Imagen de 'Una casa llena de dinamita'
Algo pasa con Kathryn
A Donald Trump 'Una casa llena de dinamita' le ha sentado como un tiro (por roja), pero también es verdad que la señora Bigelow ha sido acusada poco menos que de portavoz del Pentágono por la crítica de izquierdas
Pese a algunos resbalones en su carrera, las películas de la norteamericana Kathryn Bigelow (San Carlos, California, 1951) siempre me han llamado la atención y despertado la curiosidad. Por eso, hace unas noches, tras una negociación con mi novia, me dispuse a disfrutar de su último largometraje, A house of dynamite (Una casa llena de dinamita), que Netflix acaba de colgar tras la preceptiva (de momento) semanita en salas.
Lo hice animado por el buen recuerdo que me habían dejado obras anteriores de la señora Bigelow como Near dark (Los viajeros de la noche, 1985), Blue Steel (Acero azul, 1987), Point break (Le llaman Bodhi, 1991) y, sobre todo, Strange days (Días extraños, 1995), una de esas películas a las que vuelvo cada equis años, por lo que deduzco que debo haberla visto tres o cuatro veces.
Pero nada me había preparado para la odisea de aburrimiento que me esperaba. A Donald Trump le ha sentado como un tiro la película (por roja), pero también es verdad que la señora Bigelow ha sido acusada poco menos que de portavoz del Pentágono por la crítica de izquierdas (por su inexistente identidad MAGA).
Una imagen de 'A house of dynamite'
Pero el problema de la película es que no es de izquierdas ni de derechas ni defiende ninguna tesis ni se sabe muy bien a donde quiere ir a parar, más allá de enseñarnos cómo puede ser la reacción de los poderes estadounidenses ante el lanzamiento de un mísil desde tampoco se sabe dónde, pero que puede dejar Chicago y sus alrededores como Hiroshima después del bombazo nuclear que dejó caer el Enola Gay.
Cunde el nerviosismo
Una casa de dinamita (escrita por Noah Openheim, ex director de NBC News que se las tuvo con el periodista Ronan Farrow por su cobertura del caso Weinstein y tuvo que acabar dimitiendo) se divide en tres partes, a cuál más tediosa.
En la primera, nos hallamos en la Situation Room de la Casa Blanca con la capitana Olivia Walker (Rebecca Ferguson), enfrentada al marrón del misil de origen desconocido que va a tocar suelo americano en veinte minutos. Todos hablan muy rápido porque cunde el nerviosismo, pero el espectador (o al menos yo) se queda con la impresión de estar asistiendo a un día en la oficina de cualquier empresa.
Cambio de tercio. Ahora es el general Anthony Brady (Tracy Letts, más conocido como dramaturgo) el que debe vivir los horribles veinte minutos que ya se ha chupado la capitana Walker. Tercio final: es el turno del presidente de los Estados Unidos (Idris Elba, aunque sea inglés), ahora es él quien debe enfrentarse al sindiós que se le viene encima. La película acaba de un tajo, intuimos que el misil ha destruido Chicago y medio estado de Illinois y aquí paz y después gloria. ¿Qué han pretendido guionista y autora? Que me aspen si lo intuyo.
Imagen de 'A house of dynamite' (Una casa llena de dinamita)
Aunque la amenaza es real, al espectador se le antoja un teatrillo. Y cuando empiezan las subtramas con las apasionantes vidas de funcionarios, agentes de la CIA y militares de distinta graduación, el aburrimiento se recrudece. Confieso que aquel ritmo falsamente trepidante me dio un sopor considerable y que conseguí ver Una casa llena de dinamita más o menos entera fue porque mi novia me despertaba de un codazo cada vez que cabeceaba, mientras sostenía, con mucha razón, que, ya que la había obligado a ver semejante pestiño, lo menos que podía hacer era tragármelo y no quedarme sopas en el sofá. Cariño, clamaba yo, te juro que esta mujer tiene películas estupendas…
Un futuro inmediato
Cierto, pero Una casa de dinamita no es una de ellas. Bigelow parece empeñada últimamente en llenar sus films de uniformes. Le salió bien con The hurt locker (En tierra hostil, 2008), sobre un tipo que se aburre con su familia y solo siente que está vivo cuando está desmontando bombas en Irak (por la que se llevó un Oscar). Pero en Zero Dark Thirty (La noche más oscura, 2012), sobre la caza, captura y ejecución de Osama Bin Laden, los elementos humanistas brillaban por su ausencia, reduciéndose la cosa a la reconstrucción de la operación que acabó con el líder de Al Qaeda.
Triste, ya que el factor humano era uno de los principales valores del cine de Kathryn Bigelow cuando, aparentemente, rodaba películas de género como las citadas en el primer párrafo de este artículo. Había humanismo en el triste sino de los vampiros de Near dark, en la poli traumada de Blue still (Jamie Lee Curtis), en el traficante de realidad virtual de Strange days (Ralph Fiennes), en el poli surfista de Point break (Keanu Reeves)…
Pero brilla por su ausencia en una historia que, como Una casa llena de dinamita, nos asoma a una desgracia de un futuro inmediato, pero no consigue interpelarnos porque todo lo que pasa en pantalla nos da igual, si es que estamos despiertos para valorarlo.
Echo de menos a la Kathryn Bigelow de antes, con su perfecto dominio del cine de género, cuando se metían con ella diciendo que dirigía como un hombre y que a ver si escogía temas más femeninos. Y, ya puestos, me pregunto quién dio luz verde al guion de A house of dynamite y a quién va dirigida la película. Los detractores de la señora Bigelow dirán: “Ya está otra vez Kathryn haciéndose el hombrecito”. Pero se equivocarán: esta película no es para hombres ni para mujeres. Yo diría que no es para nadie.