'El segundo acto'

'El segundo acto'

Cine & Teatro

'El segundo acto': el humor excéntrico de Quentin Dupieux

El director francés, un autodidacta de las comedias absurdas y estrafalarias, rueda una película sobre cómo una inteligencia artificial crearía una obra cinematográfica, la corrección política y la cultura de la cancelación

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Cada año llegan a los cines españoles un número considerable de comedias francesas. La mayoría son perfectamente olvidables. Productos pensados para satisfacer a un público que busca entretenimiento de fácil digestión. El cine también es industria y estas comedias livianas y sin mordiente -costumbristas, familiares, románticas- no tienen otra pretensión que recaudar en taquilla. Hay épocas doradas en las que este tipo de cine popular consigue alzar el vuelo, como sucedió en varios momentos en Hollywood o en los años gloriosos de la commedia all’italiana.

Pero no estamos en uno de esos periodos de esplendor. En el caso de las comedias francesas de corte comercial recientes, solo unos pocos títulos se elevan ligeramente por encima del bajo listón de generalizada mediocridad: los del dúo formado por Olivier Nakache y Eric Toledano (Intocable, C’est la vie, Un año difícil…) o la divertida tontería de otro dúo, los gemelos Ludovic y Zoran Boukherma, autores de ¡Tiburón a la vista! 

'El segundo acto'

'El segundo acto'

Lo más estimulante -por singular y rompedor- que ha producido la comedia gala en las últimas décadas se sitúa dentro de las diversas variaciones de lo que llamamos posthumor. Hablamos de Bruno Dumont y del hiperproductivo Quentin Dupieux, del que unos meses después de que nos llegara su Daaaaaali!, se estrena el próximo 11 de abril El segundo acto. Ambos cineastas trabajan en el terreno del humor absurdo y estrafalario, servido con una factura propia del deadpan (hace referencia al rostro inexpresivo, se puede traducir como humor seco y su máximo estandarte es Buster Keaton).

Permítanme, antes de centrarnos en Dupieux, un breve apunte sobre Bruno Dumont, cuya trayectoria es muy particular. Después de una serie de películas descarnadas e incómodas -de La humanidad a Camille Claudel 1915- dio un inusitado volantazo con la serie El pequeño Quinquin, protagonizada por unos niños que descubren en una playa el cadáver descuartizado de una vaca con restos humanos dentro y por la pareja de ineptos y descabellados policías que acuden a investigar el hallazgo.

'Daaali'

'Daaali'

Los delirantes personajes volvieron a aparecer en otra serie: Coincoin y los extrahumanos y está pendiente de estreno en España el tercer dislate serial, El imperio, esta vez con invasión alienígena incorporada. Por medio, Dumont nos regaló también varias extravagancias cinematográficas, entre las que destaca La alta sociedad, relato de la Belle Époque con burgueses de vacaciones, turistas desaparecidos y caníbales. 

Sin embargo, quien más a fondo ha experimentado con los mecanismos de la comedia a lo largo de toda su carrera es Quentin Dupieux (París, 1974), una suerte de objeto volante no identificado del cine francés. Empezó como dj y creador de música electrónica bajo el nombre artístico de Mr. Oizo; se hizo muy popular gracias a un anuncio de tejanos Levi’s en que sonaba su tema Flat Beat, acompañado por un muñeco de peluche amarillo llamado Flat Eric. Después rodó algunos videoclips y se metió de lleno en el cine como autodidacta, lo cual hace que sus obras tengan un estilo cuando menos peculiar. 

Quentin Dupieux

Quentin Dupieux

Suele encargarse de todo: dirige, escribe, hace funciones de director de fotografía, monta y muchas veces compone también la banda sonora. Sus largometrajes son comedias chifladas, que pueden resultar desconcertantes y a sus detractores les parecerán sin más imbéciles. Todos son muy cortos, jamás sobrepasan la hora y media y la mayoría duran entre setenta y ochenta minutos.

Esta concisión se explica en ocasiones porque sus propuestas más endebles consisten en una única idea estirada como un chiclé y pueden pecar de deslavazadas. Pero con el tiempo su cine ha ido ganando músculo, sin renunciar a su personalísima propuesta estética. Bajo la apariencia de puras mamarrachadas, sus mejores películas exploran de forma muy estimulante los territorios del absurdo. 

