Imagen del documental 'Sorry, not sorry (Louis C.K.: Perdón (o no)'

Imagen del documental 'Sorry, not sorry (Louis C.K.: Perdón (o no)' MOVISTAR

Cine & Teatro

Auge, caída y resurrección de Louis C.K.

El documental 'Sorry, not sorry (Louis C.K.: Perdón (o no)' presenta a un personaje víctima colateral del Me too, un tipo raro, pero no un monstruo

26 marzo, 2024 22:11

En el proceloso y peliagudo mundo del movimiento Me too hay casos clarísimos, innegables e inapelables como el del productor cinematográfico Harvey Weinstein, un cerdo de apariencia más o menos humana que se tiró años abusando de su poder para manosear, abusar de y hasta violar a numerosas mujeres (y también a hundir la carrera de algunas actrices que no se habían plegado a sus deseos sexuales). Y también se dan casos menos claros, innegables e inapelables, como el del humorista Louis C.K. (Washington DC, 1967; lo de C.K. es una pronunciación aproximada de su apellido húngaro, Szekely), quien, tras convertirse en Estados Unidos en el rey de la comedia, se cayó con todo el equipo en 2017, cuando cinco figuras femeninas de la stand up company lo acusaron de ese eufemismo que atiende por conducta inapropiada. Louis C.K. nunca llegó a abusar de nadie, ni mucho menos a violar a nadie, pero sufría de una peculiar parafilia consistente en masturbarse delante de las mujeres (cosa que también hacía Weinstein, con el añadido bizarro de intentar eyacular siempre en el mismo cactus de su casa, que debía estar hasta los pinchos de las manías de su propietario). Lo de Weinstein, aunque repugnante, se entiende mejor que lo de Louis C.K., ese entusiasta del onanismo en público que, eso sí, siempre pedía permiso a sus víctimas antes de entrar en harina (o eso dijo cuando le sobrevino el marronazo).

Este onanista compulsivo estuvo dedicado a sus particulares aficiones hasta que fue denunciado públicamente por cinco de sus involuntarias espectadoras a través de un artículo en The New York Times, que es quien ha producido el documental Sorry, not sorry (Louis C.K.: Perdón (o no), que puede verse en Movistar, dirigido por Caroline Suh y Lara Mones. Dada la extraña perversión de nuestro hombre, Louis C.K.: Perdón (o no) carece de la espectacularidad indudable de las andanzas de monstruos modernos como Harvey Weinstein o Jeffrey Epstein, hasta el punto de que resulta lícito preguntarse si merecía la pena rodarlo. No es que sea aburrido, sino que el personaje central deja bastante que desear como villano de la historia. Por los motivos que fuesen, al hombre le ponía mucho meneársela delante de mujeres, actividad que, a lo sumo, puede calificarse de rareza sexual tirando a desagradable e intempestiva. Cuando le cayeron encima las cinco acusaciones que se lo llevaron por delante, no se tomó ni la molestia de mentir: lo reconoció todo y dijo que no podía evitarlo, que él era así, contribuyendo, en cierta medida, a completar el personaje autocrítico, rayano en el auto odio, que lo había ayudado a triunfar en series de televisión como Lucky Louie (2006, chapada tras la primera temporada) y Louie (2010, cinco temporadas).

Presentarse como un ser abyecto

El hundimiento (y conato de cancelación: sigue en la brecha, más o menos) de Louis C.K. se llevó por delante la película dirigida por él I love you daddy, que no llegó a estrenarse. También se hizo un vacío a su alrededor que incluía a muchos que cuatro días antes le hacían la pelota mientras comentaban por lo bajinis sus extrañas costumbres sexuales. La gente se olvidó inmediatamente de lo que se había reído con Louis C.K. y, en su inmensa mayoría, se sumó al linchamiento, como suele suceder. Daba igual que lo que había hecho fuese más propio de un friki o de un excéntrico que de un abusador sexual: lo urgente era alejarse de él, no te fuera a salpicar (dicho sea sin segunda intención). Hubo incluso quien dijo que lo suyo se veía venir, que bastaba con fijarse un poco en el contenido de sus monólogos para intuir que estábamos ante un tiparraco muy poco recomendable. ¿Era eso cierto? No exactamente. Lo que pasaba con Louis C.K. era que practicaba un humor muy bestia que se atrevía con todo, dedicando especial atención a la vida conyugal, la patética existencia del divorciado y la grima que puede acabar provocando a cualquiera la institución matrimonial, la paternidad, el divorcio y todo lo asociado con esos temas, que siempre salían muy mal parados desde la visión del mundo que tenía el hombre. En cualquier caso, quien siempre salía más maltrecho era él mismo, pues no ha habido otro cómico que le haya superado a la hora de ponerse verde y presentarse como un ser abyecto que se merece todo lo que le pase (ahí estaba su gracia, por cierto): a su lado, el irritante Larry David es prácticamente un monaguillo.

Imagen del documental 'Sorry, not sorry (Louis C.K.: Perdón (o no)'

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La principal conclusión a la que llega el espectador de Sorry, not sorry es la de que está ante un bicho raro, no ante un monstruo, ni siquiera ante un pervertido sexual. Louis C.K. es claramente un excéntrico que practicaba un humor que, sin ser para todo el mundo, lo convirtió en una estrella. Tras ver el documental, el tipo no te cae ni bien ni mal, ni te entran ganas de desearle la muerte ni de ponerte de su parte. Es mejor verle actuar en los especiales que ha grabado que asistir a sus desventuras, ya que el hombre no da la talla como villano del Me too. El documental puede tener cierto interés para sus fans, pero carece de esa garra que solo pueden exhibir los auténticos depredadores sexuales. Me temo que el tarado de Louie solo fue una víctima colateral del Me too en su vertiente más histérica, pero ya se sabe que los americanos son capaces de construir una historia a partir de cualquiera, aunque se trate de un cómico dominado por la necesidad de meneársela delante de las mujeres (tras, teóricamente, pedirles permiso).

Uno acaba de ver Louie C.K.: Perdón (o no) y no sabe muy bien qué ha visto. Sus responsables se han limitado a hablar con gente, sin explorar en absoluto la psique del humorista y tratar de descubrir el origen de su tendencia al onanismo público. ¿Tuvieron algo que ver su madre norteamericana, su padre mexicano o su abuelo húngaro? No se sabe. Misterio. Llegas al final del documental y lo único que sabes de Louie C.K. es que a unos les hacía mucha gracia y a otros ninguna y que prefería cascársela a intercambiar fluidos. Yo creo que el New York Times, después de hundirlo, podría haberse tomado la molestia de elaborar un documental algo más profundo, pero o no era esa su intención o las directoras no daban más de sí. Una lástima.