Laura Hojman: “¡Qué país hubiéramos podido llegar a ser con Machado, Lejárraga y Gómez Arcos!”
La directora de cine sevillana, nominada por su película sobre María Lejárraga a los premios Goya, los Forqué y los Feroz, reflexiona sobre la capacidad del género documental para contar historias
27 abril, 2023 19:00Hasta este año no había habido un documental que estuviera nominado a los Premios Forqué, los Feroz y los Goya a la vez. A todos ha optado A las mujeres de España, de Laura Hojman. Toda una gesta, aunque su documental se quedara en puertas, en una contienda con directores consagrados como León de Aranoa o su admirada Isabel Coixet. La tarde de esta charla, la cineasta recibía un premio de Igualdad en Sevilla y Guillermo Rojas, su socio en la productora Summer Films, recogía en su nombre el galardón de la Asociación de Guionistas. En los últimos meses no ha parado: presentaciones, proyecciones y galas. Agotada y con la alegría y también la necesidad de domeñar las expectativas. Se la ve feliz y fuerte en su confesa debilidad. Dedica su trabajo a los Lejarraguers porque su público –dice– ha convertido a esta escritora en mainstream.
–¿Por qué Lejárraga precisamente?
–Se mezclaron dos circunstancias: por un lado, un día caí en que tenía la mesilla de noche llena de libros escritos por mujeres, de manera inconsciente, como si estuviera buscando voces que me explicaran. Al mismo tiempo cayó en mis manos la biografía de Antonina Rodrigo sobre María. Fue una revelación. Quedé impactada: una escritora que tuvo auténticos best-sellers, sobre todo en el teatro, la autora de los libretos del Amor Brujo o El sombrero de tres picos, guionista de cine… y desconocida. Oculta bajo el nombre de su marido, Martínez Sierra. Me enfadé. Sentí una rabia que es el motor de este documental. Comprendí que su caso es y era el de muchas otras, una generación de mujeres brillantes olvidadas, sepultadas.
–Pero no hay rabia en su documental y, perdone que lo diga, tampoco en sus palabras. Habla usted con dulzura y sus documentales carecen de ira.
–Pues tengo rabia (se encoge de hombros: es tímida, pero habla con determinación, aunque su tono, efectivamente, carece de violencia) y he comprobado con la película que no es sólo una cosa mía. Se ha entendido el caso de Lejárraga como símbolo de una ocultación deliberada del talento de las mujeres; de hecho, a pesar de sus éxitos se la sigue cuestionando como nose hace con otros que tal vez no aguanten el paso del tiempo. Se la juzga con una severidad que demuestra que las mujeres tienen que ser mejores para ocupar el menor de los espacios.
–Pero en todas sus apariciones aparece feliz.
–Es que lo estoy. Lo que ha pasado con esta película es muy grande. Fíjese: una escritora del siglo pasado, reeditada ahora por Renacimiento y, sin embargo, está siendo una locura. Desde que la estrené no he parado. Y no son sólo los premios o los compromisos del oficio, sino cómo me han reclamado en institutos, en ayuntamientos…El otro día en un pueblo me dijeron muy ufanos que ellos le habían puesto una calle a Lejárraga cuando todavía no era mainstream. ¡Lejárraga mainstream! Es genial (se le ensancha la sonrisa).
–Si estuviéramos en EEUU algún bufete de abogados haría una reclamación a Walt Disney por haberle robado la idea de la Dama y el Vagabundo.
–Ella se defendió y, bueno, son cosas de la propiedad intelectual (en el documental se cuenta que Lejárraga envió a los famosos estudios una historia que luego vio copiada en la famosa película, aunque en su caso los protagonistas fueran gatos). Hay una cosa de Lejárraga que me fascina: amaba tanto su trabajo que incluso estaba dispuesta a renunciar a su nombre con tal de hacerlo. Ella escribía y Martínez Sierra montaba los espectáculos en los teatros. Fueron un tándem de éxito. El anonimato fue su peaje para hacer lo que más le importaba en el mundo. De hecho, todo se destapó cuando muere su marido y la hija que él había tenido con la actriz Catalina Bárcena le regatea los derechos de autoría. Había pasado por todo: que Martínez Sierra la abandonara por su actriz principal, que tuviera descendencia y hasta que Catalina brillara siendo la protagonista de sus obras. Pero que le negaran lo que era suyo muerto su binomio, por así decirlo, ya no lo toleró. Su historia es fascinante, por eso la película gusta tanto. Tal vez por eso cuando hablo de rabia en realidad se trata de un enfado positivo, de la alegría de un descubrimiento.
–Como una arqueóloga en el Valle de los Reyes de Egipto.
