El 'boom' de las nuevas directoras de cine catalanas
Una nueva generación de mujeres cineastas, surgidas desde las escuelas y centros de estudios audiovisuales de Barcelona y su entorno, reivindican un cine intimista y basado en sus experiencias autobiográficas en películas de bajo presupuesto y rodajes rápidos
26 julio, 2023 16:41A diferencia de lo que sucede en el sector editorial, Barcelona como centro de producción audiovisual siempre ha estado por detrás de Madrid. Sin embargo, en los últimos años ha surgido en torno a la capital catalana un nutrido grupo de jóvenes directoras que han generado la sensación de un singular fenómeno cultural. Su empuje lo visualizan la reciente concesión del Premio Nacional de Cinematografía español a Carla Simón y el premio a la mejor película europea en la Quincena de Realizadores del último festival de Cannes a Creatura (que se estrenará en septiembre) de Elena Martín.
A esta generación de cineastas nacidas en los años ochenta y noventa, y que han debutado ya en el siglo XXI, la precedió la de las nacidas en los cincuenta y sesenta, que debutaron en las dos últimas décadas del siglo XX. La más destacada de estas últimas es Isabel Coixet, con una carrera continuada e internacional, y otros nombres a mencionar serían Rosa Vergés; Marta Balletbò-Coll, que aportaba el valor añadido de normalizar la presencia de lesbianas en la pantalla; Judith Colell; María Ripoll y la también productora Mar Tarragona.
El cine de las jóvenes directoras del relevo generacional comparte –mucho más que el de sus predecesoras– ciertas características comunes, tanto temáticas como estéticas, que acaso se expliquen en parte porque la práctica totalidad de ellas han pasado por centros de estudios audiovisuales en Barcelona y alrededores, que no existían cuando se formó la generación anterior.
El más emblemático es la ESCAC (de donde han salido también figuras ya internacionales como Juan Antonio Bayona) y hay también diversos grados universitarios de la Pompeu Fabra, Ramon Llull, UB y Autónoma. Del mismo modo que la presencia desde hace años de una corriente de cine de terror hecho desde Barcelona –cuyo hito internacional fue REC– no se puede desligar de la labor desarrollada por el festival de Sitges, la existencia de los mencionados estudios audiovisuales ayuda a explicar la eclosión de esta nueva generación de directoras.
Entre los rasgos que las definen: frente a sus colegas varones, que en ocasiones optan por trabajar dentro de los códigos de los géneros como el policiaco o el terror, las propuestas de ellas son de carácter intimista, abunda el cine realista e incluso verista, con temáticas que se nutren en muchos casos de lo autobiográfico: relaciones familiares, coming of age, despertar sexual, sentimientos abordados desde una mirada femenina… Adaptadas a la precariedad de la industria local, sus películas son de bajo presupuesto y rodajes rápidos.
Un título paradigmático que sirve para situar a estas cineastas es Las amigas de Ágata (2015), un trabajo de fin de grado de Comunicación Audiovisual de la Universidad Pompeu Fabra, codirigido por Laia Alabart, Alba Cros, Laura Rius y Marta Verheyen, que –con una duración de solo 70 minutos– se convirtió en un pequeño fenómeno al conseguir cierto recorrido por festivales y salas comerciales.
El tema: las relaciones de cuatro amigas veinteañeras a las que la edad empieza a distanciar. El tono: intimista, cotidiano, con diálogos realistas e interpretaciones alejadas de cualquier artificiosidad por parte de un grupo de jovencísimas actrices que entonces eran apenas profesionales. La película reúne todas las señas de identidad de esta generación.
Hay otro elemento destacable: los lazos entre el grupo de jóvenes cineastas. Una de las actrices debutantes era Elena Martín, después directora y protagonista de dos películas notables: Júlia Ist (2017), rodada en Berlín y protagonizada por una veinteañera de Erasmus que tantea la madurez y sus crisis, y la ya mencionada Creatura (2023), exploración de la sexualidad femenina conectada con ciertos traumas de infancia.
La coguionista de esta última es Clara Roquet, realizadora a su vez de Libertad (2021), sobre un veraneo familiar y las tensiones que afloran a partir de un elemento externo introducido en ese núcleo cerrado: la Libertad del título, una joven colombiana de 15 años, hija de la cuidadora de la abuela con Alzheimer, que abre todo un mundo nuevo a Nora, la hija adolescente de la familia.
Entre las actuaciones de Martín, también es relevante la que realiza en Suc de Sindria (2019, Goya a mejor cortometraje) de Irene Moray, centrada -como Creatura- en la sexualidad femenina y traumas, en este caso conectados con la superación de un abuso sufrido en el pasado.
La directora, que no ha dado de momento el salto al largo, tiene otro cortometraje previo: Bad Lesbian (2018), rodado en Berlín y protagonizado por ella misma en el papel de una chica en crisis, que harta de los hombres decide que tal vez pruebe como lesbiana, pero tampoco eso le sale demasiado bien.
La película, de provocador naturalismo, arranca con un plano de su rostro mientras se masturba, toda una declaración de intenciones. Y culmina con una escena grotesca resuelta por vía de comedia en la que una felación termina en arcadas y vomitona sobre el vientre del amante. Ambos cortos, como muchos de los títulos aquí comentados, están disponibles en Filmin. Moray, por cierto, ha dirigido también el muy bien resuelto vídeo de la canción Perra de Rigoberta Bandini.
Sin duda, la más conocida de todo este grupo de directoras es Carla Simón. Debutó en 2017 con Verano, 1993, en la que reconstruye un episodio de su propia infancia desde la ficción. De nuevo, aires intimistas, elementos autobiográficos, pocos personajes y exploración de los sentimientos y los afectos.