'Segundo acto'

'Segundo acto'

Los argumentos de sus obras son de lo más descabellado. Algunos ejemplos: las andanzas de un neumático asesino que rueda por su cuenta por las carreteras del desierto californiano (Rubber); una mosca gigante a la que dos colgados intentan entrenar para ganar una pasta (Mandibulas); un agujero en el sótano de una casa que da acceso a un mundo al revés (Increíble pero cierto); las aventuras de unos superhéroes parecidos a los Power Rangers que utilizan el humo del tabaco como arma aniquiladora (Fumar provoca tos)…

El primer aviso incuestionable de que detrás del graciosete tontorrón había un cineasta de fuste llegó en 2019 con La chaqueta de piel de ciervo. En ella Jean Dujardin interpreta a un pobre diablo que se hace pasar por director de cine para ligar, mientras trata de recuperar la autoestima perdida con la compra de una chaqueta de pana con la que se obsesiona hasta el delirio. Bajo la aparente sandez del argumento, la cinta es una certera reflexión sobre la crisis de la masculinidad. 

'Daaaaaali'

'Daaaaaali'

En 2023 volvió a acertar de pleno con Daaaaaalí!, un homenaje al maestro del surrealismo concebido por alguien que siempre ha chapoteado en esas aguas. Estoy convencido de que el propio Dalí habría aplaudido esta pirueta cinematográfica en la que lo interpretan cinco actores diferentes. La película tiene momentos portentosos, como esa escena inicial en la que el pintor avanza por el pasillo de un hotel hacia su entrevistadora, pero el espacio y el tiempo parecen expandirse hasta el infinito porque no acaba de llegar nunca hasta ella. Otro momentazo de gozoso surrealismo es la lluvia de perros muertos mientras Dalí habla por teléfono con la periodista acosadora. Y también la secuencia del sueño que contiene otro sueño que contiene otro sueño… en un bucle eterno en el que el absurdo onírico hace trizas la realidad. 

El mismo año de su incursión daliniana, Dupieux rodó también Yannick, que aquí se estrenó directamente en plataformas. El protagonista es un perturbado que interrumpe una representación teatral pistola en mano porque no le gusta lo que está viendo. Se erige en improvisado dramaturgo y director y obliga a los actores a cambiar el desarrollo de la obra ante el desconcertado público. Al perturbado lo interpretaba de forma muy solvente -resulta cómico, pero al mismo tiempo muy inquietante- Raphäel Quenard, que es uno de los protagonistas de El segundo acto, una cinta en la que los actores ocupan un lugar central. Completan el reparto tres rostros muy populares del cine francés: Vincent Lindon, Léa Seydoux y Louis Garrel, además del menos conocido Manuel Guillot.

'Fumar provoca tos'

'Fumar provoca tos'

El estrambótico punto de partida argumental es el rodaje de la primera película francesa concebida y dirigida por una inteligencia artificial, lo cual le da pie a Dupieux para lanzar algunas pullas contra el cine algoritmo, además de permitirle ironizar sobre otras penurias contemporáneas como la corrección política y la cultura de la cancelación. Pero más allá de estas bromas maliciosas, el largometraje es uno de los más ambiciosos del director por la mise en abysme que plantea. Tenemos ante nosotros a unos actores que interpretan a unos actores que a su vez interpretan a unos personajes. ¿Dónde están los límites entre la realidad y la ficción? ¿Dónde termina una y empieza la otra? 

Dupieux juega desde el principio hasta el final a desconcertar al espectador, que nunca está muy seguro de lo que está viendo. Porque los actores interpretan a unos actores que en apariencia se parecen mucho a ellos y el cineasta maniobra con los arquetipos que cada uno de ellos representa para a continuación subvertirlos. Así, por ejemplo, el muy viril Vincent Lindon, galán maduro por antonomasia, cuando acaba el día de rodaje de la película que están filmando se desvela como gay. Pero cuando aparca al personaje que ha estado interpretando, en lugar de desmaquillarse se pone un bigote postizo. ¿Estamos viendo al personaje, al actor o al actor que interpreta al actor? Y lo mismo sucede con todos los demás. 

'Segundo acto'

'Segundo acto'

El director rompe la cuarta pared desde el principio. En los larguísimos y extraordinarios travellings iniciales los personajes de la película dentro de la película recitan sus diálogos hasta que se interponen los actores, que de pronto se dirigen a la cámara que los está filmando. A lo largo de todo el metraje entran y salen continuamente de sus personajes y cuando sucede algo terrible se genera el desconcierto. El actor que interpreta a un camarero está tan nervioso que no acierta a servir el vino en unas copas. Abochornado, abandona la escena y se pega un tiro en su coche. ¿Estamos en el plano de la realidad o esa situación forma parte de la ficción que se está filmando? 

El segundo acto es una sagaz exploración de los límites entre la ficción y la realidad, entre el actor y el personaje. En cierto momento Louis Garrel trata de seducir a Léa Seydoux con una argumentación peregrina sobre si tal vez no lo vemos todo al revés y lo que entendemos por ficción es en verdad la realidad. Aunque tal vez no sea tan peregrina, porque ¿acaso las ficciones no nos ayudan a entender mejor la realidad o a evadirnos de ella? ¿No es por tanto la ficción, de algún modo, otra realidad en la que también vivimos?