
'Parenostre'
'Parenostre': Jordi Pujol, pecador y mártir
La película sobre el clan familiar del expresident, dirigida por Manuel Huerga con un mediocre guion de Toni Soler, intenta contribuir, sin éxito, al proceso de redención que pretende preservar a Pujol como héroe patriótico
En lo que a convertir la política contemporánea en un estilizado drama y a sus protagonistas reales en personajes psicológicamente complejos se refiere, el campeón indiscutible es Peter Morgan. De su pluma han salido maravillas como The Queen, El desafío: Frost contra Nixon y la serie The Crown. El 16 de abril llegará a las pantallas Parenostre (Padrenuestro), que retrata a un político mucho más cercano: Jordi Pujol en el momento en el que el clan familiar debe afrontar el escándalo de las cuentas andorranas. ¿Está a la altura de las perspicaces indagaciones sobre el poder de Peter Morgan? No, porque el guionista de Parenostre está a años luz del talento del británico. Se trata de Toni Soler, humorista y productor del ecosistema de TV3, esa televisión pública que pagamos todos los catalanes para que a algunos nos insulte a diario. Aunque Soler ha hecho algunas incursiones literarias, anda justito de recursos de dramaturgia para escribir un guion sólido.
En cuanto a la puesta en escena, se mueve entre la estética del teleteatro y la del telefilme (¡ay, esas transiciones con croma a los flashbacks!). Tras la cámara está Manuel Huerga, que en su juventud fue uno de los pioneros del video en Cataluña, como miembro del colectivo FVI (Film Video Informació) del que formaban parte Eugenia Balcells y Juan Bofill entre otros. Algunos recordarán a Huerga por el programa Arsenal, un hito del audiovisual catalán, que se vio en TV3, en los lejanos tiempos en que todavía podía parecer una televisión más o menos normal y no la apisonadora de agitprop independentista, que provocaría la admiración del mismísimo amado líder de Corea del Norte si algún día le echara un ojo. ¡Qué capacidad de adoctrinamiento y manipulación!, exclamaría extasiado.

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Después Huerga estuvo involucrado en la parte visual de cuanta ceremonia oficial se celebraba en Barcelona -de los juegos olímpicos a la boda de la infanta- y ha dirigido programas patrióticos y jabonosos como Jordi Pujol, 80 anys. La carrera cinematográfica de Huerga no es muy extensa: varios telefilmes y un par de largometrajes, Antártida -una road movie con robo de heroína y guion de Francisco Casavella- y Salvador, hagiografía de Puig Antich (si quieren conocer la verdadera historia del personaje y sus descerebrados secuaces del MIL, lean el extraordinario Hasta el último aliento de Manuel Calderón, ganador del Premio Comillas y publicado por Tusquets).
Parenostre es a primera vista un retrato muy crítico de Jordi Pujol (Josep María Pou), al que de pronto le quedan al descubierto las vergüenzas. Además del clan familiar -Ferrusola (Carme Sansa), Jordi Jr. (Pere Arquillué) y Oriol (Eduardo Lloveras) son los que tienen más protagonismo-, aparecen como comparsas desde un Artur Mas (David Selvas) muy desdibujado hasta el comisario Villarejo (Antonio Dechent), en una escena sin verdadera tensión, muy pobremente resuelta.

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También asoman el rey Juan Carlos -en una conversación telefónica, con la voz de Antonio San Juan- y Mosen Ballarín (Luis Soler) en el papel estelar de guía espiritual (¡este es el nivel, amigos!). Como guinda, nada menos que Vicky Álvarez (Silva Abril), la novia despechada de Jordi Pujol Junior que empezó a cantar lo de los viajes a Andorra (y que protagoniza con él una escena que provoca sonrojo, no tanto por lo tórrida, sino por lo mal resuelta que está).
Con el piso familiar como centro de la acción, la estructura narrativa tira de varios flashbacks, que es donde se evidencian de una forma más clamorosa las carencias del producto. Por ejemplo, un flashback nos retrotrae al niño Jordi Pujol, que desde lo alto de una montaña contempla con su tiet un pueblo destruido por la guerra y suelta algo así como que va a costar mucho esfuerzo reconstruir Cataluña. ¡Pardiez, pensaba uno que superados los tiempos de las películas de propaganda estalinista o maoísta ya nadie osaría perpetrar una escena tan bochornosa!

