Un perverso retorno a Brideshead
'Saltburn', segunda película de la británica Emerald Fennell, es una historia de amor y odio que sabe recoger lo mejor de la tradición y bebe directamente de la obra de Evelyn Waugh
2 enero, 2024 18:13A veces, la persistencia no es más que contumacia en el error: te empeñas en leer los libros o ver las películas de alguien, aunque siempre te decepcionen, como si esperaras que algún día te cayese una alegría inesperada. Y a veces (pocas), esa alegría llega. Me pasó recientemente con Brandon Cronenberg, quien tras dos largometrajes penosos en los que trataba de seguir la gloriosa senda de su progenitor, David Cronenberg, se marcó una película tan decente como Infinity pool (en la que había sustituido a papá por J. G. Ballard como principal influencia, y la jugada le había funcionado), y me pasó la otra noche con Saltburn (Amazon Prime), segunda película de la británica Emerald Fennell (Londres, 1985), a cuya primera incursión en la dirección cinematográfica, Promising young woman (2020) no conseguí verle la gracia (la típica historia de violación y venganza teñida de presunto feminismo y empoderamiento del bueno…O ese fue mi veredicto, que no coincide con la recepción general del film, que fue bastante buena, incluido un premio BAFTA).
Aunque había leído comentarios positivos sobre Saltburn en las redes sociales, el recuerdo de Una joven prometedora me tiraba un poco para atrás, hasta que me decidí a tragármela y la verdad es que no lo lamento. La señora Fennell, como el joven Cronenberg, parece evolucionar adecuadamente, aunque sea a costa, como es el caso, de fabricar un brillante refrito de obras anteriores a las que se podía añadir un toque extra de perversión: Saltburn bebe directamente de la novela de Evelyn Waugh Retorno a Brideshead (adaptada brillantemente a la televisión por John Mortimer), del ciclo de historias protagonizadas por Patrick Melrose, obra de Edward St. Aubyn (espléndida versión televisiva protagonizada por Benedict Cumberbatch) y del relato de Robin Maugham El sirviente (llevado al cine por Joseph Losey sobre un guion de Harold Pinter). Y el pastiche funciona a la perfección: puestos a reciclar ideas ajenas, hazte con las mejores (por eso no me entró Promising young woman: me la tomé como una de Charles Bronson con pretensiones).
Saltburn es una historia de amor y odio, que son los sentimientos que experimenta un estudiante de Oxford de familia desestructurada y becado (o eso dice) en un mundo de pijos cuyos padres están podridos de dinero. Oliver (Barry Keoghan) es rarito, tímido y torpe para socializar con los ricachones que lo rodean (o eso aparenta). Casi milagrosamente (o eso parece), se gana la amistad del guaperas de la clase, Felix (Jacob Elordi), quien lo invita a pasar el verano en Saltburn, la residencia campestre de su familia, estableciéndose entre ambos una relación tan ambigua como la de Charles Ryder y Sebastian Flyte en Retorno a Brideshead, pero bastante más perversa y, en el caso de Oliver, más explícita, pues está fascinado sexualmente por Felix.
Después de Waugh, entra Saint Aubyn: la familia de Felix, los Catton, es repugnante, como las que tenía que soportar el pobre Patrick Melrose. El patriarca, sir James (Richard E. Grant) es un aristócrata poltrón al servicio de su mujer, Elspeth (Rosamund Pike), que fue modelo en el Londres del brit pop de los 90 y niega haberle servido de inspiración a Jarvis Cocker para la canción de Pulp Common people. Ambos son de una frialdad y una frivolidad que los hace prácticamente inhumanos. La hermana de Felix, Venetia, es una bulímica depresiva que bebe de más. Y hay un primo americano algo tieso de pasta que detesta ipso facto a Oliver porque intuye que se puede haber colado en Saltburn un sablista que no es él.
Unas gotas de El sirviente: Oliver va medrando en el círculo familiar mientras se descubre que igual no todo lo que ha contado hasta ahora era cierto. No voy a entrar en detalles para no incurrir en el spoiler, que descubra el espectador si Oliver es el buen chaval que aparenta ser o un trepador social de primera categoría. En cualquier caso, es imposible sentir la menor empatía por ninguno de los personajes de Saltburn: los ricos son despreciables y el presunto pobretón enamorado es muy posible que no esté bien de la cabeza. El principal logro de la señora Fennell es mantenerte interesado en una trama en la que es imposible empatizar con nadie o tomar partido por alguien (generalmente, cuando eso sucede, uno se desinteresa de lo que se le cuenta en la pantalla, lo que no es aquí el caso).
Solo hay que lamentar en Saltburn la misma tendencia a lo que antes se llamaba epater le bourgeois que tanto lastraba Promising young woman. A Emerald Fennell se le notan mucho las ganas de destacar y, como el avispado Oliver, ha sabido rodearse de la gente adecuada para medrar: su productora es la actriz Margot Robbie, y su amiga Phoebe Waller-Bridge la puso de showrunner en la segunda temporada de su serie Killing Eve. Tras las compañías adecuadas, vienen las influencias adecuadas. Y entre Charles Bronson y Evelyn Waugh, no hay color. Por eso Saltburn es una película mucho más interesante que Promising young woman, aunque el guion muestre ciertos agujeros y la verosimilitud se tambalee a menudo. En cualquier caso, estamos ante un cuento cruel que funciona de maravilla y un brillante refrito de previas creaciones ajenas enriquecido por unos diálogos francamente notables y un elenco que contribuye poderosamente a que todo avance a velocidad de crucero.
Aunque sea hacia el desastre y la miseria moral.