La extraña carrera de Neil Jordan
Jordan, que estrena su nueva película, 'Marlowe', con Liam Neeson, es capaz de combinar muy buenos trabajos con auténticos pestiños de forma incomprensible
9 mayo, 2023 19:15Orson Welles le dijo a Peter Bogdanovich que a un cineasta le bastaba con una buena película para ser relevante. El irlandés Neil Jordan (Sligo, 1950) cuenta en su haber con más de una buena película, pero eso no quita para que su carrera, en ocasiones brillantísima, acabe pasando a la historia como un recorrido lleno de altibajos y un tanto errático. Cuando acierta, el señor Jordan es magnífico, pero cuando se queda a medias o, directamente, mete la pata, genera frustración entre sus seguidores (yo mismo, sin ir más lejos), que nunca hemos entendido cómo puede alternar las obras maestras con los más inexplicables pestiños.
Este viernes se estrena en España su última película, Marlowe, una nueva vuelta de tuerca al detective creado por Raymond Chandler y que ya adoptó en el cine los rasgos de Humphrey Bogart, Robert Mitchum o Elliot Gould (ahora le toca al usualmente pétreo Liam Neeson). En vez de adaptar una de las novelas clásicas originales, Jordan ha recurrido al pastiche que publicó en el 2014 John Banville, La rubia de ojos negros (Alfaguara), una correcta revisión del mito, aprobada por sus herederos, pero que no añadía gran cosa al canon chandleriano. Para entendernos, La rubia de ojos negros era como esas nuevas aventuras de Sherlock Holmes que no dejan de aparecer en el Reino Unidos, pese a que Arthur Conan Doyle lleve décadas criando malvas, y que, aunque unas son mejores que otras y yo me las trago todas, son unos esfuerzos un tanto pointless, como dirían los ingleses. A ver qué ha hecho el señor Jordan con La rubia de ojos negros.
Enormes películas
Han pasado cinco años desde su anterior película, La viuda (2018), un thriller decepcionante no, lo siguiente, y tirando a aburrido. Yo diría que su última obra decente fue Byzantium (2012), que pasó injustamente desapercibida, pero es una de las historias más serias, tristes y profundas jamás rodadas sobre el universo de los vampiros (lo mismo le pasó a la excelente cinta alemana Somos la noche, por cierto: parece que abordar el vampirismo desde un cierto existencialismo melancólico es veneno para la taquilla). La carrera de Neil Jordan, escritor reciclado en cineasta, empezó en 1982 con Angel, obra modesta y tierna protagonizada por el que sería su actor fetiche, Stephen Rea. El hombre empezó a llamar la atención con En compañía de lobos (1984), una adaptación del universo terrorífico, perverso y onírico de Angela Carter, y, de forma más poderosa, con la espléndida Mona Lisa (1986), una historia de gánsteres británicos (siempre más brutos y con menos glamour que los americanos) protagonizada por un Bob Hoskins en estado de gracia y un Michael Caine tan brillante como suele. Tragicomedia muy negra, pero con un extraño sentido del humor, Mona Lisa fue el primer gran logro del señor Jordan. A continuación, sin que nadie entendiera por qué, rodó dos birrias tremendas en clave de comedia (sin gracia alguna), El hotel de los fantasmas (1988) y No somos ángeles (1989), que, si no ofrece la peor interpretación de Robert de Niro en toda su carrera, poco le falta.
1992 es el gran año de Neil Jordan. Es cuando estrena la que yo diría que es esa película por la que, como le decía Welles a Bogdanovich, le bastaría para pasar a la historia, Juego de lágrimas (traducción chapucera de The crying game, o sea, La presa llorosa), por la que ganó el Oscar al mejor guion original. La extraña historia de amor entre un terrorista arrepentido del IRA (Stephen Rea) y la novia trans (Jaye Davidson) de un soldado asesinado en el Ulster (el primer título de la película fue The soldier´s wife) funcionaba como tragicomedia, cinta de acción y declaración política. Y con The crying game parecía que Jordan había llegado a la cima y que se quedaría ahí un buen rato.
Eso parecía cuando le llamaron de Hollywood para rodar Entrevista con el vampiro (1994), sueño húmedo del productor David Geffen (¡Tom Cruise, Brad Pitt y Antonio Banderas juntos en la misma película!), un encargo que Jordan resolvió muy dignamente, aunque el mundo vampírico de la escritora Ann Rice no tuviese mucho que ver con el que Jordan reflejaría años después en Byzantium. Luego vino Michael Collins (1996), correcta biopic del héroe nacional irlandés susceptible de dejar más bien frío a cualquiera que no fuese irlandés. Al cabo de tres años, dos nuevos desastres, In dreams (1999), cuento de fantasmas que no había por dónde cogerlo, y, haciendo un raro doblete, The end of the affair (1999), adaptación digna, pero tirando a innecesaria, de la novela homónima de Graham Greene.
La redención le llega a nuestro hombre en 2005 con la magnífica (e ignorada) Desayuno en Plutón, donde volvemos al tema de la disforia de género y el IRA a través de las andanzas de un joven gay bondadoso y cargado de amor (Cillian Murphy) que solo aspira a ser una buena chica, encontrar a un hombre que la quiera, tener un bebé (cosa que acaba logrando, aunque de una manera más bien peculiar) y, si es posible, no volver a saber nada de las chorradas patrióticas del IRA en toda su vida. No sé de dónde procede el interés del señor Jordan por transexuales y travestidos, pero es innegable que le han venido de perlas a la hora de fabricar las que a mí me parecen sus dos mejores películas (junto a la estupenda Mona Lisa, carente de disforias de género).
Es una extraña carrera la de Neil Jordan, un hombre capaz de transitar permanentemente entre lo mejor y lo peor y sobre cuya eficacia nunca puedes estar seguro. Cuando acierta, acierta, eso sí. Y en esos momentos, en esos estados de gracia, fabrica auténticas maravillas.