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Otro ejemplo de flashback de parejo virtuosismo dramatúrgico: el niño Jordi Pujol junior le enseña al pare -Jordi Pujol senior- un bonito dibujito que ha hecho de un coche deportivo rojo, Sin embargo, el pare no le hace ni caso porque está en sus cosas (que básicamente consisten en salvar a la patria y a la lengua catalana siempre al borde de la apocalíptica extinción). Y claro, como en otras escenas vemos la colección de deportivos de alta gama -rojos y de otros llamativos colorines- que ha acaparado Junior con el dinero que gana de forma no muy lícita, la moraleja es diáfana. El pobre Junior desarrolló una compulsiva y patológica afición por los coches de lujo porque papi estaba demasiado ocupado salvando a la patria milenaria. ¡Cáspita, hay que resucitar con urgencia al doctor Freud, porque solo el viejo Sigmund es capaz de enfrentarse a un caso psicoanalítico tan morrocotudo!
Otro flashback nos muestra a Jordi Pujol apaleado en la comisaría de Vía Layetana tras ser detenido por los fets del Palau. Nada que objetar, si no fuera porque, en cambio, se pasa muy de puntillas por Banca Catalana -un escándalo monumental al que se le echó tierra encima por motivos políticos- y más de puntillas todavía por la mordida institucionalizada del 3% y otros trapos sucios de Convergencia. No hay ningún flashback que muestre a Pujol maquinando con Lluis Prenafeta, ni contratando al psicópata Alfons Quintà como director de TV3, ni escribiendo ese libro en el que vertió sus ideas racistas y supremacistas. Tampoco aparecen los comentarios racistas y homófobos de su señora, a la que la película presenta más bien como una compungida madre coraje…

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Y aquí es donde se evidencia la trampa de la película, que pone en práctica algo muy similar al perdón cristiano de la confesión, que el muy católico Pujol conoce bien. Pecador, confiesa tus pecados y estos te serán perdonados. De modo que tenemos una cinta supuestamente muy crítica con las corruptelas de la familia Pujol -sobre las que por otro lado no nos dice nada que no sepamos ya-, pero que en realidad contribuye al proceso de redención que lleva tiempo en marcha para preservar a Pujol como héroe patriótico que desde niño supo que su misión en la vida era -¡Sant Jordi!- salvar a Cataluña, cual damisela amenazada por el dragón españolista.
No, lo peor de Jordi Pujol no es que sea un evasor fiscal y que su familia se enriqueciera de forma presuntamente ilícita. Lo peor es su legado político. Si alguna posibilidad hubo en algún momento de que el catalanismo moderno fuera abierto, integrador y cosmopolita -pudo parecer que esa posibilidad la representaba Pascual Maragall en su etapa de alcalde, hasta que dejó de parecerlo-, se extinguió para siempre con los inacabables años de pujolismo. Su nacionalismo patriotero, victimista, sentimentaloide, resentido, pueblerino, dogmático, ombliguista, manipulador de la historia y de las emociones y los bajos instintos fue el caldo de cultivo en el que germinó el dislate del procés (el mon ens mira decían; sí, no se preocupen que mirarnos nos miraban, aunque el fenómeno se estudiará no tanto en las facultades de ciencias políticas como en las de psiquiatría).

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Solo hay una cosa salvable en Parenostre: la interpretación que de Pujol hace Josep María Pou, un actor capaz de dotar de dimensión dramática a un zapato. Pero Pujol no se merece esta interpretación que lo convierte en un personaje cercano al drama shakesperiano, atormentado por la culpa y la necesidad de expiación. No, Pujol se merece el retrato bufo que de él hizo Albert Boadella en Ubú President, en el que lo interpretaba otro actor superlativo: Ramón Fontserè. Es así como debería pasar a la historia.