T.S. Eliot en el Atlántida Film Fest
El Festival de Cine de Palma de Mallorca, impulsado por Jaume Ripoll y patrocinado por la plataforma Filmin, acogió un documental sobre la lectura teatral y dramatizada que el actor Ralph Fiennes ha hecho de los Four Quartets del gran poeta norteamericano
31 julio, 2023 12:38“El grado de civismo de un país dependerá también y en buena medida de lo que, aun en el campo de la literatura de consumo, habrán leído los ciudadanos”, decía a menudo el editor Giangiacomo Feltrinelli. A estas alturas del siglo es evidente que la lectura ya no conforma la médula espinal de ningún país.
La verdadera literatura se está ocultando y tal vez encuentre ahí, en la clandestinidad, otra forma de vida. Las nuevas generaciones vienen a un mundo dominado por la imagen en movimiento, que está creando una nueva gramática y está generando también una representación dramática en muchos aspectos aún en ciernes. De la Galaxia Gutenberg estamos pasando a la Galaxia Lumière, aunque aún no sabemos cómo va a influir ello críticamente en el desarrollo de las nuevas sociedades y en el desafío a la democracia que estamos conociendo.
En cualquier caso es evidente que la máxima de Feltrinelli puede y tal vez deba aplicarse hoy al cine. El civismo depende ahora en buena medida de lo que los ciudadanos verán en sus pantallas.La semana pasada tuvo lugar en Palma la decimotercera edición del Festival de Cine Atlántida, patrocinado por Filmin y dirigido por Jaume Ripoll, cofundador de la plataforma y editor del sello digital.
A Ripoll le acompaña un maravilloso equipo de jóvenes colaboradores cuya desinteresada y entusiasta entrega al proyecto constituye un estímulo y una esperanza en muchos aspectos. Ripoll, por cierto, acaba de publicar Videoclub (Ediciones B), una memoir acerca de su relación con el cine, desde los negocios familiares en la industria hasta el despertar al gusto por la grandes directores de la era dorada y la revolucionaria fundación de Filmin, la plataforma en la que hoy se puede ver el mejor cine antiguo y contemporáneo, además de documentales y conciertos de música clásica.
Filmin es la prueba de que solo el criterio puede ganar la batalla a las grandes corporaciones generadoras de basura. Su apuesta, además, por el sistema de pago online fue pionera en el proceso de romanización de internet, que hace apenas diez años aún soportaba las más embarazosas estupideces sobre la necesidad de que la cultura virtual fuera un páramo sin ley.
Durante estos últimos siete días de julio, Atlántida ha ofrecido un espectacular programa de proyecciones, conferencias y conciertos. El festival nació para privilegiar las películas que suelen tener más difícil acceso a las salas y en general a la divulgación comercial. Y en ese sentido se han podido ver obras muy interesantes, como Slow de la joven directora lituana Marija Kavtarazde o Passages, del neoyorquino Ira Sachs, que estuvo presente en el festival para comentar su nueva película, la historia de un triángulo amoroso ambientada París que pone en tela de juicio, de una forma en absoluto predecible y muy inteligente, los tópicos actuales acerca de la fluidez entre géneros sexuales.
Se estrenó también un estupendo documental, que tuve el placer de presentar, sobre la biblioteca borgiana, infinita y esotérica del añorado Umberto Eco. También otro sobre el joven pianista Igor Levit, precedido de una conferencia del músico Nigel Carter sobre las sonatas de Shostakovich y de Beethoven.
En Dentro de Hamlet, sir Ian Mackellen y otros grandes actores comentaron su visión del gran personaje shakesperiano. En una gala especial, Marta Lallana y Álvaro Augusto estrenaron su documental –en realidad una mini serie– sobre el olvidado Terenci Moix, un retrato en absoluto complaciente del escritor que pasó de joven promesa de las letras catalanas a fulgurante best-seller de la literatura comercial en castellano, además de cinéfilo, presentador de televisión, sátiro de la jet-set, adalid de la liberación homosexual y fumador suicida. Entre otras cosas, el documental sirve para hacerse una idea problemática acerca de cómo ha afectado la democracia a la cultura española.
El festival ha tributado también homenajes a Liv Ullmann y a Antonioni, ha concedido premios, como el Master of Cinema a la actriz Irène Jacob en la gala de clausura presidida por la reina Letizia. Algunos de los mejores espacios de la ciudad, desde el patio de La Misericordia, la Fundación Miró y Ses Voltes, bajo el amparo de la Catedral, han acogido a un público que ha ido creciendo con los años hasta alcanzar en esta edición niveles insólitos.
Palma era, desde hacía unos treinta años –exactamente desde que el socialista Ramón Aguiló, el mejor alcalde que ha tenido la ciudad, salió del consistorio en 1991–, una ciudad abandonada al turismo, culturalmente irrelevante. Atlántida ha logrado convertirla en poco tiempo en una capital europea del cine más exigente y ambicioso. Esperemos que todos los responsables públicos, sean del partido que sean, se hagan cargo de este patrimonio, una obra de incalculable valor cívico.
En una de las últimas sesiones, tuve el privilegio de presentar la lectura dramatizada que Ralph Fiennes ha hecho de los Four Quartets de T. S. Eliot, dirigida por Sophie Fiennes, hermana del actor británico. Uno esperaba que un viernes de julio, a las seis de la tarde, apenas hubiera gente dispuesta a escuchar casi dos horas de la poesía más alta y difícil que se escribió en el siglo pasado. Pero felizmente la sala grande del Rívoli estaba casi llena de un público que atendió con sumo respeto aquella puesta en escena sobria y contundente.
Descalzo y vestido con ropa vieja, cual un náufrago arrojado a la existencia, en un escenario desnudo y en penumbra con tan solo una silla y una mesa, Fiennes no necesita nada más que su voz y su dicción para dar vida a toda la riqueza filosófica y espiritual de los poemas de Eliot. La directora apenas intercala de vez en cuando algunos planos de recurso con imágenes de los espacios de cada uno de los cuartetos –los estanques vacíos de la abandonada mansión de Burnt Norton, the deep lane shattered with branches que conduce al villorrio de East Coker, the Dry Salvages, las inmemoriales rocas de granito negro frente a cape Ann, y por último la capilla remota de Little Gidding, ahí donde los derrotados conforman “un símbolo en la muerte perfeccionado”.
Sin excesos ni histrionismos, Fiennes fue exponiendo, como un tenor frente a una partitura, todos los matices de los poemas, desde el tono meditativo hasta el más lírico –llegando a veces a cantar casi a capella–, el irónico, el sacramental y el radiofónico. En esa música verbal aparecían destellos de Dante, Shakespeare, San Juan, los metafísicos Donne y Herbert, al mismo tiempo que desfilaban retazos de la historia de Europa, desde las guerras teológicas del XVII hasta las cenizas de la Segunda Guerra Mundial, con Eliot sirviendo como vigilante nocturno de incendios en las azoteas de Faber & Faber, en Russell Square.
Cuando llegamos a los últimos versos, And all shall be well and / All manner of thing shall be well / When the tongues of flame are in-folded / Into the crowned knot of fire / And the fire and the rose are one, el público rompió a aplaudir y algo más grande que todos nosotros terminó por aparecer y entenderse.