Tupelo: Elvis e insania
La miniserie 'Los reyes de Tupelo', a partir de la figura de Elvis Presley y el estado de Mississippi, resulta una experiencia paranormal, un entretenimiento criminal y conspiranoico
Sostenía el escritor norteamericano William Faulkner (1897 – 1962), que, si quieres entender el mundo, primero debes hacerte una idea de cómo funciona el estado de Mississippi (que era el suyo, por cierto). Con esta frase se abre la miniserie (o mini miniserie, pues solo consta de tres capítulos, de ahí que no haya incluido este artículo en la sección de streaming, para no parecer un vago) de Netflix Los reyes de Tupelo, que más que una propuesta audiovisual es una experiencia paranormal que les recomiendo fervientemente.
Eso sí, como les digo una cosa, les digo otra: Los reyes de Tupelo no es para todo el mundo, pues se trata de una chaladura que transcurre en un mundo más o menos real y que a veces puede recordar a los mockumentaries (falsos documentales) de Christopher Guest, aunque lo que explica es completamente auténtico.
Sus responsables son los hermanos Chapman y Maclan Way, quienes ya nos deleitaron hace seis años, también en Netflix, con otra magnífica frikada de las suyas, Wild, wild country, miniserie sobre un gurú indio que se establece a las afueras de un poblacho de Oregón, monta su secta y acaba enemistado con todo el vecindario, obligando a las autoridades a enviar a la policía, que contribuye a que todo acabe más como el rosario de la aurora de lo previsto.
En esta ocasión, la historia (por llamarla de alguna manera) transcurre en Tupelo, el pueblo de Mississippi en el que nació Elvis Presley en 1935. De hecho, el nacimiento de Elvis es el único acontecimiento notable en esta población que no llega a los 40.000 habitantes y en la que todo gira en torno al Rey del Rock, aunque de la manera más cutre posible: sigue abierta la tienda en la que Elvis se compró su primera guitarra a los once años, hay estatuas del señor Presley a diversas edades y proliferan los imitadores (hay hasta uno que es parapléjico, así como esmirriados, gordos mórbidos y todo tipo de fenómenos de feria). De hecho, el protagonista de Los reyes de Tupelo, Kevin Curtis, es un chaval que se pasaba la vida encajando collejas en el colegio hasta que empezó a imitar a Elvis y sus torturadores vieron que lo hacía bastante bien. Basta verle hablar en el documental para comprobar que es un cenutrio y un cazurro de marca mayor (parece largar más rápido de lo que piensa).
Nuevos gemelos
Como haciendo de Elvis no le llega para mantener a su mujer y a sus hijos, el hombre trabaja como técnico de mantenimiento en un hospital. Una noche lo envían a limpiar una sala de autopsias, le entra sed, abre una nevera en busca de un refresco y se topa con la cabeza cortada de alguien al que vio entrar en el hospital dos días antes.
Tras informar a sus superiores, es despedido con insinuaciones de que no está bien de la cabeza (nunca sabremos quien tenía razón en esta coyuntura, aunque yo me inclino por los altos mandos del hospital) y sufre una mezcla de conmoción y epifanía. A partir de entonces, se mete en Internet, consulta todo tipo de webs conspiranoicas y llega a la conclusión de que en Tupelo hay una red de tráfico de órganos en la que están metidos los del hospital, un político local que le cae mal (contra el que se enfrentará inútilmente en unas elecciones) y algunos otros seres de mal vivir.
A todo esto, su hermano mayor, Jack, al que le van las cosas bastante bien, anhela convertirse en imitador de Elvis, proponiéndole a Kevin que monten un dúo, algo que nunca ha sucedido en el hábitat de los Elvis impersonators. Recordando que Elvis tuvo un hermano gemelo muerto al nacer, Jessie, Kevin se inventa a una especie de nuevos gemelos Presley que atienden por Double Trouble. Entre Elvis y las conspiraciones, Kevin lleva una vida bastante apañada (para un majareta semi analfabeto), sobre todo si no tenemos en cuenta que su mujer se acuesta con su hermano y no tardará mucho en intercambiar fluidos con otro impersonator que a punto estará de buscarle la ruina al pobre Kevin.
Everett Dutschke aparece un buen día por Tupelo enseñando una tarjeta de MENSA, la asociación de personas de altas capacidades (¿Real? ¡Ni idea!), insinuando que ha trabajado para alguna agencia secreta del gobierno y anunciando su intención de abrir un centro de karate, el deporte favorito de Elvis, como todos recordamos.
Alternativa a 'Qué bello es vivir'
Evidentemente, Everett también canta canciones de Elvis. Entre que le hace la competencia a Double Trouble y que se cepilla a la mujer de Kevin, el señor Dutschke se convierte en la némesis de éste, cuya insania ha ido creciendo de manera exponencial. Llega un momento en el que, como se suele decir, esta ciudad no es lo bastante grande para los dos. Uno tiene que desaparecer. Y en esas le llega a Barack Obama una carta que contiene una sustancia tóxica capaz de llevárselo por delante. Como Kevin ya se ha hecho notar en las redes con sus paranoias de tráfico de cuerpos y maldades gubernamentales en general, es detenido por la policía. Pero, ¿es él quien envió la carta asesina o el infame Everett Dutschke, que tiene más luces, se ha encargado de tenderle una trampa mortal?
No es mi intención eludir el spoiler, que es de un interés dudoso, pero me gusta dejar algo mínimamente en el aire (o mínimamente normal: ¿quién cometió el atentado contra el presidente de los Estados Unidos?) en una historia que es puro delirio y puede interpelar a los espectadores más interesados por el lado demencial de la América profunda, que, a mí, lo reconozco, me entretiene mucho. Creo que los hermanos Coen podrían haber rodado un largometraje a lo Fargo con el borrico de Kevin Curtis y su obsesión por Elvis y el tráfico de órganos. De momento, con esta inverosímil historia real tenemos para tres horitas de sano y edificante entretenimiento criminal y conspiranoico, lo que no está nada mal, francamente.
En estas fechas navideñas, Los reyes de Tupelo se me antoja la alternativa ideal para Qué bello es vivir.