Una grotesca pesadilla
La miniserie 'Grotesquerie' constituye una curiosa vuelta de tuerca al universo de Ryan Murphy, pero sin algunas de sus obsesiones como la inevitable agenda gay
Ryan Murphy no para ni descansa. Reciente aún el estreno en Netflix de Monstruos: la historia de Lyle y Erik Menéndez, el hombre cuelga en Disney Plus Grotesquerie (diez episodios), que podría ser calificada como una extravagancia más de las suyas si no fuera porque los dos cocreadores de la miniserie parecen haber impuesto su criterio y sus manías. Llevo vistas un montón de propuestas del señor Murphy, y en ésta encuentro a faltar varias de sus obsesiones: la inevitable agenda gay brilla por su ausencia, el tono morboso existe, pero no es el habitual, las inquietudes religiosas y apocalípticas son francamente inusuales en el perverso universo del señor Murphy y, sobre todo, el extraño, inesperado y pasmoso quiebro de guion a partir del capítulo siete es absolutamente impropio de la manera de narrar de nuestro hombre.
Da la impresión de que dos guionistas en proceso de formación se han buscado un padrino bien instalado en el sistema que, a cambio de poner su nombre, les ha dejado hacer más o menos lo que querían. En realidad, Jon Robin Baitz y Joe Baken han colaborado anteriormente con Murphy en la miniserie Feud: Capote versus the swans y han fabricado con él el drama médico Doctor Odissey, una especie de The love boat (Vacaciones en el mar) ambientada en un crucero y que, en principio, no tiene nada que ver con el tan retorcido como entretenido mundo del señor Murphy (no sería de extrañar que los genuinos cerebros de la serie sean Baitz y Baken).
En cualquier caso, Grotesquerie constituye una curiosa vuelta de tuerca al universo Murphy. La trama se desarrolla en una pequeña población en la que empiezan a producirse unos crímenes horribles que parecen dirigidos a la inspectora Lois Tryon (Niecy Nash), una alcohólica con una hija que se pasa la vida comiendo y echando su vida a los cerdos y un ex marido en coma atrapado en un hospital (donde es primorosamente cuidado por una ex alumna británica a la que da la vida la estupenda Lesley Manville).
Para hacer frente a la extraña ola de crímenes, la inspectora Tryon acaba formando pareja justiciera con una monja, la hermana Megan (Micaela Diamond), quien ha conseguido incrementar exponencialmente las ventas del Catholic Guardian con sus historias de crímenes, una iniciativa de su superior, el padre Charlie (Nicholas Alexander Chávez, uno de los hermanos Menéndez), que no parece estar del todo bien de la cabeza, pero ejerce sobre la hermana Megan una fascinación rayana en la seducción (mantiene relaciones sexuales con ella porque dice que el celibato es una antigualla de la que debe desprenderse la clerigalla si quiere progresar adecuadamente en la sociedad actual).
Una mezcla de excesos
Todo lo que sucede en la investigación de la inspectora Tryon y la hermana Megan es una pesadilla de tono grotesco que sume a menudo al espectador en una desorientación más que notable, aunque se lo pase francamente bien con la antología de gansadas que componen el grueso de la propuesta. Ese espectador saldrá de su estupor al llegar al capítulo siete, cuando la trama dé un giro brutal que convierte la historia en otra. Ni mejor ni peor, diferente, como diría Jordi Pujol. A cuatro capítulos del final descubrimos que lo que se nos estaba contando era un delirio (inducido no les puedo decir por qué, a causa del siempre temible spoiler) y que todos los personajes cuyas descacharrantes andanzas estábamos siguiendo no eran exactamente quienes aparentaban ser, de la misma manera que la historia que se nos explicaba no guardaba relación alguna con la que tenía lugar en la realidad.
Grotesquerie es una chaladura tremendamente original que, aunque se sirve para sus objetivos de un truco narrativo realmente muy viejo, consigue mantenernos pegados a la pantalla con una extraña mezcla de excesos, sensatez, inverosimilitud y un relato de lo más cabal que nos obliga a quitarnos metafóricamente el sombrero. No estamos ante la típica serie de Ryan Murphy, sino ante un producto que el maestro parece haber delegado en sus alumnos más aventajados. No sé cómo les habrá salido a estos tres Doctor Odissey y no pienso comprobarlo: no sé si se me dan más grima las series de médicos (salvemos la primera del señor Murphy, Nip/Tuck, por sus componentes perversos) o las que pasan en barcos de lujo (sé que a Andy Warhol le encantaba Vacaciones en el mar, pero ni así). El Ryan Murphy que me interesa es el de American Horror Story, Feud o Monsters. Respeto su estajanovismo y su eclecticismo, pero, de momento, me conformo con darle las gracias por esta Grotesquerie que es, probablemente, lo más raro que ha hecho nunca. Que siga por ahí.