El cineasta Oliver Laxe Europa Press
Gracias a José María Montero Romero (del que hablé aquí en noviembre pasado), que ha montado un taller de arquitectura en el pequeño paraíso de la isla de San Simón, frente a Redondela, en la provincia de Pontevedra, he visto, al aire libre, una noche de este verano, la película Sirat del director gallego Oliver Laxe, que este año ha ganado el premio del Jurado del festival de Cannes.
Fue una noche deliciosa. Me recordó sesiones de cine al aire libre a las que asistí, cuando era niño, en vacaciones estivales en los jardines del casino de una población del Maresme, y siendo adolescente, en la ciudad de Túnez. Pero en Túnez hacía mucho más calor, un calor pegajoso… El cine, al aire libre, es una delicia extraña. Suma lo natural y lo decididamente artificial.
La historia de Sirat la resumo así: un padre que ha perdido a su hija en el norte de África va buscándola de rave en rave, mostrándole su foto a los sujetos un tanto marginales que participan en ellas. Para quien no lo sepa, una rave es una fiesta multitudinaria, a menudo clandestina, que se celebra generalmente en sitios no convencionales, a la que asiste gente aleatoria que baila y se droga durante horas y hasta días, en trance, al son de música electrónica.
'Sirât'
“Cultura alternativa”, según dicen. Yo las veo como signo claro de una civilización en decadencia. Nada que ver con la fiesta de la Rosa monegasca ni con el concierto de fin de año vienés. No, ahí van todos en camiseta, sudados, drogados, e hipnotizados por una música electrónica a toda potencia, repetitiva y sin columna vertebral discernible. Parece que así se forman comunidades de individuos en éxtasis, comunidades que se constituyen y disuelven y vuelven a formarse.
En una de esas fiestas, el padre de la chica perdida, un tipo de apariencia convencional, conoce a unos cuantos ravers de buen corazón que se prestan a llevarle en sus coches y jeeps a la siguiente rave, desierto adentro, a ver si allí la encuentra. En el viaje a través del desierto de Marruecos, hacia la frontera de Mauritania, les suceden una serie de percances y desventuras, algunas terribles, más o menos formativas. El viaje suele ser una buena metáfora de la vida.
Después de la proyección en la isla de San Simón, Laxe, de pie, respondió a las preguntas de los espectadores, que salieron de la película algo conmocionados. Este director nacido en París en 1982 y formado cinematográficamente en Barcelona es un seductor nato. Alto, guapo, con melenas y barba, de aires de Jesucristo y voz matizada y agradable, los embobó a todos, hombres y mujeres, con su presencia ciertamente imponente y su discurso espiritualista y supuestamente profundo.
'Sirât'
Los embobó a todos menos a mí. Recuerdo que le escuché una frase: “La vida te da lo que necesitas”. Y ya desconecté, dejé de escucharle. No me va la filosofía de pegolete; ni me extraña que Laxe sea carne de memes: hay mucho descreído.
Un elenco peculiar
Sirat es, o me pareció, una película bien hecha –es decir: convincente--, incluso muy bien hecha, con ramalazos de un talento desafiante, que confirma que el director de O que arde es un profesional del relato como la copa de un pino. Estoy convencido de que tiene por delante una carrera espléndida.
Esa excelencia cinematográfica salta a la vista por lo mejor que tiene la película: y no me refiero a su controlado uso de la última tecnología, drones incluidos, para filmar secuencias impresionantes, ni a algunas escenas plásticamente abrumadoras. Sino a la selección de actores, o casting. Solo Sergi López es un actor profesional en esta película, y por cierto que el menos convincente, con su tripita y su aspecto de venir directamente de una calçotada en Valls.
El actor Sergi López Europa Press
Todos los demás actores son aficionados, seleccionados entre los asistentes a distintas raves, ambientes que, al parecer, Laxe frecuenta. Este supo elegir para protagonizar su película a una serie de tipos cuya sola presencia impresiona, documentos vivos de una experiencia vital supuestamente festiva, pero en realidad abismal. Hay un cojo con prótesis, un manco que enseña el muñón, una mujer tan demacrada que espanta. No había visto un elenco igual desde Freaks. En la sola apariencia de cada uno de ellos se transparentan unas vidas de excesos y de sufrimiento pavorosas.
Por lo demás, no se deje engañar el lector: no nos hallamos ante ninguna lección de vida, como postulan algunos comentaristas algo desnortados, de esos que dicen que sales de una sala de cine convertido “en mejor persona”, sino ante un producto comercial de alto nivel: una película americana, una road movie con su McGuffin hitchcockiano (la búsqueda de la hija desaparecida) en la que se han injertado hábilmente algunos matices de brutalidad y realismo europeos y un perfume de trascendencia.
A lo que hay que sumar esos rostros de los actores, que contemplamos como nuestro propio reflejo en un espejo roto.