Imagen de 'El club del crimen de los jueves'
El caso Osman y otros misterios insolubles
Adaptación de la novela homónima del británico Richard Osman, y pese a los excelentes actores, es una mezcla de thriller y comedia que no funciona
Como lector compulsivo de novela negra, me he especializado en leer a autores que no venden nada o que, directamente, no son traducidos al español. Es como si hubiera una disociación cognitiva entre la comunidad negra y criminal, que diría el difunto Paco Camarasa, y un servidor de ustedes: lo que la fascina, me deja frío (o me irrita). Y les aseguro que no es una cuestión de esnobismo. Sencillamente, no acabo de conectar con mi colectivo.
Me acabo de tragar en Netflix El club del crimen de los jueves, adaptación de la novela homónima del británico Richard Osman (Billericay, 1970), de la que me mantuve a una prudente distancia cuando se publicó en 2020, vendiendo millones de ejemplares a nivel mundial. Había algo que me olía mal en ese thriller amable y cozy, emparentable con la obra de Agatha Christie y protagonizado por unos simpáticos jubilados que viven en una residencia de ensueño y se reúnen para intentar resolver cold cases.
Thriller amable es, de hecho, un oxímoron, aunque haya muertos. Lo es en la literatura y en el audiovisual, como pude comprobar al ver la adaptación de The Thursday murder club. Entre que no tenia el cerebro para muchas complicaciones y que en el reparto figuraba gente tan solvente como Ben Kingsley, Pierce Brosnan (¡qué bien está envejeciendo este hombre!) o la eterna Helen Mirren, me dispuse a pasar una noche cozy (aunque el productor del asunto era Spielberg y el director, su querido Chris Columbus, que no ha realizado más que birrias).
Imagen de 'El club del crimen de los jueves'
Craso error. El club del crimen de los jueves resultó ser exactamente lo que me temía: una mezcla de thriller y comedia que no funcionaba ni como una cosa ni como otra; los actores, estupendos, tratando de humanizar sus respectivos personajes de cartón piedra; la trama, simple y aburrida a más no poder. Al terminar, me tiré metafóricamente de los pelos mientras me preguntaba cómo ESO había podido vender tantos millones de ejemplares.
No era la primera vez que me pasaba. De hecho, me ocurre con una frecuencia preocupante. ¿Qué me dicen de la autora de La criada, la norteamericana Frieda McFadden (seudónimo de una doctora nacida en Nueva York en 1980?) La criada se ha tirado meses encabezando las listas de ventas en España y hasta yo me la he leído.
Chifladito excéntrico
Sí, tiene su gracia (por eso me leí dos novelas más de la buena señora, hasta que me pregunté por qué lo estaba haciendo y abandoné tan nefasto vicio), pero la intriga tiende a lo ramplón, no está muy bien escrita y abusa de los golpes de efecto. McFadden no constituye ninguna novedad a reseñar en el mundo negro y criminal, pero sus libros se venden como rosquillas. No sé a qué espera Netflix para adaptar La criada y sus secuelas, francamente.
Eso sí, siempre hay cosas peores. Pensemos en el suizo Joel Dicker (Ginebra, 1985), que lo petó en 2012 con La verdad sobre el caso Harry Quebert, novela de la que me mantuve tan a distancia como de las de Stieg Larson (esto fue una plaga: en su momento, todo el mundo parecía estar leyendo las aventuras de la hacker punk, en casa, por la calle, en la playa, sobre todo en la playa, con lo que pesaba aquel ladrillo).
Dos novelas después, acabé picando con Joel Dicker y me zampé su La desaparición de Stephanie Miller, un tocho burdo y mal escrito que daba vergüenza ajena. Me empeñé en terminarlo, como el que apura un vino peleón hasta las heces, y lo conseguí, pero a día de hoy sigo sin saber por qué. Tal vez para poder decir con conocimiento de causa que el señor Dicker era un fistro diodenal, como diría Chiquito de la Calzada.
Tengo la biblioteca de casa llena de excelentes novelas de misterio que casi nadie ha leído. Cuando las novedades no me interpelan, me vuelvo a tragar una del comisario Maigret, de Simenon, o de Matt Scudder, el peculiar detective humanista creado por Lawrence Block. Me gustaría asistir al éxito apoteósico de algún autor de mi gusto, pero no hay manera, estoy condenado a lo marginal. Y mi lamento no es el de quien se siente solo en la cumbre, sino el del chifladito excéntrico que no tiene prácticamente a nadie con quien comentar sus lecturas.
Hagan el favor de compadecerme.