Tardó cinco años en rodar la siguiente, Alcarràs (2022), que tuvo gran proyección internacional al ganar el Oso de Oro en Berlín, un premio que en cierto modo consagraba a toda la generación. La propuesta: retrato de una familia rural del campo leridano, cine verista, tono pseudodocumental, actores mayormente no profesionales y mensaje social.
El tono pseudodocumental lo utiliza también Neus Ballús en Seis días corrientes (2021), que sigue las andanzas profesionales durante una semana de tres lampistas que se interpretan a sí mismos. De nuevo, registro verista, actores no profesionales, aires de improvisación y juego entre la realidad y la ficción. Lo cotidiano retratado con un toque de comedia y una aparente liviandad en la que todo parece fluir de modo natural, lejos de cualquier artificio. Un cine que busca la transparencia.
Por su parte, Chavalas (2021) de Carol Rodríguez, retrata también un contexto de clase obrera, en este caso la barriada, retratada a través de un grupo de chicas criadas allí, una de las cuales se ha marchado para estudiar y cuando vuelve se reencuentra con las amigas de la adolescencia para descubrir que ya nada podrá ser lo mismo.
Mar Coll aplica criterios estéticos similares en su retrato coral familiar Tres días con la familia (2009) y en Todos queremos lo mejor para ella (2013), pero probablemente su mejor trabajo sea la serie Matar al padre (2018), implacable retrato tragicómico de un hombre autoritario al que las evoluciones de sus hijos descolocan por completo, hasta sentirse perdido en el mundo que creía controlar.
Otras directoras interesantes son Elena Trapé -con películas como Las distancias (2018) y la reciente Els encantats (2023)-; Belén Funes -La hija de un ladrón (2019); Roser Agilar -Lo mejor de mí (2007), Brava (2017), o la sevillana Celia Rico, que trabaja en Barcelona y debutó con Viaje al cuarto de la madre (2018), rodada con un presupuesto minúsculo, solo dos actrices y un único escenario; tiene pendiente de estreno un segundo largometraje: Las pequeñas cosas (2023).
Todavía más precario era el presupuesto de La amiga de mi amiga (2022), rohmeriano título dirigido y protagonizado por Zaida Carmona, que retrata en tono de comedia la cotidianeidad de un grupo de amigas lesbianas y sus líos amorosos. Se trata de una producción casi amateur, que se estrenó directamente en Filmin.
La plataforma ha empezado a ejercer también de productora con directores muy jóvenes del entorno indie. Entre las series que ya han lazando, hay dos dirigidas por mujeres muy jóvenes. Haciendo de la necesidad virtud, juegan con una estética cutre, guiones apresurados, interpretaciones de aires improvisados y abundantes guiños a la imaginería de las redes sociales.
La más relevante -y cuyo estreno generó cierto revuelo- es Autodefensa (2022). Sus creadores son Berta Prieto, Belén Barenys (la prima y corista de Rigoberta Bandini) y Miguel Ángel Blanca. Este último tiene una modesta trayectoria como director indie y las dos primeras son, además de guionistas, las protagonistas. Los personajes que interpretan se llaman como ellas y se parecen a ellas, pero no son exactamente ellas, sino una proyección distorsionada de sí mismas.
Autoficción en estado puro. La serie pretende ser un retrato de los veinteañeros de la llamada Generación Z, con un planteamiento sin filtros ni edulcorantes y desde una perspectiva claramente feminista. Más que un retrato, es un grito de desconcierto, rabia y puro exhibicionismo vehiculado a través de un humor desabrido y áspero, que busca incordiar al espectador más que provocarles carcajadas.
Estos postulados se trasladan a un estilo visual hiperrealista y feísta que muestra sin ningún tamiz esteticista axilas sin depilar, bragas, penes, culos, masturbaciones, meadas en plena calle, ingesta de pastillas y sustancias varias, raves, afters, resacas y ataques de ansiedad. Es una propuesta inmadura sobre la inmadurez.
La otra es Selftape (2023), creada por las hermanas Joana y Mireia Vilapuig, que también juegan con la autoficción interpretándose a sí mismas. Ambas fueron actrices adolescentes que triunfaron con la serie televisiva Pulseres vermelles, y lo que cuentan en esta serie es la dura vida personal y profesional que viene después del espejismo del estrellato rápido a edad muy temprana.
Con mucha más capacidad económica y guiones mejor acabados, que beben de la estupenda la serie Fleabag de Phoebe Waller-Bridge, Vida perfecta (2019, dos temporadas en Movistar +, la primera mucho mejor que la segunda) de la actriz y cineasta Leticia Dolera, juega también con la mirada feminista y cierto exhibicionismo provocador, aunque más pulido y contenido.
Tiene en común con las otras dos el aire de comedia ácida y descarnada, pero sus personajes son treintañeras, lo cual marca muchas diferencias en cuanto a lenguaje, actitudes y experiencias. Hay que apuntar que esta serie va más allá del retrato femenino. Hay entre los personajes masculinos, uno muy relevante en la trama con deficiencia cognitiva (tema que Dolera conoce de primera mano por motivos familiares) que es uno de los mejores de la serie (lo interpreta de manera inmejorable Enric Auquer).
La creadora de la serie decidió confiar la dirección de todos los capítulos a mujeres: ella misma, las ya mencionadas Elena Martín e Irene Moray, Lucía Martin (realizadora de la reciente Mari(dos) (2023) y Ginesta Guindal.