
Imagen de la miniserie de Netflix, 'De rockstar a assasin'
De Rocker a criminal
La miniserie 'De rockstar a assasin' dibuja un retrato aterrador del señor Cantat, un ídolo de la izquierda local y con presencia habitual en mítines y conciertos de apoyo a causas nobles
En julio de 2003, el guitarrista y cantante Bertrand Cantat, líder del grupo Noir Desir, mundialmente conocido en Francia, mató a golpes a su novia, la actriz Marie Trintignant, en un hotel de Vilna, Lituania, donde ésta se encontraba rodando el telefilm Colette a las órdenes de su madre, Nadine Trintignant (su padre era el célebre actor Jean Louis Trintignant). La miniserie de Netflix, De rockstar a assasin, (tres capítulos) escrita y dirigida a ocho manos por Zoe de Busierre, Karine Dustour, Anne Sophie Jahn y Nicolas Lartigue, pasa revista al caso, que tuvo en vilo a la sociedad francesa (y parte del extranjero, yo no pude evitar seguirlo, aunque nunca había oído a Noir desir ni era especialmente fan de Marie, probablemente a causa de su brutalidad y de la peculiar idiosincrasia del asesino: si hubiese pasado en América, el difunto Dominick Dunne lo hubiera explicado en las páginas de Vanity Fair).
Y lo hace a través de una serie de gente que estuvo relacionada con él y que, todos juntos, dibujan un retrato aterrador del señor Cantat, un ídolo de la izquierda local y presencia habitual en mítines y conciertos de apoyo a causas nobles.

La actriz Marie Trintignant
¿Cómo había podido alguien como Bertrand Cantat comportarse de esa manera? Hubo quien intentó disculparlo. Y a veces de la manera más sucia, mancillando la imagen de la difunta y presentándola como una mujer de trato difícil, enganchada al alcohol y las drogas, que tenía tres hijos de tres padres distintos (como si eso fuese un demérito) y que, probablemente, sacó de quicio al pobre Bertrand con sus tonterías y, en el fondo, acabó recibiendo lo que se merecía.
Modo celoso
Esa extraña comprensión del señor Cantat por parte de un sector de la opinión pública francesa es lo que más sacó de sus casillas a la mejor amiga de Marie Trintignant, la cantante de origen portugués Lio (que triunfó de adolescente con el hit sorpresa Amoureux solitaires, cuyo videoclip dudo mucho que se hubiese podido grabar en la actualidad).
Lio es el testimonio más conmovedor de la miniserie. Su perspectiva es la de una amiga, pero eso no quita para que su retrato del señor Cantat como un celoso patológico con tendencias violentas resulte altamente creíble.
Pensemos en lo que desencadenó el drama. Durante una cena en un restaurante de Vilna (el músico estuvo durante todo el rodaje, molestando lo que podía, según el equipo, y recurriendo a su novia en mitad de una secuencia, si le daba por ahí), Marie recibió un mensaje telefónico del padre de uno de sus hijos. ¿Lo más normal del mundo? No para Bertrand, que entró en modo celoso y se puso a darle la chapa a su novia por el mensajito. Según él, que no se trataba con ninguna de sus exnovias, cuando el amor se acaba, termina también la comunicación, aunque se tenga un hijo a medias.
Crimen pasional
Ya en el hotel, la bronca había aumentado su intensidad, hasta que ella lo envió al carajo y le dio un puñetazo y él empezó a zurrarla hasta que dejó de respirar. Luego pasó unas cuantas horas junto al cadáver, sin llamar a urgencias, queriendo creer que su novia solo estaba dormida, hasta que su cuñado, Vincent, lo convenció para hacer algo.

Bertrand Cantat detenido por la Policía
Durante el juicio, Cantat optó por una defensa lacrimógena a lo Pobre de mí, qué cosas me pasan y obtuvo una sentencia leve de ocho años de prisión, reducida a cuatro tras la declaración de su ex mujer, Krisztyna Rady, quien aseguró que él nunca le había puesto la mano encima (luego se descubrió que no era cierto, aunque demasiado tarde, cuando Krisztyna, en cuya casa se incrustó Bertrand al salir de la cárcel y recuperar sus hábitos celosos y opresivos, se ahorcó porque ya no podía más).
El mundo es un lugar extraño en el que ocurren cosas aún más extrañas. Como un nuevo doctor Jekyll, Bertrand Cantat podía ser al mismo tiempo un héroe del progresismo y un psicópata violento al que había que tener vigilado o, preferiblemente, encerrado. Sus defensores hablaron de un crimen pasional. Pero no coló.