La actriz musa de Fassbinder, Hanna Schygulla / WIKIPEDIA

La actriz musa de Fassbinder, Hanna Schygulla / WIKIPEDIA

Cine & Teatro

Un verano con Fassbinder

Las películas del director alemán son imperfectas técnicamente, pero moralmente admirables y siguen ofreciendo satisfacción al espectador

5 septiembre, 2023 18:09

Filmin es la única plataforma de streaming para cinéfilos que tenemos en España. Es por eso que solo ahí podemos encontrar, convenientemente archivadas, veintiuna películas y dos miniseries de televisión de Rainer Werner Fassbinder (Bad Wörishofen, 1945 – Múnich, 1982), que han permitido, a quien le diera por ahí, atravesar la canícula en compañía de uno de los cineastas más interesantes y prolíficos del siglo XX: cuando murió, a los 37 años, había rodado más de 40 largometrajes y escrito, adaptado o dirigido (entre 1967 y 1976) más de 30 obras de teatro (algunas de las cuales se convertirían luego en películas). El cargamento de Filmin, aunque no exhaustivo (se echa de menos la serie Berlin Alexanderplatz), es más que suficiente para descubrir o revisar la obra de quien abanderó el llamado Nuevo Cine Alemán surgido en los años 70 del pasado siglo y que, según Wim Wenders (otro miembro de la banda, junto a Werner Herzog, Werner Schroeter, Rosa Von Praunheim o el suizo Daniel Schmid), se acabó cuando las televisiones dejaron de financiarlo.

Una escena de 'Las amargas lágrimas de Petra Von Kant', de Fassbinder

Una escena de 'Las amargas lágrimas de Petra Von Kant', de Fassbinder

Fassbinder llegó al cine partiendo del teatro (o el antiteatro, como él llamaba a sus cosas) y se entregó a él con pasión estajanovista, fabricando una película tras otra como si le corriera prisa terminar la que tenía entre manos para ponerse con la siguiente. Con el tiempo, fue sofisticando su forma de dirigir y hacerla más aceptable para un público algo más amplio, pero a mí, la parte que más me gusta de su trabajo cinematográfico es la primera, cuando trabajaba con una compañía estable (o corte de los milagros, según cómo se mire) en la que destacaban el director de fotografía Michael Ballhaus o el músico Peer Raben (que no era músico cuando lo conoció Fassbinder, quien le encargó la dirección de algunas de sus piezas teatrales). En cuanto a los actores, da la impresión en esta primera etapa de nuestro hombre de que podía serlo quien a él se le antojaba que lo fuera. Y las películas muestran una apasionante urgencia que omite el perfeccionismo o la búsqueda del encuadre adecuado en beneficio del mensaje que se quería transmitir: Fassbinder tenía mucho que contar y lo importante era eso, contarlo, a la mayor velocidad posible, dando por buena a menudo la primera toma de una secuencia cuando no le hubieran venido mal algunas más. Esas películas, imperfectas técnicamente, pero moralmente admirables, son las que a uno más le gustan del amigo Rainer Werner. Y algunas están en Filmin.

Puestos a elaborar una selección personal, me quedaría con Las amargas lágrimas de Petra Von Kant (1972, la tragedia de una actriz lesbiana en decadencia personal, afectiva y profesional), El viaje a la felicidad de la mamá Küster (1975, sobre la manipulación de una pobre anciana por una pandilla de supuestos revolucionarios que recuerdan poderosamente a la pandilla de idiotas de la novela de Dostoievski Los demonios), La ley del más fuerte (1975, triste y lúcida reflexión sobre el amor homosexual como otro juego de poder y dominio económico) o El asado de Satán (1976, sobre un poeta que ha perdido la inspiración y un buen día alumbra un poema buenísimo, pero que no es suyo, sino de Stefan George, con el que se obsesiona y al que pretende emular en su vida cotidiana, con unos resultados de un patetismo hilarante).

Jeanne Moreau, en una escena en 'Querelle', de Fassbinder / QUERELLE

Jeanne Moreau, en una escena en 'Querelle', de Fassbinder / QUERELLE

Rainer Werner Fassbinder tuvo en 1971 una epifanía cinematográfica al descubrir la obra de Douglas Sirk, melodramática y a menudo excesiva y de la que también ha bebido nuestro Pedro Almodóvar (la principal diferencia entre éste y Fassbinder es que Almodóvar hace como que entiende a las mujeres, mientras que Rainer Werner las entendía de verdad, pese a esa condición homosexual que no le impidió casarse dos veces, con Ingrid Caven y Julianne Lorenz). Fascinado por sus películas, Fassbinder se fue a Lugano a conocer a Sirk y volvió a Alemania con la intención confesada de rodar películas como las de Hollywood, pero en las que imperara la verdad. Y esa verdad, sobre los temas más variopintos y en los tonos más dispares, se encuentra en toda su primera etapa como cineasta, cuando apenas lo conocía nadie y uno tenía que ver sus películas en la filmoteca de Barcelona en vez de asistir a clase en la facultad de periodismo (donde, por cierto, se perdía miserablemente el tiempo).

Contra esta época tan fofa

Su segunda etapa –que incluye cintas como Lili Marleen, El matrimonio de Maria Braun o la testamentaria Querelle- es la que le lleva a ampliar su audiencia. Rainer Werner mejora como director y fabrica ficciones sólidas que, con un poco de esfuerzo burgués, pueden considerarse hasta respetables. Al mismo tiempo, se convierte en algo a lo que nunca parecía haber aspirado: un profesional de la imagen en movimiento. Al final, se le va aparentemente la olla con Querelle, adaptación de una obra de Jean Genet, delirio gay con un punto autodestructivo que, en cierta medida, recuerda el apaga y vámonos de Pasolini con Saló. Revienta poco después a causa de su peculiar estilo de vida: exceso de alcohol, politoxicomanía, pastillas para dormir, cocaína para atravesar la jornada, trabajar demasiado sin pararse a respirar (su lema, y título de una de sus biografías, fue “Ya dormiré cuando esté muerto”)…

El cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder / RTVE

El cineasta alemán Rainer Werner Fassbinder / RTVE

No sabemos cómo habría evolucionado su obra porque nos dejó demasiado pronto, con más películas que años tenía cuando reventó en 1982. La selección de Filmin ofrece obras de su primera época y de la segunda y última, por lo que el espectador puede elegir con cuál se queda. Y, por el mismo precio, dos curiosas miniseries de televisión que nunca se pasaron en España, Ocho horas no hacen un día (1972) y El mundo conectado (1973, aproximación al tema de los mundos falsos bastante más interesante que The Matrix). Me lo tragaría todo encantado si tuviera el tiempo necesario para ello: no descarto invertir en aire acondicionado el año que viene y, en vez de irme de vacaciones a cualquier parte, pasar el verano con Fassbinder. Soy de los que todavía lo echa de menos en esta época tan fofa a nivel general y a nivel cinematográfico en particular.