–(Abre mucho los ojos y vuelve a sonreír complacida) Puede ser, porque yo siempre quise ser arqueóloga… Estudié Historia del Arte por eso. Al cine he llegado por casualidad (cuenta que, trabajando en el Festival de Cine Europeo de Sevilla como documentalista, descubrió que ese era el terreno que quería investigar y el lenguaje que le venía bien). Tal vez sea esa vocación la que me ha traído a los documentales, primero con Rubén Darío, luego con Antonio Machado y ahora con Lejárraga. Contar el pasado para entender el presente, que es lo que hace la arqueología,
–Y competir en los Goya, los Feroz o los Forqué.
–Otros premios sí me han dado (su estantería está llena de galardones), como los cinco de la Asociación de Escritores Cinematográficos de Andalucía. Estoy muy contenta. Y eso que este año las nominaciones han sido duras. ¿Quién me iba a decir a mí que competiría con directores consagradísimos como León de Aranoa o Isabel Coixet.
–Coixet es uno de sus referentes.
–Hago cine por ella. Cuando le hablaba de esos libros de mujeres que tengo de cabecera hay uno de Coixet y otros de Sara Mesa. Coixet está haciendo ahora una película sobre Un amor. Es algo más que una casualidad. Es la conjunción de sensibilidades, de valentías, qué sé yo. Coixet, cuando yo era aún muy joven, fue el descubrimiento de una voz que me contaba; de alguna manera hablaba de mí, de nosotras. Fue con Mi vida sin mí y, a partir de ahí, es mi gran referencia y mi inspiración. Coincidir con ella en los Goya ha sido como un sueño. Ha sido muy generosa con Lejárraga y conmigo.
–Fue un gran momento para el cine documental.
–Desde luego, y no sólo por los premios o porque autores consagrados como ella y León de Aranoa los hagan. Es que las salas se llenan. Carta a las mujeres de España ha estado siete meses en Madrid en salas comerciales, llenando. Alucinante. Y no es únicamente la divulgación de las plataformas que tanto ayudan: son las salas, el cine de toda la vida. La gente comprando su entrada y yendo a una sala a ver la historia de una mujer escritora de principios del siglo XX. Es maravilloso. Ya me pasó, aunque menos, con Los días azules (su película sobre Machado) que aparte de darme un sitio, me hizo comprender que hay ganas de saber, de conocer.
–Ni el público ni usted parecen tener prejuicios. Hay que ser osada para llevar al cine un poemario de Rubén Darío como opera prima.
–(Ríe y añade un gesto de sorpresa). Sí. Fue una osadía, pero es que quedé fascinada con el viaje de Rubén a Andalucía en busca de la luz, ese extrañamiento suyo, esa soledad… Tierras Solares fue un reto, pero también supuso descubrir que el cine puede contar esa sutileza y contagiar esa melancolía y esa introspección. Que también tiene cabida la lírica, si la sabes contar. Tampoco fui consciente de dónde me metía, tengo que confesarlo. Encontré un artículo sobre ese viaje y me pareció la mejor percha para contar otra de mis obsesiones: la necesidad de un espacio para el arte en la sociedad contemporánea. La necesidad de la belleza.
–Le salió bien.
–Pues sí, aunque ahora que conozco mejor el patio no sé si me metería (habla de lo complicada de la industria cinematográfica). Aunque creo que es una constante en lo que hago: la búsqueda de ese espacio para la sensibilidad y el riesgo. Ahora estoy terminando el guión de la película que rodaré tras el verano. Cierra de alguna manera la trilogía que empecé con Machado y con Lejárraga.
–¿Otro rescate?
–Más difícil si cabe (se carcajea), pero me entusiasma. Es un contemporáneo de todos ellos del que sabemos poquísimo. ¡Vaya generación potente! A poco que te pones a investigar descubres verdaderas joyas. Auténticas grandes historias. En este caso fue gracias a una amiga que vive en París. Me he tirado de cabeza a poner en pie la vida y la obra de un gran olvidado, Agustín Gómez Arcos.
–Eso es para nota.
–No puedo creer que sea tan desconocido. Es un autor excepcional, diferente y tan moderno. Se trata de un almeriense, exiliado en Francia después de la guerra y homosexual. Víctima de todas las discriminaciones y todos los olvidos. Mi amiga francesa comisarió una exposición sobre él con el Instituto Cervantes me convenció para que lo leyera. No lo conocía de nada, jamás había oído hablar, pero después de la primera novela que leí, El cordero carnívoro, devoré todo lo que encontré publicado. Y me di cuenta de que podía cerrar esa triple mirada sobre el país que fuimos y que quedó amputado por la guerra y la dictadura. ¡Qué país que hubiéramos podido ser con Machado, Lejárraga y Gómez Arcos! Son bárbaros
–Un país sin prejuicios.
–Cuando hice la película de Rubén Darío algunos se echaron las manos a la cabeza, como si fuera un poeta trasnochado o antiguo. ¡Es tan moderno! Sin él no nos entenderíamos. Revolucionó la lengua, no solamente la poesía. Es su mirada, cargada de color, de sensibilidad, de vida y de alegría. Aunque muchas de sus historias terminan mal porque el país también acabó así, pero su obra es luminosa, pura alegría. Son revolucionarios.
