentes edades femeninas. A la primera categoría pertenece su segundo largometraje, El padre de mis hijos (2009), que de nuevo parte de las vivencias de una persona de su círculo íntimo. En este caso el personaje está directamente basado en la figura del productor independiente Humbert Balsan, que fue mentor de la directora. Balsan, hijo de una familia ilustre de la industria y la política, debutó en el cine como actor en el Lancelot du Lac de Robert Bresson, en el que interpretaba a Sir Galwain. Hizo algunos otros papeles, con Jacques Rivette y de nuevo con Bresson en El diablo probablemente. Pero su carrera se reorientó hacia la producción y fundó la empresa Ognon Pictures, con la que financió una cincuentena de títulos, con especial atención a las directoras y al mundo árabe. En 2005, con solo cincuenta años, ahogado por las deudas y con una depresión, se suicidó.
El personaje de Hansen-Løve se llama Grégorie Canvel y la productora Moon Pictures, pero el paralelismo es diáfano. La directora aborda la vida ajetreada que lleva este hombre en París y la tranquilidad que encuentra los fines de semana en la casa de campo que comparte con su mujer y sus hijas. Cuando se produce el suicidio –en una escena seca y despojada de cualquier sobrecarga emocional–, todavía queda mucho metraje por delante, dedicado a explicar cómo su familia digiere la pérdida y se enfrenta a las deudas que ha dejado el arruinado productor.
También son masculinos los personajes de las dos películas más singulares de la filmografía de la cineasta: Eden: Lost in Music (2014), inspirada en la vida de su hermano Sven, famosísimo disc-jockey de música tecno en los noventa y coautor del guion. Y Maya (2018), historia del renacer de un periodista francés de treinta años que, tras ser liberado de un secuestro yihadista en Siria, viaja a Goa, donde creció, para visitar a su madre y allí inicia una relación con una chica de la zona.
El resto de sus películas están protagonizadas por mujeres en momentos vitales de tránsito. En Un amor de juventud (2011) aborda los quebrantos de un romance adolescente y el posterior reencuentro cuando ya cada cual ha encauzado su vida. Mientras que en El porvernir (2016) Isabelle Huppert es una profesora de filosofía de mediana edad, casada y con hijos, cuya vida da un vuelco cuando el marido le dice que la deja por otra mujer. Son dos retratos femeninos de algún modo complementarios, sobre las crisis de la adolescencia y la mediana edad. Ambas son muy rohmerianas y una buena muestra del estilo de Hansen-Løve, cuyo trabajo con la cámara nunca es ostentoso ni busca la pirueta formal, sino que está al servicio de la historia que narra y de los actores, haciéndose invisible.
En 2021 presentó La isla de Bergman, en la que cuenta con un reparto internacional –Vicky Krieps, Tim Roth y Mia Wasiloswska– y que tiene mucho de manifiesto programático. Una pareja formada por dos cineastas es invitada por una fundación a la isla de Fárö para escribir sus próximos proyectos. No es una isla cualquiera, allí vivió y rodó algunas de sus películas Ingmar Bergman. La pareja discute sobre la creación artística y la vida en pareja, poniendo especial énfasis en lo que representa ser mujer en el ámbito creativo. Además, visitan diversos escenarios bergmaninanos, y exploran otras relaciones. Hansen-Løve evita excesivos guiños cinéfilos en los que otros hubieran caído y demuestra una capacidad ya muy consolidada para construir diálogos y situaciones que desarrollan conflictos sin necesidad de subrayados.
Este dominio de los mecanismos expresivos es ya virtuoso en la recién estrenada Una bonita mañana (2022), en la que logra algo dificilísimo: armar una película luminosa pese a que aborda un tema nada amable como es el de la vejez y el deterioro cognitivo. Cuenta la historia de una mujer (Léa Seydoux) que vive sola con su hija y se enfrenta a una doble situación personal llena de contrastes. Debe hacerse cargo de su padre, un anciano profesor de filosofía que padece un enfermedad neurodegenerativa que le afecta a la visión y lo desconecta de la realidad (Pascal Greggory, en una interpretación prodigiosa basada en la contención). Y en paralelo inicia un oscilante romance con un científico casado e indeciso (Melvil Poupaud), que es tal vez el más rohmeriano de sus personajes. Un apunte sobre el proceso creativo de Hansen-Løve: su padre, profesor de filosofía, sufrió una enfermedad degenerativa en el momento en que ella estaba iniciando una relación sentimental, una situación por tanto muy similar a la que narra en su ficción.
La vejez y el deterioro mental han sido abordados con crudeza por cineastas como Haneke –Amor– y Gaspar Noé –en el ejercicio de virtuosismo que es Vortex–, y de forma sensiblera y tramposa en el premiado cómic de Paco Roca Arrugas, repleto de engañifas sentimentaloides. Hansen-Løve no hace ni lo uno ni lo otro, se sitúa en un punto intermedio, en el que no embellece la realidad, pero tampoco se ensimisma en su sordidez. A ellos contribuye la mencionada interpretación de Pascal Greggory, cuyo personaje, cada vez más desnortado, desconcertado y angustiado, nunca pierde la dignidad de ser humano.
La directora se centra en explorar los vínculos afectivos, sin hurgar en las miserias pero sin tampoco edulcorar la realidad a la que se enfrenta la familia. Porque llega el momento en que deben tomar la decisión de internar al padre e inician un periplo por residencias no precisamente idílicas. Hay algunas escenas que expresan con contenida fuerza el periplo hacia la pérdida de un ser querido: aquella en la que un grupo de antiguos alumnos son invitados a la casa del padre ya internado para llevarse los libros de su biblioteca con los que nadie sabe qué hacer, u otra en que la protagonista le pide a la enfermera de una de las residencias que acompañe a su progenitor al lavabo porque ella no se ve capaz afrontar esa intimidad.En contraste, la historia de amor da pie a escenas filmadas con un alarde de sensualidad; es el vitalismo que se sobrepone al dolor. Sin aparente esfuerzo, Una bonita mañana fluye como una brisa apenas perceptible. Acaso habrá quien eche en falta más intensidad dramática e incluso piense que está viendo crecer la hierba, pero en realidad suceden muchas cosas: la vida misma.