–El año de las mujeres
–(Pone cara de fastidio). Es que sería lo normal, somos muchas haciendo cine, guiones, producción, de todo. He tragado mucha quina con algunas expresiones, seguramente bienintencionadas, que dan a entender que las mujeres estamos de moda en el cine… Como si fuéramos una moda pasajera. Como si cada una no mereciera el análisis de su trabajo. Como si todas fuéramos un mismo paquete. Es mentira… Salimos cuatro en las quinielas y tienes que oír cosas como: ¡qué suerte, las mujeres lo copáis todo! Y es falso. Las estadísticas dicen lo contrario. Resulta agotador y de algún manera te están diciendo que tu trabajo no vale como tal, que tu éxito responde a causas ajenas a la calidad. Y aunque seas fuerte no puedes evitar el síndrome de la impostora, la sensación de que te examinas a cada paso y cada vez que abres la boca.
–Hace poco publicó un artículo sobre eso y se convirtió en trending topic.
–Mandé el artículo pensando que era una mierda. Que ya no iban a contar conmigo más. Contaba que estaba agotada, cansada de estar a la altura, de gestionar expectativas y frustraciones y que me sentía físicamente rota. Y de pronto tuve un aluvión de llamadas, mensajes y seguidores –sobre todo mujeres– que se sienten igual. De todas las profesiones. Personas que reconocen su fragilidad y su debilidad. Me ha reconfortado mucho y me ha hecho pensar que algo no va bien si cuando nos va bien nos rompemos.
–En sus películas no hay rencor. Y usted podría haberlo heredado.
–En mi familia pedimos justicia, jamás venganza. (Su abuela paterna, Ana Trainof, fue una de las Madres de Mayo que se refugió en Sevilla, tras la desaparición de dos de sus hijos y la muerte de su marido a manos de la dictadura argentina). Mi abuela era un ser de luz, una mujer extraordinaria, artista, culta, enamorada de la vida, aunque estuviera rota y en casa conviviéramos con el dolor. Era actriz y había montado una escuela de teatro en Buenos Aires. Nunca dejó de estar comprometida, pero nos transmitió otras cosas de la vida. Era imaginativa, especial, la más moderna de todos. Nos recitaba y nos contaba historias. Y danzaba. Tal vez sea la herencia que he recibido que es más visible, una suerte de reparación de las injusticias desde la reivindicación de la belleza (habla con pausas porque se emociona, aunque continua con un semblante tranquilo y una dicción mesurada y casi en tono bajo).
–Les ha dedicado esta película a sus abuelas.
–Y a mi madre también. Es una mujer rodeada de libros, fuerte, culta. Desde luego sabe mandar mejor que yo, que no tengo más que inseguridades (ríe). Mis abuelas son muy importantes para mí y encajan en ese relato de mujeres que he querido retratar con la película. Mi otra abuela, Isabel, que era una persona sencilla, entregada al hogar y muy inteligente, también me ha servido de referente. Sobre todo por cómo me apoyaba para que estudiara, para que me atreviera a todo. Me miraba y me decía: “Si volviera a nacer estudiara cinco carreras”. Les debemos a ellas no renunciar a nada.
–Ni a mandar.
–De otra manera. Cuando voy a talleres de guión o de dirección me encuentro con que a los alumnos les han contado que lo normal es espolear la autoridad sin fisuras, el liderazgo indiscutible. Y llego yo, que dirijo desde la duda permanente, y no me va mal. Les insisto en no tener miedo a la perplejidad o a cambiar de opinión… Yo lloro en todos los rodajes y conozco a directores que enferman por tragarse las lágrimas. El patriarcado nos ha impuesto unas normas de comportamiento y de liderazgos de los que somos todos víctimas. Los hombres también. Hay otra manera de estar en el mundo. No podría hacerlo de otra manera. No me merece la pena.
–Me ha hablado de Coixet, pero ¿tiene otros referentes?
–Me fascina Sofía Coppola, por ejemplo. Tal vez la película que más veces he visto es Lost in Translation, ese extrañamiento, esa sutileza. Tiene una mitrada propia que coincide con la mía. Y en España Itziar Bollaín. Flores de otro mundo fue una película iniciática para mí. En la literatura porque soy una lectora voraz, aunque no tanto como mi madre, tengo predilección por Sara Mesa, igual que Coixet.
–A lo mejor se anima con la ficción.
–Me animo. Cuando termine el rodaje de la película de Gómez Arcos voy a rodar por primera vez ficción. Un reto: es más complejo y, sobre todo, más caro. No voy a decirle nada (se adelanta a la pregunta que la entrevistadora está a punto de hacer) pero es la adaptación de la novela de una autora. Me hace muchísima ilusión. Mucha.
(Y se va bellísima y aparentemente frágil a recoger su penúltimo premio, que dedica a las mujeres de España. Sus padres le aplauden, discretos y felices, desde una de las últimas filas).